
Poetas de la música
Siento que la escena musical cubana es como un bosque, tan tupido que no se ve casi nada, ni desde afuera, ni desde adentro. Entre muchas yerbas que crecen iguales, y energías de sabiduría antigua, nos es imposible medir el tamaño de ciertos árboles, que por ocultos, son más valiosos.
Si hablo hoy solo de tres es porque me referiré a la familia de los músicos performeros de La Habana, de una generación flaca que ha sobrevivido en las calles y en sus cuevas, tratando su vida como un acto poético y mostrándola raras veces, o en lugares muy específicos.
Juan Carlos Piñol es un mito desde que Kelvis grabó su nombre en una canción histórica de Habana Abierta: Piñol fraseando canciones de ayer. Ya de viejo, y acompañado por Alfred Artigas —guitarrista que convierte en agua, o en viento sus armonías mágicas— y por Irán Farías El Menor en las tumbas, formó un trío para interpretar sus canciones, que imagino se hayan gestado durante décadas. Tuve la suerte de estar presente en ese momento cultural, que, aunque íntimo, tuvo una alta importancia. Era un fenómeno único, dado a raíz de un florecimiento del arte, sobre todo en la rama de la poesía llevada a la escena. Piñol es un poeta rumbero. Poeta del corazón, conecta’o con la información limpia del universo, mostrándose a sí mismo en un llanto orgulloso, pero con el ritmo preciso, sabiendo que ”la rumba es muy bonita”. Es un hombre blanco, muy flaco y viejo, de vida cómoda; descubres —al conocerlo— que sufre su ego, como si nadie lo hubiera escuchado en 20 años. Más bien es un molusco en su caracol, criando un relámpago que solo le habla a él. Lo que pasa es que canta cosas que lo dicen todo, y es imposible no sentirlas resonar dentro de uno.
La sabiduría es un bicho complicado. Para nosotres, hijes de Occidente, no es más que un conglomerado de información compleja, que se encuentra en los infinitos libros de alguna biblioteca quemada antes de nuestra era. Pero para otras culturas, la información sabia se puede leer en cualquier elemento de la madre naturaleza, que lo abarca todo. En Cuba las energías se ven con ojos yorubas y miedos cristianos. Los tambores, se sabe, hablan, y son sabios. Escuchar los tambores puede ser la experiencia que te muestre quién eres, desde otro plano. Saber escuchar puede marcar tu supervivencia en una jungla tan dura como la calle cubana. Piñol, oculto en su casa espaciosa, sentado frente a la manta de yoga, marca la clave, dice una cosa y sientes que te leyó por dentro. Realmente nunca te miró, como diciendo: sé lo que eres porque somos lo mismo.
El trío de Piñol ya no está activo, él quiere cantar pero no hay dónde, la vida ha cambiado, la cosa está dura. Está cansado.

Juan Carlos Piñol
Juan Carlos Piñol22.06.2020Otros tiempos tampoco estaban bien del todo, pero había un movimiento que permitía escuchar a estos personajes sensibles y frágiles. El Longina era cada año una fiesta de canciones. Recuerdo una edición en que se llenó de poetas impresionantes; ahí estaba Jorge García Prieto, haciendo gala de una oratoria elegantísima; José Luis Serrano, gran poeta de nuestros tiempos, y estaba Piñol con su trío dejando boquiabiertos a todes. También el Encuentro de Poetas y Cantores era un espacio perfecto para encontrarlo, donde participó tres veces y rumbeó en las madrugadas de after party. Era todo un fenómeno, una rumba única, un canto sensible, una energía de amor.
Menos veces encontré al siguiente personaje. Después de haber ojeado un libro suyo, tan difícil de entender por la sencillez zen que predica, supe que estaba parado ahí, en un rincón de una de estas fiestas bejucaleñas preparadas por Noslen Porrúa. De pronto caminó hacia el escenario. Muchos nos callamos al instante. Sabíamos que era Omar Pérez.
Realmente intento escribir sobre personas que hacen arte con la mirada. Llenas de un poder místico, voltean la energía de un espacio y cambian a todos los seres que se presentan receptivos a sus vibraciones. Omar cantaba bajito, con un cajón extraño, y decía cosas. No podré recordar sus palabras para describir su poética, porque estas eran menos importantes. Luego de ver una entrevista en la que hablaba del acto poético, pude comprender. Es un poeta que separa el poema de la poesía, enfocándose en la segunda y trabajando todas las aristas que esta antigua musa o diosa puede mostrarnos. Tiene muy claro el poderío del ritmo de las palabras, y las utiliza como hechizos. Los significados de sus palabras te remiten a imágenes capaces de identificarte, juzgarte, atraparte, sin haber dicho algo. Otro que parece sufrir, preso de sus palabras, con la mirada cansada, vieja, como la sabiduría que lo posee.
Omar Pérez es un teórico y traductor importante en Cuba desde hace décadas. Sospecho que su silencio en el panorama cambiante de La Habana es una decisión personal, un voto de no enfrentamiento con lo viejo que aún se sostiene. Profesa un nuevo camino para el ser poético. Oculto como la puerta estrecha, difícil, humildemente agresivo. Sabe que a nadie le importa lo que dice, y aun así el universo habla con él. Filosofía sin palabras, teoría de la no liberación, muestra de una raza de hombre nuevo, jodido, encerrado contra una sociedad de insectos incapaces de evolucionar, a propósito.
Estos maestros de la escena están marcados por varias etapas de la civilización cubana. Para mí es imposible imaginarlos en los años 90, jóvenes y con una fuerza capaz de destrozar las barreras más torpes de la humanidad. Pero claramente no lo lograron. Silenciosos, son de los que quedaron en la Isla luego del Período Especial. Esos años quedaron marcados en su fisonomía como en la de casi toda su generación, en las ojeras, en el desinterés por imponer su excepcional trabajo.
En la primera década del nuevo milenio, cuando el arte underground florecía y la performance se abría camino, surgieron movimientos sumamente importantes, como Gigantería, o Alamar Express. Es difícil calcular cuán influyente puede ser una estatua viviente. Andrés Pérez Viciedo, el tercer protagonista de esta columna, puede aparecer en cualquier lugar vestido de Caballero de París, con muchos papeles colgando, o audífonos que te invitan a escuchar poemas. Vive la vida de la Habana Vieja, con perros que lo enseñan a ser humilde, y encarna personajes de tristeza profunda, sin dejar de ser él. Un ser tan amable en su gesto, que acepta y lleva consigo la miseria y el sufrir de su raza, sin quejarse, sin molestarse. Andrés se mueve entre lo real y lo que siente un perro, se mantiene en pie porque decidió ser de bronce, con un corazón suave y musculoso.
Una de sus aristas poéticas es la música. Durante un tiempo tuvo un dúo con Oscar Sánchez, otro poeta de la mirada, con quien interpretaba poemas y canciones peculiares. Digno de ubicar entre lo sublime del arte cubano, está su interpretación en rock and roll del poema de Vallejo, El alma que sufrió de ser su cuerpo, uno de los más influyentes del siglo XX para nuestra cultura y todas las demás. Aplausos para Andrés, quien en realidad parece necesitar otra cosa.
Nadie puede devolver a los cubanos el sueño que perdieron, ya es muy tarde. Ninguna academia o institución se mostró interesada en escuchar esas voces musicales de la poesía. El silencio de los grandes dice mucho, y ahora solo debemos esperar otro resplandor.
Qué bonito lo cuentas. Muchas gracias
Gracias, Abelito, por tu sensibilidad. Tal como dices, son grandes artistas desconocidos. ¡Abrazo!