
Las lágrimas de la Señorita Dayana
Dayana Chávez Victoria, la muchacha delgada que calzaba unos tenis runners y vestía una licra negra y un pullover ajustado no me pareció a primera vista la diva del reguetón que aparenta en público. Salvo por el lunar que tiene sobre el labio y un cierto acento entre camagüeyano, habanero y puertorriqueño, no hallé más rasgos del personaje que encarna en la Señorita Dayana.
Lo que tuve ante mí, durante las dos horas que conversamos, fue una muchacha normal que no dejó de jugar con el largo mechón de pelo rubio que le salía del centro de la cabeza y caía por debajo de su cintura.
Para ella todo empezó en Siboney, un pequeño pueblo de menos de cinco mil habitantes ubicado a treinta kilómetros de Camagüey, donde pasó su infancia bailando en la Casa de Cultura o jugando baloncesto, pues cantar le daba mucha vergüenza, y cada vez que lo intentaba sobre un escenario terminaba llorando.
Primero fue el baile. Dayana vivía con sus abuelos, y cuando descubrió la carroza del carnaval la impactó de tal modo que se subió a ella desde muy temprano y no se bajó hasta comenzar el preuniversitario en el municipio de Guáimaro. Pero la experiencia del pre no duraría mucho, ya que poco después de empezar se enteraría de que la ENA estaba realizando audiciones de danza, y no lo pensó dos veces.
“Yo lo que bailaba en esa época era música campesina y ruedas de casino. Había participado en festivales de artistas aficionados, hacíamos cosas muy bonitas, pero no tenía una gran preparación ni técnica, solo bailaba y me encantaba”, me dice.
El canto vendría mucho después; si bien desde niña pasaba horas viendo los mismos conciertos de Michael Jackson y de Madonna que tenía grabados en VHS, aun no sabía si eran las canciones o el espectáculo lo que más le atraía.
Entró a la ENA, sin más contratiempos que los de venir “de la calle”, como le llaman en las escuelas de arte a los estudiantes que no tuvieron un entrenamiento previo. “Los primeros años fueron muy difíciles, pues no tenía la preparación física adecuada, y también tenía deficiencias en cuestiones de tipo técnico, pero con mucho trabajo lo fui mejorando, y me gradué con buenos resultados”, cuenta.
Hasta entonces no había aparecido la Señorita Dayana reguetonera, que a día de hoy le sigue pareciendo un tanto extraña a la Dayana que tengo enfrente. Pero en la escuela, con poco más de 16 años conoció Adriano DJ, quien trabajaba ahí y comenzaba a organizar fiestas por toda la Habana.

Señorita Dayana. Foto: El Cartel Estudio.
Dayana y Adriano iniciaron una relación que podríamos nombrarla amistad, pero evidentemente no es una relación cualquiera. A más de una década de conocerse ella lo considera una de las personas más importantes de su vida, junto a su abuela tal vez. Me dijo en un momento que era el más amigo y el más artista que conoce. Él la llevó al reguetón, participa de casi todas sus decisiones, podríamos decir que la acompaña casi siempre. Para hablar con ella, primero tuvimos que contactar con él. La conversación fue en su casa, pues la Señorita estaba viviendo ahí durante esos días porque tenía la suya en construcción. Ambas viviendas se ubican a menos de 200 metros.
Cuando ella se graduó él empezaba su proyecto Havaneando, al que precisamente ella le puso el nombre inspirado en la película Habana Blues. Poco después se dedicó a dirigir los espectáculos de dichas fiestas, a crear las coreografías, y la vida de Dayana se volvió un remolino, del cual finalmente saldría cantando.
Al graduarse, obligada a ganarse la vida en una ciudad que no es grande, pero si mucho más que su Siboney natal, comenzó a bailar en un grupo de música campesina que tocaba en lugares turísticos, y ante la ausencia de la cantante principal un día le tocó cubrir ese puesto.
“Tenía un miedo que me moría, y así canté Capullito de Alelí”, recuerda. “Me quedó fatal, pero los chicos del grupo me animaron, me dijeron que estuve bien. Entonces decidí buscar un profesor de canto, y poco después matriculé en la escuela Mariana de Gonich”.
Lo que no me cuenta es que en ese momento también matriculó en la carrera de Comunicación Social de la Universidad de La Habana, y que Adriano la fue a escuchar una tarde a la casa de la cultura de Plaza donde interpretó No llores por mí Argentina y lo conmovió tanto que terminó llorando.
Pocos días después él se apareció con una especie de background y le pidió que escribiera una letra, y luego que la cantara. En dos horas Dayana ya había hecho una canción, que cantaría al día siguiente en el programa televisivo Conexión. Fue su primera aparición en los medios como intérprete. Lo recuerda como “un desastre, pero bueno, son cosas por las que tiene que pasar uno”.
Lo próximo que hizo fue colaborar junto a William El Magnífico, aquel personaje que tuvo un ruidoso pero breve paso por el reguetón cubano, en las canciones producidas por Adriano para los veranos del 2011 y 2012. Todavía esas especies de jingles caribeños, una terrible mezcla de pop, reguetón y música electrónica que pasó justamente desapercibida se puede rastrear, con un poco de trabajo, en la imponente base de datos de YouTube.
De ahí Dayana heredó lo de Señorita, y coqueteó por primera vez con la música urbana, pero este tipo de música no la enamoró.
Y todo se detuvo de repente, pues marchó a vivir a España en un momento en que las cosas estaban tomando forma en su vida. No me cuenta los motivos por los que se fue, según ella personales, pero sí deja claro que el viaje, como lo tenía pensado, era solo de ida. Por alguna extraña razón tras 5 meses en Europa no aguantó más y regresó a La Habana.
A su llegada decidió retomar la carrera musical. Contactó a Adriano inmediatamente, vendió algunos de sus objetos más valiosos y fue a un estudio de grabación, a producir su primer disco, con un estilo pop y algunas influencias de R&B. El fonograma fue nominado al Cubadisco, y aunque no ganó, lo considera una de sus mayores satisfacciones profesionales.
Por esa época comenzó a dar conciertos en el Amelia, una pequeña discoteca ubicada en Miramar, luego pasó a La Maison, un poco más reputada entre los centros nocturnos habaneros. El público no era muy grande, pero sí fiel. Allí, además de sus canciones, se atrevía interpretando la de otras artistas como Adele o Thalía.

Señorita Dayana. Foto: Página de Facebook de la Señorita Dayana.
La música urbana no le resultaba muy atractiva, incluso actualmente cuando le preguntan por sus artistas preferidos mencionará a Coldplay, Adele, Shakira, Imagine Dragons, Habana de Primera, Leoni Torres. Su paso al reguetón fue lento y lleno de conflictos, pero era el único lugar donde Adriano podía ayudarla, conseguirle featurings, espacios para cantar, difundir sus temas.
En una ocasión, mientras conversaba con Adriano, este me contaba lo difícil que es convencer a Dayana, el nivel de argumentación que hay que utilizar, todo el tiempo que puede llevar. Cuando le pregunté si para hacer reggaetón fue así, ambos sonrieron; precisamente de eso me estaban hablando.
Finalmente se decidieron por ello, donde Señorita Dayana ha mostrado una postura mucho más cercana a la boricua Ivy Queen que a las populares Karol G o Naty Nathasha. Con la primera, a pesar de no tener una relación de amistad, ha intercambiado cordialmente a través de las redes sociales, y eso la enorgullece.
Después de mucho tiempo cantando en pequeños espacios, en ocasiones para amigos y un público reducido, Dayana aún no sentía el sabor del éxito. Ella pensaba que si grababa un tema de reguetón nunca más la iban a tomar en serio, pero fue justo al revés. Empezó por una canción con El Chacal, quien accedió a cantar con ella a petición de Adriano, y así apareció El Mentiroso, tema que marcó un quiebre en su carrera.
“Fue un boom. Pasé de tener una peña para 200 personas a que me llamaran de muchas plazas en Cuba para hacer conciertos. Ya eso es otra cosa. No comencé a hacer todavía música urbana, seguí con lo anterior, pero la gente comenzó a conocerme más, ya los artistas me llamaban”, me dice.
Después de esa primera canción con El Chacal, siguió metida en el estudio. “Tal vez le ponía un poco más de ritmo a las canciones”, comenta,“comencé a hacer merengue electrónico, cositas más moviditas mezcladitas con cumbia, urbano como tal no. Es que de hecho al día de hoy cuando yo escribo una canción no me sale urbana, no me sale esa melodía. Luego cuando voy al estudio con Adriano y el productor musical es que se le da más la línea que estamos trabajando, pero lo que yo escribo me dice Adriano que es corta venas”.
Luego apareció una canción que para Dayana y muchos de sus fans es una especie de himno. Me refiero a Soltera, tema compuesto por El Taiger a petición de Adriano para que cantasen a dúo. El ex integrante de Los 4, tras escribir la letra, le envió una especie de demo a la Señorita, quien quedó convencida, después de escucharlo, de que tenían que grabarla.
Esa canción la colocó, al menos, en el mapa del reguetón cubano. Señorita Dayana comenzó a escucharse en los almendrones, las cafeterías, las guaguas. Su música es comercial, y por ende, el objetivo no es otro que tener la mayor audiencia, lo que requiere de una constancia digna de los jugadores de su deporte favorito, el baloncesto. Con encestar una vez no es suficiente, no puedes parar de tirar al aro. Aunque tengas una canción sonando en todos lados, ya tienes que pensar en la próxima. “La carrera es dura, [con] sacrificios por montones, y mucha perseverancia, constancia y trabajo”, me dice al respecto.
Tras estos dos temas Dayana se descubrió como una especie de portavoz femenina. “Nosotras no solo somos un pedazo de carne, sexis, lindas, dispuestas a que llegues a la hora que quieras y no pase nada. También tenemos derecho a defendernos, a desear, a querer igual que los hombres. Todo está en atreverse a decirlo, y es lo que ha pasado con mi carrera, que he dicho lo que las mujeres quieren decir y no se atreven. Me ven como eso, la defensora de las mujeres, y me encanta”.
Aun así, quien intente buscar en Dayana a una feminista de manual o una machista disfrazada de feminista, o buscar posiciones políticamente correctas y prefabricadas, pierde su tiempo. Dayana fue, al menos conmigo, una mujer sincera. Ni ingenua ni precavida.
En su música suele mantener una postura defensiva desde la mujer, pero confiesa que es porque al público le ha gustado esa proyección, y si eso le funciona, sería tonto hacer otra cosa. Basta comprender que Soltera, su canción más icónica en ese sentido, ni siquiera fue escrita por ella. Por otra parte, dice que no aceptaría una canción donde su imagen sea la de la mujer sumisa, que más allá del mercado, no representaría ese papel.
En una entrevista televisiva en Miami le preguntan por el matrimonio igualitario, sobre si cree que debe aprobarse. Ella dice que sí, que todo el mundo debe ser feliz, acto seguido confiesa que nunca ha tenido una relación homosexual. Finalmente añade que no descarta que en algún momento la tenga, que no cierra puertas, solo que hasta ahora no.
Me dice que ser mujer y cantante es complicado. No solo en el reguetón, sino en cualquier género, que las mujeres no suelen ser fans de las mujeres y sin embargo los hombres no tienen problemas con ser fans de otros hombres. También se cuestiona que los hombres, con lo mal que los trata, sean sus principales fans. En toda la conversación nunca menciona la palabra feminismo ni la palabra machismo.
La noche anterior a nuestro encuentro estuvo doce horas en una sesión de fotos. Tiene que ir a veces a peluquerías y estilistas a hacer promociones. Antes no le gustaba, pero se ha ido acostumbrando. Considera que ponerse bonita es parte de la vida de cualquier mujer.
Resulta curioso que Dayana –quien proyecta a primera vista la imagen de una mujer fuerte, agresiva–, no sepa contener las lágrimas. Llora mucho, llora prácticamente en todas sus entrevistas, al terminar sus conciertos, cuando supo que la habían invitado a participar en los Premios Juventud, cuando habla de su abuela, de su familia que vive aún en Siboney. Le cuesta mucho trabajo dominar sus emociones, y se molesta con ello, “pero es lindo”, me dice.
Esta vez lloró cuando hablamos de su familia, que la recibe en la casa como si recibieran a una celebridad, cuando hablamos de sus seguidores en redes sociales, que son aproximadamente 20 veces la cantidad de habitantes de su pueblo natal, pero cuando más lloró fue en un concierto, no en Miami ni en La Habana, sino en Camajuaní, donde tuvo que parar de cantar al no poder contener las lágrimas cuando escuchó al público corear sus canciones.
Dentro de la escena del reguetón cubano es hoy en día la principal exponente femenina. La única artista urbana de la isla que ha participado en un evento como los Premios Juventud. Es respetada y reconocida por sus colegas del género, con los que en ocasiones le cuesta hacer amistad por su timidez, me dice.
En una de sus últimas canciones, titulada Te Choca, Dayana se presenta como una mujer que alcanzó el éxito. En el video, arropada por figuras del género como El Chacal, Jacob Forever y El Micha, la Señorita dice “Te choca que esté prosperando/ te choca que me vaya bien/ te choca que a ti nada de esto te deba/ te choca que yo este viajando/ y de nuevo a La Habana/ y que siga pegá/ y que tenga show cada fin de semana/ te choca, que tengo a los hombres y a las mujeres locas/ te choca, que saque un tema pa´ la calle y te calle la boca/ te choca, que tengas que copiarme hasta la ropa/ te choca, yo sé que tú eres mi fan, eso se nota”.
Pero eso lo dice la Señorita, porque Dayana, sentada frente a mí, me confiesa que aún le cuesta trabajo creer lo que ha logrado, que es mucho más de lo que imaginó, pero menos de lo que pretende. Me dice que todas las mañanas se mira en el espejo y piensa “quien te lo iba a decir, guajira”.