
La noche alternativa habanera tiene una diosa: Telmary
Es pasada la medianoche de cualquier sábado en La Habana, y el Café Teatro Bertolt Brecht está a reventar. Los cientos de personas ahí reunidas aguantan estoicamente el calor mitigándolo con una procesión de cervezas. En algún momento la música grabada cede, se oscurece el salón y las luces se enfocan en un escenario en el que vemos aparecer a Telmary con el turbante que ha devenido santo y seña, con un colorido vestido de aires africanos, con el broche que diseñara para ella la casa Rox950 (una T plateada que funciona como logo de la artista).
A un lado del micrófono un asistente coloca una banqueta, un incienso, y algo que puede ser unos días té y otros alguna bebida alcohólica. Telmary prende el incienso mientras los miembros de su banda van ocupando el escenario. Sus acompañantes, sin llegar a vestir un uniforme, tienen una especie de código de vestimenta compartido con ella. Sin haber sonado una sola nota, uno siente que está frente a una banda. Pocos segundos después, una energía se expande por el Brecht. Hay que verla en escena, combinando rimas en las que el spoken word y las melodías se suceden con fluidez desconcertante, comandando esa orquesta de sonido rotundo con congas, tambores batá, teclados, guitarra eléctrica, metales y unos coros celestiales, como no hay otros en la escena actual cubana; una banda que juega a contemporaneizar los ancestrales ritmos africanos que continúan bombeando savia desde el origen de los tiempos.
Sucede con todo artista verdadero. Para entender a plenitud a Telmary hay que verla en directo, micrófono en mano, desgranando palabras como el mar, ora batiendo furiosa, ora espejo de suaves olas.
Si la noche alternativa habanera tiene una diosa, se llama Telmary y el Brecht es su templo.
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Telmary Díaz, la mulata amante de todas las artes, la niña inquieta que anotaba cuanto le ocurría o pasaba por su cabeza desde los ocho años, la que iba para trabajadora del turismo o periodista, tenía demasiadas cosas propias que decir. La noche la convocaba como convoca a sus hijos predilectos, los que tienen el muy especial fuego de la música en las venas, ese que más temprano que tarde, no importa si hay formación profesional o no, sale inevitablemente a flote.
En el principio estaba la palabra. Desde niña leía y escribía de manera furibunda; luego, de a poco, fue llegando la música. Primero en la casa, a través de su madre y los amigos de ella (la canción Marilú, de la mítica orquesta Los Van Van, fue un homenaje de Juan Formell a su madre), y más tarde con un hermano que era trovador aficionado. Pero el estallido vino cuando empezó la escuela de idiomas y entró en contacto directo con el mundo del arte.
En lo más crudo del Periodo Especial, Telmary dejó de prestarle atención a las clases de inglés para ir a los cursos de poesía, guion y teatro que se ofrecían en la cercana escuela de instructores de arte, para relacionarse con unos entonces desconocidos Athanai, Lester Martínez (DJ) y X Alfonso, para sumergirse y disfrutar a plenitud la escena underground habanera que explotaba con la música electrónica, el garage rock y el hip hop.
“Era una Habana experimental, con espacios como el Café Cantante y El Patio de María. Fue un periodo de explosión de la performance; no había recursos ni lugares dónde tocar, así que la gente se unía, y los artistas colaboraban entre sí de manera gratuita”.
Por entonces se acercó al trabajo de su amigo de la infancia Joyvan (Djoy de Cuba, uno de los pioneros de la electrónica nacional), y se convirtió en la promotora de facto de las fiestas electrónicas, que era donde podían escucharse los demos del underground del momento, los casetes de gente como Garage H y Grandes Ligas. No existían medios para difundir los eventos de esta escena, no había Internet, ni cómo hacer volantes, ni estos artistas llegaban a los medios masivos de comunicación, así que Telmary se dedicó a tomar nota de todos los eventos y, mientras Joyvan ponía música, tomaba el micrófono y hacía de su vocera.
“Joyvan me motivó para que interactuara con el público al ritmo de la música, y me empujó para que soltara algunas de las cosas que siempre anotaba en mi libretica, me dio referentes. Así fue como me puse a declamar, en una cuerda más cercana al spoken word que al rap. De esa forma me hice de un pequeño repertorio, hablando encima de sus beats.
“Cuando Joyvan incorpora a Lester [Martínez] a sus fiestas, automáticamente me identifico más con su propuesta. Yo venía de escuchar mucha música en inglés, y él ponía mucho funk, estaba en la onda del trip-hop, me introdujo a Massive Attack, Tricky, Björk, una cuerda que me funcionaba más a la hora de escribir. Empecé a trabajar con él”.
Lo que comenzó como una necesidad expresiva ineludible tomó un cauce profesional en Free Hole Negro. La creación de este grupo significó su entrada al universo del hip hop. Era una banda de cuatro miembros —Lester Martínez, Leonardo Pérez, José Luis Borges (Papo) y la propia Telmary (MC)— que al cierre de los 90 hacía rap con unas sorprendentes bases melódicas, y en el que podemos encontrar un ingrediente distintivo de la obra de Telmary: un discurso rapeado que aprovecha cuanta influencia musical tenga a la mano.
“Yo le debo al hip hop el haberme dado una forma de comunicación, pero no era una apasionada del género, sentía que era —para mí al menos— una estética inorgánica, además de que no me sentía representada, había muy pocas raperas y los temas de rap eran por lo general mensajes súper crudos, violentos. Claro que teníamos como referentes a artistas norteamericanos, en especial a los Fugees, con Lauryn Hill y un formato como el nuestro.
“No fuimos bien mirados en el mundo del hip hop; me segregaron, como Free Hole Negro y también como mujer. Agradezco que fuera así, porque gracias a eso desarrollé un estilo particular. No le descargaban a Free Hole Negro porque yo estaba delante, además de que no era el prototipo de rapera que a ellos les gustaba porque no andaba con la indumentaria clásica; yo tenía otra estética, era fuerte y agresiva, pero sin perder mi feminidad.
“Recuerdo que nos presentamos en un Festival de Alamar [de rap], y aquello fue un problema, porque [los organizadores decían] ‘el hip hop se hace con una lata y un palo, ¡ahora vienen ustedes con esta pila de instrumentos!’; imagínate, no había logística, teníamos que buscarlo todo.
“Los raperos tocaban con bases que reciclaban de otras bandas, bajaban el volumen y rapeaban arriba. Cuando entendimos que hacer un background era súper difícil, nos dijimos ‘tenemos tantos amigos músicos que están prácticamente desempleados, ¡vamos a hacer nuestro sonido con músicos!’.
“[La experiencia] de ese festival de hip-hop fue horrible; [en nuestro sonido] no estaba el boom bap parte-cuello, que era lo que se apreciaba en ese tiempo sin importar demasiado el mensaje, porque también pasaba que había backgrounds que sonaban muy bien, pero el mensaje era de odio”.
A pesar de los años, el hip hop nacional aún está luchando con ese fenómeno de la aclimatación, en el que el trabajo de una banda como Free Hole Negro fue un oasis en una escena que sigue marcada por el fundamentalismo y la falta de visión.
La participación en el álbum Fortificando a Desobediência (Manos da Musica, 2002), del rapero brasileño Xis, le dio la oportunidad de viajar por primera vez fuera de Cuba y, lo más importante, descubrir definitivamente la vocación.

Telmary. Foto: Cortesía de la artista.
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Hasta el 2002, a pesar del incipiente reconocimiento, de contar con algunas grabaciones de estudio y el fogueo de las presentaciones, aquello de la música parecía un juego divertido que no se sabía cuánto iba a durar. La epifanía le llegó tras la invitación de Xis a formar parte del cartel del Festival Agosto Negro, un evento organizado por el brasileño en São Paulo.
La conexión con el país sudamericano fue total. Sintió que Cuba era una parte de Brasil que había sido arrojada al Caribe. Allí, fascinada con el descubrimiento de un hip hop inconfundiblemente brasileño, con el encuentro de una comunidad de raperas, con la respuesta de un público entregado a los MC que soltaban ráfagas al ritmo de la samba, bossa nova y batucadas, se dio cuenta de a qué quería dedicarse en la vida, y cuál era el sonido que quería para sí como solista.
“A partir de ahí comienza mi búsqueda en las formas de improvisación que son propias de nuestra cultura”.
Esto, que puede parecer una obviedad, es algo poco común en Cuba (y un sacrilegio para los fanáticos más conservadores del hip hop en el país), un camino que han explorado pocos artistas, con notables excepciones como la propia Telmary, Orishas, Kumar, Danay Suárez y Ogguere.
“Llegué aquí y me puse a estudiar el repentismo —que me aportó técnicas que no son comunes en el rap, como salirme de la rima 4×4 consonante o incorporar la seguidilla—, y como parte de mi búsqueda espiritual estudié los patakies [relatos de la tradición afrocubana] y el fraseo de los babalawos cuando recitan las moyugbas [invocaciones de la liturgia yoruba]”.
Como rapera Telmary tiene un truco: aprendió a meterle la clave a todo. A una canción de rap, pero también a un standard de jazz o a la recitación de un poema de Lord Byron, acompañada por un cuarteto de cuerdas. La clave como recurso para encontrar la musicalidad, como centro de gravedad de su fraseo como rapera. Tan sencillo. Y tan genial.
En cierto momento del 2001, el pianista y productor musical Roberto Carcassés invitó a Free Hole Negro a participar en un proyecto colectivo que estaba cocinando, un encuentro de músicos de todas las fronteras de la escena cubana del momento, reunidos para dejar correr la imaginación sobre una base de jazz. De todos los miembros de la banda, solo ella acudió al llamado de Carcassés. Y ese encuentro provisional fue el detonante de su carrera como solista, y su incorporación al grupo cubano más revolucionario en lo que va de siglo XXI.
Lo que empezó como un trío de amigos-genios (Roberto Carcassés, Yusa y Oliver Valdés) jameando con teclados, bajo y batería sobre I Want You (She’s So Heavy) de The Beatles, comenzó a ganar masa crítica con la incorporación de cantantes como Telmary y Francis del Río.
Para evitar contaminar su trabajo con Free Hole Negro, la Telmary de Interactivo asume otro estilo, más groove y sensual, surfeando con sus improvisaciones sobre las olas dispuestas por los jazzistas. A pesar de ello, Lester Martínez entendió que era inaceptable que Telmary se incorporara a Interactivo y colaborara con William Vivanco (compañero suyo en Interactivo y pareja sentimental por la época), por lo que su salida de Free Hole Negro fue inevitable.
“Era un mundo machista, y a él se le salió al final, así como ese sentido de pertenencia que tienen los directores de las orquestas con un músico suyo. Pero después de mi experiencia con Interactivo, un proyecto en el que todos los músicos que participaban tenían carreras independientes, y de lo que vi en Brasil en materia de intercambio constante entre músicos de diversos proyectos, a mí no me cabía en la cabeza que ellos se molestaran porque quisiera hacer música con otras personas.
“Dijeron que estaba contaminando todo, y terminó como no quería que terminara. Me sentí como Lauryn Hill cuando salió de los Fugees. Lloré y me deprimí por la ruptura. Pero había que seguir”.
A pesar del triste final, de esos años junto a Free Hole Negro quedaron canciones rotundas como Rezo y, sobre todo, una forma de entender la creación.
Interactivo es un colectivo mítico que, parafraseando a Ornette Coleman, profetizó la forma de la música cubana alternativa por venir. Allí, junto a la tropa interactiva, Telmary siguió añadiendo capas a su sonido.
“Interactivo es la familia”, explica, “el lugar en el que siempre tengo que estar alerta, es un eterno ejercicio de creatividad y aprendizaje. Yo digo que soy interactiva y pandillera. El trabajo con Interactivo es lo que me ha hecho una amante de las colaboraciones”, y efectivamente los featurings constantes son una de las características distintivas de su obra.
Temas como Cé-lame como ayé (con Francis del Río), Pa’ que enamore (con William Vivanco), Quién dijo (con Roberto Carcassés) y Los Revolucionarios (con Roberto Carcassés y Francis del Río) son himnos para una franja generacional de cubanos, especialmente para aquellos que vivieron ese momento del cruce de siglos marcado por el agotamiento creativo de la timba y el jazz afrocubano, y la agonía de la trova.
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Una amiga, que sabía del luto que vivía tras su salida de Free Hole Negro, le recomendó acercarse a Kumar —a.k.a Kumar Mora, a.k.a Dasari Kumar, a.k.a Kumar Sublevao Beat, a.k.a Afrosideral—, duende de la electrónica nacional que acababa también de separarse de su banda, Familia’s Cuba Represent, y al que conocía de sus días de groupie de esa escena. El encuentro y ejercicio de consolación mutua a través de la creación conjunta dio como resultado la que tal vez sea la más profunda y duradera de sus colaboraciones, que llega hasta hoy. Una relación cuyo primer fruto fue Ves, la que identifica como su primera canción con un sonido propio fuera de Free Hole Negro e Interactivo.
En 2003 fue una de las asesoras musicales de Habana Blues, un filme dirigido por el español Benito Zambrano que retrata La Habana underground de los 90 a través de la intensa escena musical de aquella época y una historia de amor y migración. La insistencia de Zambrano para que participara con un tema suyo en la banda sonora del filme la llevó a repetir la fórmula con Kumar y el resultado fue esa pieza energética que se llama No se vuelve atrás—erróneamente acreditada en el disco a la entonces banda de rock Qva Libre que los acompaña.
Todas las experiencias formadoras acumuladas le permitieron a Telmary tener, a la altura del 2005, suficiente material en la maleta como para lanzarse a su álbum debut en solitario. A Diario (Bis Music, 2007) resume su trabajo de la década previa a la vez que la proyecta como una artista con voz propia, quizás la única de los miembros fundacionales de Interactivo que ha logrado escapar del peso de la sombra del genial colectivo. Los créditos de A Diario dan vértigo: grabado en PM Records con la producción musical a cargo de Roberto Carcassés y Yusa, y con unos colaboradores que van desde sus incondicionales compañeros de Interactivo a Haydée Milanés, Athanai, el ex Van Van Mayito Rivera, Descemer Bueno y los españoles Ojos de Brujo.
Innegablemente es un disco de hip hop, pero no teme incorporar otras sonoridades como la música popular bailable y la afrocubana. Para Telmary “los cantos a los orishas son una de las raíces del hip hop cubano, junto al repentismo”, lo que la acerca a agrupaciones como Orishas, que ven un modelo en la poesía improvisada típica de la música campesina y los sonidos afrocubanos.
Aunque el ritmo es lo primero que atrapa en el sonido de Telmary, adentrarse en las letras de sus canciones es otro viaje. Sus composiciones hablan con un mensaje tan local como universal. En su discurso desenfadado, uno puede encontrar no solo referencias a conflictos de la sociedad cubana en general, sino también esos específicos que responden a su condición de joven, mestiza y mujer, apelando a expresiones tan orgánicas que uno se pregunta si nacieron del argot popular o fueron incorporadas a este tras sus canciones. Ejemplo perfecto es su tema Qué equivoca’o, un mensaje de reafirmación feminista en clave callejera (“qué equivoca’o tú estás de la vida mi amor, que equivoca’o”).
“Ningún disco me enamora como ese”, dice, “lo escucho de arriba a abajo y me encanta, aunque hay dos o tres canciones que quisiera borrar. Fue uno de los primeros fonogramas de hip hop grabados en Cuba con secuencias programadas e instrumentos, que además inauguró la categoría de Mejor álbum de hip hop en el Premio Cubadisco, algo que permitió una mayor atención y difusión al trabajo de raperas y raperos en Cuba”.
A Diario puso definitivamente a Telmary en la órbita de la música cubana contemporánea. En el 2006 estaba desandando el mundo junto a Interactivo, con un disco debut como carta de presentación, y una manera inédita de hacer música en Cuba. Entonces vino la partida.

Telmary. Foto: Cortesía de la artista.
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“Con A Diario bajo el brazo, me di cuenta de que La Habana me quedaba chiquita. De los cinco ofrecimientos de contrato que me dieron, solo logré uno. Y comencé a pensar que necesitaba otro aire, otras posibilidades de movilidad que desde Cuba no podía tener”.
Su pareja en aquel momento estaba asentada en Canadá, y aunque la relación finalmente terminó, la idea no se fue de su cabeza. Quiso la casualidad que el primer concierto internacional que tuvo tras la salida de A Diario fuera en Montreal. Comenzó a viajar de manera periódica, para tantear el terreno, y finalmente se estableció en 2009 en el barrio de St. Claire, en la ciudad de Toronto.
“Una vez allí comenzó una nueva etapa en mi carrera. Encontré que los festivales de hip hop locales no tenían dinero, pero como ya yo venía de Interactivo, tenía una experiencia de trabajo con el jazz, y ahí entonces me reconfiguro como jazz poet, asumo la voz y la palabra como un instrumento más que improvisa.
“Esto me abrió otras puertas, y una de ellas fue el trabajo con [la saxofonista y detectora de talentos cubanos] Jane Bunnett, quien me invitó a su disco Embracing Voices (Emi, 2008), con el Grupo Vocal Desandann, y con el que obtuvimos el premio Juno 2009 como Mejor álbum de jazz contemporáneo. Gracias a ese proyecto viajé todo Canadá y conocí sus escenas culturales.
Otro momento clave en su estancia canadiense fue el trabajo con el mítico músico de New Orleans Dr. John, quien la invitó a ser parte de Ske-Dat-De-Dat…The Spirit Of Satch (Proper Records, 2014), su personal tributo a Louis Amstrong en el que vinculó cantantes y trompetistas de diferentes vertientes. “Esto me permitió salirme de la escena de Canadá y compartir escenario con gente como los Blind Boys de Alabama, Terrence Blanchard y Dee Dee Bridgewater.
“Otra cosa que me pasó es que la estancia en Canadá me hizo muy repartera [se refiere a un espíritu agresivo, popular, de barrio]. La música popular cubana está desde siempre en mi trabajo, es inevitable después de ser parte de algo como Interactivo. Qué equivoca’o, aunque con estructura de rap, tiene el tumbao presente, y la actitud de la timba. Pienso que la timba, a nivel espiritual, me saca esa rapera agresiva e histriónica que muchos no ven en el hip hop, porque es la guapería que me tocó; yo no nací en Brooklyn”.
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Técnicamente hablando, Telmary hizo trampas. Las canciones que había escrito en Canadá y que deberían componer su segundo disco fueron un grupo de piezas oscuras que engavetó y no sabe cuándo saldrán a la luz. “El segundo disco es horrible. Fíjate si es horrible, que lo guardé y saqué Libre”.
En 2012 nació su hija Samara, y al año siguiente viajó a Cuba. Lo que parecía iba a ser un viaje temporal terminó convirtiéndose en su regreso definitivo. “Entendí que era el país donde quería vivir, donde quería que mi hija creciera, donde me reconecté con mi musa. También fue súper importante el reconocimiento del público; llegar a la peña de Interactivo, hacer un concierto y ver que el público me extrañaba. Pensaba que había perdido todo ese terreno. Dejé un disco aquí, y cuando regresé la gente se sabía las canciones, eso me emocionó mucho”.
Libre (Bis Music, 2015) nació de su progresiva inmersión en la cultura afrocubana, de sus experimentaciones con Kumar y su contacto con músicos cubanos como Yaroldy Abreu y, particularmente, Dreiser Durruthy, tamborero, cantante y profundo conocedor de la liturgia afrocubana. En este álbum Telmary asumió la moyugba afrocubana como forma de improvisación, y esta funciona como hilo conductor de la obra. Tomándola como punto de partida, se lanzó a explorar el lenguaje sonoro y cultural de ese componente esencial de la idiosincrasia cubana, recreando a su paso otro amasijo de géneros musicales, y donde las notas más altas las ponen piezas como El poder de los ancestros, De Yalodde y Shangó y La Habana que danza.
“Yo digo que llegué de Canadá, pero en realidad llegué del mundo, porque ese tiempo lo utilicé en viajar, en conocer, en incorporar instrumentos, técnicas de improvisación vocales, experimentar la música en vivo. A pesar de que recorrí todo ese camino, volví, hice toda esa mezcla, pero no perdí mis raíces”.
Libre resulta un álbum bisagra, en el que rinde cuenta de sus andanzas por el mundo a la vez que prefigura de manera precisa la Telmary que irrumpirá como una tromba marina en La Habana del 2017.
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En 2017 el artista plástico Félix Semper le pidió un tema inspirado en la obra de José Martí.Como resultado nació Soy el verso, pago de una vieja deuda de gratitud con el autor de los Versos sencillos, pero, más importante aún, la motivación definitiva para trabajar mano a mano con Kumar en la confección de su tercer álbum, Fuerza Arará (Colibrí, 2018).
Esta producción es consecuencia de todos esos años de trabajo e interrelación previos, de reconocimiento y perfeccionamiento de una simbiosis como se han visto pocas en la música cubana reciente. Cuando se juntan en escena la energía que fluye está más allá de la explicación, los primeros en sentirlo son ellos, y Telmary sueña con el día en que puedan emprender un tour juntos.
Otro elemento clave en la esencia del álbum, además de Kumar, son las voces de los miembros de la agrupación de rumba Rumbatá en los coros. Lo que iba a ser una colaboración en un tema puntual, terminó convirtiéndose en una pieza fundamental para el sonido del disco, con esas voces crudas y curtidas a la vez, características de los cantantes de rumba.
Fuerza Arará es una obra maestra fruto de la madurez plena de una artista excepcional, donde conviven ritmos de afrobeat, conga, reggae, rumba y reguetón con tintes electrónicos que sirven lo mismo para narrar historias de la mitología afrocubana que para retratar La Habana del siglo XXI.

Telmary. Foto: Eduardo Rawdriguez.
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Desde que se estableció otra vez en Cuba, con una carrera propia que defender, Telmary se vio abocada a la creación de una banda. Libre era un álbum que en vivo necesitaba una sección rítmica clásica (piano, bajo, batería), guitarra eléctrica, voces, tambores batá, congas, metales. Como consecuencia nació Habana Sana, una banda que la acompaña con parejo protagonismo.
Pocos músicos en Cuba tienen una comprensión tan lúcida del show como Telmary. Ahí está una de sus mejores bazas, una que la separa por amplio margen del resto del pelotón de los muchos buenos músicos del país. Un buen show empieza con una buena música sí, pero ese es apenas el comienzo. Luego está el concepto, algo que ella ha ido puliendo con paciencia de orfebre.
Con Telmary & Habana Sana, una vez que comienza el trance, es imposible dar marcha atrás. Cualquiera que haya ido a un concierto suyo en los últimos años lo sabe. La fuerza y originalidad de su espectáculo es hipnótico, y en un sábado cualquiera de Brecht, la masa sudorosa que se reúne pasada la medianoche para liberarse a través de su música se olvida por la próxima hora y media del calor y los infinitos problemas que le espera allá afuera en la superficie.
Esa sensación casi ritual no es un resultado fortuito; es resultado del trabajo y la investigación de Telmary, de su interés en el performance, de la consciencia de su papel sobre el escenario.
“El show de Habana Sana hoy tiene de timba, pero tiene el espíritu de lo afro, de bailarlo más, de sentirlo más, de que las coristas sepan que no son un apoyo, sino parte integral del mismo. Mi sueño es que todos mis músicos canten; no que tengan súper voces, sino que proyecten con afinación. Que entendieran que si cantan mi música le demuestran al público que creen en mí, en lo que estamos proponiendo”.
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Una conversación con Telmary, en su alto apartamento de El Vedado, estará marcada por el sonido perenne de los sonajeros batidos por la brisa que fluye al final del río, allí donde la otrora agua dulce del Almendares se encuentra finalmente con el mar Caribe.
Está físicamente extenuada por el proceso de terminación de su nuevo álbum, y a la vez va lidiando con la tensión que le producen las expectativas tras el éxito de público y crítica de Fuerza Arará. Pero se siente en racha; este es el intervalo más corto en su discografía (hace menos de tres años que salió Fuerza Arará).
“Todos mis fonogramas han ganado el Premio Cubadisco. Para mí eso es importante, no tanto por mí sino por lo que eso significa, como mujer, como rapera, por la inspiración que esto puede representar.
“El 2019 fue un año de recoger muchos frutos del trabajo, de verme nominada a los Grammy Latinos y los Juno, de no parar de colaborar en proyectos desafiantes, de insertar piezas en audiovisuales, de ofrecer talleres y clases magistrales.
“Hoy soy más exigente conmigo. Tengo la sensación de que la gente espera cosas de mí, así que haré como siempre: lo que me dé la gana.
“Ahora mismo todos los viajes me están saliendo juntos”, dice.
Como el agua del Almendares que nace en algún rincón tierra adentro, que recoge y arrastra todo lo que encuentra a su paso, y lo entrega al mar. No podía ser de otra forma con esta hija de Yemayá.
Este perfil fue publicado originalmente en el libro Cantoras todas. La generación del siglo 21, Enrique Blanc, Gabriela Robles, Humphrey Inzillo (coords.), México, Editorial Universidad de Guadalajara, 2020.