
Tommy Meini: “Soy de ninguna parte, pero esta es mi música”
Tommy Meini es, creo, una de las personas que más sabe de música cubana, del dato pequeño, del rincón olvidado, del músico preterido, del disco nunca encontrado, de la imagen desconocida en la foto de una orquesta, de la historia de un oscuro sello discográfico, de la grabación inédita. Es de los que vibran con nuestra música y su historia, y ha dedicado una buena parte de su vida a ella. No hace alarde de eso, va por la vida con una modestia que, según sea el círculo donde se mueva, puede resultar insana por dejar espacio a lo falso y poco auténtico, al remedo del saber que tanto pulula hoy en los más diversos medios. Pero Tommy es la verdad inocultable de una pasión desbordada, que, como raro privilegio confeso, coincide con el trabajo que sostiene su día a día. Tommy Meini es el curador principal y el responsable del fondo de la Colección Gladys Palmera, uno de los más importantes para la historia de la música cubana y afrolatina, entre cuyas múltiples misiones está su preservación material, la documentación de sus exponentes y su incremento en cantidad y calidad. Allí, por su conocimiento y seriedad, es la voz más prestigiosa. Pero desde mucho antes, ya Meini viene trabajando en favor de la música cubana.
¿Cuál es tu formación profesional? ¿Qué estudios realizaste?
“Soy casi tan viejo como el danzón (risas).
“Aún no llego a los 50 años. Pero mi afición por la música cubana no viene de mi formación, pues no soy archivista ni musicólogo, sí músico empírico, toco el bajo… Para llegar a lo que soy hoy no creo que prime una cuestión de formación, sino de personalidad, de preferencias y de estudio”.
¿De qué tipo de familia provienes? ¿Hubo o hay en ella músicos?
“Nací en Francia, y aunque mis padres son franceses, mis ancestros no. Una de las primeras cosas en que me reconozco es en sentir que no soy de un sitio específico. Somos una mezcla. Mis abuelos eran de Chipre, España e Italia. Mi padre me enseñó a conocer el valor del trabajo y de él heredé la cabeza dura, la determinación para lograr lo que me propongo. Eso me ha llevado a hacer siempre lo que he querido, o al menos intentarlo. ¿Qué relación tiene esto con la música? Verás…no estoy atado a la música francesa, porque no la siento mía; me interesan más las mezclas, el mestizaje. Somos una familia mestiza, pero de ningún sitio: no me siento francés, ni italiano, ni español, ni chipriota… soy una especie de bastardo. Con esta determinación que heredé, llegué a una música que no es la mía, pero que yo me empeñé en que lo fuera, en conocerla y estudiarla. Mi madre me recuerda ya con cuatro o cinco años con discos en las manos, sin equivocarme a la hora de colocarlos en sus fundas tras escucharlos. Recuerdo que el primer disco realmente mío fue Le bougalou du loup garou —que no era de boogaloo, sino un rock and roll—. De adolescente, me obsesioné por la ciencia ficción y es curioso porque este disco reunía las dos cosas que empezaban a interesarme: lo fantástico y la música latina. Tendría cinco años. Es muy extraño… a veces te preguntas: ¿es el destino, es el camino marcado?”.
¿Cómo llegas a la música cubana? ¿Cómo comienza tu pasión por ella?
“A partir de aquel regalo, me convertí en un gran consumidor de discos. Cuando salía del colegio, en Arlés, antes de tomar el bus al pueblo donde vivía, iba a un mercado a comprar discos con la mesada que me daban en casa. En el pueblo, el grupo de amigos que ya éramos melómanos, aunque con gustos diferentes, nos reuníamos los fines de semana para presumir de los discos conseguidos por cada uno.
“Cuando estaba en la universidad, en Marsella, lo mío era el punk, el no wave de Nueva York, el rock intelectual de California. Lo que escuchaban mis padres, obviamente, lo consideraba arcaico, una basura. Pero llega un momento en que el punk ya no me nutre tanto, y recuerdo que en Sud Radio, en Francia, empiezo a escuchar música latina, y me gusta. Era estudiante y con lo poco que tenía compraba CDs rebajados de precio. De los primeros, los que me enloquecieron fueron los dos discos que el sello Messidor le grabó a Bauzá cuando se separó de Machito: The Legendary Mambo King Mario Bauzá y My Time is Now, ambos con una tremenda big band.
“Como ves, llegué tarde a la música cubana y latina. Antes había comprado un par de discos de Art Blakey con Ray Barretto, con Patato Valdés, pero yo buscaba otra cosa… esto no me llenaba tampoco. Seguí comprando discos y entonces supe que tras la llamada música afrocubana había géneros, algo no muy diáfano entonces, porque en aquella época todo era salsa… Descubro que hay son montuno, guaracha, danzón, bolero… Los discos se convierten en una escuela, puedes aprender mucho escuchando y leyendo la información que traen. Compré después un libro de Isabelle Leymarie [Cuban Fire. La música popular cubana y sus estilos], empecé a recopilar informaciones sobre música cubana y así, seguí aprendiendo”.
¿Cómo transcurrió en ti este proceso de descubrimientos y asimilaciones de la música cubana?
“Me di cuenta de que hay más música grabada antes… Me topé con un disco de Panchito Riset. Se convirtió en mi ídolo. Luego compré otro de Pérez Prado. Ya para entonces pinchaba discos en algunos bares y discotecas de Marsella, no como profesional, sino como un advenedizo… Entonces me di cuenta que no me gustaba la música de mis padres, ¡sino que estaba fascinado por la de mis abuelos! Me dije: ‘¿Qué es esta música que me está cambiando y que me tiene obsesionado? Tengo que ir a Cuba’.
“Mi primer viaje a la Isla fue en 1996, con 24 años, después de dos de pura obsesión, de cambiar los discos de rock por discos de música cubana, de memorizar no solo sonidos, sino también los nombres de los músicos, literalmente de la A a la Z. “Tenía una sed tremenda de escucharlo todo. Empecé por los más conocidos —Celia Cruz, Benny Moré, Chappottín, Fajardo—, luego fui al mejor festival de música latina, el de Vic-Fezensac y ahí vi en vivo a Celia, a Cachao, a Oscar D’León, Alfredo de la Fe, Eddie Palmieri, la Aragón… Para alguien que se está metiendo en esto, incluso para los más entendidos, era muy impactante ver esto en Francia. Fui a otros festivales, lo que me demostró que esa música cubana no era una música muerta. ¡Se abrió una ventana inesperada! Pasan Klímax, Cándido Fabré, Omar Sosa, como una continuidad…
“Trabajé de yesero con mi padre y reuní para ir a Cuba a vivir tres meses, disponiendo de todo mi tiempo. Fui en vuelo directo de París a Santiago de Cuba, la cuna del son. Había que empezar por el principio. Después de pasar todos los trámites burocráticos, me inscribí en la Escuela de Superación para estudiar Historia de la Música. Alquilé un apartamento en la Calle Enramada, enfrente de donde ensayaba Son 14. Me sentía fenomenal en ese ambiente. La Casa de la Trova, La Casa de las Tradiciones, las clases de una excelente profesora (Maritza Teresa Puig)… Quise aprender a bailar, pero no se me dio bien. A mí lo que me interesaba era la música cubana y su historia. Conocí a un señor a quien todos llamaban Padrón Bonet, que tenía muchos discos y hasta una foto original de Panchito Riset. A él le compré los primeros álbumes que adquirí en Cuba (Me voy para la luna, de la Orquesta Aragón, varios de Benny Moré, Juanito Márquez, y otros), y discos de 78 rpm en su caja original de la RCA Victor. Tuve que dejar muchos, no pude traerlos todos conmigo a Francia.
“En ese viaje estuve también en La Habana. Había mucha gente vendiendo discos en el antiguo Ten Cents, en la calle Infanta, en Carlos III; conocí a casi todos los vendedores de vinilos y me hice amigo de varios de ellos y también de algunos músicos y de musicólogos, como Pepe Reyes”.
¿En qué trabajabas antes de incorporarte a la Colección Gladys Palmera?
“Como mucha gente, hice de todo un poco. Después de estudiar comunicación, organicé y curé una exposición fotográfica en Arlés ligada a la música y los músicos retratados por la revista Les Inrockuptibles. Después manejé a Meïssa, cantante africano y luego empecé a trabajar en el sello Tumbao, de Jordi Pujol, totalmente dedicado a la reedición de registros sonoros de la música cubana anterior a 1960. Preparé algunos recopilatorios en los finales de la producción del catálogo, ya en medio de mi pasión por la música cubana. También colaboré desde mi sello L’Atelier 13, realizando una colección de DVD de filmes de la otra de mis pasiones: el cine casi artesanal de ciencia ficción y el cine negro de los años 50.
“Jordi Pujol hizo un trabajo importante en la documentación de los recopilatorios que sacó bajo el sello Tumbao: empezó a considerar la música cubana, en cuanto a documentación, al nivel de los discos de jazz que sacaba el sello Blue Note, dando importancia a los músicos de sesión, instrumentos, fecha de grabación, estudio, etc. Dedicó tiempo a buscar a los músicos que participaron en cada grabación, para lo cual trabajó mucho con Senén Suárez. Antes no se daba tanta importancia a la documentación, a los músicos de sesión; los discos carecían de esos datos y esto es un poco el legado de Tumbao, además de la recopilación de grabaciones tan importantes”.

Tommy Meini. Foto: Cortesía del entrevistado.
¿Qué te aporta ser el actual responsable de adquisiciones y del fondo de la Colección Gladys Palmera?
“En Gladys Palmera llevo ya casi ocho años cumpliendo un deseo largamente acariciado: tener las herramientas para reconstruir, preservar y contar la historia de la música popular cubana. Muchos pensarán que con los recursos de Gladys Palmera las cosas se facilitan. Es cierto; aquí se han adquirido verdaderos tesoros. Pero no todo el que tiene un poder adquisitivo como el de Gladys se dedica a rescatar parte de una historia, incluso de una historia que no es la suya, no es su cultura. Es una misión que tenemos, animada por la pasión hacia esta música que nos nutre. Sin pasión no podríamos hacer todo lo que hacemos, ni llegar a donde estamos llegando”.
¿Qué consideras más importante dentro de tu trabajo en la documentación de archivos relacionados con la música cubana y afrolatina?
“Pasión y rigor casi obsesivos para evadir la superficialidad en el conocimiento, para hurgar y buscar lo más hondo posible. Ese ímpetu por buscar cada día bajo las piedras, es lo más importante en un archivo como este. Después, la seriedad e imparcialidad, para no enfocarte en lo que te gusta a ti, sino en preservar aquello que es importante para la historia. Tienes que ser muy objetivo. He comprado para la colección muchos discos que sabía que no escucharía nunca, que no me gustarían, pero que cumplen una misión testimonial; para completar el archivo de un sello, por ejemplo. Las cosas más insignificantes adquieren interés dentro de una historia que tienes el deber de contar y preservar”.
Según tu vasta experiencia en el tema: ¿qué colecciones o archivos de música cubana consideras más importantes y representativos o completos?
“Como todo el mundo, la colección de Cristóbal Díaz Ayala. Para los coleccionistas y todos nosotros, Cristóbal es como un padrino, un descubridor. En la era pre-Internet, su colección, su trabajo documental, sus libros, han sido siempre una referencia que tiene su punto culminante en la Enciclopedia discográfica de la música cubana. Nos permitió buscar y encontrar elementos que no estaban publicados en ninguna otra parte.
“Y, por supuesto, la Colección Gladys Palmera, insertada directamente en las ventajas que permite Internet. Es una colección que tiende puentes. Reúne la música cubana que se grabó en la Isla con la que su diáspora produjo en Europa, Estados Unidos, América Latina y hasta en Asia; documenta la ida y vuelta de la música africana en el Caribe y del Caribe a África de nuevo, con la rumba congoleña, la pachanga africana, el sabrosso, etc.; ilustra la continuidad de la música afro-antillana después de los años 60 en Perú, Panamá, México, entre otros. También en Nueva York con el surgimiento del boogaloo y luego el fenómeno de la salsa. Recientemente adquirimos por fin los archivos de Izzy Sanabria, el gran DJ y diseñador de Fania. Esto completa perfectamente nuestros fondos, que estaban más enfocados en Cuba y el periodo pre-revolucionario. Diría que la Colección Gladys Palmera es la más completa hoy en día”.
¿Qué música y músicos escuchas y prefieres?
“No solo música cubana. Puedo decir que la mayoría de lo que escucho hoy no es música latina. Me gusta mucho el jazz de la zona de Los Ángeles, el saxofonista Kamasi Washington, el bajista Thundercat, Robert Glasper… el Krautrock, el rock indie… Escucho un poco de todo, no tengo altares, soy un gran consumidor de música, abierto a todo, a descubrir talentos en cada género, en cada movimiento. Ahora, por ejemplo, estoy escuchando y disfrutando a Laneous, un australiano que me gusta mucho”.
¿Cómo ves la salud de la música cubana en estos momentos, tanto hacia el interior, como en su proyección mundial?
“Cuba siempre ha sido un vivero de buenos músicos, casi único en el mundo, superado quizás únicamente por Estados Unidos. Algo inaudito para un país tan pequeño. Sin embargo, ahora mismo el panorama me parece un poco triste, casi todos los que están haciendo la música cubana actual están fuera de Cuba: David Virelles, Dafnis Prieto, Dayme Arocena, Cimafunk… A veces me parece que le resulta complicado a muchos artistas emergentes, grabar un disco y difundirlo desde Cuba. A otros más posicionados, les resulta más fácil, como es el caso de X Alfonso, un verdadero músico y artista, pero siento que lo bueno que se está haciendo se queda en el mercado interno, sin posicionarse internacionalmente. En los festivales internacionales siempre son los mismos nombres. Me gustaría ver en la escena internacional más variedad, no solo de los que están fuera de Cuba, sino de los que están viviendo y trabajando en la Isla; pero esto es algo que ellos solos no pueden conseguir”.
¿Qué proyectos te mueven y emocionan en estos momentos?
“Cualquier proyecto que pueda tener ahora está ligado a Gladys Palmera porque, como he dicho antes, es una misión que he asumido, preservar y difundir la música cubana y afroantillana. Libros, exposiciones, proyectos, que derivan de la defensa a muerte, mejor dicho, a vida, de la música cubana”.