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Artículos Ilustración: Mayo Bous Ilustración: Mayo Bous

Un edén a cielo abierto: Tropicana (II)

Corren muchas historias sobre la última noche del año 58 en La Habana. Historias sobre círculos de poder civiles y militares, grandes empresarios y colonos, mafiosos, amantes abandonadas en la Isla o enviadas a los Estados Unidos a esperar el nuevo año, aeropuertos y aduanas, embarcaderos, puertos, yates, aviones, avionetas… El famoso cabaret Tropicana no escapó a ello.

Aquella noche el lugar estaba como ensombrecido. Un ambiente extraño se había apoderado de las pasarelas, la vegetación, el vestuario de brillos y colores, los cristales y las estructuras de hierro, arcos y jardines. Todo el complejo padecía de una rara penumbra, a pesar de las luminarias eléctricas que pululaban por cada rincón del cabaret más bello del mundo.

Primero entró, casi a escondidas, un militar de alto rango y se reunió en privado con Ardura, el segundo al mando del emporio encabezado por Martín Fox. En cuanto el militar se marchó, Ardura cerró bajo llave su oficina y desapareció. Después luces y ruidos de motores de avión surcaron el cielo para asombro de los empleados y artistas del nightclub. Finalmente un murmullo corrió de mesa en mesa. Sus ocupantes —la mayoría se incorporaron asustados y abandonaron el lugar en estampida, intentando aparentar cordura sin mucho éxito.

Al día siguiente, la noticia de la huida de Fulgencio Batista estalló en toda la Isla. Banderas cubanas y del Movimiento 26 de Julio se levantaron en los brazos de quienes celebraban el derrocamiento de un dictador tropical que había sido acosado por la guerra de guerrillas en las montañas y las acciones de desgaste en las ciudades. Los rebeldes con sus tupidas barbas, sus largas melenas y sus collares de semillas de Santa Juana salieron a la luz y hechizaron a La Habana y al mundo.

Ardura desapareció aquella madrugada hacia la Florida en una avioneta que él piloteaba. Los pocos testigos de la fuga aseguran que llevó consigo grandes bultos aparentemente repletos de dinero.

Después de dos o tres días de cierre por la huelga general decretada por quienes tumbaron a Batista del poder, el cabaret reabrió. Lo hicieron sus salones con los shows y el servicio de restaurante y bebidas, no así el casino. Fue una de las primeras medidas tomadas por el gobierno revolucionario: prohibir el juego por dinero.

Rodney continuó haciendo sus grandes producciones, por difíciles que fueran. Se sabía que habría escasez de recursos para la variette, y no solo en telas: en mallas, zapatos, maquillaje… en todo. El casino, que financió los shows en su momento, ya no aportaba ni un céntimo.

Por su parte, Rodney emigró en 1960. Fue sustituido por Armando Suez, quien siguió al pie de la letra los cánones que estableció el bien llamado “mago del espectáculo”. Martín Fox también se marchó. Pero Tropicana continuó con sus grandes shows aunque el turismo europeo disminuyó, el norteamericano desapareció, las figuras extranjeras dejaron de arribar a la Isla y muchos artistas cubanos se marcharon a otros países.

Armando Romeu se mantuvo al frente de la orquesta, algo decisivo para que coreógrafos y directores artísticos lograran aprehender el sello de sus antecesores. En esta nueva etapa Romeu fue tan colaborador, creador y experimentador de sonoridades y efectos para realzar coreografías e interpretaciones vocales como lo había sido en la era de Rodney. 

En los primeros años encontramos los nombres de Rosita Fornés y Armando Bianchi, Esther Borja, Paulina Álvarez, Merceditas Valdés, Edelia Ferrer… Con el tiempo hubo otros que se establecieron en los espectáculos del famoso club nocturno durante largas temporadas: Regla Becerra, bailarina que allí se convirtió en vedette; Tomás Morales, destacado bailarín de variedades que trabajó durante más de 30 años en Tropicana también como cantante, coreógrafo y director de varios espectáculos; Carlos Moctezuma, actor consagrado como el pepillo del vernáculo; Caridad Cuervo, magnífica cantante afro que continuó el estilo de Celia Cruz; Marta Estrada, pionera de la balada en Cuba; Gina León, una cancionera de estilo elegante y afinación casi perfecta; los cuartetos Las D’Aida, los D’ Enríquez, Los Modernistas o el de Meme Solís, entre otras agrupaciones vocales de ese formato. Otros de los nombres que brillaron en los predios que colindan con la línea de ferrocarril Zanja-Marianao —ya en desuso— y el inmenso colegio que antes fuera religioso y que ahora pertenece al Instituto Técnico Militar fueron los de Aurora Basnuevo, en su rol de cantante y actriz humorística, Farah María quien hizo época con su belleza y sus movimientos felinos, ya solista y en rol de vedette, Celeste Mendoza, los Tambores de Bejucal, Pello El Afrokán y su Mozambique, Omara Portuondo, Elena Burke, Moraima Secada, Leonora Rega, Annia Linares, Mirtha Medina, el fonomímico Centurión y Malena Burke. Sería interminable el listado de artistas que pasaron por este otro Tropicana, en este faltan por ejemplo bailarines, acróbatas y figuras de hoy.

También han sido muchas las grandes revistas de este tercer periodo del cabaret. La más recordada de ellas es, probablemente, Los romanos eran así, bajo la dirección de Joaquín M. Condall, que se estrenó en 1972. Con excelentes sketches escritos por Enrique Núñez Rodríguez, esta gran producción contó con las actuaciones de Carlos Moctezuma y Regla Becerra, entre otros. Momentos estelares de ese gran espectáculo estuvieron comandados por los Tambores de Bejucal, un acto de leones amaestrados y brillantes números de acrobacia. Otra muy recordada producción fue Buenos días INIT, estrenada en 1963 bajo la dirección de Joaquín Riviera. Fue, tal vez, la primera gran producción que dejó claro que el camino emprendido por Rodney podía continuarse. 

Permanecen además en la memoria Almanaque, dirigida igualmente por Joaquín M. Condall; Brindis por Tropicana, bajo la égida de Amaury Pérez García; así como Tropicana canta y baila para usted y Si me miras y me besas, ambas con coreografía de Santiago Alfonso y dirección de Fernando Valdés.

Si de grandes  éxitos seguimos hablando, no pueden faltar Carnaval de Lecuona y La Gloria eres tú, de Santiago Alfonso y Tomás Morales, quien firmó también Tambores en concierto, una panorámica de los principales ritmos de la música cubana.

Los coreógrafos y directores artísticos que en este tercer periodo de Tropicana permanecieron de manera continua al frente de los espectáculos y aportaron más a ellos han sido sin lugar a dudas— Guanari Amoedo y los ya mencionados Tomás Morales y Santiago Alfonso.

Hay algunos cuadros memorables en esas grandes producciones como el juego de pelota con bailarinas en la pista en el rol de peloteras y el narrador deportivo Rubén Rodríguez describiendo la mayoría de las noches en vivo el enfrentamiento, y el Changó o el Sun Sun Bambaé, dos danzas impresionantes del folclor afrocubano. Hoy se mantienen siempre en los espectáculos la Damisela encantadora de Lecuona, interpretada por un solista vocal masculino y las figurantes con lámparas alumbradas como tocado; así como ese número espectacular que rinde homenaje a Congo Pantera, el gran show de Sergio Orta de principios de los 50 con la bailarina que es perseguida entre la selva y que, en esta versión, se lanza al vacío desde las pasarelas altas y cae en los brazos de un grupo de bailarines, en un acto en el cual la acrobacia se funde con la danza y el espectador experimenta la fascinación que provocan lo arriesgado y lo bello en una fusión magistral.

También en este periodo de Tropicana han actuado figuras internacionales como la vedette española Norma Duval, el cantante puertorriqueño Cheo Feliciano y la cantante mexicana de rock Alejandra Guzmán, por solo mencionar tres. Desde los 60 funcionó en el antiguo aparcamiento del cabaret el Salón Mambí, un encuentro dominical de fin de semana entre bailadores, lo que fue sin dudas una verdadera prueba de fuego para las orquestas de música popular cubana.

Allí estuvo también la Escuela de Alta Cocina, y además se impartieron talleres de especialidades relacionadas con el mundo del espectáculo, como danzas españolas, afrocubanas y de salón y cursos de maquillaje.

En esa etapa, el nightclub ha recibido varios premios y reconocimientos nacionales e internacionales. La Academia Norteamericana de la Industria de Restaurantes le otorgó, en 1992, el Premio Best of the Five Stars Diamond que lo acredita como el mejor cabaret de América Latina. Los consorcios norteamericanos ABC y CNN seleccionaron sus locaciones para transmitir en directo a todo el mundo el final del siglo XX, mientras que en 2002 fue declarado oficialmente Monumento Nacional. 

Tropicana es un sitio para el embrujo y las leyendas. Quién sabe si en alguna de las noches de este edén bajo las estrellas, cuando ya todos se han marchado y quedan solos en aquel emporio de vegetación, cristales y hierros, los vigilantes nocturnos hayan protagonizado más de una. Tal vez pudiéramos escuchar relatos sobre cómo algunos de ellos han tenido visiones que los despiertan abruptamente.

Quizás  alguno, durante un recorrido, haya visto la imagen de un hombre rubio que dirige una orquesta en lo alto de las pasarelas, y el guarda de seguridad lo reconoce, porque ha visto su foto en el Café Rodney. Lo llama y pregunta: “¿Usted es Armando Romeu?”. Pero él no responde, continúa dirigiendo una orquesta que no existe hasta que desaparece. Es muy probable que otro haya visto llegar un suntuoso coche de los años 50, sin chofer ni sonidos del que, a pesar de ello, desciende un desconocido de aspecto un tanto hosco, aunque muy bien vestido, que camina con porte y prestancia de gran señor hacia la antigua casa de Villa Mina y se haya erizado de pies a cabeza al escuchar una voz misteriosa que le susurra al oído que ese es Martín Fox. Tal vez otro pudiera haber visto, en la madrugada, casi al amanecer, a un mulato espigado que se dirige a los salones, le haya dado el alto y se haya despertado en el momento en que el joven dice: “No se preocupe. Prácticamente vivo aquí. Yo soy Tomás Morales”. Y, finalmente, alguno que se ha quedado a pasar la noche en Arcos de Cristal haya divisado, entre la penumbra, a un mulato entrado en años con gafas oscuras. Un señor que fuma constantemente con los dedos marcados por alguna enfermedad que pudiera ser lepra, luce reloj de oro, se recuesta nostálgico en su silla y entona muy quedo una canción Tropicana, diosa de amor—, se sonríe y una lágrima le corre por una mejilla en mi corazón hay un amor y es para ti… Cuando el vigilante piensa que sí, que ese es Rodney, se despierta sobresaltado.

Después de todo Armando Romeu, Martín Fox, Tomás Morales y Rodney están entre los que erigieron, en circunstancias diversas, aquel paraíso a la luz de la luna y las estrellas de la noche habanera. Y allí están ellos y muchos más, como una memoria impregnada en el aire, la brisa y el rocío que reinan, siempre, en ese inigualable edén que Cuba y el mundo conocen como Tropicana.

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