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Mantrash zinkin flow Ilustración: Alejandro Cuervo. Ilustración: Alejandro Cuervo.

La música del haiku

La música es una vibración capaz de modificar a nuestro ser; sus características rítmicas recuerdan nuestra forma de pasar el tiempo: quien camina marca un ritmo, quien se sienta para cantar crea un sonido acolchonado; las melodías nos crean el camino; las armonías forman el paisaje; entre ambas crean a nuestro avatar que anda por ese rumbo. La vida es música. Si estamos presentes, no cambia la información de una sinfonía a un amanecer, más que en la forma de llegar. 

¿De dónde viene la música? Este concepto tan familiar de sonidos organizados, ¿cómo nació? ¿Para qué? ¿Qué es realmente la música humana para el entorno natural del universo que habitamos?

En la inmensidad de un cielo

sin sombras ni recovecos

se esconde la alondra

Este es un haiku, poema japonés en el que se plasma en tres versos  un instante observado del momento presente . El haiku tiene una tradición centenaria, y ha servido como camino de meditación y comprensión de la naturaleza. 

El haiku en cuestión fue escrito por Rikuto. Habla de un lugar en el cielo vacío, donde solo hay un ave. Muy lejos podemos verla, ya que el poema nos revela su existencia oculta. Pero no podemos oír el viento calmo que le permite a la alondra elevarse hasta lo invisible. ¿Hay una música en este cielo? De solo imaginar se me pierden los elementos que me rodean, despego hacia el silencio, el vacío. Solo aquí surge el primer sonido. 

El cielo, espacio místico, gobernador de la tierra y de todes les seres que la habitan. Posee el vacío. Así es su sonido. Un ala de plumas que no existe, un hierro oxidado que atravesamos sin darnos cuenta. ¡Cuánta música tiene el vacío! ¡Qué temor causa descubrirla, ser parte de ella…!

Pienso que de ahí se desprende la música del agua. Alguna vez he dormido  junto al mar, y mi sueño ha sido un viaje al ritmo de las olas. He aquí una música que no calla y que, de tanto repetirse contra las piedras, adquiere una enorme sabiduría. Dichoso quien comprenda sus reglas y compases, su armonía…

Cede la noche

a la costa rocosa se acerca

una medusa

Ya sé que no habla del sonido del mar. Pero pienso en el movimiento de la medusa, cómo se acerca despacio, en danza, retrocediendo y avanzando. Oigo las aguas golpeando las piedras, el cielo se va aclarando y medito, impresionado por la eternidad de esta música. ¡Oh, mar! Tus olas agudas, como un susurro que se arrastra sobre la masa marina, tus olas graves como un rugido que se esconde en lo profundo y esas gotas que se desprenden de la espuma, levantadas por el viento. ¿Para qué, para quién es tu música?  Mientras chillan mil gaviotas sordas. Mientras les humanes se alejan sobre un motor ruidoso. ¿Cómo te comprenden los caracoles, las cucarachas de mar, tantos años sin moverse entre tus cantos? ¿O el cangrejo, que es poco más que un esqueleto, y alza las tenazas, mirándote? El haijin Buson escribió la partitura con tres elementos: una noche cediendo, una costa rocosa y una medusa. Con solo meditar puedes llegar al teatro donde la obra nunca se detiene, y sucede dentro de ti, pues ya eres  parte del mar tanto como aquella medusa, como aquella noche.

El agua abarca varios géneros musicales en los teatros infinitos de la Tierra. El maestro Basho escribió otra partitura:

Ah, la lluvia de primavera

las gotas de agua recorren

los árboles hasta abajo.

Son solamente cuatro los escenarios en que se exhibe el haiku: primavera, verano, otoño e invierno. Los japoneses incluyen siempre un elemento (kigo) que te ubica en la estación, cambiando de un poema a otro el color, el clima, el sonido, el tipo de nubes, de viento, la propia sensación anímica del poeta-espectador. 

Mientras leía este haiku de Basho  aparecí en un bosque de altos y delgados árboles, con un cielo claro y despejado, del que caen cuantiosas gotas brillantes. En el tronco de los árboles hay muchos colores, sutiles pero muy presentes. Y las hierbas en el suelo respiran,  reverdeciéndose. En este haiku me veo yo mismo de pie, los brazos colgando y la nuca recostada en la espalda, la boca abierta esperando las gotas. También me recorren las gotas. También tengo colores. Tengo la misma vida que un árbol, y puedo escuchar la música… Son miles de gotas, entre las hojas, sobre las yerbas, bajan como un río por los cauces de la madera, llegan al suelo y crean un charco donde siguen sonando las próximas  que siguen cayendo. El frescor de la lluvia levanta el vapor de la sequía. Pero aún hay otra música: el agua bajando a lo profundo tragada por la tierra, y absorbida por las raíces, que sube por las venas del árbol hasta las hojas, mientras estas vibran, cambian, agradecen. Hay un pájaro que canta, calla y vuelve a cantar. 

Cuando descubrí el haiku lo asumí como un camino espiritual. Caminaba por carreteras abandonadas buscando tres elementos que me permitieran escribir el momento. Así, en el puro presente, olvidaba las penas durante horas, los anhelos, la necesidad de virtuosismo que exige la poesía occidental. Solo observar… llegan los versos, cortos, sencillos, y en ellos queda plasmado un instante que puede resonar en cualquier alma terrestre. Otros dos amigos me acompañaban en la aventura, nos escribíamos los haikus, y  se sentía como una comunicación muy espiritual. Se convirtió en una costumbre, o un camino.

Sucede que cuando alguien se descubre como haijin, se vuelve obsesiva la búsqueda y su vida cambia, buscando la depuración de vocablos innecesarios, el roce de elementos que hagan chispa o aware, como le llaman los japoneses. La práctica limpia al espíritu de muchos lastres que podrían pesar en nuestra poesía tradicional, incluso en nuestra forma de vida, desde una perspectiva taoista, filosofía que influencia esta práctica. El Haikudó, o camino del haiku, es la práctica espiritual que se desprende de esta poesía. En nuestra lengua aún evoluciona, y se va reforzando gracias a haijins y estudiosos comprometidos con esta práctica. Uno de ellos, el español Vicente Haya, es el traductor de los haikus que les estoy compartiendo, y el maestro que me ha mostrado este camino gracias a sus libros, los cuales estoy recomendando. 

Uno de los primeros haijins cubanos es Eduardo Benet:

El puente viejo

cruje de verse inútil

sobre el arroyo seco

 

Yo conozco un arroyo que se seca más de la mitad del año, pues está represado. Es un lugar mágico. Este haiku me lleva a él, a la calma que reina entre sus árboles durante la sequía.

La ausencia, el no-ser de algún elemento es fundamental en la escritura del haiku. En este caso, la ausencia del agua le da paso al vacío en el cauce, elemento que el Tao observa y venera, y lo asume como fuente creadora. Muchas horas he observado el cauce del río vacío, como un intérprete de la partitura de Benet. Sobre el puente, las tablas que crujen a la sombra de tupidos árboles. El viento en los bambúes a la izquierda, el camino oscuro a la derecha, la conversación de las aves. De pronto las gotas de lluvia despiertan el canto de las ranas. El sol se cuela manchando de amarillo. Una lagartija hace la danza con el cuello y la cola. Suenan las palmas reales. Los pasos de algún animal, vacas, un ternero que observa también, les humanes conversan lejos, pasan carros, aún las hojas susurran, y las aves…

Este tipo de sinfonía fue de gran influencia para Beethoven. Incluso después de su trágica enfermedad, siguió escuchándola con el alma. Bach habrá tenido que observar mucho la naturaleza, pues encontró su forma fractal y la tradujo a un idioma humano. En África, las primeras músicas de las primeras civilizaciones continúan sonando hoy y reproduciendo los ritmos de lo natural. La canción latinoamericana con su belleza desde los cerros, peregrina junto a las aves. Y en Asia, esta civilización tan sabia y sólida de los japoneses logró estructurar una partitura que trasciende lo musical, lleva al espectador a un espacio donde la existencia total está representada en unos pocos elementos. Le exige mantener despierta su conexión con el ritmo universal.

***

Comencé este escrito con varias preguntas filosóficas algo pretenciosas. No es mi intención encontrarles respuesta. Pienso que por ser parte del universo, sonamos como él. Vivimos dentro de su ritmo, somos su música. La vibración organizada del todo, equilibrada y madre de la existencia. Medito y descubro que toda la música está dentro de nosotros. Nuestras venas sonando como ríos, nuestras células electrificadas como relámpagos, nuestra alma completa como el mar.

foto de avatar Abel Lescay Un animal (risas). Más publicaciones

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