
Malpaso / Ray Fernández y Carlos Lage
Malpaso (Egrem, 2020) reúne los textos del poeta chileno Ángel Domper y a los trovadores cubanos Ray Fernández y Carlos Lage. Aunque no falta el paseo por zonas como el flamenco, el son, el chachachá, el pop y hasta el country, el bolero y la canción son los grandes protagonistas del fonograma, que reúne 11 canciones y un bonus track. Además de seis poemas musicalizados de Domper, el álbum cuenta con tres temas inéditos de la dupla Lage-Fernández, en los que sobresalen ese vicio hermoso y socarrón por el octosílabo de Ray y el apego al género bolerístico al que nos tiene acostumbrados Lage.
Ambos cantautores son nacidos en los 70. Muchos trovadores de este tiempo, sobre todo los acogidos en la llamada hornada “De la rosa y la espina”, sufrieron una exposición considerada por muchos apresurada; pero con el paso de los años han aparecido obras que apagan aquellos capítulos, acaso olvidables. Este disco, de alguna manera, es una muestra de cómo algunos de aquellos cantores encontraron el camino de la canción.
Carlos Lage, por ejemplo, luego de aquel dúo con Karel García —confieso que temas del disco De otra manera (1996) aún quedan en mi memoria— y su trabajo con Habana con Kola en Barcelona, se ha asomado al bolero escudriñándolo, bebiendo de nombres como los de Juan Arrondo, Bobby Collazo o Julio Gutiérrez; y nos deja una obra que a estas alturas sabe entroncar con quien entienda esta manera cubana de cantar al amor y todos sus demonios. En ese sentido, Malpaso lo pone frente a un público que podría abrazarle mejor, si mejor le conociera.
Aunque Ray y Lage sean las voces líderes de esta placa, sobresalen, y mucho, la voz de Mane Ferret en la muy sentida pieza Látigo de sal, canción que a base de piano y bajo acompaña una voz con sabor a tango que me recuerda a ratos a Adriana Varela. Bárbara Zamora, por su parte, se adueña de otros cuatro temas: Habana en mí, Caminos, Mar y Vamos.
Junto a ellos vemos desfilar a Cucurucho Valdés, Rodney Barreto, Alejandro Delgado, Armando Ozuna, Gastón Joya, Rey Ugarte, Chistopher Simpson, Miguel Valdés, Yibran Rivero, Roylán Carballoso, Yenisel Seva y Kelvis Ochoa (este último, como siempre, muestra la capacidad que tiene para dar sabor; aunque aquí no era imprescindible).
Insisto en la voz de Bárbara Zamora, porque un músico como Ray Fernández podría quedarse con buena parte de la atención. Esta mujer dice con belleza suficiente sus canciones como para merecer todo un álbum donde sea protagonista. Eso sí, al bardo lo suyo, sus piezas (si la radio sonara con justeza) deberían estar ahí con seguridad. Lo imagino en muchas playlists.
El álbum —el que, según confiesan los autores, se siente como sentencias pronunciadas tras las copas, dolores que colocaron en versos llenos de sufrimiento y picardía— es una propuesta justa, un modo de retomar el bolero, que parece no tener ganas de sucumbir. Aquí, aun cuando se habla en presente, este género se atreve a emular el sonido de los tríos y los septetos.
Adjetivos de mujer, el bolero cha con que arranca el disco, por ejemplo, es una atinada carta de presentación: mujer, dolor, desgarramiento, citas a los clásicos y, a la vez, un espacio para el goce, para burlarse un poco del obstinado desgarramiento.
Este es un fonograma inquieto. Ray, sobre todo, se mueve por diferentes géneros con su verso pícaro, sus décimas redondas, su risa ante lo trágico mientras los otros intérpretes quedan por regla general en la canción. Malpaso, que debe ser un tema para defender el CD homónimo, y que ya se desprendió como sencillo, muestra al autor de Paciencia en su cuerda humorística y socarrona, arropado esta vez con guiños sesenteros donde el juglar insiste claramente en lo “amoroso” del bolero. Al final, este es un álbum para la lágrima nacida en los bares del desamor.
Por lo demás está el diseño, esos labios de mujer despechada, rojo sobre blanco, que Juan Carlos Viera asume para ilustrar el contenido sonoro. Todo ello junto a la traición, la duda, el abrazo, el llanto y hasta el verso a los hijos o a La Habana, el temor a perder el control y hacer el tonto.
Un disco como una apuesta por la tradición renovada sin artificio. Una placa intensa, sutil, misteriosa… si la llegas a beber. Un Malpaso de la Egrem que bien vale la pena andar, así nos lleve al precipicio.
Quien no ha hecho el tongo alguna vez?