
Un like y un comentario para La Charanga Forever
La música bailable en Cuba recibió un fuerte golpe a finales de la década de 1990 tras la escisión de la Charanga Habanera en 1998 (divididas en Charanga Habanera y Charanga Forever). Tal ruptura provocó la pérdida de una interesante línea evolutiva del son dentro del movimiento timbero de este periodo. Esta variante, que en alguna medida había estado condicionada por el formato instrumental del que se había nutrido en sus inicios (charanga típica), alcanzó un notable valor conceptual y un aporte al equilibrio entre los diferentes planteamientos orquestales de esta década. La Charanga Habanera de esos primeros 6 años, entre 1992 y 1998, llegó a ser la banda que más fuerte sonoridad logró sobre todo al final de este sexenio ―por supuesto, siempre después de Van Van. Todo ello sin drum y sin guitarra bajo, nada sencillo. La suspensión por seis meses después de ciertas acrobacias de Michel Maza y sus intentos por desarroparse en un concierto masivo en La Piragua no amilanó a los «elegantes de la pista»; la reincorporación tras aquel receso los trajo de vuelta con un reforzamiento sonoro inusual (recordar: La suegra y La paletica). David Calzado se enorgullecía en aquel entonces al decir que La Charanga Habanera no hacía timba.
El cisma, dado entre David y todos sus músicos (con la excepción del cantante Michel Maza), provocó que el director tuviera que replantearse varios conceptos para su nueva orquesta, que por supuesto, seguiría con el mismo nombre. Comenzó una nueva forma de tumbar en el bajo, más cortado en los montunos ahora (a la larga Pedro Pablo Gutiérrez parecería insustituible en las dos agrupaciones, tras dejar a la Forever a poco de haber surgido), golpes en el mismo para una mayor cobertura durante el masacote, un timbal menos protagónico e inquieto esta vez, nuevas oquedades, sobre todo en las presentaciones en vivo, nueva tímbrica de la banda en sentido general, si bien la marcha se mantuvo igual de cerrada. Fue así como una gran campaña de relaciones públicas del incansable Calzado, unido a un liderazgo muy diferente, en el sentido musical y administrativo, de lo que se dio a llamar Charanga Forever tras la ruptura, encaminó a aquella experiencia tan interesante, ya bifurcada, por otros derroteros. En definitivas, La Charanga Forever y el tipo de música que trató de defender, resultaron los grandes perdedores. David era la cabeza; David podría cambiar de concepto, de músicos, y subsistir más fácil que lo que otro podría hacerlo apropiándose del suyo ya consumado.
No obstante, el primer álbum de la Forever La Charanga soy yo (Caribe Productions, 2000), creó mucha expectativa. Si bien no quedó a la altura del referente anterior más cercano (Charanga Habanera, Tremendo delirio, 1997) en materia de mezcla y masterización, las composiciones, a pesar de no contarse ya con los mismos hilos de promoción, resultaron no solo más sabrosas y auténticas, sino más sólidas y de mayor valor musical. Se notaba una evolución. Aunque lamentablemente exista una distancia, no solo temporal, entre aquel primer disco de los herederos de Calzado y sus últimas producciones discográficas, escuchar a la Forever siempre trae alguna reminiscencia de aquella extraña derivación timbera, algo minimalista desde el punto de vista rítmico si se compara con el éxtasis en que sumergía al público. No obstante, los descuidos en su última producción discográfica, Dale like (Bis Music, 2019), a estas alturas son imperdonables, sobre todo, si se tienen en cuenta las ganancias de calidad en los diferentes frentes requeridos para la producción de un fonograma en las disqueras nacionales. No es cuestión de ser excesivamente rudos con los muchachos de Bocalandro, pero, cada vez menos se pueden justificar las desafinaciones de los cantantes en un fonograma de esta naturaleza, como si no hubiera habido tiempo para la rectificación del error. Se nota desajuste en los coros, imprecisiones en los metales, mientras que el aire de los temas está demasiado adelante (tempo rápido); tanto la Habanera como la Forever echaban mano con frecuencia a temas más lentos alguna que otra vez para exhibir cierta cadencia particular (con interesantes planteamientos soneros).
Esta línea iniciada por David Calzado en 1992 siempre se ha caracterizado por un encadenamiento armónico estable y repetitivo, y hasta cierto punto, puede decirse que la concepción del entramado rítmico discurre por una planificación similar. La unión de ambos elementos ha probado un alto grado de eficacia en el bailador, que agradecía además, ya desde aquellos inicios, las saturaciones de baby-bass y bass drum como el complemento perfecto de esa síntesis. No obstante, no se percibe en este disco que haya el más mínimo intento de oxigenar tal concepción. Y ahí está el reto de cualquier agrupación de música cubana bailable en estas últimas décadas: cómo mantener un sello y no repetirse al mismo tiempo. Desafortunadamente, esto es lo que ha sucedido con los tres últimos fonogramas de la Forever. Todos los temas de estos discos son en extremo similares. No hay un intento de hacer una variación en las entradas de los temas, tampoco en las secuencias de la percusión, los efectos, etcétera. Las estructuras de las composiciones, una vez pasado el primer montuno, son las mismas de siempre y fácilmente predecibles.
En ocasiones un montuno pegajoso,una frase que engancha al público o las composiciones en sí pueden llegar a ser la tabla salvadora de un álbum; esto que puede resultar más difícil de conseguir que un arreglo de calidad y un cuidado técnico de la música, porque depende de inspiración y talento para la composición, tampoco se echa a ver en este disco.
La Charanga Forever merece no solo una, sino varias oportunidades. Para los que siguen solo a las orquestas de primera línea, los chicos de Bocalandro, quienes mantienen activa agenda de presentaciones fuera de la Isla, quizás sean un grupo más dentro del pelotón de retaguardia. Sin embargo, resulta que la idea que intentan defender aún mantiene cierto atractivo porque está conectada con una manera muy específica de defender la timba, más allá de las limitaciones; y quizá, desde el punto de vista de cierta memoria colectiva, nos devuelve aquellos años 90 del pasado siglo en los que esta música, en bailables masivos y frecuentes, dejó cierta huella en los bailadores.
Soy del criterio de que cualquier intento de replantearse esta agrupación debería pasar por un estudio y desmontaje morfológico del bajista Pedro Pablo Gutiérrez, quien fue en definitiva la columna vertebral de aquella primera Charanga Habanera y del primer disco de la Charanga Forever. El planteamiento de la percusión, el tipo de marcha y otros tantos entresijos rítmicos, armónicos y hasta tímbricos, se estructuraron en esta línea a través de la fuerte personalidad musical de este bajista que llegó a ser una pieza clave en los arreglos de las dos agrupaciones. Y no estamos hablando de su capacidad inusual de hacer slaping con dos manos en el baby-bass, ni su virtuosismo al colocar tantas notas como fuera posible en ciertos pasajes, sino de ese saber hacer que se sedimenta cuando un bajista que conoce bien la tradición que le precede, logra volcarlo a un nuevo contexto y crear algo nuevo, que nunca es nuevo del todo; cuando logra encontrar no solo la nota exacta para el tumbao que quiere crear, sino cuando la sabe omitir o dilatar (en la estela de Israel López Cachao, Juan Formell, Humberto Perera, por citar solo tres.)
Si bien es cierto que en este tipo de música ya casi todo parece inventado, creo que, como mínimo, en este disco, Dale like, pudieran haberse cuidado todo un grupo de detalles técnico-musicales que no precisamente están asociados a la creatividad y al talento, pero sí a la experiencia mínima que impone una escena y un estudio de grabaciones. Porque, en música bailable, nosotros, los isleños que la consumimos en un sentido que va más allá de lo fruitivo, agradecemos ciertas cuestiones formales cuando hay dificultades de contenido. Para otros puede seguir siendo algo exótico. Para nosotros, es nuestra música, definitivamente.