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Artículos

Los discos cubanos favoritos de mis amigxs (en lo que va de siglo)

Un día cualquiera, en una de esas tormentas de ideas que cualquier editor de revista invoca —y que para desgracia nuestra se diluyen la mayoría de las veces antes de tocar tierra—, pensé al azar en un grupo de amigxs. Se me ocurrió pedirles que escogieran su álbum cubano favorito en lo que va de siglo XXI, y contaran las razones afectivas de su elección. Pasados casi dos meses, decidí cerrar el proceso.  Solo ocho de ellxs habían respondido a mi convocatoria. Por algo será, me dije. Ese número. Quizás ya la gente “no piensa” en discos, ni hay tiempo para dedicarse a ello. La mayor del grupo, Alicia, me soltó esta perla: “Si tuviera que escoger sería uno del Grupo de Experimentación Sonora”. Y yo que “no, Alicia, que estamos hablando del siglo XXI…”. La menor, Lucía, que acaba de cumplir 15 años, hizo una mueca antes de reaccionar: “Uy, yo no escucho discos, sino canciones”. Terminado el recuento, puedo decir que me encantan los testimonios que sí llegaron, a los cuales sumé el mío como una manera de acompañarlos un poco en su desprendimiento y timidez. Por supuesto que hubiera querido que fueran más, que abarcaran otros géneros musicales, que otrxs socixs se sacaran los demonios afuera, en fin, que hubiera más sorpresas. Pero bueno, son los amigxs. Y a esxs no se les pide nada más.

 Haiku, de Yusa (Tumi Music, 2008)

Haiku es para mí un disco perfecto: ni le sobra ni le falta un segundo, un sentimiento, un acorde, un color, una letra… Lo que no sorprende, si se trata de un disco de Yusa, producido nada más y nada menos que por el brasileño Alê Siqueira. Entonces no es su perfección musical y poética lo que me mueve a elegirlo, puesto que en la discografía cubana de los últimos años hay otros discos perfectos.

¿Cuántas cosas puede ser un disco? Muchas: mano, hombro, compañero, almohada, agua, pan, vida, fiesta, orgasmo… Haiku es una estancia de 37 minutos y 31 segundos en un lugar cálido, tranquilo y seguro, donde se siente una paz tremenda: como bebé en pancita de mamá. Es una colección de postales minimalistas, hermosas y sinceras de conflictos, reflexiones y sentimientos íntimos. Por eso es un disco que hay que escuchar con los cinco sentidos. O más. Puedo decir que es también un ejercicio de introspección. Y por esto es además espejo guía para hacer nuestra propia terapia.

¿Cuántas cosas puede ser Haiku? Todas estas y más. Porque Yusa hizo este disco zen para recordarnos que las cosas no siempre van a estar bien. Y aun así, Haiku es un mundo feliz.

Iván Egüed (ingeniero automático)

 

Haciendo historia, de Alexander Abreu y Habana de Primera (Egrem, 2008)

El próximo año se cumple una década de que saliera Haciendo historia, el primer disco de Alexander Abreu y Habana de Primera. Desde que lo escuché por primera vez supe que el título no era un alarde vano del trompetista devenido en cantante y director musical. La única forma de saber que un disco te encanta (sobre todo en el sentido feérico de la palabra) es a través del potente vibrar del corazón, como con todas las cosas grandiosas de esta vida. Luego la razón te intenta explicar además que es un disco conmovedor especialmente desde sus arreglos musicales. Ejecutado de forma magistral y con una originalidad peculiar en cada uno de sus temas, removió el edificio timbero cubano, un poco anquilosado en la primera década del XXI, y acosado además por los pegadizos hits reguetoneros. Cantado y tocado con una pasión que rezuma cubanía por los cuatro costados, Alexander envió un mensaje fuerte y claro: la batalla musical (cultural), se da con calidad y sin llantén. Cuando en una fría noche de Buenos Aires, escuché en una guagua que los dos muchachos argentinos que iban sentados detrás de mí cantaban emocionados aquello de “mi música, la que es oriunda del monte, de donde el venado coge el trillo y se oye el canto del sinsonte”, pensé que estábamos en la pelea.

 Daniel Silva (matemático)

 Trovadamente, de Jorge García (Colibrí, 2010)

“Hay personas a las que uno le entrega todo, trovadamente”, dice cómplice a la cámara Jorge García en el making of de Trovadamente, su CD/DVD póstumo. Trovadamente es su última grabación, terminada justo antes de que la muerte lo acechara prematura, a sus 50. Esta es la síntesis de una vida, el testamento ético, político, amatorio y musical de un trovador con suerte. Armado con músicos del Conjunto de Música Antigua Ars Longa, Jorge se aventura a instrumentar para violas da gamba, zanfoñas, violines antiguos, percusión menor…, sin dejar nunca su guitarra, para lograr sonoridades modernas, raras. Algo de esto ya había experimentado en Hay de todo en la Viña del Señor (Abdala, 2002), planeado incluso un poco antes de que Sting sumara a Karamasov con fines similares, por si nos olvidamos cuán pioneros podemos ser en esta isla. Jorge juega con el símbolo del juglar, y lo refresca, lo actualiza, lo contextualiza en La Habana del 2009. Deja para la historia el registro en sendos conciertos: uno para el CD y otro para el DVD, dirigido por el cineasta cubano Pavel Giroud. Aquí vuelve su obsesión por la libertad. Aquí La Habana Vieja, en torno a la Iglesia de Paula y el puerto, también se vuelve música, sus sonidos se integran a la grabación, gracias a la sabiduría —sobre todo a la hermandad— de Maykel y Maykleito Bárzagas. Aquí Jorge se entrega todo y “trovadamente”, justo antes de que la cabrona muerte lo sitúe entre la memoria y el olvido.

Marta María Ramírez (comunicadora)

Chapeando, de Van Van (Unicornio, 2004)

Después de todo, “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro” no son suficientes. A Martí se le pasó por alto algo que lo definió: es necesario vivir en otro país (o en otra provincia, en otro pueblo, lo importante es cambiar y moverte de donde tus raíces). Entiendo su olvido, porque el destierro o la emigración duelen (y mucho), pero también te hacen crecer exponencialmente. Y si tienes suerte, encontrar un gran amor.

Pero para pasar por este proceso ambivalente, además de un buen trabajo, nada mejor que tener un buen colchón afectivo. El mío es haber crecido rodeada de familia y mis vivencias de una etapa anterior. Chapeando es el disco que me transporta a esa época en la que toda mi familia vivía en el mismo país, sabíamos lo bueno de hacernos adultos, me nacía un sobrino (aún) adorable, tenía abuela, mis padres tenían menos edad y empecé a vivir plenamente mi vida.

En estos días mi familia tiene la tristeza de otra oleada. Hoy somos muchos menos en Cuba. Nos parecemos a los muchos pedazos de vidrio en los que se descompone un vaso ruso contra el suelo. Pero, como nieta de emigrantes yo solo quiero pensar que, si la migración de mis abuelos españoles dio tantas cosas buenas, será provechoso entonces que seamos más cosmopolitas. Si se “van”, seguro volverán. Todo vuelve. A despegar.

Silvia Padrón (psicóloga)

Medio lento, de Ariel Barreiros (Egrem, 2008)

Cuando tenía 16 años me enamoré por primera vez, descubrí la maravilla de Fito Páez, decidí estudiar cine y me confirmé como creyente de utopías. Entonces, no compraba discos. Un día de escuela en medio del campo encendí el televisor y ahí estaba: un hombre rarísimo y azul que cantaba Niña. ¡Qué manera tan alta de ser hermoso ese hombre!, me dije. “¿Cuántas palomas dan siete por tres palomas?”, decía. Era un video clip donde un trovador se entregaba a su melodía y a la vida.

Mi mejor amigo, un joven sabio y fuerte, con quien yo compartía cierta fe, supo de ese momento de encanto, y en un viaje a Camajuaní me compró como regalo Medio Lento, “porque tú, loca sin remedio, estás muerta con el Barreiros ese”.

Yo, que lo que estaba era muy viva, le di un abrazo de cariño y euforia, antes de irme a devorar las canciones que no conocía. Entré a un universo delicado, de avalanchas sutiles y sencillez de ojos de niño. Fue el regalo inesperado más hermoso que me hubieran hecho jamás.

Una década después atesoro casi todo aquello que, aun pasado por el agua de la dialéctica y la vida, marca mi entera existencia: sigo maravillada con el cine, con la música, con las certezas, con el amor… Sigo sin comprar discos.

Siempre conservaré con placer el Medio lento, lleno de sensibilidad y de respuestas, junto a los libros y los papeles, aunque haya perdido a mi amigo cuando dejamos de compartir aquella fe, y yo escuche las canciones en un iPhone mientras camino cualquier ciudad, del país que no abandonaré jamás o de otro cualquiera.

Lilmara Cruz (editora de cine)

Más, de Frank Delgado (Bis Music, 2016)

Tengo un amigo que está registrado en acta de nacimiento con el nombre de Francisco Gilberto Delgado Más, pero a quien todo el mundo conoce (y lo digo casi literalmente) por Frank Delgado. Es el autor del disco Más, producido entre 2012 y 2015, y para mí, el más importante en la música cubana en lo que va de siglo XXI.

He asistido al doloroso goce de concebirlo, parir cada canción, los arreglos, las vicisitudes normales y anormales de una gesta de esta naturaleza, de forma totalmente autogestionada, sin apoyos institucionales ni privados. Básicamente sus propios recursos y la amistad y el respeto que recibe a raudales fueron suficientes. Tuve, además, el inmenso privilegio de apreciar la perenne modestia de Frank, en tanto sometía cada nota y palabra al juicio de sus amigos y amigas y lo vi aceptar críticas y hasta hacer cambios o modificaciones a las canciones partiendo de criterios de gente totalmente neófita en términos musicales, pero que a su juicio eran racionales.

Entre los aspectos admirables de este disco en particular resalta la capacidad de mímesis de Frank sin dejar de ser él mismo. Siendo el autor de todos los temas, incluso, temas ya de vieja data y con múltiples versiones, Frank es capaz de “diluirse” y hacer que sus canciones suenen, parezcan y sean apropiadas por quienes decidieron compartir su aventura. Pablo Milanés, Israel Rojas y Buena Fe, Ray Fernández, Kelvis Ochoa, Pancho Céspedes, David Torrens, Issac Delgado y Los Van cantan canciones de Frank, pero hasta en el más mínimo detalle parecen ser ellos y no Frank, los autores.

En un monosílabo sintetiza un universo de significados, todos reales y aplicados en esta obra. Más es un homenaje a Migdalia, por ese segundo e importantísimo apellido que le dio. Más es el símbolo de la actualización de su obra. Se refiere también a la cantidad de géneros musicales presentes en todo el fonograma. Más es inclusión real en tiempos de figureo y delirios de protagonismo. Significa Frank, más una pléyade de artistas que le acompañan y hacen esencia en este delicioso disco. Más implica subida de la varilla en cuanto a calidad, propuestas y desafíos de la creación intelectual, en este caso, el arte. Más es también más verdad, más honestidad y ética del creador.

Humberto Miranda (filósofo)

En guarandinga por toda Cuba, Rita del Prado y el Dúo Karma (Producciones Guarandinga/BisMusic, 2009)

Me cuesta trabajo elegir un disco. Lo mismo me pasa con los colores, los géneros musicales, las comidas, los lugares… Eso de preferir solo uno se me da mejor en el amor. Decido hacer una lluvia de ideas y así me quedo con los dos primeros que vinieron a mi mente. Uno no lo he podido escuchar más, después de tanto “quemarlo”, la pérdida me dejó bloqueada y, además, qué voy a decir yo de un tipo tan grande llamado Santiago. Entonces elijo el otro y la alegría que me invade es una hermosa confirmación. En guarandinga por toda Cuba es una obra de arte. Es un disco hermoso, creativo, respetuoso con las niñas y los niños, y cargado de cubanía.

Rita del Prado y el dúo Karma logran que grandes y chicos nos montemos en la guarandinga y hagamos un viaje de esos que una quiere repetir de tanto goce. Cantas y bailas con melodías y ritmos que para algunos no son cosas de estos tiempos, a pesar de ser tan nuestros. Por momentos te parece que estás leyendo un cuento o asistiendo a una obra teatral (además), recorres la geografía de esta bella isla y recibes lecciones de historia de Cuba de la manera más divertida y bonita que a alguien se le pueda ocurrir. Quizás por eso, no me sorprendió encontrar una vez en La Habana Vieja a una familia argentina queriendo “descubrir” los lugares que recorrió En guarandinga… Estaban interesados en conocer el significado de palabras empleadas por taínos y africanos que un día habitaron este pedazo de tierra y que hoy nos habitan a nosotros (por cierto, me encanta la aparición de Roly Berrío en La ñáñara).

No sé si lo he disfrutado más que mi hijo mayor (probablemente sí); pero sé que debo agradecerle a él haberlo descubierto. Buscando joyitas que cultivaran su amor por la música apareció este disco entrañable. Entonces, me llevó a inventar un juego que junto a la canción Polimita y chivo sirviera para que mi niño aprendiera los días de la semana. Luego me propuse llevar el CD a todas las escuelas primarias con las que trabajé hasta hace muy poco, donde algunos de sus temas abrieron y cerraron talleres que hicimos con maestras y estudiantes… Así pasa cuando una hace viajes tan bien acompañada, lo que vives se te queda grabado en el corazón y no hay manera de no compartirlo.

Yuliet Cruz (psicóloga)

Ay, la vida, de Santiago Feliú (Colibrí, 2011)

“Se nos fue Santi”. Era el mensaje en mi celular esa mañana, en un turno de clases. El día: desconcierto de los amigos, un viaje a Alamar, y un P11 de regreso, demasiado tarde para llegar al homenaje. La Habana olía raro ese día.

El Ay, la vida de Santiago Feliú fue la banda sonora de mis primeros años de la universidad. Un atardecer en la costa y un amor muy grande para mi edad. Los amigos y el peor mojito de la historia. Un viaje en carretera por toda Cuba. Mirar por primera vez: filmar. Algo así como la banda sonora de mi educación sentimental.

Vuelvo siempre a este disco para recordar quién soy. Canciones duras, viejas, honestas, tristes y en paz que vienen de vuelta: canciones sabias. A Santiago hoy lo escucho menos porque las bocinas o los audífonos me parecen diminutos y quiero verlo salir de la vibración y escucharlo vivo. Me da miedo que no lo pueda hacer y apago la música en la segunda canción. Pero si pongo el Ay, la vida siento que sueno yo.

Por esos años hice una foto que guardo. El Pabellón Cuba, encuadre contrapicado, vertical, el atril en primer plano y un setlist donde se lee Ansias del Alba y Ay, la vida. Al fondo, fuera de foco, Santiago sale de cuadro por la izquierda.

Cuando cumplí 15 años mi hermana me regaló mi primer concierto tomado con seriedad (antes eran conciertos de Pablo a los que me llevaba mi mamá y uno del Cigala que lamento no haber sabido entender). Santiago Feliú tocaba en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional. Recuerdo verlo tocar y pensar: a este zurdo se le van a gastar las manos si sigue tocando así.

 Carla Valdés (cineasta)

 

Sé feliz, de Fernando Álvarez y Descemer Bueno (Egrem, 2009)

Sé feliz me viró al revés. A inicios de siglo recién salía de la “metralleta”, de haberme pasado buena parte de los noventa deglutiendo grunge, death metal, trash, punk, rock nacional, rock internacional. Cualquier cosa que me hiciera mover la bicicleta y vivir mi propio universo hippie y libertario, en medio de la crisis. Terminaban mis años de universidad y comenzaba a conectarme en serio con la música cubana a través del jazz, del filin alternativo de Gema y Pavel, de los trovadores de 13 y 8. Salían cosas maravillosas por entonces, y un día tropecé con una maqueta que más tarde publicaría la Egrem. Se llamaba Sé feliz, 12 boleros de Descemer interpretados por un añejo Fernando Álvarez, cuya voz, aunque algunos no sepan —como yo no sabía— es parte del ADN romántico de todos los cubanos. Aclaro que mi única experiencia previa con boleros había sido el disco de versiones de Luis Miguel, que me sirvieron para enamorar y sufrir en igual medida durante la secundaria. Pero aquello fue una especie de epifanía: “Si la soledad te enferma el alma, si el invierno llega a tu ventana…”. Les juro que sentí que el viejo Fernando Álvarez me hablaba directamente a mí. Letras y música encajaron en mis largos paseos en solitario por el malecón y las zonas aledañas. Amor y desamor, allí estaba todo. Además, el disco no sonaba exactamente como los boleros clásicos cantados por el “Luismi”, tenían otro empaque: arreglos preciosistas para diversos formatos, bolero blues, bolero big band, bolero son, bolero que se recontextualiza una y otra vez a lo largo del álbum, letras tan poéticas como accesibles. Resumiendo, boleros hermosos que me mataron en la carretera. Con esa manía que tengo de “filosofar” la música, asumí que la misión de Descemer, Fernando y el resto de los músicos (entre ellos, Roberto Carcassés, Yosvany Terry y Elmer Ferrer) era poner en órbita el bolero del siglo XXI, expandir la música cubana a otro nivel. Desde entonces, ha pasado el tiempo. Llegaron otros discos, pero Sé Feliz aún me cuida. Estoy convencido de que incluso en medio de la felicidad es bueno contar con un antídoto de este calibre: “Solo quiero remover tus miedos, hasta que rompan en mí, como una ola febril del mar”.

 Marcel Lueiro (editor)

Marcel Lueiro Editor y poeta. Padre responsable. Capacidad para juntar sensibilidades. A menudo sueña que es un chamán que pone a cantar a las serpientes. Más publicaciones

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