
Miriam Ramos y Haydée Milanés cantan… a dos, tres y cuatro voces
No me avergüenza reconocer que al llegar a la entrada del Museo Nacional de Bellas Artes, el pasado sábado 15 de febrero, sentí que acudía al encuentro de una suerte de cofradía.Reconocí de inmediato rostros, gestos, fieles y devotos, que también estaban ahí para confirmar la fidelidad hacia las dos mujeres que iban a protagonizar el concierto que hasta ese portal nos encaminaba. Una de ellas, justamente, fue la figura central del recital que me hizo llegar hasta ese mismo teatro, el del Edificio de Arte Cubano, en la ocasión que precedió a esta. Miriam Ramos celebró allí sus 50 años de vida artística, y quiso hacerlo en el mismo espacio donde cantó para el público en aquella ocasión, a fines del verano del 2013.
Ahora retornaba a ese punto de su memoria y de sus éxitos, pero acompañada por Haydée Milanés, la hija de uno de los compositores que también ha estado presente en su trayectoria. Sabíamos, los que nos fuimos agrupando cerca de la puerta, que se trataba de una ocasión extraordinaria. Y, por suerte, esa expectativa no dejó de cumplirse. Para que La Habana nos regalara un momento de sosiego. Para que en la garganta de esas dos intérpretes, La Habana misma diera a su frágil invierno otra atmósfera y alentara otras convivencias.
En el patio de ese mismo edificio, tuvo hace poco Haydée Milanés su concierto quizá más entrañable, según me confiesan algunos de los afortunados que estuvieron ahí esa noche en la que presentó al público cubano los temas de su disco Amor Edición Deluxe, a inicios del pasado mes de diciembre. Para volver ahí, tenía que hacerlo acompañada no solo con esas canciones, sino con algún atractivo aún mayor que nos hiciera saberla capaz de atreverse a un nuevo reto. De la timidez de sus apariciones iniciales, ha ido creciendo y ganando en madurez, sacando partido a su voz grave y encontrando acomodos y retos al tiempo que crece su base de seguidores, a los cuales habla no solo desde la música, sino también desde su compromiso con una idea de Cuba más diversa, en tantos órdenes y hacia tantos cardinales. Amor, que la devuelve a las composiciones de su padre, viene a ser ese acto de consagración que me recuerda, a su manera, el que Maria Rita dedicó a Elis Regina, Redescobrir, inclinándose ante las canciones de su madre. Si en aquel concierto compartió el escenario con el propio Pablo, entre otros invitados, ahora estuvo junto a una figura también crucial del movimiento de la nueva trova: una mujer que más allá de clasificaciones preconcebidas, ha atravesado mareas y fiebres para convertirse, acaso, en la mayor defensora de la canción cubana con la que cuenta hoy nuestro país. Y lo mejor de la velada fue comprobar que no se trataba aquí de ver a una veterana entregando el batón a una figura más joven, sino de la convivencia, como ya dije arriba, de dos personalidades en un momento en el cual respirar el mismo aire y la misma canción, hacen bien a todos.
Cada disco reciente de Miriam Ramos es una clase magistral. Se ha empeñado, sin perder un ápice de la elegancia ni el rigor que la caracterizan, en recopilar un cancionero que tal vez se hubiese perdido, ante la sordera de los productores musicales menos entrenados en ciertas memorias. Desde su álbum dedicado a Bola de Nieve, cada nueva entrega es una muestra feliz de esa obsesión, que ella traduce con una voz que, sí, ya no es la misma de cuando entonó por primera vez Mariposa, de Pedro Luis Ferrer, ni el Son Oscuro, de Noel Nicola; pero que viene de vuelta de todo eso para que la reconozcamos sin apenas esfuerzo, en la misma que ella ha forjado de sí.
Haydée, poco a poco, se ha ido armando de valor, y verla crecer y madurar, hasta sus 39 años, es un acto que muchos podremos compartir entre los mejores recuerdos musicales de las últimas fechas, porque en su caso (cosa rara entre nosotros) no ha habido tampoco regodeo en concesiones ni soluciones fáciles. Su disco Palabras, dedicado a la gran Marta Valdés era, si se quiere, la prueba que necesitábamos para convencernos, y Amor Edición Deluxe, en el que hace dúos además con importantes personalidades, era el siguiente examen, que también aprobó con felicitaciones. A ninguna de las dos le hace falta alarde, porque han conseguido filtrar, mediante sus gargantas y sus presencias, algo de la salud que a la música cubana, y a nuestra cultura, debiera llegarle en dosis aún mayores.
Ella y yo era el título elegido para este concierto. Así como mismo esa manera de nombrar a un encuentro excepcional y de lujo hacía un guiño a Oscar Hernández, me gusta jugar con el del célebre disco grabado por Esther Borja en 1955 junto a los pianos de Numidia Vaillant y Luis Carbonell. Porque no solo cantaron juntas, sino que desgranaron homenajes a quienes —como lo hiciera aquella a quien Fina García-Marruz nombró “la dueña de la tarde”— nos legaron un repertorio y un modo de ser en la canción del que debiéramos estar más orgullosos. “Aquí hay algunos martinianos”, dijo Miriam, tras entonar una composición de la Valdés, que no sería la única en este concierto, bajo la dirección musical de Dayron Ortiz. Una arrancada a capella, a partir de la célebre Ausencia, de Fernando Celada y Jaime Prats, me devolvió el recuerdo de aquella placa de la también presentadora de Álbum de Cuba, a quien mucho hubiera complacido lo que aquí se cantó y cómo se cantó. Juntas o por separado, trajeron al auditorio temas de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Eusebio Delfín, Julio Gutiérrez, entre otros autores. El siempre pequeño escenario se colmó entre tantos temas, que consolidaron la voluntad de diálogo que animó toda la cita, y nunca cedió al afán de protagonismo ni rivalidad que ha estropeado en otras ocasiones (y con otras figuras, aclaro) lo que fue mucho más allá de un encuentro ocasional. Prueba de esto fue escuchar a Haydée interpretando un tema de la autoría de la propia Miriam, para que recordemos que ella también tiene una obra atendible en tanto compositora.
Para que el recuerdo de este concierto fuera aún más vívido, Miriam Ramos regresó a sus “días de la radio”, cuando podía escuchársele en Radio Progreso como locutora en el programa No hacen falta alas. Ante un desperfecto en el audio que estuvo a punto de desesperarnos, mientras se solucionaba el origen de ruido indeseables que provenían de un altavoz, echó mano a un poema de Mirta Aguirre, que declamó limpiamente para ganarse unos aplausos no programados, pero conseguidos en buena lid. Imagino que muchos recordaremos por ese detalle, también, esta tarde habanera. Y a partir de ahí el punto de gozo del concierto fue haciéndose más nítido, y como ni ella ni Haydée son partidarias del agobio (más bien del precepto de Gracián: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”), se despidieron con un bis, también a capella, que cerró como círculo perfecto toda la velada. A los asistentes nos quedaron ganas de repasar canciones del repertorio de ambas que aquí se ausentaron: dulce sabor que es ya promesa para otros reencuentros.
Un bajo, percusión, guitarras y batería fue todo lo que se necesitó. Y claro, la complicidad que esas dos mujeres han ganado a fuerza de honestidad y entrega al acervo musical de la Isla. El invierno, real o imaginario de La Habana, también se deja engañar por otros ruidos, por otras voces, para las cuales el virtuosismo no parece ser siempre algo a conseguir. Si Miriam Ramos es una virtuosa en el arte de ser ella misma, fiel a sí misma, la Milanés va bien encaminada en esa dirección. La vida que tiene por delante también es espejo de la nuestra, como lo ha sido la de quien le acompañó esta vez, para contentarnos a todas y todos. La Habana, a la que se le cantó a través de un tema de Julio Gutiérrez, puede ser más amable durante horas así. Cuando el mar y quienes la aman, pese a todo, parecen escuchar, o cantarle, la misma canción. Algún día, espero, será Haydée quien nos convoque para compartir el escenario con otra joven intérprete. Entonces todo esto, lo que compartí como quien se reconoce en una cofradía de gente muy afortunada, tendrá otro sentido. Será otra canción, como adivinada ya en este mismo recuerdo.