
Sonido cubano en Barcelona
Llegué a Barcelona hace más de un año, aunque cada vez que me preguntan al respecto mi respuesta varía, en dependencia de mi estado anímico. La migración —corta, larga, rotativa, en cualquiera de sus formas— tiende a la búsqueda de los puentes entre lo que uno conoce y aquello que se devela con los nuevos panoramas. Algo así me ha sucedido, pero en catalán.
Desde el momento de mi arribo a esta ciudad de casi 5.5 millones de habitantes, todos los caminos me han empujado a las conexiones entre donde ahora habito y Cuba. Sí, esa isla culturalmente activa y agotadora a la vez que sigue siendo mía y marca mi pasaporte. Entre esos caminos a Roma, digo, a Cuba, ha estado el de la música.
Sin percatarme, me he rodeado de artistas, escritores y periodistas europeos, amantes y especialistas en el tema. La hermosa y heterogénea abundancia de personajes hallados en bares, metros, el Parc de la Ciutadella, amigos de amigos, primos de conocidos, me ha servido para realizar un primer acercamiento a la respuesta que hace algún tiempo atrás me pidiera el colectivo aguerrido de Magazine AM:PM: ¿existe una escena musical cubana en Barcelona?
Apertura o ¿reapertura?
Recuerdo que durante una conversación con Alex García Amat —melómano entrañable que durante 20 años estuvo en el equipo de Radio Gladys Palmera y que ahora emprende el proyecto de podcasting altamente recomendado La Coctelera Music—, él marcó el boom del Buena Vista Social Club como el inicio de una escena consolidada de música cubana en Barcelona.
El ascenso de este proyecto, al parecer, determinó un antes y un después, sobre todo en lo que se refiere al marketing. Una implosión nivel Marvel. No fue solo el disco, sino también las presentaciones en las ciudades europeas más importantes cuyos públicos abarrotaban las salas y, por supuesto, aquel documental dirigido por Wim Wenders, aclamado por la crítica especializada y con una nominación al Oscar.
Esto no significa que antes de la llegada del conjunto de Omara, Eliades, el «Guajiro» Mirabal, Amadito y demás integrantes, la música cubana en Barcelona fuera inexistente. Un desconocimiento general respecto a la música latina, encasillada en la salsa y el bolero, provocaba que músicos de la escena de la trova, como José Antonio Quesada, autor de Hoy mi Habana, no encontraran en esta ciudad cómo levantar cabeza y tomaran otros derroteros.
Para contextualizar un poco, era un final/inicio de siglo en Cuba marcado por la salida del Periodo Especial y la crisis migratoria, lo que determinó que muchos artistas procedentes de la Isla cayeran casi en paracaídas sobre la ciudad de Gaudí y Picasso, en busca de inspiración o un simple alivio económico.
Aquel Social Club despertó un interés por el sonido cubano dentro del mercado europeo, dando empuje a las obras de otros grandes como Ibrahim Ferrer, Bebo y Chucho Valdés, así como a artistas jóvenes que comenzaba a posicionarse, como es el caso Orishas, salido de las barricadas parisinas, con un sonido hip hop mezclado con el ya popular “chan-chan” cubano.
Pero si hablamos de cubanos salidos de París e insertados en Barcelona sería una atrocidad no mencionar al percusionista Miguel “Angá” Díaz, padre de las ahora mundialmente conocidas Naomi y Lisa-Kaindé Díaz (dúo Ibeyi).
Angá llegó en 2003 a Barcelona con la producción de Buenos hermanos, de Ibrahim Ferrer, y colaboró con los propios integrantes del Buena Vista Social Club en piezas como Flor de amor, interpretada por Omara Portuondo y Buena Vista Social Club Presents… Guajiro Mirabal. Por aquel entonces se unió al compositor, productor y multinstrumentista Omar Sosa para presentar en el Festival de Jazz de Barcelona Angá fusión.
Barcelona fue también la ciudad que lo vio fallecer tan solo tres años después de su llegada y con el disco Echu mingua recién salido del horno. Un producto que mezclaba la cultura afrocubana con el hip hop parisino y el soul de siempre.

Kumar. Foto: Ronald Salazar/ Cortesía del artista.
Otro de los personajes más importantes de entonces acá ha sido Kumar, el subleva’o del beat.
Salido de La Habana, después de que su tema No se vuelve atrás fuera parte de la banda sonora del largometraje de Benito Zambrano, Habana Blues, Kumar arribó con un mejunje experimental de afrolatin-jazz, reggae, dub, funk, cuyo principal ingrediente era música tradicional afrocubana.
Fue, además, uno de los primeros en nutrirse de las influencias culturales que alberga la ciudad. Piensen que estamos hablando de un destino marcado por la convivencia —o la supervivencia— de comunidades latinas (colombianos, dominicanos, puertorriqueños, etc.), paquis, africanas y —por qué no— guiris. Todo ello sin renunciar jamás a sus percepciones del sonido cubano callejero, y llegando a ser reconocido en la onda alternativa gracias a trabajos como los álbumes Película de Barrio y Sub-Elevation (este último solo editado en vinilo).
El habanero también colaboró con otros artistas como Mel Semé, camagüeyano y ex integrante del grupo de reggae y rocksteady, Black Gandhi —dato curioso, fue uno de los concursantes de la última temporada de la versión española del reality La Voz. La agrupación reunió, en su momento, a seis músicos de distintas nacionalidades que compartían la filosofía de “somos el mundo”.

El trompetista Carlitos Sarduy. Foto: Tomada de la página de Facebook del artista.
Una lista de músicos cubanos en Barcelona sería inmensa, de ellos quisiera rescatar algunos nombres que pondría dentro de mis más altas recomendaciones: el trompetista Carlitos Sarduy, ex integrante de Ojos de Brujo; la magnífica compositora y cantante Arema Arega, el saxofonista Julio Carbonell Jenks; la poetisa y cantautora Mane Ferret; el violoncelista Martín Meléndez; la cantante Yadira Ferrer; la compositora y actriz María Elena Espinosa; y el ya mencionado Omar Sosa. Solo una muestra, como dije, hay mucho más.
Un universo de salas pequeñas
Ahora viene la segunda interrogante, ¿dónde se hace materia sonora este cuadro brevemente descrito?
Lamentablemente —o no— el mundo del jazz cubano como otros géneros considerados alternativos en este lado del charco se circunscriben a salas de conciertos con capacidades reducidas, como puede ser el Jamboree Jazz & Dance Club, por el distrito Gótico; Jazzman Club, cerca de La Sagrada Familia; Harlem Jazz Club, en El Raval; El Macarena, o El Gusto, en el barrio del Born.
Reducido es también el número de artistas cubanos de la movida barcelonesa que logran infiltrarse dentro de las programaciones de espacios más amplios como el Palau de la Música Catalana. Nota mental: Chucho es aquí la excepción de toda regla, especialmente en temporada de festivales.
Omar Sosa, con cuatro nominaciones a los premios Grammy y tres a los Grammy Latino, alcanzó la codiciada meta de tocar en esta mítica sala en 2012, donde abrió —junto al trompetista italiano Paolo Fresu— la 44 edición El Festival Internacional de Jazz de Barcelona.

Omar Sosa. Foto: Olaf Maikopf/ Tomada de la página de Facebook del artista.
Una vez le pregunté a la periodista musical Marushka Vidovic por qué era tan complicado para los artistas cubanos traspasar las barreras de las salas pequeñas. Y ella me lanzó dos posibles —y no comprobadas— hipótesis.
Por un lado, la política cultural en Barcelona. Cataluña en general, bajo los contextos sociales que vive hoy en día, ha priorizado a nivel institucional la promoción del idioma, las artes y la música originarias de la región, dejando a un lado lo externo y, a su vez, limitando una diversidad que podría ser aun más rica.
Lo segundo es la falta de apreciación de algunos públicos, a los cuales les cuesta otorgar ese espacio de reconocimiento al artista emergente. No obstante, esto no limita que el sonido cubano llegue a quienes estén abiertos a lo alternativo o simplemente a aquello que no encaja dentro de los perfiles del “mainstream”. Eso sí, se nota la ausencia de promotores que apuesten más por este camino.
¿Por qué Barcelona?
Puede que aún quede una duda: ¿por qué muchos músicos de la Isla permanecen entonces en Barcelona? ¿Qué tiene esta ciudad que aglomera a decenas de nuestros coterráneos, quienes producen dentro del área para luego intentar vender su arte en otros panoramas, tal vez más receptivos? Yo misma me lo pregunto a menudo.
Aquí está mi teoría más personal, luego de deambular un poco por este país: Barcelona tiene algo de Cuba, como Cuba de Barcelona.
Caminar por el Barrio Gótico es pasar por las calles de Obispo, Reina, Obrapía y Aguacate. La arquitectura brinda un aire de semejanza a las plazas de La Habana Vieja, llenas de turistas y personas que, ocultas en las esquinas, ofrecen otro tipo de sustancias en lugar de ron y tabaco “originales”. Eso sin mencionar el hedor de los desechos, la música, los restaurantes y otros tantos factores folclóricos pero igual de sentimentales.
Pero, sobre todo, la cercanía al mar que recuerda a casa. Esto, para un migrante caribeño, es más que necesario, a veces vital en la creación artística. Principalmente para aquellos que acumulan años de nostalgia. Como me empieza a pasar a mí, a pesar del poco tiempo. Por suerte tengo cerca buena música cubana para aliviarla.
Nota: En Magazine AM:PM hemos conocido que en septiembre del 2020 las Fiestas de La Mercè estarán dedicadas a La Habana. Este es el evento cultural más popular y esperado que tiene lugar en Barcelona, en honor a su patrona, la Virgen de la Merced. El programa oficial, organizado por el Ayuntamiento con los principales promotores de la ciudad, ofrece cientos de actividades que entremezclan tradiciones culturales y se realizan por todos los barrios de la urbe. Es de esperar que varios artistas de nuestro país —sea que residan o no en la ciudad condal—, puedan mostrar su arte a los catalanes en espacios más abiertos y de mayor convocatoria que los habituales.