
Schumann, las cartas posmodernas y el efecto transitorio de la luz
La tarde era muy bonita, había un pequeño prado. Las piedras, dispuestas simétricamente, parecían asientos rurales. Me senté en la hierba, sobre un pequeño mantel que mi amigo había dejado, e intenté reproducir algunas músicas.
Aleatoriamente puse a Schumann. Me alegré. Tengo la sensación de que esa alegría provenía de unas ganas muy infantiles de dramatizar la tarde.
Logré dramatizar la tarde. O la tarde logró dramatizarme, porque ella siempre tuvo más fuerzas que yo.
[César:
(…)
Estoy escuchando Adagio y Allegro, de Schumann. Son las 4:26 de la tarde. No debería, y sin embargo escucho y me entristezco con una alegría diminuta. Necesitaba eso. Vine a la finca de los papás de Eduardo. Aquí hay un lugarcito donde puedo descansar. Deberías venir conmigo un día, si es que vuelves a Cuba.
Schumann estaba más deteriorado de lo que puede estarlo una muchacha cualquiera por estas fechas.
Tú me pusiste a Schumann una noche, ¿recuerdas? Habíamos jugado ajedrez, habíamos bebido un poco y me dijiste Amiga, y me dijiste que ese hombre estaba triste, y me dijiste No llores por eso.
¿Estás dormido? Yo sé que no.
Dime qué escuchamos esa noche. Dime en qué tragiquismo me volqué. Dime por qué lloraba].
Kinderszenen (Escenas infantiles)
Del romanticismo alemán probablemente lo que menos escuche sea Schumann.
Schumann es como Novalis, una cosa violeta, o ámbar. A mí esos colores no me gustan. Schumann es como Géricault en su sentido trágico (en la intención de reproducir lo trágico de manera más o menos dulce. Tampoco me gusta la dulzura dramática), pero Schumann es otra cosa, es una escena infantil en medio de un campo.
Schumann no es el Romanticismo.
Hubiese puesto, en mi tragedia, una misa tristísima, es verdad; o el Réquiem alemán de Brahms, o la bella Carmen de Bizet.
Pero mi tarde era una tarde para escuchar exactamente lo que había caído en el reproductor.
Por supuesto que lloré con el Kinderszenen, porque era la pieza de mi reminiscencia, un pedazo recobrado de la infancia. Por eso lloré. Porque la infancia no estaba de vuelta sino con los sonidos, con un dolor casi real, casi propio, casi demasiado serio.
[(De César)
Amor, llorabas porque no entendías y porque la voz del intérprete era grave (…). En esos días llorabas por cualquier cosa.
(…)
Cayó Overture Manfred.
(…)
Dementia praecox es lo mismo que esquizofrenia(,) que es lo que tenía Schumann. Me lo preguntaste aquella noche y te dije que no tenías eso. Lloraste como una esquizofrénica (…), como si supieras algo más (…).
(¿) Qué sabes tú?
Esa música te calma porque las tristezas se contrarrestan.
No le des más vueltas al asunto.
Te quiero.].
Träumerei (El ensueño)
[Ensueño se llamaba la pieza].
Exactamente en el tercer tiempo del tercer compás me puse muy triste. Eduardo se demoraba y el lugar era quieto, y aproveché para enviar un par de mensajes, y aproveché para llevarme las manos a los ojos como una niña pequeña o como una paciente psiquiátrica (como si no fueran la misma cosa de vez en cuando).
A mí lo que me duele de Schumann es la poca histeria del llanto. El dolor modulado a Sol menor.
Eso es un ensueño: un dolor modulado.
(El llanto se repitió con algunas variantes).
Das paradies und die Peri
Schumann dijo una vez que, mientras escribía Das paradies…, una voz le susurraba al oído que sus composiciones no eran del todo inútiles.
Puedo imaginar la angustia que lleva a alguien a inventar voces, la soledad que hace que el aliento de esas voces sea próspero. (Es la misma soledad de quien prende la radio por las mañanas para escuchar una voz que no sea la propia).
Aquel prado era un paraíso pedregoso. Y yo juro que era mío, yo juro que intenté mi regalo para el cielo, yo juro que fui más pagana y más limpia que cualquier dios inventado por el hombre.
(Yo. La lágrima de los pecadores arrepentidos. Lo inútil de un campo remoto. Petite putain. El suspiro último de los sacrificios mortales. Schumann y los prados posmodernos. El cielo abierto como una herida diminuta.
Mi llanto no es del todo inútil.
Pero los prados no hablan.).
Papillons (Op. 2)
Las mariposas de Schumann están inspiradas en la última escena de Flegeljahre, de Richter.
Pudiera parecer una obra alegre, carnavalesca. Pero Papillons es una obra tristísima y melancólica.
Esto se descubre, generalmente, en el Valse en Re menor. La pieza va alternando entre Fa mayor y La mayor, luego de haber comenzado tan tristemente…
[César, ¿tú le tienes miedo a algo? Siempre me preguntas lo mismo y nunca sé qué decirte. A mí me encantan los miedos de la gente lúcida. Son hermosos a veces.
Y explicables].
Comenzó a hacer un poco de frío y me cubrí con el mantel. Papillons estuvo sonando por mucho rato. No cambié nada. Imaginé cosas, como siempre. Imaginé al pobre Schumann al borde del piano. Imaginé mi cabeza en el regazo ajeno. El frío era cada vez más insoportable. Esporádicamente me daban ganas de gritar.
[Me da miedo morirme, y las alturas también, pero me dan más vértigo que miedo. Las arañas, las abejas, y algunas veces me da miedo por ti,
no de ti sino por ti, me da miedo que creas que vas a estar triste siempre].
Schumann no sabía tocar el piano.
Melancolía psicótica
Arabeske in C major es la tristeza y es la alegría. Pero es sobre todo la tristeza.
Schumnan llevaba años alucinando, llevaba años con períodos maníacos y depresivos.
Schumann era bipolar y estaba triste la mayor parte del tiempo. El final de Arabeske in C major parece otra pieza. (Lo mismo que el llanto purificador después de la risa maniática). Intentó suicidarse algunas veces. Dichoso él por haber tenido el amor de Clara. Dichoso él que tuvo algo más que una canción en medio de todo aquel quebranto. Imagino que a esas horas poco importa quién ama y quién deja de amar. Pero el amor de esa muchacha siempre estuvo. (El amor y sus dedos de pianista).
Mientras transcurría el Arabeske yo cruzaba los pies y me preguntaba cuánta tristeza se necesita para querer lanzarse de un campanario.
Schumann era, cuando componía, todos los personajes de Papillons, él era los movimientos distintos dentro de una sola tristeza.
Sonatas para piano y violín es un síntoma de toda su locura.
Alucinaba con ángeles.
Estaba lo suficientemente mal de la cabeza como para temer que los ángeles le hicieran daño a Clara.
(Yo sé por qué no hay campanarios en los prados).
Et in hora mortis nostrae
Lo último que sonó antes de Eduardo recogerme (casi al anochecer) fue el Ave María. Yo pensé en cosas como las voces por dentro de la cabeza. Como la manera de buscar una voz en una casa sola o en un prado lejano (un susurro, eso se busca, porque nadie en la soledad espera un grito).
Morir loco. Morir loco en un asilo. Morir de tristeza. Morir debiéndole a la vida las sinfonías alegres. Morir sin haber escrito un solo vals despojado de angustias. Morir sin que la vida haya sido apenas humoreske. Morir a solas (y que me perdone Clara). Nadie muere con nadie, pero hay manos que ayudan a morir, y nunca son las propias.
Las manos propias escriben cartas y sinfonías para dramatizar las tardes.
La Lástima de William Blake abriéndose paso en una tardecita invernal en el medio de un campo. Una postal moderna de Londres con una invitación a la Tate Collection. Un libro viejo con dos apuntes.
Las manos defectuosas de Schumann sobre el piano de esa tarde. Escondido de los nazis en un monasterio, poniendo un vals sobre nuestras cabezas.
Las piedras dispuestas simétricamente como teclas blancas. La simetría del vals. Lo tremendo de la tarde.
Morir loco es aceptar la muerte sinfónicamente: como un adagio: como una fuerza que conduce la mano hasta el acorde final: como un pequeño prado donde los manteles nos cubren del frío: como una carta posmoderna que se envía siempre con el ansia de las contestaciones:
Como pronunciar la espera sabiendo que la carta y la presencia son cosas muy distintas
[No quiero morirme loca. Pero supongo que es un poco tarde para darme ciertos lujos. Cuando te digo que tengo miedo es porque me tiembla el pecho. Los pintores románticos descubrieron algo en la luz. Yo nunca descubrí en la luz ninguna cosa. Cuando te digo que tengo miedo es porque las manos me tiemblan lo suficiente como para escuchar una canción sin escucharla].
El 29 de julio de 1856, a los 46 años, muere Schumann.
Dicen que desde el cementerio viejo de Bonn se ven algunos campanarios. Dicen que los ángeles no existen del todo. Dicen que una visión es el signo de un colapaso. Dicen que las voces son tan molestas como lo es la luz a los ojos del recién nacido. Dicen que la luz es precisa para no lanzarse a los abismos, porque uno se lanza buscándola.
Ya es otro día y vuelvo a poner esas músicas.
Un compositor que no sabe tocar el piano. Eso debe ser muy triste. Pero algunos locos tienen el don de inventar los sonidos por dentro. De crear la luz en medio de las oscuridades. Eso es lo único que salva.
Transitorias son la luz y algunas locuras. Y son muy eternas. Esa sinfonía antigua me trajo, en este siglo, algo de llanto y de sosiego.
Las cartas sin respuesta. El temor a escuchar un ángel. El muchacho de la radio que no advierte que me levanté para escucharlo. Los vasos dispuestos simétricamente como piedras, como asientos rurales. A ciertas horas todo vuelve. Vuelve la música como un ángel y como un espejo.
[El efecto transitorio de la luz:
a eso le tengo miedo].
Wendy mi hermana te pasaste! Espectacular!!! Has florecido mi amor por Shumann y por ti!!! Bello bellísimo!!! Gracias!!!
Dios, cómo se puede escribir así. La música está detrás de cada palabra. No hay que esforzarse para escucharla. Eres genial, Wendy. Te sigo. Siempre pienso que tú último texto es el mejor. Los adoro a todos.