
Tres canciones de Violeta Parra, un manifiesto sobre el dolor, un cartel de No tocar
Noche 1
Qué pena siente el alma.
Escucho a Violeta después de muchos años, de casualidad, porque yo buscaba otra cosa. Ha sido un día malo y esa mujer no ayuda.
[Sobre las aurículas y las cavidades, el corazón se me quedó ciego].
Qué pena siente el alma es la canción dulce que yo necesitaba, porque habla de la suerte opuesta a los deseos. Violeta sabía cosas y yo necesito olvidar las cosas que Violeta sabía.
Yo, como ella, abandoné una escuela y quise tener un circo, y quise ser una muchacha alegre. Yo fui también el abandono y quise, como ella, salir de una tristeza lacerante.
Violeta no pudo.
Violeta no me conviene.
Es una mala noche y a mí los olvidos se me instalan en su voz, como en un pozo ciego.
Cuando sonaba, yo pensaba en la estructura del dolor. No duele y ya. No mata y ya. El dolor, a veces, llega con la forma de unas cuartetas simples. Pensé en la suerte impía.
[Ventrículo derecho.
Aurículas, cavidades.
Tórax.
Ahí no se alojan los dolores, aunque duelan como un infarto].
Yo sé que cuando Violeta escribió esa canción estaba escribiendo una sentencia.
Yo me acuesto. Canto bajito. Sin olvidar que es tarde, sin olvidar las horas…
Sin olvidar tus ojos,
sin escuchar tu voz.
Noche 2
Qué he sacado con quererte
Ella canta y la gastritis me está pasando factura porque la gastritis duele y se siente como un hueco y como una bola de candela. Ella canta, no le importa. La comida no me baja. La comida me da asco la mayor parte del tiempo y he bajado no sé cuántos kilos, y Violeta anda diciendo que aquí está la misma luna, y esos pocos kilos se sienten en las costillas como si fueran 100, como si la luna fuera un estómago gigante, como si el estómago fuera una luna. Ahora la comida me baja menos porque tengo miedo.
Y los cuatro pies marcados
en la orilla del camino
Tengo la canción de Violeta en el estómago y me arde. Tengo la sensación de no haber sacado nada del amor. Tengo la sensación de que el amor es una úlcera.
Yo sigo cantando bajito, a ver si se me olvida Violeta, a ver si se me borran los nombres. Pero no.
Los dos nombres en el muro,
Y tu rastro en el camino.
Cuando se escribe una canción así es porque no se ha sacado nada del amor, salvo abandonos. El amor de Violeta también estaba ulcerado.
Día 3
Gracias a la vida
En medio de los dolores, Violeta agradece, como quien no quiere agradecer, o como quien da las gracias antes de marcharse, como quien da las gracias antes de los adioses definitivos. Dicen que se enamoró del hombre aquel, dicen que lo amó con locura, que le cantaba, que se desprendía sin querer desprenderse. Ese hombre también era la vida, era el buscado en las multitudes, él era el fondo de sus propios ojos. Yo lo sé.
Gracias a la vida es una canción de despedida y una canción de amor, a mí nadie me engaña. Es una canción-adiós, es una canción-pistola, es una canción-angustia. No es una gratificación. No. Es el reverso.
Es una sombra en la que se maldice la ternura de otra voz sin llegar a maldecirse.
[El ventrículo derecho siente una pena muy honda. Recupera la vista. Contribuye al bombeo vago. Contribuye a mi estómago que se alimenta de sí mismo. A la partida del hambre. El hambre que agradece la canción como un pedazo de pan, como una úlcera recién curada].
¿Qué otra cosa queda sino agradecer, levantar el rostro, darle gracias al amor, a los patios, al cielo estrellado, más antiguo incluso que la noche misma…?
La vida… La vida que es canción.
Agradezco, como Violeta, mi corazón agitando su marco, y agradezco el tórax descomprimido después de llorar.
Agradezco la ruta del alma.
Y el quebranto.
Aunque esa aceptación sea un balazo en la sien. Aunque me lance, sin remedio, contra tantas formas de la muerte.
No tocar/ Dejar que se descomponga/ Manifiesto
Bastaría poner un pequeño alimento durante muchos días en un lugar. Bastaría mirar el proceso para comprender la bala en la sien de Violeta. El dolor es un sentimiento putrefacto cuando no se sabe hacer nada al respecto, y ella le cantaba al dolor, como para dormirlo. El dolor a veces es una pieza de museo, la indescriptible, la más apartada, a la que todo el mundo se asoma, y en cuyo borde hay un cartel enorme que dice No tocar.
Como si alguien quisiera tocar el alimento putrefacto, como si hubiese que hacer esa advertencia, como si a alguien fuera a pasarle por la cabeza meterse con un agradecimiento desgarrador a la vida.
En su última carta, escribió: “(…) No tuve nada. Lo di todo. Quise dar, no encontré quien recibiera (…)”.
La dejaron pudrirse. No supo cómo salir. Se le negó todo y ella pedía a gritos una mano que no fuese la propia, unos ojos que no fuesen los propios. Ahí empezó a morirse. El balazo no fue más que la muerte del cuerpo. A Violeta la mató un amor y la mató un país y la mató la ausencia de la mano ajena.
Llega el momento en el que las moscas también se fueron, y se fue el encargado de guardar la pieza en la caja para la exposición siguiente, y se fue el señor que cierra la puerta. Se fueron todos. El dolor es solitario. Nadie más lo habita aunque todos lo contemplen. Nadie puede abrirse el tórax y enmarcar toda esa cantidad de aurículas y sangres en el tórax del otro [porque no se puede, porque ahí no habita].
A Violeta le pasó una angustia y le pasó una bala por la dermis y por la epidermis. Violeta conoció el último estado del dolor: el espanto. Violeta mató al espanto.
Las canciones de esa muchacha eran todas premonitorias, comprendió temprano las miserias humanas, comprendió lo negado. Sus canciones eran la certeza de que después del dolor no quedan ni siquiera los restos descompuestos, ni las moscas, ni el hedor, ni el proceso, ni los espectadores. Qué terrible saber eso…
Quedan el silencio y el cartel de No tocar. Eso queda.
[Y la canción, Violeta. Tu canción que me mata en vida, tu canción que duele como el No te vayas. Tu canción ofrecida que duele como lo negado.
Que duele como la huida.
Que duele como la muerte.
O peor,
porque sigue doliendo].
Yo soy la espectadora del fondo, ahogada en las emociones que le ocasiona la lectura de este artículo . Una admiradora que el azar atrajo, hacia la autora. Mi Eva Green…te leo con deseo, con pasión y feliz.
Wendy, ha sido tu publicación el divino e inimaginable postre d mis pastas d esta noche. Quedé con sed d seguirte leyendo. Gracias!