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Reseñas Portada del álbum "Qué bolá asere", de Rxnde Akozta.

Rxnde Akozta, bala en el aire

Este es un disco demasiado rápido. Lo dijo Randy, que después de Outlet (2017) no pensaba sacar otro en cinco años. Quien lo conoce sabe que es el vaquero más lento del oeste de la rima, y el más sensato. El que mira de lejos al resto de vaqueros pavoneándose. Corren si desenfunda. Es un maestro. Pero esta bala no dio en ningún blanco. Qué bolá asere (2018) es un disco fofo, tantas líneas débiles, que quiera Dios no sea el lento hundimiento de Rxnde Akozta.

“Los temas surgieron a partir de encuentros con los consortes. Quedábamos para vacilar y salían. El disco es un vacile personal”, ha dicho Randy sobre su octavo álbum, contando los EPs. Entiendo que Randy no es el adolescente de “no creo en llantos de mujeres/ ni en lágrimas de mujeres”, ni el joven desilusionado en Cuba de “aunque no le trabaje al Estado/ no ando arrebatando carteras”, sino que tanto viaje, tanto ver, lo han reconcentrado, le han modificado, incluso, el acento y el sobrenombre a “eterno emigrante del rap”. Pero desde el principio Randy vuelve otra vez sobre La Habana (Q.B.A), vuelve a contarnos que nació en Maternidad Obrera, a describir Buena Vista, aquellas lindas presentaciones en La Madriguera. Nostalgia. Lo ha hecho tanto.

Luego comienza un viaje, un concepto en cierta forma latinoamericanista donde comparte micrófono con una decena de raperos. “No pensé que fuera a existir este disco, poder juntar tanta gente que respeto y quiero. Tuvieron que alinearse muchos planetas para que fuera posible”, ha dicho al respecto. Así desfilan Portavoz (Chile), Ray One (Venezuela), Pielroja (Colombia), Urbanse (Argentina), Foyone (España), Al2 y Mano Armada (Cuba), y Randy los despacha probablemente sin querer, los parte, se los come: son MCs muy por debajo de él, incluyendo a Al2 y su nuevo flow cansino, de no me importa nada. En cada featuring Randy mantiene su seriedad habitual, la voz briosa, aunque sigue repitiéndonos que a veces no contesta los mensajes porque anda con su hijo, que no cree en ningún dios, que su “léxico destupe tímpanos” y que se ha sentido discriminado por negro emigrante.

Hay atisbos de aquel Randy de antaño: “Antes de rapear me encomiendo a mi abuelo/ pa’ que me preste sus cojones y los espejuelos”, hay punchlines (finales de estrofa) sorprendentes: “…esas vidas que se alquilan/ límpiate las pupilas/ nuestro rap viene del fondo, fondo, como Nasty Killa”; pero solo en featurings donde tuvo, por fuerza, que ser fuerte: Hablando Claro con Akapellah, y Caimanes & Caballos con Lil Supa, venezolanos, dos de los mejores del continente.

El sonido sigue noventero, feedbacks intencionales, samplers tristes, tranquilos, agresivos, buenas cajas. El típico jazz de Marrom Fernández en Casi Azul (Marrom también aporta la única melodía del disco). Destacar las bellezas del joyero, Drama Theme, productor venezolano, de moda entre los raperos venekos como en su momento estuvo Kaputo, en los dos mejores temas del disco: Hablando Claro y Caimanes & Caballos. Randy descubre, además, a Rodesens, productor underground dominicano que repite varias veces en el álbum y con el que, ha dicho, seguirá trabajando.

Acostumbrados a la bala lenta que da en el blanco, Qué bolá asere es la compilación innecesaria de featurings que pudieron quedar en discos de otros. Es Randy cansado, con esa magia que es la misma siempre.

Jesús Jank Curbelo Reportero de Periodismo de Barrio. Columnista en El Toque e Hypermedia Magazine. Ha publicado Los Perros (novela, 2017). Más publicaciones

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