
Los soneros
A Nicolás Guillén
Al final,
después de todas las palabras,
después del “acto”,
el discurso, la flor
ajada de la trova,
llegaron los seis soneros negros
de completo negro el flus, llegaron
como seis sepultureros en fila,
hasta ocupar sus puestos,
como si fueran a buscar
en el último cuarto del fondo
al muerto.
Y, resucitador,
Rompió el son: el espacio
Latió de nuevo en plena gloria,
Las semillas bailaron, el hirsuto
tripaje de los cueros amaneció cantando,
el güiro seco construía
los huesecillos de otro oído
para escuchar la clave de granadillo,
para burlarse del solemne responso
de la botija, para detener la corrupción,
para escuchar los tumbos del solo mar
de la hermosura,
la vibración de plata,
el ser, el son,
burlador de la muerte.
Entonces fue
que el más viejo
de los soneros se adelantó
rompiendo el coro,
con entrecortado ademán,
como quien espanta un bicho
del cuerpo: no era bailar
aquello: no fluía a compás. La mano alzando,
a contrapelo del tiempo,
ritualizaba los gestos
del amor: refunfuñaba algo
a la vida escapando,
desobediente del celo,
como abuelo que diera pescozones
al nieto distraído: a la mujer
algo advertía –cuidado! – al majadero
fluir, mas no del todo
se molestaba, como el que trata
con alguien más pequeño, a veces
rompía a reír su gesto de asustar
con el coco, acunando de nuevo
el estribillo, el balanceo materno
del refrán: “Le cayó carcoma
al pavorreal”.
Complacientes
la vida y la muerte se miraban
como dos viejas damas al espejo
cuando llegaron los soneros,
cuando llegaron los verdaderos
enterradores, cuando llegaron,
cuando llegó la oscura
exigencia ancestral del corazón,
cuando llegó lo que vuelve
rompiendo el cuero,
sin entender la compostura
-“le cayó carcoma
al pavorreal- cuando llegaron
con guapería de congo viejo,
espantando al miedo
con risa de rejuego solemne, los caballeros
de la gloria, cuando llegaron
-oh Son, oh Ser!- los Seis Soneros!
(Tomado del libro Visitaciones, La Habana, Ediciones Unión, 1970)
Muy bueno..