
Las cosas (fragmento)
El trovador que ellos más admiraban se llamaba Domingo Ferrer. Sus canciones eran como hechas a la medida de Ricardo y sus amigos. Canciones contaminadamente puras. Obras de arte que solo podían salir de la cabeza de un genio atemporal, que cantaba como abocado a un mundo en el que todo le era extraño y cercano. Aforismos. Lecciones de vida y espiritualidad. La sensación de que con el poder del arte se podía cambiar el mundo y mejorar a las personas. Todo esto mezclado con merca, fory, ron y cigarro, creando así una agridulce confusión de valores y experiencias.
También, Domingo pertenece a una familia de trovadores; desde niño ha visto a Sindo (Blanco) y Pedro (Moreno) y a los demás fundadores de la Nueva Trova tocando esas raras y seductoras canciones en su casa. Creció esperanzado por lo que el proceso revolucionario prometía; veía a Fidel y al Che como héroes aventureros de intachable conducta. Al mismo tiempo, era muy crítico en sus canciones con la intolerancia y los retrógrados y no les hacía la pelota a los dirigentes. Para él, su arte estaba más allá del tiempo y los hombres.
En una de sus canciones nombraba a Fidel junto a otros líderes mundiales como causas de lo que se estaba viviendo, y lo citó la Seguridad del Estado para que explicara lo que quería decir porque no entendían bien. Para ellos solo se podía citar al líder en loas:
―Es que nunca se ha puesto el nombre del jefe en una canción de ese tipo ―le decía el agente.
―Bueno, ya tienen una ―respondía el trovador.
Como un imán gigante, Domingo los atrajo a su grupo. Ricardo en la guitarra, Guelmi en el piano, Rayan en el bajo, y un baterista: Tomás Richard. Negro, hijo de negro, orgulloso de ser negro, como él decía. Venía de una familia con ascendencia jamaicana y haitiana, de las que se asentaron en el Oriente del país. El jazz era lo más grande para él. Rechazaba lo comercial y de alguna manera sentía que era algo banal. Si tocaba con Domingo, lo hacía porque se había puesto de moda que los jazzistas acompañaran a trovadores; un poco imitando a Sting y a la banda que este formó cuando empezó su carrera en solitario, y a Sindo y el grupo Afroísla.
Veintipico de años más tarde… Domingo moriría a los cincuentaidós de una subida de presión que agotaría su corazón, su tan grande corazón, y se llevaría su vida. Su única vida. Un cuerpo frágil que había sido castigado con tantas noches de placer y entrega. Tanto guitarreo y tanto trovar.
Pero ahora los chicos están enfrente de un alquiler donde él se está quedando con su novia, un cuartucho del Vedado con un colchón, una estrecha cocina atestada de platos sucios y un baño muy pequeño.