
Para volverte a ver / Liuba María Hevia
Pasaron unos seis años, al menos desde que me lo propuse como anhelo, para que al fin pudiera asistir a un concierto de Liuba María Hevia una tarde de sábado en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Antes, la fatalidad geográfica y la divulgación que no alcanzaba jugaron en mi contra para impedirme disfrutar en vivo de una cantautora que es una presencia inseparable desde mi niñez tunera, cuando —cada cierto tiempo— mis padres reproducían en el equipo de música el casete de Travesía Mágica (Duendes Music, 2001).
Pero (re)descubrir a Liuba más allá de la siempre puntual Calabacita en vísperas de las ocho de la noche de lunes a viernes, o de las hermosas canciones para niños que interpreta, fue determinante cuando me adentré en su universo poético musical en los últimos dos años de la universidad.
Aún sin poder disfrutar en vivo de la música de Liuba y agradecer en el teatro o en el espacio que fuese, debía conformarme con escucharla desde el teléfono o la televisión. Hasta que al fin, aquella tarde de sábado tuve la oportunidad y el desquite, no solo de disfrutarla en vivo por primera vez, sino de vivir cada uno de los recuerdos que activa esa voz única, que evoca todas las sensaciones posibles, pues en su obra reside la más absoluta certeza del encanto.
Particularmente, su más reciente producción musical Para volverte a ver (2022) tiene, desde la portada, el anuncio del viaje a emprender. Una característica en particular puede definir esta nueva producción musical a partir de su primera y última canción: en el primer caso, Liuba propone Rumor en el cielo, un canto ofrenda a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. El amarillo de los girasoles, presentes ya desde la carátula del disco, inunda el argumento y se mezcla con el azul del cielo que da título al tema. Más que una ofrenda, este inicio marca la espiritualidad que envuelve la obra musical de Liuba, en esta oportunidad mediante una figura arraigada en la idiosincrasia cultural y religiosa cubana.
En el caso del cierre, Serenata bendita ofrecida a Yemayá, conecta con Rumor en el cielo para hacer una unión desde el azul, aunque exista un trazo discontinuo de canciones de por medio para llegar hasta el mar de esta composición. Pero no es producto de la casualidad que Liuba junte en un mismo disco a “Cachita” y Yemayá, como prólogo y epílogo, partiendo de una de las irrenunciables presencias en su cancionero: el mar. Quien escuche ambas canciones y extienda la mirada más allá del sacrosanto lugar común del horizonte, descubrirá cómo este se vuelve un solo e indivisible elemento interrelacionado entre el mar y el cielo, como lo es el interesantísimo y siempre bien ponderado universo femenino que representa la cantautora.
Pero vayamos a las otras canciones del disco donde una misma línea temática surge siempre: el amor, la distancia, la música en sí misma, la cotidianidad de la autora a través de las crónicas de sus añoranzas y, por supuesto, un satélite infaltable que gira en torno al planeta Liuba María Hevia: la luna.
Lejos de parecer una redundancia por la reiteración de los tópicos mencionados a lo largo del disco, la perspectiva que ofrece la trovadora despierta, en quien recibe su intimidad poética, un hálito de belleza a partir de las pequeñas cosas —como cantara Joan Manuel Serrat— que gravitan en sus composiciones.
Descontando las ya mencionadas Rumor en el cielo y Serenata bendita, el trayecto propuesto por Liuba en sus canciones —cuyos nombres, en cierta medida, se desprenden del título del disco— parte con una descripción sentimental: Así es tu amor, donde versos en particular con descripciones y símiles, como «luces de oscuros sentimientos» o «el faro de un puerto», aportan una luminosidad especial al segundo track de Para volverte a ver.
Le sigue Ciudad de lágrimas, que anuncia la inundación en una urbe que es personaje, motivo y parte intrínseca de la cancionística de Liuba Ma.: La Habana. Con el acompañamiento de clarinete y piano, en la salada transformación de su música, la autora advierte la posibilidad de una conversión, al comparar a la caribeña capital con Venecia por los canales por donde navegaría la cantante, rendida ante la posible transformación de la ciudad-hogar por el efecto de sus lágrimas.
Selene, diosa recurrente ya mencionada, aparece en Cráter de luna, tema musical envuelto en los «misterios que solo existen para dos«, similar a los rostros del satélite. Es en los predios selenitas donde se halla lo perdido y donde Liuba afianza, en la distancia terrenal, la doble circunstancia que define su pertenencia: el sueño y el viaje.

Ilustración: Jennifer Ancizar
El camino en ascenso de esta producción tiene un aparte en Besos de café. A pesar de su evocación sentimental, el ritmo de su melodía construye un paréntesis temporal, pues lo cálido se adueña del momento, al describir el inicio de una mañana con el café como acto simbólico para emprender el día.
Relámpago verde transita por el mundo de una mirada fija. En la observación estática a través de una ventana confluyen, de igual manera, el tiempo y la luz, en una descripción musical gracias a los ojos abarcadores de su intérprete.
La energía del disco se renueva en A contratiempo, título que advierte una serie de estados anímicos y espirituales que definen la personalidad de su autora. Esta guajira con elementos electroacústicos es uno de los temas más interesantes, por el modo de ser interpretado y el énfasis en el propio “contratiempo” realizado.
La crónica Valga que sé, valga que soy es un desafío a las convenciones. La autora, vestida con su guitarra, hace un bosquejo de nombres musicales e históricos que han conformado la espiritualidad de su país. Valor agregado en el tema es la participación de Omara Portuondo, quien se adueña por momentos de los espacios del ser y el saber que nombran la canción.
Para volverte a ver invoca espacios donde Liuba transita por una circunstancia que resulta cardinal para la creación, aunque tenga un costo de difícil interpretación: la ausencia y el lugar que esta ocupa. Mas la cantautora se empeña en vivir los instantes de la absoluta pureza, mientras crea el espacio para dar cobijo al retorno de quien ya no está.
La magia de lo perecedero destaca en Requiem de sal. El inevitable fin, prolongado en esta obra, deja ver cómo el quiebre de una relación viene antepuesto al disfrute de un réquiem con aires de tango. El derribo por el que opta la intérprete —al ser como ella misma anuncia «lo mejor de nuestras vidas«—, al decidirse por el olvido como solución sin dejarse vencer por la tristeza, dibuja una disfrutable vivencia que merece más de una escucha.
Cuatro minutos de un amanecer vividos durante un sorbo de café es la composición insular de Bailando en un ladrillito. Este es un tema con aires costumbristas que describe la rutina poética de quien rompe el día con acordes y con la irrenunciable bebida mañanera; una canción que hace una alquimia musical para entrelazar gustos entre Cuba y República Dominicana, donde todos los anhelos y deseos caben en el mínimo espacio de un pedazo de barro rectangular.
Con un magnífico arreglo de cuerdas, la misiva Esta nueva carta, interpretada en segunda persona desde lo narrativo y musical, abarca una serie de puntos donde la mujer ocupa el centro, mientras debe enfrentar a todos los enemigos que tiene delante, comenzando por la ignorancia y el peligro que significa desconocerse a sí misma.
En lo incorpóreo reside Tatuaje de mi voz, un danzón donde la presencia acompasada de un amor realiza constantes apariciones, para dar camino al deseo de vivir la plenitud de lo imborrable, como lo son ciertos tatuajes realizados con tinta de palabras.
Tal vez la más tierna del disco, por tratarse de una evocación, sea Nunca olvido. Este es un canto al familiar ausente. A partir del repaso de objetos que conforman la vida de los ancianos, esta enternecedora canción deja todo listo para el cierre del álbum.
Quince son las canciones de este disco, y si nos acercamos al significado en la charada cubana, el número nos revela algunos datos en relación directa con el mundo y el cancionero de Liuba: arete, mujer santa, niña bonita y visita, ¿acaso no están presentes estos símbolos en sus canciones?
Elijo entre lo más destacable los temas Besos de café; Para volverte a ver; Réquiem de sal, Esta nueva carta y Nunca olvido, sin que ello reste mérito a las demás creaciones que componen la totalidad de la más reciente producción de Liuba, pues el misterio que genera la empatía musical provoca escoger y hacer propias estas composiciones.
Para volverte a ver, envuelto en los aires del viaje hacia el horizonte que se torna único e indivisible a la distancia, parte desde la visión de una mujer que hace de lo íntimo, poético y musical una experiencia de imágenes y sensaciones. Más que volver a ver, este disco merece volverse a escuchar.
Excelente reseña. Gracias Alejndro .