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Artículos Olga Rivero. Foto: Tomada de Musicuba.

Siempre hubo un antes: Olga Rivero

En los medios de difusión cubanos (salvo contadas excepciones) hemos venido padeciendo lo que pudiéramos definir como una fiebre del mito, por llamarle de alguna forma a cierta tendencia que ha entronizado el olvido de cantantes, agrupaciones, arreglistas y compositores valiosos, incapaces de conservar -por algún extraño designio- esa frágil pátina que preserva su memoria convirtiéndolos en figuras emblemáticas de la cultura de todos los tiempos.

Su desaparición súbita de los escenarios, en determinados momentos de la historia, provocó su destierro a ese limbo o tierra de nadie, invariablemente acompañados de una sentencia a todas luces inapelable: se fueron. Aunque vale señalar que no pocos de los que permanecieron en la isla también serían incluidos en ese desfavorable status, extendido a la historia escrita en lo sucesivo. Esta excesiva mitificación ha distorsionado el natural acercamiento a la historia de la música y sus protagonistas, siendo reiteradamente simplificada su génesis con el establecimiento de un exclusivo ‘sistema de estrellas’ que nada tendría que envidiarle al mismísimo Hollywood. Sustentando estructuras rígidas, datando hechos y fenómenos musicales con carácter inamovible y astronómica exactitud, muchas teorías han sido repetidas hasta la saciedad en igual número de publicaciones.

De esta forma han coexistido los textos de verdaderos profesionales de la investigación con otros elementos, definidos sabiamente por el entrañable Manuel Villar como repetidores, y que otro amigo -no menos querido- bautizaría sabrosamente como musulungos, refiriéndose a ciertos musicólogos de escuela. La tesis de que siempre hubo un antes la estableció con su habitual lucidez el maestro Leonardo Acosta en el libro: Otra visión de la música cubana. Siguiendo estas pautas, y entendiendo la música como un hecho vivo, en constante transformación, no es difícil intuir la lógica conexión de las canciones de José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Rosendo Ruiz (hijo), Ñico Rojas, o Jorge Mazón, entre otros guitarristas creadores, con las de aquellos autores que, a finales del treinta y comienzos del cuarenta, libertaban armonías, melodías y textos: Augusto Tariche, René Touzet, Julio Gutiérrez, Juan Bruno Tarraza, Mario Fernández Porta, Bobby Collazo, Isolina Carrillo, pertenecientes a un importante movimiento de pianistas-compositores (fenómeno que habría que abordar con mayor detenimiento y profundidad).

Antes que ellos, a comienzos del treinta, Julio Brito y Nilo Menéndez ofrecían obras decisivas como Mira que eres linda y Aquellos ojos verdes, respectivamente. Teniendo en cuenta estos elementos es imposible desarraigar al feeling de ese cauce evolutivo, comúnmente influenciado por culturas geográficamente cercanas. Las rancheras y el bolero mexicanos, así como el jazz norteamericano (en particular el swing y el be bop) conquistaron el gusto musical cubano de comienzos del cuarenta. Sin embargo lo que confirió una cualidad excepcional a los autores del feeling fue su acercamiento a la guitarra desde la perspectiva experimental del autodidacta. Conceptualmente desprejuiciados -al no poseer conocimientos teórico-musicales- incorporaron acordes y caminos armónicos diferentes en sus obras, llegando a estrenar una manera novedosa de ejecutar el instrumento (en el caso específico de José Antonio y César) utilizando sólo el pulgar. No por gusto las obras más logradas del genial Niño Rivera (como aseveraba Ñico Rojas) fueron las que produjo intuitivamente antes de efectuar estudios musicales. Muchos compositores se apartaron de los esquemas de su tiempo.

Entre ellos Justo Fuentes (asesinado en plena juventud por sus pensamientos políticos), Cristóbal Doval, Ernesto Duarte, Pepé Delgado, Eduardo Ferrer, y Ñico Cevedo. Lo mismo sucedería en el campo de la interpretación con Bobby Williams, Francisco Fellove Valdés, Dandy Crawford, Pepe Reyes, Reinaldo Henríquez, Miguel de Gonzalo, Germán Piferrer, Freddy, o Doris de la Torre. De estos autores vale la pena seleccionar al pianista Pepé Delgado, también notable arreglista. Entre sus boleros más celebrados destaca: Cosas del alma. Con arreglo del Niño Rivera nos llega en la voz de una gran cantante cubana, incluida en el enigmático limbo de los que se fueron: Olga Rivero.

(Tomando del perfil de Facebook del autor)

René Espí Más publicaciones

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