
Soy mariachi, soy popular
La perrita de la casa, una pequinés llamada Hillary, dormita sobre una funda de guitarra como si nada pasara alrededor. Ahí, en un apartamento pequeño de El Vedado, está andando el ensayo, al igual que cada martes, jueves, y sábado —mientras no haya trabajo—.
En una pausa, sin soltar el violín, Adyany Isalgué imprime partituras, las reparte, y arrancan de nuevo. Hace tres meses, luego de que las cosas no funcionaran en otra agrupación, ella y varios integrantes decidieron independizarse y formaron El Mariachi de mi Tierra. Le llamaron así en honor a la banda que acompañara al mexicano Juan Gabriel durante buena parte de su carrera.
Suenan las primeras notas de Como la flor, de Selena, una canción que apenas han tocado en las actividades, pero alguien ha sugerido incorporarla para que la gente baile. “Nosotros hacemos coreografía y todo en los trabajos”, dice Adyany, entusiasmada. De alguna manera, el tema cierra convertido en un mambo.
Y no es raro que se mezclen otros géneros; al contrario. “Hemos llegado a tocar Habla matador —cuenta—. De hecho, nos pasó hace poco que llegamos a unos quince, y desde afuera nos dijeron: ‘me cantas dos canciones de ranchera, pero yo lo que quiero es El Negrito y El Kokito’. Y a esa hora tienes que complacerlos… dentro de lo que cabe, siempre hay límites. Hemos hecho música cubana también, porque al final somos un mariachi cubano”.
Como todos provienen de escuelas de arte, los temas tradicionales les resultan conocidos, añade Nelsa Pérez, cantante. Aunque la lista se piensa antes, suele modificarse en función de los deseos del cliente.
Si les piden una canción que no dominan, pues improvisan; luego la montan en el siguiente ensayo, y así van ampliando el repertorio. Estas solicitudes representan “una ayuda inconsciente” de las personas, asegura Adyany, porque la próxima vez que alguien quiera tal pieza, ya estarán listos.
No obstante, ciertas pautas prevalecen: cuando van a un cumpleaños, no pueden faltar Las Mañanitas; si es un aniversario de matrimonio, canciones románticas. Los temas dedicados a las madres o las abuelas también son una constante. Cuando hay niños en la familia incluso han tocado música infantil, como algunas canciones de la banda sonora de la película Coco.
“La música es una sola”
¿A quién le gustan los corridos y huapangos? ¿Cuáles son los públicos de estos géneros? Miguel Barreras fundó el Mariachi Habana casi 20 años atrás, y no duda en responder: “Desde la punta de Maisí al Cabo de San Antonio, el mariachi le fascina a todo el mundo”. También en Europa, afirma, y en América Latina sobre todo; hasta en Líbano, donde estuvo de gira antes de crear su grupo, afirma.
Según Miguel, el mariachi se presta para todo: quinces, bodas, serenatas, fiestas de santo, para recibir a un familiar que viene de viaje… “Nosotros hemos ido hasta a velorios en la funeraria, a iglesias… hasta el cementerio hemos ido a tocar”.
Sobre la pared de la sala cuelga una foto, larga como los brazos abiertos, en la cual sonríen los miembros de la banda. “No, no, ya esos no están aquí: de ese piquete que tú ves ahí quedamos tres, todos los demás se han ido, están en diferentes países”. República Dominicana, Australia, Estados Unidos… Allá también vive su hijo Miguelito, guitarrista, guitarronero y vihuelista.
El orgullo con que se refiere a su trabajo se transforma en crítica severa ante lo que él llama “deformaciones” en este ámbito. Para empezar, no está de acuerdo con que exista la Escuela de Mariachis, en Granma. La institución se inauguró en 2005, y dos años más tarde tuvo su primera promoción, con 120 graduados, quienes conformarían respectivos mariachis para 12 de los 13 municipios granmenses (excepto Bayamo).
“Eso no cumple ningún objetivo: eso es preparar elementalmente a un músico, así por así, y después soltarlo para que (se) invente la vida”. Insiste sobre la misma idea: “Escuela, como tal, es la academia que estudian en Cuba todos los músicos; la música es una sola”.
Habla de agrupaciones “clandestinas”, “ilegales”, que no aparecen registradas en ninguna empresa artística. A estas les atribuye cierto deslustre del oficio. “La situación económica ha traído como consecuencia que todo el mundo quiera hacer un grupo”, subraya.
El director, quien también fue violinista del veterano Mariachi Cuba, en Santiago, explica que un conjunto puede funcionar con ocho integrantes, como mínimo. Sin embargo, varios anuncios clasificados promocionan grupos que acomodan su plantilla a cinco o tres músicos, según las posibilidades del cliente. “Entre menos somos, más ganamos; eso es un problema económico”. Incluso se dan casos de que una sola persona vista el traje típico y cante utilizando backgrounds, o solamente la guitarra.
Miguel prefiere las presentaciones para particulares antes que los conciertos, por ser demasiado engorrosos. Aun así, el Mariachi Habana salió a escena dos noches en el festival San Remo Music Awards, acompañando a sendos invitados internacionales.
La gente —por supuesto— se emborracha con el sentimentalismo de los viejos estribillos de siempre: Échame a mí a la culpa de lo que pase… Pero sigo siendo el Rey… Y entonces yo daré la media vuelta…
Será que no cambia eso de estar en la misma ciudad y con la misma gente, y que la costumbre es más fuerte que el amor.

Mariachi Habana en el festival San Remo Music Awards. Foto: Rolando Cabrera.
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Daniel Enrique Pérez cantaba en tríos antes de estudiar en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), donde se graduó en 2013. Después, durante unos cinco o seis años, llevó a la par ambas ocupaciones: de día, ingeniero en una empresa de software; de noche, cantante de música mexicana.
Hoy se identifica como CEO y fundador de Habana Mariachi, “sitio oficial de Mariachis en toda Cuba”. La web, desarrollada por él mismo durante la pandemia, permite reservar y conocer información sobre el servicio. El nombre se debe a cuestiones de posicionamiento online, de modo que aparezca entre los primeros resultados cuando alguien busque en Internet “mariachis en Cuba” o en La Habana.
Además de las actividades privadas, la banda Daniel Enrique y su Mariachi Cuba Nueva Era tiene presentaciones frecuentes en sitios estatales como La Giraldilla, el 1830 y La Rueda. Eventualmente asistían a actuaciones en Mayabeque, Artemisa y Pinar del Río; ir más lejos se volvía muy costoso. Entonces el director fue rastreando los grupos “cabecera” de otras provincias y les habló sobre crear la Red Nacional de Mariachis.
Los clientes se dirigen a él, y este a su vez los enlaza con los músicos en determinado territorio. “Todo el mundo piensa que si yo le paso el trabajo a alguien (se cobra) comisión. No, no; eso es para ayudar, es una red que tenemos nosotros, ahí estamos todos los directores”, comenta Daniel. Si bien menciona al Mariachi Tunas, los Príncipes de Guadalupe (Varadero), el Mariachi Holguín, los Coyotes de Matanzas… en la página de la Red no aparecen nombres ni contactos de las agrupaciones que la componen.
Con la reapertura de los últimos meses han asumido muchas reservas. La gente estaba loca por fiesta. No obstante, para Daniel ello se explica también por el aumento de los salarios: como las personas cobran más, y ellos no subieron tanto los precios, “ahora todo el mundo puede disfrutar de la música mexicana”.
Aquel viernes por la tarde, minutos antes de que llegaran a la boda, el ambiente era alegre, más bien calmo. La familia se tomaba fotos. Una decoración Pinterest ocupaba el patio: guirnaldas de luces, cortinas, flores, velas, faroles de papel…
El acordeón y la trompeta sonaron desde la puerta, y al momento se arremolinó un semicírculo. Los novios, sorprendidos, bailaban en el centro. Los invitados tarareaban y batían palmas, nadie se quedaba sentado. Eran cinco músicos (el jefe no estaba). Solo dos sonreían. Al final, alguien les pidió Habla matador, pero ya se iban y no la tocaron.
No hay que olvidar que México y La Habana / son dos ciudades que son como hermanas…
Hacia allá, el danzón, el bolero, Dámaso Pérez Prado, Benny Moré… Hacia acá, Pedro Vargas, Tin Tan, los melodramas… La afición por las rancheras y corridos se entreteje en esa tupida fibra que une las culturas populares de Cuba y de México.
Cuando Adyany Isalgué tenía nueve o diez años, su tía abuela Mabel le ponía la telenovela La hija del Mariachi: “yo era fanática de esa novela”, confiesa. Ahí comenzó el sueño de trabajar en una de estas agrupaciones. Aunque hay rivalidad, reconoce haberse topado con mariachis que le han abierto las puertas.
Mientras, nunca faltan los muros, como la imposibilidad de adquirir trajes, sombreros y cuerdas. “Eso no te lo provee nadie”, sostiene. No menos complicado resulta el transporte, porque cuando los choferes aceptan mover un mariachi enseguida piensan en muuucho dinero, y terminan cobrando más que cada músico.
Por eso en ocasiones se han trasladado hasta un punto cercano al lugar de la actividad —cada cual por sus medios—, y desde ahí llegan juntos. Las personas se fijan cuando los ven así vestidos por la calle. “A mí me han parado una pila de veces: ‘ay, déjame tirarme una foto contigo’”, cuenta Nelsa Pérez. “Vas caminando y te elevas”, confirma Frank Sosa, también cantante y estudiante de Medicina.
Estos tres meses se sienten largos: solamente el pasado Día de las Madres tuvieron unas 14 presentaciones, desde las ocho de la mañana hasta la una de la madrugada. Evitan tocar con algún miembro de menos, para mantener la calidad musical y la empatía entre ellos.
Adyany lleva un violín tatuado en la muñeca izquierda. Sabe lo que quiere ahora y dentro de unos años. “La aspiración es tratar de acercarse lo más que uno pueda a los grandes mariachis de México, que son la referencia… Nada, siempre desde la humildad y sabiendo que México es México”.