Magazine AM:PM
Publicidad
Artículos Ilustración: Mayo Bous

Yo, el del sonido

Estas líneas saldan una vieja deuda que tenía con la revista, ya que a pesar de haber vivido innumerables experiencias detrás de las consolas, no me sentía preparado para ponerlas en blanco y negro. Hoy la musa me ha ayudado a hilvanar algunas ideas para reflexionar sobre lo difícil, ingrata, pero a la vez reconfortante y maravillosa que es mi profesión.

Soy ingeniero de sonido desde hace ya… muchos años, aunque esto no tiene importancia, como tampoco mi nombre, pues seguro hablo por varios que también han sido mensajeros del arte de las grandes figuras para quienes han trabajado.

Pararse detrás de la mesa de sonido, frente a un escenario donde los artistas pondrán lo mejor de sí, rodeado de un público a veces grato, no siempre cordial y muchas veces implacable, suele ser una experiencia tan estimulante como aterradora. No es simple constatar que en tus manos y oídos está el control de todo lo que sonará en la sala. Que tu trabajo sea escuchado por cientos o miles de espectadores, y que de tu gusto artístico —y hasta de tu estado de ánimo— dependa en gran medida el éxito del espectáculo, suele involucrar una dosis de adrenalina comparable con la generada mientras conduces por una autopista a 120 kilómetros por hora con tráfico de horario pico. Si imaginamos que quien está a merced de tu destreza con los faders es nada menos que Pablo o Haydée Milanés, Juan de Marcos González y sus Afrocuban All Stars, Silvia Pérez Cruz, Claudio Abbado, Leo Brouwer o la familia López-Nussa; el tráfico se torna más denso, la carretera más sinuosa y existe amenaza de tormenta. El cosquillear nervioso no te deja en paz… ¡y el telón no acaba de abrirse!

Durante esa angustiosa espera, es habitual que se acerque algún curioso con preguntas como:

—¿Tú sabes para qué son todos esos botones?

—Sí…

—¿Cuántos watts tiene este equipo?

—Ni idea…

—¿Qué va a pasar aquí?

—Un concierto.

—¿De quién?

(—¡¿En serio?!)

Hasta que por fin comienza la función. Todo va bien. De los altavoces emergen sonidos perfectamente armoniosos, y el público expresa su súbita emoción con suspiros, gritos, chiflidos, aplausos y un amplio repertorio de sonidos onomatopéyicos. Instantes después, entonan en un gigantesco y desafinado coro el estribillo de una popular canción que te animas a tararear, emocionado, mientras se te ponen los pelos de punta. Mágicamente los temores desaparecen y se transforman en júbilo y orgullo. Sientes que todo va bien y que te has convertido en el héroe anónimo de la noche.

Pero no siempre somos ni tan héroes ni tan anónimos. En ocasiones, la sentencia de “tenemos problemas técnicos” nos convierte en especie de saboteadores, y en segundos somos fulminados por la mirada del público que descubre nuestra localización. Cualquier ruido en el escenario, algo que cae, un cable que se le desconecta al bajista, un golpe que el baterista le atina al micrófono, pueden suscitar tal descontento, que los espectadores solo logran canalizar poniendo en duda el trabajo del sonidista. Sin embargo, el peor aprieto, capaz de quitarle el sueño al más ecuánime y eficiente de los ingenieros de sonido, es el temido feedback. Ese sonido en forma de pitazo, obligado cliché en las películas siempre que alguien toma un micrófono, en vivo obliga a los músicos a protegerse los oídos y al despiadado público a girarse hacia la consola para acribillar con ráfagas de odio al ingeniero, quien, inocente o culpable, queda aturdido por tanta presión y no atina a darle solución inmediata al problema.

No faltan aquellos que, involucrados o no en la producción del espectáculo, se toman la atribución de acercarse y obligarte a desviar la atención de tu tarea para decirte que el bajo no se escucha, que la segunda voz del coro está muy alta, que le sugieras a Pablo que cante en ese momento Yolanda, o para implorar con urgencia un micrófono para llamar a su niño que estaba correteando y se extravió. No exagero. Recuerdo hace muchos años, cuando comenzaba la Guerra del Golfo, previo a un concierto de Moncada en Italia, mientras chequeaba el sistema con ruido rosa (ruidoso y molesto, es cierto) se me acercó una señora muy angustiada acompañada de un policía para averiguar si aquel sonido tenía relación con la guerra. Luego me costó bastante recuperar la concentración.

El final de un espectáculo puede significar una radiante victoria o una derrota, muchas veces remarcada por el agradecimiento público que el artista hace al personal técnico. Al caer el telón, mientras enmudeces los canales de la consola de sonido, es habitual que algún espectador entendido o melómano se te acerque para elogiar tu labor, lo cual es también verdaderamente reconfortante.

El artista profesional con quien habitualmente trabajas, por regla general, es consciente de lo involucrado que estás en el proyecto, de que en cada show das lo mejor de ti y de que si algo no sale como estaba previsto, corresponde un benévolo análisis y no una reprimenda. Por el contrario, el artista al que asistes eventualmente, a quien en ocasiones conoces por primera vez unos minutos antes de la prueba de sonido y para quien eres un técnico más, no siempre alberga confianza ciega en tu capacidad, lo que suele dificultar el diálogo y el trabajo.

Esto se multiplica considerablemente cuando asistes a artistas aficionados, inexpertos en la escena, por lo que hay que recurrir a toda la paciencia y cordialidad que debe acompañar el oficio, para orientarlos y guiarlos en aras de llevar el espectáculo a buen término.

Un caso particular son los niños. Me encanta trabajar con ellos, pues para esos menudos artistas eres como un Dios con infinitos conocimientos. Siempre siguen tus indicaciones con mucho respeto y el mayor entusiasmo.

Sin duda ser el ingeniero fijo de un artista, una banda o espectáculo teatral te convierte en un miembro más de una “familia postiza” con la que convives largas y duras jornadas, pero también experiencias extraordinarias. Si la persona para quien trabajas es además tu ídolo, ese artista por quien hacías largas filas para sus conciertos o de quien perseguías el último LP, entonces el trabajo se convierte en un privilegio, un lujo por el que además te pagan un salario a fin de mes.

Por otra parte, ser integrante de un colectivo artístico trae consigo períodos de obligada ausencia de casa, en especial durante las giras artísticas, que pueden extenderse por semanas o meses en los que solo te acompaña esa otra familia. Con unos más afines que otros, compartes habitaciones de hotel, exquisitas comidas en restaurantes de lujo o tal vez un triste pan en el camerino, e incluso un obligado ayuno. También interminables horas de carretera, madrugones en aeropuertos y largas filas en aduanas, entre otras incomodidades de viaje.

Los muchos kilómetros entre una ciudad y otra siempre van amenizados por charlas sobre la vida y obra de otros músicos conocidos, sus discos, canciones, arreglos. Hasta llegar al inevitable tema de la clave en la música cubana: si es “tres-dos” o “dos-tres”, si está montada o no, todo ello escenificado por el frenético batir de manos (pa,pa,pa -pa,pa). Por este tema he presenciado fogosas discusiones, algunas de las cuales han terminado en riñas.

Así, cada día llegas a una ciudad, a un país, a un teatro o a una plaza diferente, con distintos públicos e idiomas, que te reciben con mayor o menor hospitalidad. Está además la sorpresa del escenario y del equipamiento que tendrás a disposición, casi siempre distinto del de ayer o el de mañana. Durante una gira visitas muchas ciudades o, para ser más exactos, sus escenarios, ya que no siempre logras ver la ciudad en detalle, ni siquiera recordar el monumento que estaba en la plaza frente al auditorio.

En cada función somos los técnicos los primeros en entrar al teatro y los últimos en abandonarlo, llevando consigo pesados flight cases repletos de costoso y frágil equipamiento: micrófonos, altavoces, consolas de sonido, atriles y cientos de cables. En la mayor brevedad posible todo este arsenal tecnológico debe ser emplazado, conectado y puesto a punto, de modo que a la llegada de los músicos se pueda proceder al ensayo y prueba de sonido que garantizarán la calidad sonora del espectáculo. Una vez terminado, cuando los músicos se han ido, quedas en el teatro vacío recogiendo los equipos y revisando mentalmente el trabajo desempeñado.

Cuando la temporada se extiende, el entusiasmo de los primeros días de una gira va cediendo ante el cansancio y las tensiones se intensifican. Sin embargo, el profesionalismo y la pasión por el arte mantienen el buen ánimo y la energía durante los espectáculos. Siempre digo que nos pagan por los malos ratos, por la falta de sueño y el cansancio, pero no por el trabajo que hacemos durante la función, pues ese es un momento de puro disfrute y lo hacemos gratis.

Con este recuento quisiera que se entienda que el ingeniero de sonido, del que no siempre se sabe bien qué hace detrás de la consola, es casi siempre un profesional con mucha sensibilidad y preparación, que en todo momento pretende complacer al artista y al público con un sonido que los acerque lo más posible a la felicidad. Por tanto, téngannos más confianza, y cuando algo salga mal no nos juzguen con tanta severidad. Agradecemos mucho la sonrisa como recompensa ante el esfuerzo que hemos realizado durante el espectáculo y las largas horas de su preparación.

Alfonso Peña Ingeniero de sonido cubano con más de 30 años de experiencia en la industria musical cubana. Textos suyos y algunos ejemplos de sus contribuciones profesionales pueden consultarse en su blog https://piprofessionalaudio.home.blog/ Más publicaciones

Deja un comentario

Ver comentarios publicados
  1. Ana Fernández dice:

    Estimado Alfonso, Excelente la descripción del reto que significa ser un ingeniero de sonido. Si en adición viene de una persona como tú que siempre apunta a la excelencia, a la perfección, la carga de esfuerzos y dedicación son mayores. Mirar atrás y reconocer que siempre entregas lo mejor de ti, con la sabiduría y humildad que te caracterizan, es el mejor premio!
    Estamos súper orgullosos de tu extraordinario trabajo sostenido por tantos años, y te deseamos que sigas disfrutándolo, mientras el mundo se beneficia con tu labor.
    Ana Fernández.

  2. Liven Céspedes dice:

    Muy bueno Peña!. He viajado a través de tu texto y reconozco en cada una de tus palabras el sentir de muchos colegas ingenieros de sonido con los que he compartido experiencias, giras y momentos irrepetibles. Bendita profesión la nuestra y tropezarse en el camino con coterráneos que vivan y disfruten tanto de lo que hacen. Abrazo fuerte!

  3. Evelio Manfred dice:

    No me sorprende “la pluma” del talentoso sonidista cubano Alfonso Peña, graduado en el instituto LIKI, quien ofrece una radiografía justa de la vida del sonidista de espectáculos en vivo, enriquecida con anécdotas cargadas de humor. Su enfoque equilibrado y entretenido brinda una visión auténtica y amena de este apasionante mundo sonoro. ¡Una lectura fascinante para los amantes del espectáculo y los entusiastas del sonido sin embargo me quedo con ganas de sus anécdotas acerca de su vida como indispensable docente y sonidista en estudios de grabación.

Ver comentarios publicados

También te sugerimos