
Violencia de género en la producción de espectáculos: cambiemos las reglas del juego
Realmente no recuerdo cuándo me di cuenta de que a veces era víctima de violencia de género. Creo que pude haberlo percibido, pero o no fui lo suficientemente consciente, o lo pasé por alto, o lo resolví, o aprendí a vivir con ello. En cualquier caso, ninguna de esas opciones hoy “me sirve”.
Yo empecé a producir muy jovencita. Me metí en la pata de los caballos con 23 años, siendo una niña “sin calle” que apenas montó bicicleta o “mataperrió” y jamás se fajó en la escuela. Comencé a trabajar con un equipo de técnicos de espectáculo, todos hombres, para quienes yo era “la niña”. Con ellos no cogí mucha calle, pero tuve que ingeniármelas para que me respetaran por razones distintas a “tener el culo grande”. Hoy siguen trabajando conmigo, y me siguen mirando el culo, pero lo que yo diga se toma en cuenta, y si me toca a mí poner las reglas del juego, ellos las cumplen.
Ese es uno de los principales complejos que tienen los hombres implicados en la producción de espectáculos: ser subordinados de las mujeres. Librar esa batalla ha sido, y sigue siendo hoy, uno de los retos más difíciles de mi carrera.
El gremio del espectáculo está dividido según funciones: artistas, técnicos (de sonido, luces, tramoyas, pantallas, audiovisuales), equipos de seguridad, choferes, montadores, productores y managers. Desgraciadamente, cuando vas a una producción las mujeres implicadas somos o productoras, o managers, o artistas, o —y me alegra muchísimo que cada vez con más presencia— operadoras de cámaras y fotógrafas. Es muy extraño encontrar una sonidista mujer. Aunque las hay, la desventaja en número con los hombres es abismal. Pero con las mujeres diseñadoras de luces es más crítico. Pensándolo bien, creo que no conozco a ninguna. Y pudiera seguir estableciendo comparaciones, pero creo que la esencia es clara: en una producción de espectáculos las mujeres productoras tenemos que lidiar con un sinnúmero de hombres expertos en el resto de las especialidades que tienen que subordinarse a nuestros requerimientos. Y ahí se caga la perra.
Cuando salí del cascarón que significó aquel equipo de técnicos con los que empecé, vinieron mis primeros encuentros con la realidad: “los criterios no son negociables”; “las cosas se hacen así porque yo llevo muchos años trabajando en esto y es así como se hacen”; “ voy a hacerlo como tu quieres mami, y así quedas en deuda conmigo; eso lo resolvemos en el cuarto”; “la producción la tienen que dirigir mujeres o maricones porque con una sonrisa y un meneo resuelven todo”; “ve a la reunión y ponte un pantaloncito apretado y verás como todo lo resuelves”. Lo peor es que llega un momento en el que terminas repitiendo tú la misma frase y vas con el pantalón apretado y le dices que estarás en deuda con él. Y te conviertes tú misma en una abusadora, contigo.
Pero es solo cuando lo ves desde otro ángulo que te das cuenta.
Hoy las mujeres no solo lideramos la producción de espectáculos, sino que nos juntamos y hacemos equipo. Por eso logramos hacer cosas grandes juntas. Tenemos mujeres haciendo producción general, coordinación general, dirección artística, producción de campo, jefatura de escena, dirigiendo y ordenando transporte y alimentación, controlando entradas y miles de etcétera. Las mujeres nos cuidamos unas a las otras, y entonces nos damos cuenta, mirando desde afuera, de lo que les sucede a las demás. Aunque no sepa cuándo tomé conciencia de que estaba siendo víctima de violencia de género, sí sé cuándo fue víctima la otra. Así vi cómo a una muy flaquita la cargaron en peso en el escenario, cómo a otra le manotearon y cómo a otra la ridiculizaron (la lista de anécdotas es inmensa).
En términos de género, el desempeño profesional en el mundo del espectáculo requiere una constante superación. Las mujeres tenemos que estar todo el tiempo educando a la gente con la que trabajamos. Es una especie de código, en el cual sabes que, a equipo nuevo, entrenamiento nuevo.
Por supuesto, estoy segura de que esto no es solamente inherente a la producción, pero es que justo en el mundo del espectáculo la figura femenina está agarrando fuerza, en primer lugar en esta área, aunando a la otras. Hoy son mujeres las que organizan los festivales musicales más importantes en Cuba: Jazz Plaza, Fiesta del Tambor, Havana World Music, Varadero Josone Festival, JoJazz… El Festival de Gibara que, si bien no es de música, tiene en ella una de sus principales motores para el público, también tiene mujeres a la cabeza. Si censáramos los crew de los eventos mejor realizados en Cuba, estoy casi segura de que la gran mayoría de las directivas estará integrada por mujeres. ¿Será acaso una reacción femenina que sigue la máxima de “en la unión está la fuerza”?
Corto. Cuando se te olvida el culo (el tuyo) y te pones bien de frente, nadie puede contigo. No hay sexo en este negocio, o lo haces o te quedas; seas hombre, mujer o mueble. Es siempre bueno decir “Coño! Lo hicimos! Tú con ellas, y ellos y todos. Sin sexismo, sin culos, sin plumas, sin polainas. Cuando pones lo que pones aquí, ya das por sentado el acoso, el culo y el sexo, y además en por cientos. No. Tenemos que ser siempre más.
[…] Una película que propone reivindicar los derechos de la mujer en la gran empresa de la música en una época determinada me deja mal sabor también en estos días, como una historia cíclica. Rápido recuerdo un texto que hace poco leí en la Revista AM: PM sobre la producción de espectáculos. […]