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Artículos Ilustración: Jennifer Ancizar

La música americana desde la orilla española

El quinto aniversario de la revista cubana AM:PM me proporciona ocasión para considerar retrospectivamente mi compromiso musical con Cuba y avistar sus consecuencias con la mayor claridad posible. Pronto se cumplirán cuatro décadas desde mi primer viaje-revelación a la Isla. El trayecto recorrido desde entonces pasó por el conocimiento inicial de una diversidad musical asombrosa, por la publicación de algunas antologías pioneras del son, por la incorporación de músicos cubanos a mis sucesivos proyectos y por la composición de canciones donde se mezcla el influjo sonero con la tradición negro-norteamericana que, a través de la radio y de los discos, dejó una huella profunda en mi generación.

Al cabo de todo ello, dando un largo rodeo, he llegado a comprender los diversos mestizajes que en mi propia cultura subyacen desde hace milenios. América, digamos, me ha descubierto España. Su música ha producido un efecto de reflejo inverso sobre la orilla de la que partían los navegantes ávidos de fortuna. ¿Por qué las sonoridades de otro continente pueden servirnos de espejo? ¿Qué extraño poder tiene la música, si por medio de sus ondas invisibles navegamos de vuelta a lo desconocido en nuestros propios corazones?

Quizá, vista desde Cuba, esta trayectoria no tenga especial significación. Pese al aislamiento forzoso, la vocación de naturalizar el mestizaje musical entre lo afro-hispano y lo afro-anglosajón tiene entre cubanos larga historia. De hecho, la conciencia de que el canto en otra lengua puede contribuir a dar plasticidad al fraseo instrumental y al verso en nuestra lengua común, despertó antes en Cuba que en España. También en México y en Argentina surgieron imitadores de Elvis antes de que los grupos españoles de los sesenta se pusieran a versionar a los grupos británicos.

De la poderosa corriente de géneros musicales en lengua inglesa que va del blues y el jazz al rhythm & blues, del rock al soul y todos sus derivados, solamente el blues parece haber quedado al margen de un acercamiento espontáneo por parte de las voces cubanas. Hay sin embargo instrumentistas cubanos –pianistas, trompetistas, clarinetistas, guitarristas– que tienen las inflexiones del blues bien asumidas. De ello se podría inferir que la música vocal en español se presta menos que en el inglés a la melodía que pasa por intervalos inferiores al semitono –las blue notes–, pero el flamenco está ahí para desmentirlo.

La producción de blue notes en ciertos intervalos de la escala pentatónica –frente a las escalas diatónica y cromática que practicamos desde el tiempo de los griegos antiguos–, es un fenómeno que, al parecer, depende de si las tribus negras de las que provenían los esclavos africanos expatriados al Nuevo Mundo estaban islamizadas o no, es decir, a grandes rasgos, de si eran nativos de la franja sudanesa o del golfo guineano. Si la herencia árabe-persa de al-Andalus hubiera bastado para favorecer en España una mayor cercanía a la blue note, habría quizá más ejemplos de blues en español, pero en España no se dejó oír la voz del negro islamizado.

El negro que va tomando la palabra en territorio cristiano reconquistado, donde la influencia islámica –al menos en lo que concierne a la música y a parte del habla corriente– ya se había integrado, fue embarcado en las factorías portuguesas del Golfo de Guinea y pasó por Lisboa y por Sevilla, antes de ser llevado directamente a las colonias del Nuevo Mundo. Independientemente de esos trasvases más o menos lentos de nuestra historia, sabemos por experiencia propia que, desde el momento en que las telecomunicaciones y los registros electrónicos entran en juego, basta una generación para naturalizar la influencia de los modos musicales extranjeros.

Consideremos ejemplos más cercanos en el tiempo. Algunas de las llamadas «nuevas músicas urbanas» han realizado un salto interétnico e interlingüístico relativamente reciente desde las discotecas de Jamaica a los barrios más humildes de Puerto Rico y de Panamá, para extenderse luego al resto de América Latina. Cuba no se ha librado del contagio, poderosamente realimentado desde la industria de Miami. En algunas ciudades norteamericanas, los reguetoneros latinos compiten por el mercado con los gangs de raperos negros. Es la primera vez en la historia que los pueblos autóctonos de América acogen masivamente –y reiteran hasta la saciedad– el ritmo sincopado de origen africano, reducido a su célula más sencilla.

Independientemente de valoraciones musicales, este hecho tiene significación histórica, social y antropológica.

Puede parecer un tremendo contrasentido que la célula sincopada más simple y repetitiva arrase las neuronas de la juventud cubana, allá en la Isla misma donde las variaciones rítmicas de origen africano enriquecen todo el espectro musical que va de lo blanco a lo negro. No vale la pena irritarse, hay que aguardar que los muchachos crezcan y seguir cultivando la mejor música en las escuelas y en otros espacios públicos y privados. Merece la pena en cualquier caso preguntarse si «lo que arrasa» es estrictamente un fenómeno musical. Del mismo modo que en tiempos arcaicos la música sirvió de vehículo para transmitir las leyes de la tradición oral, pudiera estar portando hoy en día mensajes de otro tipo, productos del cálculo tecnológico, por medio de una información cifrada que no está al alcance del usuario corriente.

La eficacia con que se extiende una tradición musical «reducida», simplificada por la industria, en un medio como Cuba, donde previamente esa misma tradición negra y mestiza ha desplegado toda su riqueza proverbial, dependería entonces de otros factores silenciados, aunque se vendan en envoltorio de apariencia sonora. La industria multinacional promueve la excitación electrónica inmediata y difunde a través de internet los mensajes ramplones de un eros intoxicado, junto con una estética que pudiéramos llamar «robotizada». Últimamente ha empezado a sentirse paradójicamente amenazada por la clonación del repertorio y de las propias voces de algunos de sus artistas más famosos.

Las amenazas de la Inteligencia Artificial, que hoy provocan escándalo en los medios de comunicación, vienen precedidas por un proceso sostenido de automatización de la producción sonora que ha acabado por adueñarse del mercado mayoritario, precisamente con la ayuda de aquellos mismos medios que suelen comportarse dócilmente con las propuestas musicales de moda. A la gran industria del espectáculo no solo le sobran desde hace tiempo los creadores, a quienes una simple aplicación informática sustituye, también le sobran ahora los intérpretes, que se ven invitados a abandonar el escenario para dejar espacio a una coreografía de cuerpos de ciencia ficción, al son de un programa disparado por un agente oscuro desde bambalinas.

Pero el porvenir no se alcanza siguiendo atajos sino que, a veces, hay que dar algún rodeo. Los avances amenazantes de la Inteligencia Artificial en el terreno musical parecen favorecidos por una simplificación previa de los hábitos de escucha que afecta principalmente al público infantil y adolescente. Como si fuera cuestión de ir acercando posiciones. Dicho de otro modo, los hábitos de escucha de la música popular en las últimas décadas preparan el terreno para la clonación de la mercancía de masas. Llegados a este punto, la pregunta pertinente no es si los engendros de la IA pueden llegar a suplantar a los artistas humanos –si lo hacen, que les vaya bien bonito en sus vidas de holograma–, sino por qué extraña razón se renuncia con tanta facilidad a dedicar la misma atención y parecidos esfuerzos a cultivar las formas de inteligencia de las que nos ha provisto –más o menos– la Madre Naturaleza.

Los músicos hasta hace poco llamados populares debemos aceptar como un honor el pasar a formar parte de las tribus marginales en que desde hace tiempo cohabitan poetas y jazzeros, músicos clásicos y contemporáneos, la danza y el teatro experimentales, junto a todos los artistas plásticos a la espera del fantasma huidizo de un marchante neoyorkino.

De cualquier modo, haríamos bien en prestar atención a las posibles mutaciones y contagios que las nuevas músicas urbanas puedan ir sufriendo con el paso del tiempo. En música no hay fronteras ni modas periclitadas, salvo las que tratan de imponerse como mercancía de actualidad ineludible. No hay música vieja, si es de calidad, ni género desdeñable, si el tiempo le da respiro.

A la mínima de cambio, compartamos entonces con los que sobrevivan a la robotización el descubrimiento de los tesoros musicales del pasado, para que ellos también puedan llevar a cabo su rodeo hacia el porvenir. Ojalá un día les resulte útil nuestra búsqueda desde la orilla española.

Santiago Auserón Más publicaciones

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  1. victoria juncal blanco dice:

    Que artículo tan interesante y fluido.

    Santiago nos ha hecho una Historia actualizada de la música, con sus encuentros. Además de un analisis, entiendo Sociológico del estado actual de las corrientes musicales, subrayando una preocupante llamada de atención de cómo afectará el futuro, al público infantil y adolescente , ésa manipulación comercial.

    No obstante pese a éste temor, Santiago nos abre la puerta con ésa esperanza en el futuro… no me atrevo a hacer ningún comentario, me parece más acertado compartir ésta, su frase final:

    ..Ojalá un día les resulte útil nuestra búsqueda desde la orilla española.

  2. MAngeles dice:

    Ilusión de contacto.escultura de Blanca del Olmo.Es la portada de tu reflexión en arte plástica.Escuela de arte la Mercé Girona.Abrazo realvirtual y muy buena reflexión.Ojalá accedas a ello

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