
Patrimonial drink / Ecos del Tivolí
Le Tivolí fue un café creado por los franceses en la barriada santiaguera que hoy lleva ese nombre. En la zona de la famosa escalera Padre Pico y casas en alto, frente al mar Caribe, en esas calles vive una tradición que suma los sones de Matamoros, las canciones de Sindo Garay y, a más de un siglo, llega hasta trovadores y soneros que en tiempo de sonido electrónico aún apuntalan la vida a base de sones prístinos.
Ese es el caso de Ecos del Tivolí, un ensamble que surgió en marzo de 1992, cuatro años antes de la fiebre sonero-turística que acorralara al son entre las tentadoras ubicuidades del dólar y una nostalgia “creada” a golpe de añosos e imprescindibles músicos agrupados en el Buena Vista Social Club.
Ecos del Tivolí resume en sí parte de la esencia cubana, su repertorio se sostiene a base de son, bolero, rumba, guaracha y conga e interpretan lo mismo composiciones propias que de establecidos autores como Miguel Matamoros, Ñico Saquito, Francisco Repilado, Rafael Hernández o Joe Arroyo. Sus obras se han escuchado en Suiza, España, Colombia o Venezuela; a su lado, siempre grandes artistas que corroboran el talento de estos creadores.
Luego de ocho discos con la Egrem y Bis Music, Ecos del Tivolí se lanza a una producción independiente, Patrimonial drink, una sumatoria de 10 temas en los que cuentan, en buena medida, experiencias vitales del Santiago profundo (lidias de gallos, infortunios en el amor al estilo de las vitrolas de los 40 o incluso vivencias acerca de la relación con el dinero). Todas las obras son de Jorge Javier González con arreglos de Esteban Blanco, quien asume la producción.
A Patrimonial drink, que podría tener mejor sonido, le basta la sabiduría de sus cantantes para contar las historias escritas por Javier González. En las guías se escucha a soneros que saben moverse por los graves y agudos, y decir a tiempo cuartetas de gracia oportuna, herederos de la esencia de los mejores septetos que existen en la tierra de Emiliano Blez y Tiburón Morales.
Escuche si no el tema homónimo del disco; donde el cantante, José Antonio Rosabal, asume con proverbial potencia la raíz del son cubano. Lo que podría ser otra afirmación de lo delicioso de un café de estas montañas se hace nuevo por la forma de decir de estos músicos en cuyas venas Santiago de Cuba se hace vital.
Sin embargo, insisto en la necesidad de hablar de los problemas actuales de la gente y en las normas lingüísticas de los melómanos, un hecho que han logrado creadores tan dispares como el Gamba (este digno de estudio) o el más trascendental de todos: Cándido Fabré. Ambos artistas, cada uno en su escena y posibilidad, han demostrado la valía de hablar directamente a su gente.
Ahora, en La valla, Ecos del Tivolí tratan de un fenómeno ilegal que ocurre sobre todo al interior del país, donde las lidias de gallos se combinan con la música y el comercio de sustancias y bienes ilícitos los fines de semana. Con Dinero y Enamorado, un acercamiento al changüí, aborda el tema del dinero en clave de humor, aludiendo a la “desgracia” de no poseer pecunio. Un asunto quizá eterno, pero que se acerca a la vida del hombre o la mujer de hoy, algo que hace más disfrutable la agrupación, ya que muchos septetos pierden público al negarse, tácitamente, a dialogar con el presente.
Tal hecho hace complicada la subsistencia de estas agrupaciones, no todas logran insertarse en circuitos internacionales como El Septeto Santiaguero; sin embargo, las hay que, desde la defensa de lo nacional, tocan lo actual como lo hicieron Sierra Maestra o los Jóvenes Clásicos del Son, cada uno en su momento.
Polo Montañez fue, quizá, uno de esos casos atípicos; su roce con la ranchera y la balada le dieron vuelo internacional a un formato de “sonido sonero” y, por tanto, sin perder apego a su público, el impulso comercial llegó desde fuera, como sucedió con el Buena Vista.
Tocar son en tiempos de música electrónica, reguetón y timba conlleva a esos riesgos temibles; el bailador tiene muchas opciones, tanto en la música misma como en los modos y plataformas para consumirla, y por tanto, los septetos están obligados a concertar con sus públicos, vivir del turismo (hoy imposible) o cerrar puertas.
En Patrimonial drink hay una combinación de pros y contras. Algunos temas hablan a sus escuchas de asuntos del ahora, sin embargo —sospecho— deberían ir más directo a la vida de la gente y en su manera de decir.
Creo que Ecos del Tivolí, con la calidad de sus cantantes y la sonoridad que ha logrado luego de dos décadas, podría enchufar mejor con la gente de su barrio: el dolor, la rabia o la alegría de quienes se las tienen que ver a diario con la oscuridad y el desaliento. Recordemos que el mismísimo Matamoros entraba a ruedo con preguntas del Santiago de Cuba tan inmediato, como la desaparición repentina de un vendedor callejero sentenciado por un delito común. ¿“Donde está, mayor?”, preguntaba Matamoros en un son que vendería miles de copias y seguiría camino un siglo después, ya como clásico de la música internacional.
Aunque suene pretencioso, nacer en la zona oriental de Cuba viene con un torrente cultural que ha trascendido y puede seguir haciéndolo. Los del Septeto Ecos del Tivolí van, como otros, contracorriente, aunque cuando hay una producción y estrategia de managment coherente, existe la posibilidad de lograr lo que parecía imposible. Hay en la agrupación potencial suficiente para ello.
Con trabajos como Patrimonial drink Ecos del Tivolí sale al ruedo en solitario, es la primera vez que no cuentan con una disquera de respaldo, pero ya el mundo giró a favor de las posibilidades de promoción casi personales y se siguen reinventando ecosistemas donde hasta los grandes premios ven descuartizarse sus estándares.
En cualquier caso, vale la pena escuchar esta propuesta en la que 10 temas tratan de hacer un paneo por la música del Oriente cubano con guiños a sonidos contemporáneos. El octavo fonograma de Ecos del Tivolí, grabado de manera independiente en los estudios Natural Music, nos devuelve la esencia de una cultura fundamental de Cuba.
Le Tivoli fue un café concert creado en el barrio que hoy lleva ese nombre, el eco de aquel aroma llega ahora en este disco con sabor a bebida patrimonial y con visos de la vida de este tiempo en el que lo hermoso tiene, como los rones de la Bacardí, la posibilidad de mezclarse, hasta lograr la perfección.