
Yilian Cañizares: formas de elegir la luz
Esta conversación ha empezado con puntualidad suiza, justamente a la hora pactada. Tal vez es una costumbre que Yilian Cañizares ―instrumentista, cantante, compositora cubana, Premio Suizo de Música en 2021― tiene de siempre, tal vez es algo que incorporó en el país centroeuropeo. Viste de azul y habla de una manera cadenciosa que acompaña con la gestualidad de sus manos. Con una sonrisa limpia, se toma el tiempo necesario para responder mis preguntas, en un diálogo que se me hace muy ameno. Nos rodean libros, algunos están en una lengua que no comprendo. La calma que respiro, enturbiada por el sonido de los carros de la calle, vuelve una y otra vez en la voz de esta mujer.
De ella ha dicho Chucho Valdés: “es uno de los talentos más increíbles de la nueva generación de músicos cubanos, (…) es virtuosa, expresiva, espontánea y tiene una gracia que hace de ella la favorita de todos nosotros…” Es, por demás, una mujer en la que confluyen varias tierras (Cuba, Venezuela, Suiza, Haití, Brasil), resultado de su andadura en la música. Pero siempre cercana a la naturaleza y a su familia, donde encuentra las razones y raíces para ser.
Su trayectoria es fértil. En 2013 estrenó su primer álbum, nombrado como el cuarteto de cuerdas que fundó, Ochumare. Luego vinieron Invocación (2015) y Aguas (2018), junto al percusionista, pianista y productor Omar Sosa; Erzulie (2019) por el que fue nominada en las categorías Mejor Artista y Mejor Álbum en los Songlines Music Awards 2021; Resilience (2022) y pronto llegará Habana-Bahía. Al mismo tiempo, ha contado con diversas colaboraciones entre las que destacan Chucho Valdés, Omar Sosa, Rolando Luna, Roberto Fonseca, Diego El Cigala, Michael League, Christian Scott, Ibrahim Maalouf, L´Orchestre de Chambre de Lausanne, entre otros. Además, ha colaborado con la Organización de Naciones Unidas (ONU) por el Día Mundial de los Océanos en 2021.
En el marco de la 38 edición del Festival Internacional Jazz Plaza, protagonizó un intenso concierto en la sala teatro del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, que sirvió para el lanzamiento del Fondo de Arte Joven, una nueva plataforma —impulsada por la Embajada de Suiza en Cuba y por COSUDE— que pretende apoyar el sector artístico en Cuba.
Sin importar cuántos premios ha ganado, Yilian dice que aprende de todos, y ahí, en mi opinión, radica una de sus fortalezas. De todo esto, o al menos de una buena parte, hablamos en esta entrevista.

Yilian Cañizares. Foto: Alejandra García Mesa / Cortesía del Fondo de Arte Joven.
¿Por qué el violín?
Bueno, desde niña me gustó mucho la música. Empecé cantando en el grupo infantil que dirigía la profesora María Álvarez Ríos, donde teníamos funciones todos los sábados. Ese fue mi primer acercamiento con la música y el escenario. Luego le dije a mi mamá que quería hacer las pruebas para entrar en piano, y el día en que llegué a la escuela Manuel Saumell para los exámenes de admisión, había una presentación de instrumentos. Cuando presentaron el violín sentí un flechazo. El sonido del instrumento me tocó el corazón y ahí decidí que quería estudiar violín.
Yo no vengo de una familia de músicos profesionales; son amantes del arte y de la música, pero no artistas profesionales. Mi mamá me dijo en aquel momento: “bueno, llevas tiempo diciéndome piano, piano, piano, piano, y de repente ahora dices violín… a lo mejor no sabes lo que quieres; vamos a hacer la prueba por los dos instrumentos a ver si te aceptan en alguno”. Eso hicimos, pero resultó que me aceptaron en ambos. Así que los siguientes ocho años estuve estudiando piano básico y violín con la profesora rusa Alla Tarán. Al final, fue una suerte para mí porque, si bien tengo una relación más funcional con el violín, la formación sólida en piano me permite expresarme como compositora de una manera más libre. Con el violín siempre digo que tengo una suerte de relación de pareja: con sus altas y bajas.
¿Cuánto incidieron en tu formación la Academia Latinoamericana de Violín en Venezuela y el Conservatorio de Friburgo en Suiza? ¿Cuáles son las enseñanzas que aún conservas de tus estudios?
Siento que he sido una persona muy afortunada de tener una trayectoria tan variada como estudiante. En el conservatorio Amadeo Roldán terminé el ciclo de nivel medio en dos años para poder acceder a una beca que me otorgó la Academia Latinoamericana de Violín. Una vez allá, fue un primer cambio muy importante en mi vida, con una manera diferente de enseñanza, de ver la música, con acceso a muchas masterclasses, a conciertos, a información. Luego, tuve la suerte de obtener otra beca de estudio para el conservatorio en Friburgo y, más tarde, de continuar en el Conservatorio de Ginebra. Ahí también se produjo un gran cambio, porque como se sabe, Europa es la cuna de la música clásica.
Realmente cada uno de estos cambios los viví como un comienzo, en el sentido de que una se pregunta todo el tiempo: ¿cómo tengo que estudiar para estar en el nivel que hay aquí?, ¿cómo tengo que superarme?, ¿cómo tengo que aprender? Son nuevos contextos, nuevas realidades, ¿cómo me inserto? Eso, creo, me ha hecho ser muy curiosa, muy perseverante, porque cuando estaba aquí en Cuba tenía una idea muy cuadrada del proceso, la certeza de que, bueno, es hacer el nivel medio en Amadeo, nivel superior en el ISA… ¿y después…? Gracias a lo que he vivido me he dado cuenta de que no hay una sola manera de ver la formación, no hay una sola manera de ver la trayectoria musical; hay muchas perspectivas y una misma, durante su devenir y con las personas que se encuentra en el camino, construye también su propia versión, su propia voz. La vida no es lineal.
Has explorado varios universos sonoros: música clásica, jazz, world music. ¿En cuál te sientes más cómoda y por qué?
Yo siempre tengo mucha dificultad para hablar de eso. No me gusta catalogarme dentro de un género musical, porque me veo como músico y los músicos que más me gustan —o muchos de los que más me gustan— no se dejan etiquetar en un género. Amo simplemente la música y me siento tan conmovida y a gusto tocando una Partita de Bach como un standard de jazz o improvisando con músicos africanos. No quiero ponerme yo misma ninguna barrera. Mientras la música sea genuina, honesta y me hable y yo tenga deseos de hacerla —que es lo más importante: que yo tenga realmente deseos de hacer esa música— pues la hago. Aquí en Cuba, hasta los que hacen música popular vienen de formación clásica, del conservatorio; todos nosotros, en un momento u otro de nuestra vida —y esto es algo muy raro en el resto del mundo—, hemos tenido acceso a diferentes caminos, hemos podido tocar lo mismo en un grupo de salsa que en uno de son, que a Bach y Beethoven. Eso es una fortuna y para mí nunca ha sido un problema.

Yilian Cañizares. Foto: Rick Swig.
¿Cuáles son tus referentes en la creación?
Primero, Chucho Valdés. Tengo la gran dicha de tocar con él en estos momentos y es una persona que no deja de sorprenderme por todo lo que ha hecho y hace por la música cubana, por su dedicación, perseverancia y humildad. Es una gran enseñanza ver el nivel que posee en su instrumento. Su música es algo que me inspira muchísimo en mi proceso creativo. Poder estar en contacto cerca de él es increíble.
Luego, Omar Sosa, que es otro músico con quien he tenido el honor de colaborar. Para mí fue el primer cubano que abrió la música cubana a las llamadas músicas del mundo, haciendo cosas con músicos de India, China, Italia, África, con una flexibilidad y una creatividad tan grandes… Eso también me inspira muchísimo.
Además hay otros: por ejemplo, de la escena del jazz te puedo te puedo mencionar a mi gran amigo Michael League, con quien grabé Erzulie y que luego hicimos juntos el tema Conjuro, para mi EP Resilience. Es un músico extremadamente inteligente, brillante, con una curiosidad y una apertura increíbles. Está Christian Scott, también jazzista. Son artistas que hacen la música conceptualmente sin fronteras, llevándola a un público muy joven; lo cual es una cosa muy bonita porque lamentablemente el jazz se estaba convirtiendo en algo un poco elitista, cuando su origen no lo es para nada. Ellos han logrado retomar el origen popular del jazz. Son nombres que ahora pasan por mi mente, pero seguro hay diez mil, porque yo escucho muchas cosas diferentes, desde música clásica hasta rap.
Por otra parte, también me nutro mucho de las artes visuales y de la danza. Por ejemplo, la obra de Eduardo Roca Choco me fascina, tiene mucha profundidad para mí. Ver un cuadro de Choco es como escuchar música. Y la danza, la comida; en fin, cada aspecto de la vida puede ser arte. Disfruto la poesía de Rūmī, un poeta del siglo XIII, de Pablo Neruda, de Dulce María Loynaz, son alimento para el alma. También me nutro muchísimo de nuestra espiritualidad, de nuestra tradición afro religiosa, de la Regla de Ocha, de la santería. Me fascina, además, ver cómo esa tradición cultural y espiritual tan fuerte, ha sobrevivido en varios lugares de este mundo a pesar de la violenta represión a la que fue sometida.
Este año sacaré un nuevo disco que grabé en Salvador de Bahía, cuyo punto de partida fue mi curiosidad por ver cómo sobrevivió en Bahía la tradición africana. Cuando llegué ahí, salvo por el idioma y dos o tres detalles, me sentía como en Cuba. Esas son cosas que me nutren muchísimo. Cuando ves el significado profundo de las leyendas yoruba, toda esa sabiduría —más allá de que uno crea o no crea en sus deidades—, y analizas los arquetipos de lo que significa Oshún, de lo que significa Oggún, de lo que significa Yemayá, te das cuenta de que es un contenido muy potente e inspirador.
Tu conexión con la naturaleza es muy notable. ¿Por qué te resulta importante ese vínculo?
Hay algo en mí casi místico, puedo decir, cuando estoy en contacto con la naturaleza. Siempre digo que no necesito ir a ninguna iglesia. Ni a ningún templo. Yo entro lo mismo en un templo budista, que en una sinagoga, que en una iglesia; entro, eso sí, con respeto, porque siento que la presencia de Dios o del Universo —como queramos llamarlo— se encuentra en todos lados. Sin embargo, siempre he sentido que mi templo es la naturaleza. Yo me pongo frente al mar, frente a un lago, a admirar un paisaje y siento una experiencia espiritual muy profunda, más de la que puedo sentir en cualquiera de los edificios construidos por el hombre para adorar a un Dios.
Pienso que somos muy poco responsables con la huella que dejamos para las generaciones futuras y ante el daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos. Tenemos que cuidar el planeta en el que estamos viviendo. ¿Por qué dañar nuestra fuente de vida? Los que estamos de invitados somos nosotros; estoy convencida de que tarde o temprano, si llevamos al planeta a un punto de no retorno, nosotros vamos a desaparecer y el planeta se va a regenerar, como lo ha hecho otras veces. Ni siquiera es un problema de salvar al planeta; el planeta se va a salvar solo. Es salvar nuestra humanidad.
En el 2013 vio la luz Ochumare. ¿Qué impronta ha dejado este trabajo en la vida de Yilian Cañizares?
Justamente este año 2023 estoy celebrando 10 años de carrera discográfica porque Ochumare fue mi primer álbum como solista, con mi propio proyecto. Es un disco al que le tengo mucho cariño porque en él estaba buscando mi propia voz, mi propio camino, y han sido tantos los pasos desde ese álbum hasta ahora que por eso quiero festejarlo, para darme fuerzas también para lo que está por venir.
No soy mucho de mirar atrás. Muchas veces cuando termino mis discos no los escucho más; termino de grabar y ya estoy pensando en el próximo proyecto. No quiero vivir en el pasado. Para mí un álbum es como una fotografía de un momento de mi vida. Al terminarlo, esa persona, esa Yilian, es otra, ha evolucionado. Esa música ya no me pertenece más; le pertenece al público y yo sigo tratando de crecer. Pero sí quiero celebrar Ochumare por la bonita aventura que ha sido para mí y la suerte que tengo de poder compartir mi música con el mundo.
Has comentado antes lo cercana que eres a la danza. En ese sentido, en ocasiones tu música ha sido abrazada por el bailarín, coreógrafo y director Julio Arozarena. Coméntanos un poco más sobre esta relación.
Tengo una relación muy bonita de amistad con Julio, que es un maestro de la danza y de la coreografía —fue mano derecha de Maurice Béjart durante muchos años—. Como es natural, cuando uno tiene amigos, uno habla con ellos de las cosas que le interesan, de manera que nuestras colaboraciones siempre han surgido así: o él escuchando mi música o yo disfrutando de sus creaciones. He tenido la suerte de escribir música para sus obras y también de que él cree coreografías basadas en mi música. De hecho, existe un video del tema Habanera que está completamente basado en una coreografía suya. La historia detrás de ese video es increíble: íbamos a comer juntos, yo por ese tiempo estaba mezclando el álbum, en mi mundo, y le pongo un fragmento para que escuche. Él hace una cara como que de sorpresa y me dice: “Espérate ahí, pon pausa”. Luego trae un tablet y me muestra un video con una coreografía que estaba creando y que todavía no tenía música. Entonces me pide que reproduzca mi tema a la par del video. Cuando veo la historia de esos bailarines bailando, era la historia que yo estaba cantando en la canción. Fue una conexión astral.

Rolando Luna y Yilian Cañizares en ensayos. Foto: Rick Swig.
¿Cuánto te ha aportado, desde el punto de vista personal y profesional, compartir escenario con músicos como Chucho Valdés, Rolando Luna, Ibrahim Maalouf, Richard Bona, Roberto Fonseca, entre otros?
Cada músico con quien tengo la dicha de compartir es un maestro para mí. Y en muchos casos, se convierten también en amigos. Ese es el regalo más lindo. Para el concierto del 29 de enero del Fondo de Arte Joven, compartí por primera vez con el cuarteto de cuerdas Opening Cuba; y colaboré con Rolando Luna — mi compañero de estudios desde la infancia y un pianista increíble—, con el maestro de la percusión Yaroldy Abreu y el contrabajista Jorge Reyes. Junto a ellos trabajamos mis composiciones, pero de una manera en la que nunca las había escuchado. Porque lo lindo de las colaboraciones es la libertad de darle a cada músico la posibilidad de expresar quién es, de expresar su alma. Yo terminé fascinada porque estos temas, que en algunos casos he oído tantas veces, casi los descubrí de nuevo con estos tremendos músicos con los que compartí en esta ocasión. Entonces, siempre hay una enseñanza. Hay muchas maneras de ver una obra, de entender un tema, y ahí la colaboración con el otro es fundamental. Por ello también me encanta compartir música con Ibrahim Maalouf o Richard Bona, que me llevan a lugares a los que no hubiera ido por mis propios pies, porque no son parte del universo en el que crecí. Ellos me sitúan en un mundo nuevo y sorprendente para mí.
En 2018 fue el lanzamiento de Aguas, álbum a dúo con Omar Sosa y en el que participa además el percusionista cubano Inor Sotolongo. ¿Cómo recuerdas esta creación conjunta?
Para mí hay un antes y un después de ese disco. Primero, porque la experiencia de conocer personalmente a Omar fue muy potente. Ya yo estaba conectada con su obra, venía de mi primera gira por Brasil, llegaba a Francia a tocar. Justo en el avión me percaté de que mi concierto era antes que el suyo, pero nunca imaginé que lo iba a conocer. Sin embargo, cuando salí del escenario ahí estaba él, nunca lo olvidaré: Omar, vestido de blanco, esperándome con los brazos abiertos, diciéndome “tenemos que hacer algo”. Y así de rápido decidimos que grabaríamos. Me fui para su casa en España, con su familia, a ver qué iba a salir porque queríamos componer juntos. Los dos teníamos cuatro días, entre gira y gira, y en cuatro días hicimos un álbum completo. Ese proyecto cambió también mi manera de componer.
Realmente fue el encuentro con un padre musical y espiritual. Él ha sido uno de los maestros y ángeles guardianes que me ha enviado el universo. Es muy fácil admirar a la Yilian Cañizares que ha ganado premios, pero elogiar así el talento cuando todavía no ha sido reconocido… Esas son cosas que no se olvidan. Omar me enseñó a confiar, tú tienes voz propia, me dijo. Lo mismo le he dicho a los músicos aquí en la masterclass que ofrecí, porque en la escuela no nos enseñan eso. Nos enseñan muchas cosas que al final no son tan útiles como el trabajo interior.
Al final del día, tú siempre estás sola contigo misma. El trabajo es interior todo el tiempo. Ahí es donde tienes que estar en paz. Perdonarse uno mismo. El error es parte también del crecimiento. Pienso que estamos aquí en esta tierra para dar luz a nosotros mismos. Para crecer espiritualmente y para ayudar, darle luz a otros. De la manera que sea, con la herramienta que sea: la música, la psicología, hay gente que ayuda con la comida. Pero estamos aquí. La vida es una elección constante, ¿sabes? Elegir la luz, la luz, la luz.
Me gustaría que conversáramos de un tema del que no se habla mucho en entornos creativos pero que, al escucharte, siento la necesidad de preguntar: ¿cuán importante es para ti el cuidado de la salud mental?
Súper importante. Sin la salud mental no tenemos nada. Vivimos en un mundo en el que, lamentablemente, cada vez se le da menos importancia y menos cuidado. Yo, por ejemplo, tengo una rutina muy personal: primero, la meditación y después el ejercicio físico, sobre todo en momentos de grandes desafíos emocionales. Cuando uno está atravesando un periodo difícil de vida, esos son dos elementos que me ayudan a hacer catarsis. También es importante tener con quién hablar, ya sea con un profesional, con la familia, con un amigo o con todos, porque cada uno tiene una visión.
En el caso de los artistas, estamos expuestos a altos niveles de estrés. Por la exigencia, porque supuestamente no tenemos derecho al error, porque da lo mismo si tu concierto de ayer fue bueno, si el de hoy es malo pues el de ayer no existe; a veces piensas que no tienes ni siquiera derecho a enfermarte, porque si el concierto se anula es como si se fuera a acabar el mundo. En ese sentido, yo estoy haciendo un gran trabajo para entender que lo primero es el ser humano y, después, todo lo demás. Porque si Yilian, la mujer, no está bien, ¿qué puede darle al público? La música me ayuda muchísimo. Cada vez que he tenido un período muy difícil en mi vida, la música ha estado ahí para mí.
Esa es una gran suerte que tenemos los artistas: a través de la música podemos expresar muchísimas cosas. Pero este tema de la salud mental es global, y hoy las redes sociales influyen muchísimo, porque estamos proyectando imágenes que en muchos casos son falsas o inalcanzables; a veces tenemos la impresión de conocer una persona y no sabemos por lo que está atravesando. Recientemente hubo un caso de un DJ muy conocido en Estados Unidos [DJ tWitch] que posteó un video donde se veía súper feliz, súper contento y al otro día se suicidó. O sea, puede haber una disociación tan grande entre la imagen que uno proyecta en las redes sociales y la realidad de lo que uno vive. Pienso, entonces, que las reglas del juego están cambiando y que nosotros, como sociedad y como individuos, vamos a tener que adaptar nuestra manera de ver la salud de modo más holístico.
El álbum Erzulie, grabado en New Orleans con tu grupo The Maroons y varios invitados como Christian Scott y Michael League, asume el nombre por una deidad haitiana. ¿Por qué grabarlo en New Orleans? ¿Qué vínculos existen entre tu música y Haití? ¿Qué nexos encuentras entre los ritmos cubanos y los de la tierra haitiana?
Haití y Cuba han sido hijos criollos de África, como también lo es New Orleans. Yo he estado en allí varias veces y, si quitas el inglés y miras a la gente caminando en la calle, piensas “estos son cubanos”, “se mueven como nosotros”. Grabé este disco en New Orleans no tanto por el jazz, sino porque es parte de esa diáspora criolla, es como un delta donde confluyen los diferentes hijos de África.
A Haití fui por primera vez en el 2017 y quedé muy impresionada. Estamos acostumbrados a escuchar de ese país siempre la parte mala; y, por supuesto, Haití va mal en muchos sentidos, pero tiene un pueblo de una dignidad y una cultura que a mí me conmovieron. No podemos olvidar, además, que fue el primer el primer país libre en esta región. Sin Haití no fuéramos libres nosotros hoy, ni el resto de América Latina. En ese viaje sentí una conexión profunda con esa tierra, de amor, de respeto. Así que decidí dar una imagen de Haití que no fuera negativa. Erzulie —que al final es otra manera de llamar a Ochún— me pareció que era el arquetipo perfecto para mostrar esa otra parte.
Hacer esta música, inspirada en ese viaje, fue un proceso muy lindo, de pura energía. Yo no tuve la pretensión de hacer música haitiana, sino de simplemente ver, desde mi perspectiva, esa cultura, compartir con algunos músicos haitianos, con músicos africanos, con músicos cubanos y dar una visión abierta, global, de lo que yo sentí con esa música.
Es uno de los proyectos más bonitos que he hecho, aunque lamentablemente salió justo antes de la pandemia y no pudo girar tanto como me hubiera gustado. Sin embargo, es uno de mis discos que a la gente más le gusta, quizás porque tiene algo que es muy verdadero. Fue nominado a los premios de Songlines Music Awards en Inglaterra. A veces pregunto en las redes sociales, ¿cuál es el tema que más les gusta de mi trabajo? Y muchos de los mencionados pertenecen a este disco. Entonces hay algo ahí, toda la energía que inspiró ese disco, que llega a la gente. Haití es otra casa para mí.
Con respecto a los nexos entre mi tierra natal y la haitiana, hay muchos. No podemos olvidar la tremenda inmigración haitiana que hay acá, sobre todo en Oriente, y en Camagüey. Muchas veces nuestros ritmos tienen también esa influencia haitiana. En todo eso me inspiré para el disco. Al final fue muy fácil y fluido. En el proceso, me pasó una cosa curiosa: cuando ya había escrito las obras, busqué músicos que, en mi opinión, encarnaran el espíritu de este álbum. Cuando los contacté, hice un grupo de WhatsApp, porque muchos de ellos no leían partituras y me pidieron que les mandara los audios. Aquello me pareció fabuloso, porque eran músicos que iban a tocar desde el corazón, sin prejuicios, sin estructuras; no iban a tocar con los ojos. Nos divertimos muchísimo en el proceso.
Hablemos un poco de tu vínculo con el Fondo de Arte Joven, impulsado por la Embajada suiza en Cuba y COSUDE. ¿Por qué es necesaria la existencia de este fondo?
Yo no formo parte de la gestión del Fondo. Soy una suerte de consejera para la parte de música, porque este fondo incluye artes plásticas y música. Es súper importante realizar acciones concretas que apoyen a los artistas emergentes aquí en Cuba, porque hay muchas necesidades de todo tipo (materiales, de conocimiento, de información de oportunidades, de intercambio)… Entonces, este fondo tiene como objetivo intentar canalizar esas necesidades y acompañar también. Por mi trayectoria, sé lo importante que es poder tener acceso a acciones como estas que te cambian realmente la vida. El hecho de tener una institución que te apoya, que te permite realizar un proyecto que solo no podrías concretar, que cree en ti, que te da un impulso. Lo veo como un trampolín. Las piernas son de uno, pero tú tienes que tener una plataforma que te permita saltar un poquito más alto que lo que te permiten tus piernas en ese momento, y eso es lo que intenta hacer el Fondo.
¿Por qué decidiste impartir clases magistrales para muchachos tan jóvenes acá en Cuba, a propósito de una de las acciones del Fondo? ¿Cuánto te aporta el magisterio?
En primer lugar quiero devolver al país donde nací lo que aprendí en el camino. Tengo la suerte de impartir masterclasses en Suiza, de que me inviten alrededor del mundo, pero acá no había tenido esa oportunidad, ni de compartir experiencias, ni de tocar. Cuando se presentó, no pude decir que no: primero porque los muchachos lo necesitan, segundo porque a mí me da mucha satisfacción contribuir humildemente con el desarrollo de esos jóvenes. Además, como le comentaba a las muchachas del Fondo, yo me nutro muchísimo también; o sea, esa relación maestro-alumno para mí se da en dos sentidos. No hay uno que enseña y el otro que aprende, los dos estamos intercambiando y aprendiendo.
¿Qué se siente ser una suerte de embajadora cultural entre Cuba y Suiza?
Son mis dos países. Es como unir dos puntas del mismo lazo. Yo estoy bailando entre el uno y el otro, y me parece tan bonito poder también encarnar una manera quizás hasta diferente de la cubanidad, ¿sabes? Estamos en un momento en el que uno puede ser cubano, suizo y ciudadano del mundo. Somos múltiples, porque vamos creciendo, nos vamos enriqueciendo; entonces yo realmente me siento como un puente para ambos países desde la comunicación, desde la apertura, desde la tolerancia y desde el arte.
Adelántanos algo sobre tu próxima producción discográfica, Habana-Bahía. ¿Bajo qué sello saldrá? ¿Con cuántos temas? ¿Cuánto duró el proceso de grabación?
Como te comenté, es un álbum que grabé en Salvador de Bahía, y es, además, un disco que celebra la vida y la unión de dos culturas que le han dado muchísimo al mundo. Bahía es uno de los asentamientos de negros más importantes de Brasil y trabajar con los músicos brasileños fue extraordinario. Dejarme abrazar por eso, y por una cuna tan potente como la de Cuba, es una bendición. Siento que eso se va a sentir en el álbum, en el que he explorado otras sonoridades, porque siempre estoy tratando de hacer algo diferente —de lo contrario me aburro, ¿no?—. Estoy deseando ver cómo lo va a acoger el público.
Serán 10 temas en total. Grabamos en una semana allá en Salvador con una cantidad de invitados increíbles. Todos los días por la mañana y por la tarde tenía invitados en el estudio, gente que tenía prevista, gente que no tenía prevista, que iba llegando. Además, lo que me gusta es que los invitados son muy variopintos: tengo una muchacha que es rapera; percusionistas, por supuesto, pero también gente de la tradición. Tengo, por ejemplo, una señora que se ha dedicado a profundizar en más de mil leyendas afrobrasileñas; además estará Tiganá Santana, cantante y compositor maravilloso, un poeta. Los invitados son muy variados y esa es también una de las riquezas del disco: fue una gran fiesta, como una gran celebración.
Saldrá bajo mi propio sello. Soy una persona emprendedora. Quiero ser un modelo para los jóvenes también en eso, sobre todo para las jóvenes mujeres. Que entiendan que una puede no solamente ser músico, sino gestora, empresaria. Que una puede ser líder de proyecto. Que puede ser todo lo que una quiera en la vida.
La palabra resiliencia se ha puesto de moda a nivel mundial después de la pandemia, sin embargo los cubanos hemos tenido que serlo desde antes. En tu caso, ¿por qué la elegiste como título para tu disco?
En el momento en el que hice la música de Resilience, no podía hablar de otra cosa porque era lo que estaba viviendo el mundo a nivel global. A nivel personal también necesitaba tener esa capacidad, estaba en un momento de: “bueno, te has caído como se cae el mundo, abrázate”.
Mi manera de levantarme fue a través de la música. Tuve que aceptar y abrazar todas las experiencias que estaba viviendo y transformar aquello en oro, como una alquimista. Me preguntaba, además, cómo podía conectar con otras personas que estaban atravesando el mismo proceso, cómo decirles que no estaban solas. Así fue el proceso de cada una de esas composiciones: aceptar todo lo que estaba pasando y dejar una huella positiva. También, a veces mostramos solo lo perfecto y en ocasiones es importante decir “esta también soy yo, esta vulnerabilidad también hace parte de mí, y es mi fuerza; tengo que aceptarla y quiero compartirla con la gente”.
Hace muchos años no tocabas en Cuba. ¿Qué se siente finalmente volver?
Yo nunca he pasado un año sin venir a Cuba, pero hasta ahora —por diversas razones— no se había dado la oportunidad de ofrecer un concierto. Me siento muy emocionada. Aquí están mis raíces y las de mi música; está mi familia, y está el público cubano. Poder compartir lo que hago con ellos me hizo muchísima ilusión.