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Artículos Lucy Dacus en el Concorde 2 de Brighton. Foto: Tony Palmer / Tomada de https://matadorrecords.tumblr.com. Lucy Dacus en el Concorde 2 de Brighton. Foto: Tony Palmer / Tomada de matadorrecords.tumblr.com.

Lucy Dacus, las primeras veces no se olvidan

El 27 de marzo Lucy Dacus tocó en el Concorde 2 de Brighton, un club pequeño frente al mar al que se accede bajando una escalera desde el sea front, a menos de diez minutos de donde vivo desde octubre de 2021. A Lucy la conocí por mi novio, cuando aún no era mi novio y exprimíamos juntos los últimos días de un verano efímero y pegajoso en La Habana. Una de esas noches de chats interminables, apareció Please Stay en mi pantalla. No dijo nada él, solo envió la canción y salió de Telegram. 

La escuché una o dos veces, busqué la letra, lloré, le respondí alguna mala palabra. Todo eso mientras Lucy cantaba detrás:

Quit your job.

Cut your hair.

Get a dog.

Change your name.

Change your mind.

Change your ways. 

(…) 

Begin. 

Be done.

Break a vow. 

Make a new one.

Call me if you need a friend

or never talk to me again. 

But please stay.

Me fui a Londres el 8 de octubre de 2021 y llegué el 9, después de casi 26 horas de viaje. Traía el mismo llanto de aquella noche, pero de alguna manera me ayudaba a buscarle un justo espacio a las ganas de amar y a las de vivir una experiencia que me había costado tiempo y fuerzas conseguir. Empecé a escuchar a Lucy de este lado del mundo, regular pero discretamente: un par de temas de vez en cuando, intercalados en alguna playlist. Hasta que, leyendo la lista de los mejores álbumes del 2021 de NPR, me topé con esa colección de crónicas adolescentes que es Home Video, su tercer álbum de estudio, y fue entonces cuando comencé a escuchar de verdad qué tenía para decirme esta muchacha de Virginia, cinco años menor que yo. 

Si tratan de ubicarla en un género específico —más allá del indie que te suelta Google y que no es ningún género, por cierto—, una mezcla de rock y folk, con la parte más triste del country, creo que sería lo que mejor la define. Esa tristeza es casi inherente a todas sus canciones, como un sello, un cuño que le imprime con su voz cuando la letra intenta pasar por feliz, o por menos miserable. Es, a la vez, muy dulce Lucy, una melancolía que quieres sentir, una amiga que quieres abrazar.

El post de su concierto en Brighton me saltó en Instagram como un anuncio promocionado durante mi escapada a La Habana en febrero. Estábamos tirados en su cama, quizás después de almorzar porque recuerdo el sol de la ventana; no sé si él leía o si hacía scrolling en su teléfono como yo. Lucy Dacus en Brighton por 20 pounds, le dije, y compré el ticket inmediatamente. Luego, con la pesadez de otra despedida, lo olvidé. 

No recuerdo haber ido sola a un concierto, únicamente por el placer de la música. Lucy no solo era mi primer concierto luego de la pausa de estos dos años de pandemia, era mi primer concierto fuera de Cuba, sin mis amigos, sin alguien a quien abrazar durante Night Shift, o a quien decirle que Thumbs es una canción que ninguna muchacha de 26 años debería andar escribiendo, pero que toda muchacha que escriba una canción como Thumbs automáticamente se convierte en mi amiga. 

El escenario del Concorde 2 es pequeño, ajustado incluso para el formato que Lucy trajo a esta gira por Reino Unido: guitarra, bajo, teclados y drums. Y la tristeza de su voz, ya decía, que contrastó esa noche con un suéter a rayas de colores muy vivos que la hacía ver como una muchacha-vieja, muchacha-sabia, muchacha-que-ha-vivido-un-montón-y-viene-a-cantarlo. 

Me sentí rara desde la fila para entrar, mientras veía cómo se iban formando los grupos de amigos, contentísimos de estar ahí, de verla, de escuchar la prueba de sonido desde la calle y esperar, como yo, que este concierto fuera de lo más hermoso que iban a ver en sus vidas. Es injusto, Lucy, pero yo no hago las reglas. Después de dos años sin asistir a un concierto, es lo menos que una espera. Yo también tenía una responsabilidad: hacerlo presente a él, que me había descubierto tu música.

Comenzó justo a la hora que decía el ticket. A las en punto. La telonera —la inglesa Fenne Lily— entendió la tarea a medias, pues demoró más de lo que —creo— cualquiera allí hubiese querido, pero fue durante su presentación que comprendí que aquel concierto no iba a ser como ningún otro al que yo hubiese asistido antes. No habría “previa” con los amigos especulando las canciones de apertura o cierre, dejando nuestras preferidas para que clasificaran en el bonus track; no habría coros casi gritados mirándonos a los ojos e identificándonos con las letras; no habría discusiones acerca de lo mejor o peor que sonaba un tema con nuevos arreglos. Y no, definitivamente no iba a salir ronca de aquel lugar a comprar alcohol para bajar la madrugada en el malecón. 

Asgaard is not a place, it´s a people”. 

Me fui hasta el final de la sala, lejos del escenario y cerca del bar. Me pedí una cerveza y sonreí a dos muchachas que me empujaron sutilmente mientras se abrían camino hacia las primeras filas. El concierto duró exactamente dos horas. Fue tierno y sencillo. De una hermosura casi infantil. Lucy cumplió en casi todo porque cantó casi todo. Mi muchacho atendió el FaceTime a la octava vez y pudo verla desde el mediocre lugar al que logré acceder para que al menos distinguiera su cara. Lloré con las canciones que debía llorar y canté los estribillos que me sabía. Las piernas comenzaron a dolerme y la cerveza me estuvo empujando al baño desde la mitad del concierto. Me sentí sola y quise irme. Pero iba a estar sola en cualquier lugar de esta ciudad, así que me quedé. Sonaba espectacular, limpio, como recién salido del estudio, afinadísimo. En la pantalla, el dibujo de un casete de video daba vueltas sobre un fondo azul analógico. 

Pensé que me iba a emocionar más, lo confieso. A fin de cuentas estaba viendo música en vivo otra vez. Estaba viendo a una artista que ha sido alabada por los medios con los que aprendo a hacer periodismo musical todos los días. Que hace giras por Reino Unido y la gente llega a sus conciertos con camisetas que dicen “Lucy Dacus, music for hot people”. Que estaba allí frente a mí cantando sus mejores temas con una paciencia y una dedicación como si bordara cada nota que salía de su garganta. 

¿Qué más quería yo?

Llegué a mi casa 12 minutos después del final y, mientras me preparaba algo de comer, puse Please Stay en Spotify: 

You tell me you love me, like it’ll be the last time

Like you’re playing out, the end of a storyline

I say I love you too, because it’s true

What else am I supposed to do?

Yo me quedé, Lucy, aunque no lo parezca ahora mismo por el océano, me quedé. Gracias por no cantarlo esa noche. 

Diana Ferreiro Periodista y editora casi todo el tiempo. Adicta a la tinta y al color rojo. Escribe menos de lo que quisiera y escucha más música triste de la que debería. "Café, cerveza y perreo" como mantra. Más publicaciones

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  1. Ana dice:

    Me llegó este escrito. Lindo y melancólico. Me dio ganas de amar a alguien así otra vez.

  2. Diana Ferreiro dice:

    Gracias Ana, qué lindo tu comentario. Abrazo

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