
Nuestra canción / Sergio Vitier y Marta Valdés
Quienes tuvimos la fortuna de disfrutar la vida musical habanera en la década de los 60, asumimos como cosa natural el esplendor de una guitarra acompañante que era hija legítima de esa modalidad de la música cubana que identificamos como feeling, heredera, a su vez, del mejor jazz de los 50.
Era el caso de un Froilán Amézaga en plena madurez, pero también el de una hornada de jóvenes entre quienes sobresalían Reynaldo Montesinos, Martín Rojas y, cercano todavía a su adolescencia, Sergio Vitier.
Desafortunadamente, esta zona de nuestro modo de hacer música, no pasó al disco en aquel momento. Era el imperio de los arreglistas, y los cantantes preferían grabar respaldados por grandes formatos instrumentales. De Froilán es muy poco lo que formalmente se grabó. De la manera en que el resto de aquellos guitarristas enfrentó el repertorio de feeling, que ya iba definiendo alguno de sus exponentes como clásicos mientras mantenía su pujanza con nuevas piezas antológicas como Me faltabas tú, de José Antonio Méndez o Canción de un festival, de César Portillo de la Luz, no quedó rastro, como no fuera en la memoria de algunos empecinados como yo.
Este es un disco de amor a la canción cubana en lo que tiene ella de perdurable; es también el despertar de una zona del músico Sergio Vitier que nos lo había dejado calladito, vestido de blanco, en alguna foto del grupo de Felipe Dulzaides, para dar paso al espléndido compositor e intérprete que ha devenido después; es el renacer de canciones concebidas en momentos distantes entre sí a lo largo de la historia musical cubana, y la confrontación entre tres autores que en sus largas trayectorias, jamás apostaron por la moda. En realidad, las 12 canciones que hemos escogido figuran entre las que más me han emocionado en la vida y, a mi juicio, representan lo más logrado en la producción de José Antonio Méndez y Juan Pablo Miranda y lo más asombroso en el caso de César Portillo de la Luz.
Es la emoción el hilo conductor, el ingrediente fundamental que nos anima cuando ponemos voz y guitarra en esta entrega. Véase como una acción de gracias, como una manera noble de compartir con el mundo ese tesoro de la isla que es nuestra canción. (Marta Valdés).

Marta Valdés. Foto: Ángel Alderete.
Desde el encantamiento de nuestros barrios surgen en la memoria aquellos ídolos de mi adolescencia. Me parece ver a José Antonio con su sonrisa, el trajecito azul de Juan Pablo, la figura hierática de Portillo, deambulando en mis recuerdos de madrugador impenitente.
Por ahí asomaba Marta, como defendiéndose de una entrega que siempre —al final— nos dejaba en el encanto y el asombro.
Han quedado y quedarán, siempre vivas, estas canciones esenciales de nuestro país, y cuando las retomamos después de tantos años, sentimos todavía el galopar de su impulso.
Este es un disco que plantea la interpretación desde el prisma de una compositora imprescindible como es Marta, que respetando, recrea. Yo traté de acercarme a este concepto y de trabajar dentro del estilo, pero sin ataduras estéticas.
Grabamos al modo antiguo, sin ediciones ni montajes, para mantener ese impromptu vital que tiene esta música; como la hacían —y hacen— estos humildes caballeros de nuestros barrios, que nos acompañan siempre en el misterio de la madrugada. (Sergio Vitier).

Sergio Vitier. Foto: Ángel Alderete.
Tres de los cuatro boleros de Juan Pablo Miranda seleccionados para este disco —Algo de ti (1952), ¡Qué difícil! (1957) y Seguiré sin ti (1951)— están ligados desde los años 50, en la memoria musical cubana, al cantante Vicentico Valdés. Eran los tiempos de las victrolas que abastecían de música la vida diaria desde el bar o la bodega de la esquina, locales abiertos donde por cinco centavos tenía usted a mano, para escuchar, lo más variado del momento.
Mil congojas (1952) ha sido, de entre los boleros de Juan Pablo Miranda, el mejor acogido por parte de los cantantes. La versión del trío mexicano Los tres ases lo dio a conocer a principios de la década. Por esa misma época José Antonio Méndez lo llevó al disco en México con arreglo de Mario Luis Armengol. Fue de esta versión de donde Elena Burke lo tomó, en 1960, para incluirlo en su primer disco y luego hacerlo un clásico de su repertorio de todos los tiempos.
Juan Pablo Miranda nació y vivió en La Habana durante toda su vida, que abarcó buena parte del siglo (1906-1986). Quizás el hecho de haber sido flautista fue determinante en la factura de sus melodías.
Conoció de cerca la evolución del bolero y escogió para los suyos el estilo lento, cadencioso, bailable, que desde finales de los años 40 habían puesto de moda los tríos, los conjuntos y vocalistas como Benny Moré, Roberto Faz, Vicentico Valdés y Fernando Álvarez.
José Antonio Méndez (La Habana, 1927-1989) fue el mejor intérprete de los muchos que se acercaron a sus canciones. Figuró, junto a César Portillo de la Luz y Ñico Rojas, entre los creadores e intérpretes que dieron vida, desde la década de los 40, a una faceta del cancionero cubano influida por la gran canción norteamericana de esa época, que abarca también, entre nosotros, toda una manera de acompañar y cantar, conocida como feeling o filin.
Los boleros Repróchame y ¿Por qué dudas? fueron compuestos por José Antonio Méndez entre 1950 y 1954, cuando el autor se aventuraba a buscar en México mayor comprensión para su arte que la que recibía en Cuba, y acaso también mayor fortuna. De hecho, el éxito le alcanzó durante su larga estancia en aquellas tierras.
De allá nos llegaban sus canciones grabadas en las voces de los intérpretes más renombrados del continente. Allá grabó en sus dos discos RCA Víctor, tres de las obras que figuran en esta selección: los dos boleros citados aquí y la sorprendente canción Como los demás, obra temprana a juzgar por los datos ofrecidos por él mismo, compuesta entre 1940 y 1944.
Con Otra nueva canción culmina, a finales de los 60, el trabajo creador de José Antonio Méndez. Rara vez se le escuchó cantarla en público y, por suerte, la dejó grabada en uno de sus discos cubanos. Es una de sus obras más acabadas y originales.
César Portillo de la Luz (La Habana, 1922)[1] ha vivido para su obra. Gracias a esa entrega, somos depositarios de una impecable colección de canciones, sones, boleros, que se extiende al chachachá y el blues, regidos por la originalidad y la belleza. Desde sus primeras apasionadas inspiraciones, que se remontan a los años 40, nos asombran la madurez en el tratamiento de los textos y un alto sentido de ese vuelo tan necesario para que una obra breve tome cuerpo y culmine en finales hermosos y rotundos, jamás estridentes.
Entre las tres piezas realmente tempranas de Portillo de la Luz que ofrecemos aquí —Concierto gris (1946), Perdido amor (1947), Es nuestra canción (1948)— y esa especie de testamento único que es la Canción para ese día (1987) distan 40 años de labor en los que este creador ha sabido manejar con soltura, de manera única, los ingredientes capaces de dotar a cada obra con las bondades de un clásico. Tanto Perdido amor, como Concierto gris o Es nuestra canción —mucho más conocida— pudieron haber alcanzado el éxito universal de Contigo en la distancia o Tú, mi delirio. Por eso renacen aquí ahora, en este final de siglo, para el asombro de quienes buscan deleite espiritual en las cosas eternas. (Marta Valdés).
(Unicornio, Producciones Abdala, 2000)
- Algo de ti (Juan Pablo Miranda)
- Repróchame (José Antonio Méndez)
- ¿Por qué dudas? (José Antonio Méndez)
- Seguiré sin ti (Juan Pablo Miranda)
- Otra nueva canción (José Antonio Méndez)
- ¡Qué difícil! (Juan Pablo Miranda)
- Es nuestra canción (César Portillo de la Luz)
- Como los demás (José Antonio Méndez)
- Perdido amor (César Portillo de la Luz)
- Concierto gris (César Portillo de la Luz)
- Mil congojas (Juan Pablo Miranda)
- Canción para ese día (César Portillo de la Luz)
Voz: Marta Valdés
Guitarra: Sergio Vitier
Bajo: Eduardo Ramos Montes
Producción musical: Marta Valdés y Sergio Vitier
Asistente: Lilian Vázquez
Arreglos: Sergio Vitier
Producción ejecutiva. Eduardo Ramos
Asistente: Carmen Abella
Grabación: Giraldo García
Mezcla: Giraldo García, Marta Valdés, Sergio Vitier
Masterización: Víctor Sicard
Fotografía: Angel Alderete
Diseño gráfico: Tomás Miña
Grabado en Estudios Abadala, La Habana, Cuba entre el 7 y el 19 de agosto del 2000.
[1] Al momento de Marta Valdés escribir estas notas, César Portillo de la Luz aún se encontraba entre nosotros. El compositor y cantante cubano fallecería el 4 de mayo de 2013.