
Música cubana bailable: para oírte mejor
Me atrevería a decir, como simple usuario o bailador, que lo que denominamos música popular bailable está haciendo un uso extraño de los sistemas de sonido o no ha podido adaptarse del todo a ellos. O quizás sea que la personalización de los mismos para nuestras agrupaciones no está al alcance de cada una. Me baso sencillamente en un análisis comparativo entre diferentes épocas y orquestas, en lo que he venido escuchando desde hace algunos años.
Sean factores técnicos, económicos o artísticos, no es difícil advertir hoy que el excesivo boosteo de las bajas frecuencias, muy útil y oportuno en otros ritmos y géneros actuales, descompensa en muchas ocasiones el balance de otros registros sonoros y la necesaria superposición de los diferentes timbres instrumentales, tan importantes en el son y en la timba. Esa híper saturación (en ocasiones distorsión) adopta un tono competitivo en el que da la impresión de que se establece algún tipo de premio al que más alto suena, que emula o, sencillamente, no quiere quedarse atrás de la intensidad sonora lograda con eficacia por la música creada electrónicamente.
No es un secreto que el incremento en los niveles medios (volumen) se debe al éxito en los métodos de compresión digital que permiten evitar la distorsión de los picos (los puntos más altos de la señal) y al mismo tiempo permite la reducción de lo que suele denominarse rango dinámico (la diferencia de energía, en dB, entre el sonido más alto y el más bajo). Y quizás ahí está una de las principales desviaciones en relación con etapas anteriores. La diferenciación de timbres, frecuencias y hasta de intensidad sonora (ciertos “apagados” en el macho del bongó de los conjuntos de antaño se ejecutaban para romper tímpanos) ha sido consustancial a este tipo de música en todo su devenir. Ese abanico diferenciador se materializó en el son con un importante legado de la matriz africana (y europea, por supuesto), en el que el timbre de cada cuero, madera o hierro, cumplía una función ritual al decir de Argeliers León. Y es cierto que la tecnología siempre ha coadyuvado a modificar las combinaciones de instrumentos, a extender su alcance y hasta propiciar nuevos ritmos, géneros y sonoridades, pero, si solo tomáramos los últimos treinta años nos daríamos cuenta de que los formatos instrumentales han cambiado muy poco, mientras que la forma en la que escuchamos esta música sí ha variado.
Sea una impostación tecnológica o un uso inapropiado de la misma, el caso es que si hacemos un inventario de las presentaciones en vivo de varias agrupaciones bailables de gran formato, no será difícil advertir que en ocasiones los coros no se entienden, que algunos cantantes privilegian los recitativos gritados en detrimento de lo cantado, que ciertos intérpretes cometen errores impropios de su talento por problemas de referencia, que el bass drum (bombo) como punta de lanza de muchas orquestas quiere competir infructuosamente con sus pariguales sintetizados a la usanza actual, y que se nota cierta falta de amarre en la base, entre otras consecuencias.
Todas estas dificultades se han hecho recurrentes, en buena medida provocadas por estos desbalances en los sistemas de sonido. Este fenómeno, desafortunadamente, toca a algunas agrupaciones de primer nivel, y debe decirse que no todas han sabido sortearlo de la misma manera. Unas han navegado con éxito, otras no. Hasta se da el caso de algunas que su desempeño respecto a estas problemáticas es intermitente en dependencia de los lugares y las circunstancias en las que se presenten (ni siempre se puede cargar con el audio adecuado, ni en todos los lugares hay un sistema de sonido con los requisitos mínimos).
Una orquesta bailable en Cuba es un sistema realmente complejo de gestionar en todas sus dimensiones. Como toda organización, precisa de varios roles. Es aquí cuando entra un aspecto muy interesante: la relación entre músicos y sonidista. Algunos técnicos de audio me han confesado sus experiencias diciendo que el resultado no puede ser bueno a causa de la presión de los músicos que constantemente solicitan aumentar los volúmenes; alegan que no se escucha lo suficiente, y es el punto de partida de la escalada. Es cuando la cosa se va de un solo lado. Aunque estos conflictos de intereses profesionales son tan humanos como probables, la necesaria mediación en los mismos pasa por la visión de los directores de agrupaciones, pero también por otros roles como la dirección artística del lugar o del espectáculo. Hay tela por donde cortar.
Hace pocos años, tuve la oportunidad de escuchar una presentación en vivo de una orquesta salsera de la ciudad de Cali que nos visitó aquí en La Habana. Como cualquier agrupación, tenía sus puntos fuertes y débiles. No obstante, me llamó mucho la atención la pulcritud de esos balances referidos anteriormente, y más aún el nivel de volumen tan bajo con el que lo lograron, sobre todo porque hicieron uso del mismo sistema de sonido, el mismo local y el mismo escenario en el que semanalmente se presentan otras agrupaciones del patio y que no han sabido descifrar del todo estos entresijos. Es cierto que muchas variantes de la denominada salsa son más cándidas a tales efectos, pero sin duda puede haber en ello una fuente aleccionadora.
Llegado este punto, podemos decir que la fortuna nos ha colocado en el camino a un músico extra clase que se ha encargado de enderezar un poco las cosas: Alain Pérez. Si bien no es el único, su ejemplo es bien elocuente. Su trabajo reciente ha demostrado que timba dura no es sinónimo de ruido. Quien se llegue a una de sus presentaciones advertirá que todo el lenguaje musical es comprensible sin la más mínima necesidad de sobresaturación, ni de registros ni de planos tímbricos. Todas las frases de bajo y piano, coros y hasta matices de voz del propio Alain (prácticamente de uso nulo en los timberos), están servidas a los oídos más exigentes y con la necesaria fuerza que requiere el género. Todo se entiende. Nota a nota. Pero Alain sacrifica en alguna medida los niveles de intensidad sonora; los decibeles le importan menos. ¿Será realmente un sacrificio? ¿Será una limitante propia del tipo de música? ¿Es la música cubana bailable incapaz de competir con el aumento promedio de los niveles de ganancia en los últimos años? ¿Será que para viajar hoy a la semilla también hay que recorrer primero otros mundos? ¿O será que la tecnología unida a cierto empirismo y privaciones materiales nos ha hecho perder la brújula? Sí sería oportuno que este maestro tuviera a bien dar algunas pistas (y su sonidista) y hablarnos de estos temas algún día, que en su caso constituyen un merecido logro al igual que la calidad de sus arreglos e interpretaciones.
La agresividad performática de la timba demanda otras exigencias; pero, de cualquier manera, para que el ritmo llegue a los pies, debe pasar primero por los oídos. En eso, un buen sonidista es tan responsable, o más, que un buen músico. Quizás solo haya que dejarlos hacer bien su trabajo.