
La flora cubana desde un viverito de ciudad
En el país de la siguaraya, el guayacán y la palma corojo, los urbanitas viajamos por carreteras de un verde monótono, flanqueadas a ratos por lomas pelonas. De pronto algo tira de nuestros ojos: en la cuneta se desparrama un oro que desconocíamos. Es el saúco amarillo al sol del mediodía esa aguja que va rayando el viejo disco del paisaje. Al arribar a la ciudad buscamos su destello por calles desarboladas y jardines pijos, pero no aparece. Entonces llega desde alguna bocina la voz del Benny, y ahí están de regreso, al evocar al palo “que sin permiso no se pue´ tumbar”, todos los palos del monte.
Entre las islas del orbe, Cuba ocupa el cuarto lugar en cantidad de especies vegetales, con más de 7 500, ¡53% de ellas endémicas! Poseemos, asimismo, el primer lugar en densidad de plantas por kilómetro cuadrado. Esta flora riquísima, aunque poco visible en el entorno próximo de la mayoría de los cubanos, tiene su correlato en la música nuestra, igual de exuberante, con infinidad de géneros, compositores, intérpretes. Cubanas son muchas de las maderas que hacemos sonar. Claves de ácana (Manilkara valenzuelana) y yaití (Gymnanthes lucida), güiros que colgaban de su árbol (Crescentia cujete), tres y guitarras donde se encuentran el cedro (Cedrela odorata) y la majagua (Talipariti elatum).
En el cancionero mestizo que somos, tal como en el verde, ha habido talas, extinciones, monocultivo y especies exóticas que se han tornado invasoras. Cantando a esos árboles, yerbas y epífitas relegados por siglos de agricultura, ganadería, urbanización y avance de la flora foránea, también nos representamos y evocamos al país con orgullo, dolor y nostalgia. “Aquel olor a albahaca y a romero” que fuera, según Dulce María Loynaz, atributo de un Vedado perdido, encubre, sin querer, la tala del monte preservado por siglos de la voracidad habanera, con sus propios olores y colores. Ese del que aún quedan relictos cerca del río Casiguaguas (Almendares), donde el saúco amarillo (Tecoma stans), después de mucho buscarlo el urbanita, reaparece.
Volvamos a estas músicas jocosas o sentimentales donde lo verde emerge como tema o pasaje en un horizonte mayor, sintiendo que llegamos a la Isla 7 000 años atrás, antes de todo genocidio/ecocidio, cuando el latín no nombraba al guao y las voces de Celina, Celia, Fabré, Omara y Pablo eran solo promesas de una larga especiación.
Mata siguaraya / Benny Moré
Al pensar en el encuentro entre flora nativa y música cubana, el primer tema que nos asalta es Mata siguaraya, de Lino Frías, en las voces del Benny o de Oscar de León. Cada vez que lo tarareamos se refuerza una interdicción —el no cortarlo “sin permiso”— que acaso logre frenar a algún talador. Me pregunto, sin embargo, por qué ninguna siguaraya crece majestuosa en el Parque Central, ni en la Plaza de Armas del centro histórico, ni en el parque Trillo; cuando en el nombre científico de la especie está el gentilicio de la ciudad.
Trichilia havanensis es un árbol frondoso de la familia de las meliáceas, hermano del también célebre cabo de hacha o jubabán (Trichilia hirta). En infusión o cataplasma combate el reumatismo, las enfermedades cutáneas, la artritis, los cálculos renales. Ganó especial sacralidad para las religiones de origen africano. En el palo monte se le llama “abrecamino”, “rompecamino” y “tapacamino”, porque es mediador entre el bien que se desea (propiciándolo) y el mal que se recibe (alejándolo). Nadie dudaría de que, cuando el Benny se declara “con permiso”, encarna a Siete Rayos, a Changó y a Elegguá, místicos dueños del árbol.
Ceiba ritual / Rita del Prado
Es difícil oír está canción-oración en 2022, con tantos proyectos rotos y amigos dispersos como semilla en la ventolera. Hace poco vi talar una ceiba centenaria en La Timba —a unos metros de otra completamente amputada—, y creo entender por qué no nos escucha el cielo. En medio de la estridencia y la profanación, nos quedan estos versos para elevarlos en ciclos sin fin.
“Ceiba” es la voz taína que define al género, de ahí nuestra Ceiba pentandra. El epíteto alude a su flor, cuyo androceo (órgano masculino) tiene cinco estambres bien separados —como si presumieran— del gineceo (órgano femenino). Para nuestros pueblos originarios, la ceiba era hogar de los espíritus. Los mayas la estimaban como árbol del mundo, pues sus raíces comunicaban los distintos niveles del universo. Los pueblos africanos esclavizados vieron en ella la presencia de Iroko, árbol sagrado perdido/reencontrado; la protegieron cuando todo lo demás se venía abajo, aun su sombra era respetada. Hoy solo pedimos, con Rita del Prado, un “cívico gesto”.
¿Quién ha visto por ahí mi sombrero de yarey? / Original de Manzanillo
Con los hilos de una gracia inextinguible, Cándido Fabré teje un relato —la búsqueda por toda Cuba de un sombrero lanzado a su público— sobre la fortaleza de una identidad que tiene como epítome al susodicho sombrero, y con él la guayabera, el estadio de pelota, el habla orgullosa, la salida de domingo.
Se les llama “yarey” a varias palmas nativas del género Copernicia abundantes en las llanuras del centro y oriente de Cuba, cuyas hojas se emplean en trabajos artesanales. Copernicia baileyana o yarey hembra es la mejor, aunque también se emplea el yarey macho o yarey de tejer, Copernicia curbeloi, nombrado en honor de Maximiliano Curbelo, coleccionista de maderas. En esta playlist no hablaremos de “maderas”: ningún árbol eligió ese destino cruel.
La sitiera / Omara Portuondo y la Orquesta Failde
Como no hay más paraísos que los paraísos perdidos, según Borges, el pinareño viajero-por-el-mundo Rafael López le canta a un lar y a un amor presentes por sepultados. Uno desde aquí solo puede confiar en que, mientras siga en pie la invitación a la Sitiera —“ven, ven, ven”, repiten los coros—, la sitiería rebosará de flores y trinará el jilguero en el algarrobo.
La sombraza de Samanea saman sería imposible si no lo hubieran traído de América continental a mediados del XIX para servirse de su tronco, sus vainas y su figura. Es tan familiar en la ciudad o en el campo, que ya nadie ve en el “algarrobo del país” cosa ajena. Aquí se ha naturalizado: cuenta con una población estable capaz de reproducirse sola sin afectar a las especies nativas. El jobo (Spondias mombin) sí estuvo en esta tierra desde siempre. Pertenece a la familia de las anacardiáceas, como los exóticos mango y marañón. Su fruto amarillo es agridulce y muy perfumado, adjetivos aplicables a esta guajira en la dolorosa interpretación de Omara.
Manteca de corojo / Afro Cuban Social Club
Todo en este son se desliza con “manteca” de Gastrococos crispa, palma endémica que crece en terrenos calcáreos del país, sobre todo en el Camagüey. Distingue a esta especie, de otras parecidas, su tronco, delgado en los extremos y muy grueso en el centro, circundado ahí por anillos de largas espinas que también cubren las hojas.
La nuez del fruto es comestible —sabe a masa de coco seco— y alimentó a nuestro famélico ejército en las guerras de independencia. De ella se extrae la sustancia con la que la canción promete untar, embarrar, “aflojar” a la mujer. Los rumberos, según la propia letra, también la usan para tratar el cuero de los tambores; de ello da fe un pasaje donde se lucen. La manteca de corojo es muy gustada por los orishas. Junto con miel de abejas, aplaca la ira de Changó.
No toque el guao / Conjunto de Arsenio Rodríguez
En sociedad, según dicta la moral al uso, el macho debe proyectar una imagen resuelta que neutralice cualquier agravio en formación. Consciente de ello, Arsenio propone la figura temible del guao en este son montuno de fina ironía, donde exalta su poder sin adjetivos que fatiguen, sino haciéndolo triunfar en una jerarquía donde incluye a otras especies de estirpe guerrera: el jagüey, el sabicú y el curamagüey.
Llamamos “jagüey” a las 10 especies de árboles nativos del género Ficus. Suelen desarrollarse sobre otros árboles; sus raíces adventicias descienden hasta ganar el suelo y poco a poco van estrangulando al hospedero, por lo que simbolizan la traición y la ingratitud. El tema parece aludir a Ficus membranacea, propiedad de Oggún, con cuyas hojas se prepara un baño que aclara la suerte. El sabicú o jigüe (Lysiloma sabicu) es una fabácea de aspecto penitente: su corteza oscura se desprende en tiras mientras las ramas encorvadas muestran el rojo de las hojas jóvenes. Según Lydia Cabrera, esparcir la ceniza de su madera en casa de un enfermo evita el contagio. Otro maloso es el curamagüey (Marsdenia clausa), bejuco de engañadora flor blanca: “Aunque los polvos se soplan [dice El Monte], lo indicado, cuando hay que despachar a uno, es que los beba en el café”.
Ningún palo, sin embargo, se compara con el guao, el hombre-guao, el hinchador.
Por culpa del guao / Irakere
Aquí el “guao” no impone respeto: el rascarse se vuelve toqueteo. El sensual crescendo a modo de coda vendría a ser antológico de esa tendencia nuestra a quitarle peso a todo motivo trágico. Pero en el sustrato mítico-religioso la mirada es muy otra, y la botánica lo explica.
Les decimos “guao” a varios arbustos, pero sobre todo a Comocladia dentata. Abunda en sabanas, costas, terrenos áridos y pedregosos de toda Cuba. La resina que segrega produce quemaduras. Su dueño es el diablo, informa Lydia Cabrera, quien lo declara rey de la magia simpatética (donde lo semejante atrae a lo semejante): “No hay palo más endiablado en el monte, ni mejor para matar, desbaratar, reventar, acabar con todo”.
Como mismo hay guao hay contraguao, plantas que alivian los síntomas que aquel provoca; aunque hallarlas en medio de la picazón sea difícil. También sirve la propia magia simpatética: “Si el guao lo pica a usted, vuelva de inmediato con un fuete o un palo. Insúltelo, péguele duro, y después lo escupe. Si al tocarlo se le había hinchado la mano o cualquier miembro, y si siente picazón, se cura enseguida después de la paliza”… Y a bailar merengue.
El palo tiene curujey / Conjunto de Arsenio Rodríguez
En este son montuno de aliento mágico y reyoyo, un grupo de animales se apresta a representar algo. ¿Teatro? ¿Rito? ¿Delirio? Una corta frase del coro, extraña a la sabrosura del género, nos introduce en este retablo-mundo inusitado, cifra tal vez de otra cosa. Nótese la cercanía melódica entre los estribillos de este tema y el de Bruca maniguá, otro clásico del Ciego Maravilloso.
Los curujeyes son las bromelias nativas (varios géneros), muchas endémicas, comunes en nuestros bosques, incluso sobre el tendido eléctrico. Algunos los consideran parásitos, pero son epífitas: solo requieren apoyo de otra planta para captar los nutrientes que transporta el aire. Han servido al cimarrón, al mambí, al rebelde y al simple mortal para calmar la sed, pues entre sus hojas la lluvia queda retenida. Quizá por esta vía insuflan lo sobrenatural: “De un curujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara”, dice Martí en su diario cuando hacia la muerte va.
De biajacas y majaguas / Dúo Karma
Por las especies que nombra, esta hermosa canción del Dúo Karma me hace viajar a una Cuba edénica, monte y río intocados por el humano, habitada por seres plácidos y perplejos: la biajaca, pez endémico de aguas dulces y salobres, desalojado de muchos ríos por la exótica tilapia; el angélico querequeté, de vuelo nervioso al oscurecer; el aguají, pez solitario de aguas abiertas, sobrepescado; la siempre florecida majagua.
Talipariti elatum (antes Hibiscus elatus) es un lujo que agradezco a quienes lo siembran profusamente, aunque ignoren mil tesoros más. Podría ser un endémico nuestro llevado a Jamaica por los indígenas en época precolombina, aunque hoy se considera natural de las dos islas. Allá es tan importante que fue declarado Árbol Nacional. Aquí crece en terrenos bajos, cerca de ciénagas y costas pantanosas. En Oriente se le llama “demajagua” y en alusión a ella se nombró el famoso ingenio.
Ya sabemos cuán frágiles son los edenes y las liberaciones del pasado: “Hay más horizonte que el que ves. / Que no se vea no es que no pueda ser”, advierte Xóchitl a estos seres acomodados en su excepcionalidad. Como nosotros.
Caimitillo y Marañón / Orquesta Aragón
En tono subido, prolijo, el sujeto lírico de este bolero-chá acusa a quien podría ser su ex de cobardía, de no corresponderle por miedo. ¿Por qué entonces ese título vegetal? El coro, que inicia y remata el tema rebajando la seriedad del discurso, se aplica —como si derivara— a la degustación de frutas muy chupables pero todas más o menos astringentes: el amor es así.
Es lícito pensar que el amante rechazado se vengará probando y comparando otras “frutas”. Nuestro caimitillo (Chrysophyllum oliviforme), dulzón pero más bien irrisorio, triunfará sobre el exótico mamoncillo (Melicoccus bijugatus) —“comida de bobo”, dice mi padre—, pero será reemplazado sin pudor por el también ajeno marañón (Anacardium occidentale), de abundante y perfumada carne. Ars amatoria en el estilo siempre elegante de la Aragón.
Anamú / Cuarteto Mayarí
Fábula de una cabra “lambía” que comió la “yerba que el chivo no mastica” y terminó muriendo de “farfallota” (paperas). No sé si sonreír o condolerme. Hay un sexismo evidente en que la cabra sucumba a sus impulsos mientras el sabio chivo se abstiene. Visto esto, diremos que el tema fabrica una simpática exageración con cierta base.
El anamú (Petiveria alliacea), especie única en su género, atrae con su fuerte olor a ajo y contamina la leche del ganado que come de él. Tiene fama de abortivo —“sacamuchacho” le dicen— y sus frutos punzantes se nos clavan en la ropa y en la piel. Mas no sigamos deshonrándolo, que es yerba expectorante ideal para inhalaciones y efectivo resguardo detrás de las puertas: “siete gajos de anamú atados con cinta roja se pondrán, sobre todo cuando hay personas perseguidas por los espíritus”, aconseja El Monte. Luz para la cabra, para el chivo y para nuestras entendederas.
La casa de yagua / Celina y Reutilio
Por las noches uno se entrega al sueño para recuperar algo de lo perdido: infancia, patria chica, primer amor. Esta obra musical, del puertorriqueño Baltazar Carrero, habla de no poder hallar, ni soñando, el consuelo de la forma. Solo el canto, el contar, perpetúan lo fugaz “leloley lelolay”. Canción que habla de algo y a la vez de nada: he ahí su extrañeza. Se incluye en esta playlist para mostrar cómo dos islas se hermanan también por su flora.
Cuatro árboles tiene el paisaje que busca Celina cuando duerme: La jagua (Genipa americana), nativa en Puerto Rico y aquí, medicinal y deliciosa en jugos y mermeladas, condenada a la rareza por nuestra abulia, pero símbolo de la ciudad de Cienfuegos. El jigüero, aquí güira (Crescentia cujete), cuyo fruto de epicarpio leñoso se emplea para hacer jícaras; pudiera haberse introducido en ambas islas por los indígenas en época remota, pues no se encuentra sino asociado al humano. El quenepo puertorriqueño es nuestro mamoncillo (Melicoccus bijugatus), originario de América del Sur pero naturalizado en todo el Caribe. El guamá (Inga laurina), fabácea naturalizada aquí como guamá de Puerto Rico —nombramos guamá a más de 10 especies—, es nativa allá, muy empleada para sombrear el café con que se despabilan cubanos y borinqueños.
Teje que teje / Eliades Ochoa y el Cuarteto Patria
El ateje (Cordia collococca) donde la araña de este track teje que teje tal vez sea nuestro árbol más humilde y voluptuoso, al que no honramos lo suficiente. Es un espectáculo verlo cargar tal abundancia de frutos rojos en primavera; uno imagina lo intensa que fue la polinización. Plántulas y plántulas se esparcen nacidas de semillas que excreta cuanto ser vuela contento. Atávicamente los muchachos se untan su “gomina” en el pelo para atraer. Ni plátano ni manzana, al probar el dulce ateje vuelve a mi paladar la espesura de cierto flujo humano, y lanzo mi semilla.
No habla de esto el son que nos ocupa. Pero el devaneo de todas esas aves, macho sobre hembra y hembra autocomplacida, se debe, sin dudas, a un ateje en frutos al fondo de la composición.
Palo yaya / Grupo Afrocuba de Matanzas
Oxandra lanceolata es un arbolito común en el monte cubano; alto, delgado y flexible, de la familia de las anonáceas, medicinal y usado en la cocina para potenciar los sabores. En la santería se emplea para limpiezas espirituales, y es palo fundamental de la nganga. “No hay mayombero que no la tenga. Yaya es hembra. Tumba y levanta. Mata y todo lo cura”; “Yaya quiere decir madre. Yo soy su hijo”, afirman testimoniantes de El monte.
Es justo entonces que por su esencia autoafirmativa presentamos este tema de Francisco Domínguez en la voz de una mujer, Carlota Teresa Polledo Noriega. Cantante y bailarina de amplia trayectoria, la Polledo es descendiente directa de Carlota Lucumí, mítica mujer esclavizada que lideró la sublevación del ingenio Triunvirato en el siglo XIX. Donde caiga una mujer cubana a manos de un abusador, deberíamos sembrar una yaya.
Con palo de yaya / Pablo Milanés
Tema del legendario guitarrista y tresero Octavio Sánchez Cotán incluido en el segundo volumen de la trilogía Años, donde Pablo Milanés rinde homenaje a la música tradicional cubana acompañado de cultores como Luis Peña el Albino y el propio Cotán. Para cerrar el disco —predominantemente trovero— llega este homenaje al son, al fin “libre y soberano”.
Como buscando piedra de fundamento, el estribillo viaja a la raíz más lejana de nuestra cultura, el universo opacado de los pueblos originarios, ahí donde se encuentran para “sacar candela” el maguey y la yaya (palabras ambas de origen taíno). Los magueyes, como los agaves todos, son suculentas, seres acumuladores de agua que mueren el mismo año que florecen. En Cuba tenemos 16 especies endémicas. Asombra verlos junto a orquídeas y robles (nuestras tabebuias) en montañas de piedra que hoy son coronas de la isla emergida.
Entre las redondillas de este son se produce una combustión más verosímil: esa que da calor a la cambiante identidad cubana.
Siento la nostalgia de palmeras / Celia Cruz
Aunque esta versión está incluida en el disco Boleros, de 2002, el tema es de los tiempos de Celia en la Sonora Matancera. A solo un año de morir, regresa a uno de sus últimos fonogramas como fruto madurado, a punto de caer.
Cuba posee unas 80 especies de palmas nativas, pero en el imaginario de lo que llamamos patria una se impone: Roystonea regia. Cuando la Reina de la Salsa siente nostalgia de palmeras —como antes Heredia y Martí—, es obvio a cuál se refiere. De tú a tú, la Reina le canta a la Real.
El género Roystonea comprende 10 especies distribuidas por la cuenca del Caribe. Cinco de ellas son patrimonio de nuestra flora. R. lenis, R. maisiana, R. violacea y R. stelata son, además, endémicas. R. stelata se considera extinta; las otras están en riesgo de desaparecer. Pensemos en ellas también cuando escuchemos esta obra.
La distribución de la palma real incluye también el sur de La Florida. No es a la ausencia de un árbol a lo que Celia le canta, sino a la ausencia de sí.
72 hacheros pa´ un palo / Manolito Simonet y su Trabuco
La respetabilidad de ciertos árboles sagrados —por durísimos también— es motivo recurrente en la música cubana. Ojalá tal conciencia bajara a este mundo sordo. Pero “¿dónde tú vas a encontrar 72 paleros de honor?”, dice el Trabuco.
La orquestación, las variaciones y adiciones en la letra de este tema de Arsenio Rodríguez citan sutilmente el clásico Mata siguaraya —tan fuerte es la tradición—, como si con Trichilia havanensis se develara la identidad del palo indestructible. Porque Arsenio no responde su gran pregunta (¿qué palo será?); solo da como posibles dos arbolitos poderosos y de lento crecimiento, con los cuales cerramos esta playlist antes de errar la semilla.
El quiebrahacha o caguairán (Guibourtia hymenaeifolia) es fabácea endémica de Cuba, de aspecto delicado y profunda raíz. Celebrado por una virtud que lo hace mortal y simbolizable, poco más saben de él los urbanitas y Ecured apenas muestra una foto mala. El guayacán (Guaiacum officinale) es nativo de América tropical, incluidas varias islas del Caribe como la nuestra. Debería ser el orgullo de cada jardín cubano; todo escolar sencillo podría celebrar su floración azul como la belleza que vuelve cada año. Por la fe de esos niños y la memoria musical de este país, sembremos.
Un playlist que muestra la unión entre cultura y ciencia, arte y naturaleza. Gracias.
Buen dia ! Aqui desde Brasil he leido su texto con mucha admiración. Soy un autodidata en estudio de especies de arboles «brasileiras nativas». Me encantó la forma poetica y informativa que hablastes en el texto. Estaré en Havana por mi primera vez en Mayo proximo y buscava informaciones cerca de la flora cubana. Gracias por las informaciones. Tienes acá tambien un colaborador desde de Brasil.