
The queen is dead, long live the queen: 60 años de Madonna
El editorial de la revista literaria Cubaneo, que tuvo apenas 4 números, hechos a mano, en los inicios del períodod especial, decía intentado explicar «lo cubano» con la ayuda de Fernando Ortiz y la postmodernidad, que Madonna era cubana por derecho propio, con su «voy a mí», y su afán por tener descenedencia con nuestra sangre…Por su «cubanía», se ha ganado Madonna que celebremos sus 60 desde este texto de Norge Espinosa, en una revista de música cubana.
Parece mentira, pero solo 16 años separaban en edad a Aretha Franklin, que acaba de morir, y Madonna, que llega hoy a sus 60 años. A su manera, cada una nos da un golpe bajo: la pérdida de una figura excepcional que hizo del canto y su entrega a la música de raíces negras una fe de radicales consecuencias aún para sí misma; y la entrada a un punto, por parte de la otra, en la cual sus acrobacias y provocaciones de juventud ya se considerarán estrictamente cosas de museo. Compararlas es imposible porque, reinas al fin y al cabo, cada una se estableció en un ámbito propio. Lo asombroso, en el caso de Madonna, que como Aretha proviene de Michigan, es cómo nos ha hecho testigos de su largo doctorado de sobrevivencia.
Cuando hace 35 años apareció el álbum debut de aquella muchacha irreverente y vestida a su gusto y antojo, muchos profetizaron un rápido final, apostando por otras presencias del momento que parecían (y lo son) más talentosas, Cindy Lauper incluida en esa avalancha de rostros que MTV daba a conocer con febrilidad. Madonna, a la vuelta de seis décadas, lo ha logrado todo, sin tener que reducirse a una residencia en Las Vegas, adonde se va ahora Lady Gaga, a mostrarse como muñeca de lujo en su carrera debilitada. La Chica Material no solo anhelaba su corona: acabó diseñándola a su capricho. Es difícil arrebatarle algo que ella alcanzó con su cuota de sacrificio hasta imponerse en aquella New York a la que llegó con unos pocos dólares y dispuesta a todo. Y todavía sigue, de cuando en cuando, mostrándola con orgullo en algunas de sus tantas metamorfosis.
Entre una y otra fase de esas transformaciones que han sido el eje de su trayectoria multiforme, Madonna ha dejado muy pocas veces que la veamos en su estado más vulnerable. Su empeño ha sido el de construir una coraza, no solo un imperio, que las malas lenguas aseguran ha conseguido chupando la sangre de colaboradores, amigos, y fieles. Ni su propio hermano ha sido capaz de eludir tales maniobras, y en esa lista se incluyen famosos amantes, estrellas de cine, bailarines y modelos, hombres y mujeres, Prince y Basquiat, Michael Jackson y Tupac Shakur, por no hablar de Carlos León y Guy Ritchie, padres de sus hijos biológicos. En el proceso, ganó una voz más educada (pasó de ser una Minnie Mouse bajo los efectos del helio, a la mujer capaz de entonar con dignidad pero sin el brillo histriónico de otras el Don´t cry for me, Argentina, de Evita) y se definió a sí misma más como una performer que como una cantante, por lo que su amplia videografía viene a ser el manifiesto mejor definido, su hagiografía más cabal, concebida para la cámara en un romance de muchos filos.
Su ambición fue siempre dominar el mundo, y tener una posibilidad de expresar su opinión, por polémica o banal que pueda parecer a quien la escuche, en un contexto donde las mujeres solían ser apenas objetos decorativos. Su arte consiste en saber apretar los botones precisos: es una maestra de la provocación. Y nos recuerda la ingenuidad de nuestras moralinas cuando consigue el efecto esperado, ya fuese con un libro como Sex, en la apoteosis del sida, o mostrando un pezón ya algo más añoso en una gira reciente.
Se han escrito ríos de tinta acerca de ella. Tesis de grado, volúmenes donde se le reconoce como un ícono de la posmodernidad, como último vestigio de una época en la que ya pocos pueden hacer el cuento de las pasadas glorias de los años 80. Ni Prince, ni Jackson, ni George Michael, ni David Bowie. Desaparecidos esos monarcas, Madonna, un poco a la manera de Cersei Lannister, se ha quedado con el trono para ella. Valga aclarar que en el empeño nos ha dejado una lista de canciones en la que ahora vemos su (y nuestra) biografía.
Quizá le quede grande el título de clásico. No el de ícono que ella misma, gracias a Jean Paul Gaultier y otros diseñadores, ha ido legándonos. Cuando vi su video de Material Girl, por vez primera, me indigné ante su descarada reapropiación de lo que Marilyn Monroe había dejado como estampa imborrable en la gran pantalla. Luego aprendí que esa era una de sus mañas, y la vería repetir el recurso hasta el cansancio. Lo que antes pareciera divertido y espontáneo (desde sus pésimas actuaciones en Who´s that Girl o Shanghai surprise, por no hablar de Swept away, donde se superó a sí misma como candidata al Razzie), ahora deviene gesto cuidadosamente calculado, desacato que tiene que medirse ante la sombra de su propia trayectoria.
Desde el Confessions on a dance floor, sus discos parecen un remix no siempre afortunado de éxitos y productores que ya ha tenido a su vera, y salvo uno que otro single, lo demás no consigue igualar las viejas expectativas. Ahora anuncia un nuevo álbum, en lo que dedica su tiempo a labores de caridad en Malawi, proveer a su hijo Rocco de la educación que él anhela como fubtbolista, y seguir a la espera, mantis espectacular, del próximo hombre. Tiene 60 años y se le ha visto salir a escena con un bastón, aunque eso ya lo hacía en el video de su descerebrado dúo con Britney Spears, a quien dio un beso del cual la niñata nunca se recuperó del todo. También nosotros tenemos, en cierto modo, esa edad, o parte de ella, porque su música ha sido el soundtrack de tantas cosas, en un tiempo en el que ella nos ayudó a desafiar a padres y religiones, así fuera como juego, o a celebrar el sexo a costa de varios regaños y amenazas de excomunión. Vino a La Habana para bailar sobre la mesa de un restaurant, y festejar un cumpleaños en la roof terrace de La Guarida, acaso solo para ser noticia nuevamente y marcar territorio, durante la breve temporada que Obama preconizó. Diosa exigente, tiene un culto que rara vez admite contradicciones respecto a sus credos, pero no ha olvidado aún reírse de sí misma, sabiendo que a un llamado suyo, las nuevas figuras del pop se agolparán ante su puerta, ansiosos de un cameo ante la esfinge que alguna vez pareció gozar de la eterna juventud.
Para los que pertenecemos a la comunidad LGTBIQ, ella es un referente ineludible. Que hay que manejar con cuidado, como lo hizo Björk, capaz de darle uno de sus temas para su era trance, pero que se negó a conocerla personalmente. Hoy, Ariana Grande, Lady Gaga, Katy Perry, Cardi B y tantas se atreven a cosas que ella preconizó. No siempre parecen haber aprendido que Madonna se alimentó de los genios de su tiempo, no solo los de la música, y que de ahí extrajo no pocas fuerzas y retos. Puede mirar ese paisaje de luces intermitentes y frenéticas donde ella ha lucido su corona, aun a riesgo de alguna caída o tropezón que, por supuesto, también se convertirá en noticia.
En su nuevo disco experimentará con aires lusitanos, como eco de su residencia actual en Lisboa. Ya veremos. Acaba de empezar a alzar la campaña que rondará, otra vez, esa secuencia que ya conocemos: teasers, flashazos, rumores, fotos que adelantan el art work del álbum, anuncios de la gira mundial, y quizás hasta el filtrado del disco entero en las promiscuidades de internet. También ha sobrevivido a todo eso, recordándonos eso tan esencial que muchos olvidan: con el talento, por sí solo, no basta para llegar a ser rey o reina. Se necesitan otras muchas cosas, voluntad, agallas y entrañas, para seguir en la brega. Eso también lo supo Aretha Franklin. Solo que si Aretha aprendió a cantar en las iglesias, como hija de un pastor; Madonna ha escrito su propio evangelio, en el que no faltan matices de cortesana frívola, ni de oradora política que no duda en pasar por mal hablada. No es la mejor cantante ni la mejor bailarina, no es la más bella ni la mejor actriz. Pero es quien define, por encima de esos obstáculos, el rol de la super estrella en el mundo del pop, y quien ha conseguido asumir las ambiciones de toda aquella que aspire a ganarse ese trono.
En el soundtrack que ella nos regaló, tengo varios himnos, algunos de los cuales me acompañaron en mi salida del closet y en la asunción de otras decisiones no menos definitiorias. Y también, con esas canciones, se ha ganado mi respeto, porque en ese afán de sobrevivencia nos ha dejado distinguir alguna vez sus heridas, como lo hizo al entonar su viejo hit Like a Virgin en el MDNA tour lentamente, mientras el público pagaba con billetes de un dólar su extraña y patética rendición, a tantos años de aquella ceremonia donde logró su meta primordial: no dejar a nadie indiferente.
A muchas otras wannabe las podemos definir con la rapidez de una caricatura: estrellas sin dobleces, barbies de una sola cara. Ella, perversa y rabiosa, astuta y espectacular, ha ido hilando su propio mito con la paciencia, sabiduría y encanto de una araña que nos seduce al tiempo que se alista a devorarnos. Cómo no agradecerle entonces, por tantas salidas de tono, por tantas bravuconerías contra presidentes de turno, tantas apuestas por ser ella misma debajo de todas esas capas de enmascaramiento. Tal vez ya ni ella pueda identificar cuál es su verdadero rostro. Pero de eso también ha hecho parte de su encanto. De su triunfo. De su precaria eternidad de reina en un mundo que es, justamente, cada vez más precario. Una reina ha muerto. Otra aún nos acompaña. Que nos hagan cantar algunos de sus temas, ya sea Respect o Vogue, es la prueba de cómo nos inclinamos ante ellas.
Y como colofón, antes de decir las ineludibles «Felicidades», va mi recomendación de los cuatro discos suyos que prefiero:
- True Blue, 1986. Es el tercer álbum y el paso más sólido hacia su consagración definitiva. Ya se había restregado contra el suelo en una gala de MTV para cantar Like a Virgin, y había logrado un escándalo que la hizo conocida mundialmente. Pero en True Blue, rendido tributo a la música femenina de los 50, están varios de sus temas que parecen grabados ayer, como Open your heart.
- Erotica, 1992. Con la producción de Shep Pettibone, es su primer álbum conceptual. Acompañado por Sex, y una gira de ribetes escandalosos, estuvo a punto de hacerle perder la carrera. Tuvo que bajar los tonos, pero en el álbum siguiente cantaba: Absolutely no regrets. Y así podemos oírlo ahora, más allá del rechazo de su momento, como una pieza de sonido firme y desafiante.
- Ray of light, 1998. Está cumpliendo 20 años de su lanzamiento, y el acuerdo entre William Orbit, Marius de Vries y Patrick Leonard obró el milagro de una verdadera resurreción. Ahí está Drowned World/Substitute for love, la balada suya que prefiero. Ray of Light es una inmersión en la fe, en los textos hindúes, y en el efecto de la maternidad en una mujer que aprendió a ceder su celoso protagonismo a una hija a la que agradece en cada una de las letras. Es Madonna en su esplendor. Y la reencaminó hacia los primeros puestos de ventas.
- Confessions on a dance floor, 2005. Bajo la supervisión de Stuart Price, Madonna se repuso del batacazo que fue su manifiesto político, el American Life, regresando a su entorno más cómodo: la fiesta y el desborde. Lo hizo, sin embargo, a varias décadas de Lucky Star y Holiday, con la sabiduría de quien ha aprendido ciertas cosas pero aún quiere incendiar un momento de la noche. Como una pista única que enlaza los temas, es una inyección de anfetaminas. Una prueba lúcida de que la Reina, pese a la edad y las amenazas de otras competencias, aún sigue dominando la pista de baile, su imperio indiscutible.
Excelente artículo sobre la Reina del Pop. Con sus luces y sombras, pero ícono vivo de una época dorada del género.
Solo cambiaría el álbum Erótica, por Like a prayer…pero para gusto de han hecho los colores, y ella precisamente es tornasol 🎤📀