
La gente vs. Chezca Zana: ¿El repa es el nuevo punk?
Un puñado de jóvenes habaneros pasillean los rincones de Telegram, Instagram y Twitter. Mamá estoy Brillando, Aranda, Unedukated y Chezca Zana, engrosan lo que estos mismos artistas y sus fans han nombrado “la nueva generación”. Un amigo hacía referencia a que el público capitalino está ávido de vivir la “próxima gran cosa”. Precisamente, pocos como los de “la nueva” han sabido empaquetar sus propuestas al estilo de ese gran suceso que todos parecen aguardar.
Influenciados por figuras mainstream como Bad Bunny, Rosalía, Travis Scott o Playboi Carti, incursionan en todas las variantes de la música urbana, pero alejados de las formas convencionales de abordar estos estilos en Cuba. Un trabajo consistente de promoción, así como el cuidado por la imagen y el buen manejo de las redes, los ha convertido en uno de los acontecimientos más interesantes del underground cubano reciente. Aunque la mayoría tropieza en la mímesis típica de aquel que no sabe despegarse de sus referentes, es indudable la conexión que establecen con sus contemporáneos, hallando un público propio, uno que puede alojar en sus móviles, sin sustos, las playlists más eclécticas. Así “la nueva” cubre las necesidades culturales de aquellos con gustos convergentes entre la música alternativa, el pop y el urbano de factura nacional. Jóvenes que pueden hacer headbang y perrear hasta abajo, según ameriten las circunstancias.
Estos músicos tampoco distan de las formas líricas del urbano. El flexeo, el sexo y el beef son los ejes centrales de sus producciones. La cultura de la confrontación, de la demostración exacerbada de superioridad, no les ha evitado caer en controversias. Chezca Zana, con el sonido más peculiar entre todos ellos, sufrió un lamentable episodio de ciberbullying; convirtiéndose en blanco de epítetos homófobos y machistas. A modo de respuesta, y atizando el fuego, lanzó como single El repa es el nuevo punk, una canción que, con más de veinte días de publicada, aún levanta ronchas entre un grupo pequeño pero muy vocal de quienes, alarmados por la escandalosa analogía, defienden la “pureza” y “superioridad” del punk (énfasis en el sarcasmo de las comillas).
Más allá del verdadero alcance de la polémica, la trascendencia de la misma o lo acertado del paralelo, el caso de Chezca Zana y “la nueva” redirige la atención hacia dos cuestiones dignas de señalar: el carácter sectario y dogmático con el que solemos asumir la música, y cómo el contexto de esta oleada de noveles artistas, lejos de sumarlos sin más al resto de los cultores del urbano en la Isla, los hace apropiarse de estos estilos para resignificarlos en el proceso. Pero…
¿Quién es Chezca Zana?
Daniel Sánchez Carrazana estuvo entre los finalistas de la categoría Menores, del concurso Primera Base del año 2021. Quien haya visto su presentación en aquella edición virtual del certamen dentro del festival Havana World Music, recordará a un friki, con pullover de Pink Floyd, teclado midi y guitarra Ibanez. Muy a pesar de lo “verde” de su música, podía rastrearse una identidad: influencia urbana, progresiones, armonías sutiles, casi atmosféricas, y letras que oscilaban entre lo críptico y lo coloquial.
Desde entonces, Chezca Zana exploraría sus posibilidades como productor y compositor. En Mordiendo el Cielo alcanza un matrimonio entre el trap y texturas electrónicas, incluyendo un insólito sampler de Ícaro Nocturno, del cantautor habanero Fito del Río. La posterior Nada Pasa cambia el enfoque: esta es una crítica social lite, a ritmo de synthpop y letra ocurrente. No sería hasta el lanzamiento de Pa’Jaloween que Chezca Zana se alejaría radicalmente de sus anteriores experimentos para concretar el sonido que, hasta ahora, lo define: el hyperreparto.
De “hyper”, el hyperreparto no tiene nada. Chezca Zana está consciente de esto. Según declaró en una entrevista para Social TV, usó el término únicamente para etiquetar su música de alguna forma. Lo novedoso en temas como El Palito, Blankito del Vedado o Pa’Jalloween, está en tomar la base rítmica del reparto para jugar con nuevos efectos de sonido, recurrir a cambios bruscos en el beat o modificar el pitch de la voz. No llega a rozar los excesos y pastiches sonoros de artistas como 100gecs o Food House, así como tampoco se desmarca de los lugares comunes de las letras reparteras. En cambio, lo que sí consigue y lo hace destacarse entre sus coetáneos, es abandonar los rígidos marcos del trap e imbuirle a un sonido auténticamente cubano otras cualidades con las que ningún otro productor de reparto ha trasteado.
La mera propuesta de Chezca Zana es divisiva: un joven blanco, cisgénero, de pelo violeta teñido, con aspecto friki y aesthetic (a lo e-boy de internet) que, al mismo tiempo, incursiona en el género urbano. Su personaje artístico busca provocar a la audiencia desde la —supuesta— máxima de que el mundo rockero y alternativo no se mezcla con el reguetón, el trap, y mucho menos con el reparto. Sin embargo, pertenece a una generación a la que el éxito internacional de artistas como Bad Bunny, así como el desvanecimiento de las “tribus urbanas”, ha influido positivamente en la ampliación de sus preferencias y fronteras sonoras.
Notas al pie de Mucho Texto
Al igual que Social TV, Mucho Texto es un proyecto que busca extender el alcance de “la nueva”, a la vez que reflexiona sobre el arte emergente cubano que irrumpe en espacios de internet. El repa es el nuevo punk es el video de Mucho Texto que funciona como una suerte de manifiesto para el tema de Chezca Zana.
Mucho Texto equipara el punk (en especial el estilo de los punks cubanos) al reparto. El video apenas raya la superficie del asunto y erige como argumento central la “exaltación de la violencia” de ambas manifestaciones; sin embargo, y aunque este último punto es muy debatible, se establece una media verdad. Sí hay espacio para considerar tal comparación.
Ambos son fenómenos que expresan las inquietudes y aspiraciones de los sectores que representan y rompen con los cánones de géneros populares que les anteceden. Pero más allá de esto (con la salvedad de que también apelan a elementos musicales minimalistas, con tendencia a una lírica cruda e irreverente) no existen más puntos de contacto perceptibles. Declarar que El repa es el nuevo punk es tan acertado como decir que el hip hop es el nuevo punk, que el reguetón es el nuevo punk, y (anacronía mediante) que el blues y el bebop son el nuevo punk.
Mientras que este último ha sido contestatario, con una inclinación por tendencias de izquierda como el anarquismo o el marxismo, y originado por jóvenes blancos en su mayoría de clase media; el reparto no pretende ningún tipo de crítica o señalamiento social explícito. La diversión, la fiesta, el flexeo y el sexo son sus vocablos. Sus artistas más icónicos pertenecen a una clase y a un grupo étnico sistemáticamente oprimido. El contenido de su música no incita a la toma de acción directa ante la injusticia; en cambio, sus canciones son una sincera apología hacia estilos de vida desconocidos para aquellos sin privilegios. A decir de Raymar Aguado Hernández y Leyla Mancebo Bada (con palabras más inteligentes que las mías) en el texto Tiradera de efecto y concepto. Desde ojos reparteros: el reparto, los reparteros son “relatores y discursores de una realidad social que la llamada ‘alta cultura’ intenta invisibilizar dentro de un orden clasista y excluyente”.
Si bien creo que Mucho Texto y Chezca Zana entienden las diferencias y les motiva la polémica y el marketing viral, más que un análisis serio, la esencia de este intento de paralelismo pareciera responder a la necesidad, implícita e instintiva, de “encumbrar” el reparto. Todo esto recuerda, salvando las distancias, al blanqueamiento al que fue expuesto el reguetón en Cuba, a los modos de la Oficina Secreta. Esta resignificación y apropiación (amén de lo espinoso que resulta utilizar ese término) responde simplemente a la extrema popularidad de la que gozan estas corrientes. Tampoco es nada nuevo. El son o la música afrocubana pasaron por procesos similares.
El público y los artistas de “la nueva” provienen de un entorno socioeconómico distinto al de sus homólogos repas. Los memes, el shitpost, las ácidas discusiones de Twitter, la jerga de los videojuegos, o el diseño trash, configuran sus universos culturales. Para muchos, nuestra relación con el reparto ha estado mediada por el llamado “consumo irónico”. Quizás las directas de Chocolate MC o un edit de Por-Nosotros provocó el gusto por el reparto. Y es algo positivo, en cuanto el reparto tiene el mérito, como afirma Rafa G. Escalona en Reparto: en el Malecón solo bailamos este son, de “poner en clave contemporánea” el deseo como tema ineludible en la música; de recuperar “(…) la condición de ‘popular’ de la música bailable cubana, de la calle, por la calle, y para la calle”. Pero, aunque nadie niega la admiración que siente Chezca Zana por figuras como Wampi, el contexto es definitorio y el acercamiento al género por parte de un adolescente negro del Condado de Santa Clara, con condiciones económicas precarias, no va a ser igual al que experimenta un “blankito del Vedado”.
No es lo mismo el punk, que el “ponk”, que el “pank”*
En nuestra cosmovisión, el punk se alza como un ideal de rebeldía, una imagen seductora de rompimiento con lo establecido. Cualquier cosa a la que se le coloque la etiqueta punk provoca curiosidad y la valida. Sí, su influencia y relevancia cultural es inimaginable y trasciende lo musical. No obstante, esto no quita que todavía lo idealicemos y reproduzcamos mitos a su alrededor.
Previo al acceso masivo a la red de redes, en nuestro país, el punk era de nicho. Llegó 20 años tarde, con VIH, en los noventa, como principal precursor y Eskoria como máximo representante. La vertiente cubana es mucho más afín al rock radical vasco que a las escenas inglesa o americana. Y a diferencia de estas últimas, aquí sí ha estado más ligado a un grupo socialmente desplazado.
En contradicción con su evolución global (con tantas ramificaciones y cuyo influjo puede rastrearse en formas tan dispares como las del indie, la electrónica o el heavy metal), en Cuba el movimiento se asimila con fervor militante. Utilizan dudosos estándares para establecer qué cosa es “más” o “menos” punk y sus seguidores, al igual que la audiencia metalera de la Isla, incurren en la práctica de invalidar la música urbana. Solo queda imaginar la posible reacción de un punk ante la declaración del single de Chezca Zana.
En la serie documental de la BBC Seven Ages of Rock, el periodista británico Charles Shaar Murray señala que “Los punks de Nueva York eran bohemios o querían serlo. Los punks de Londres eran vándalos o querían serlo”. Similar al reparto, este es un territorio en pugna entre “vándalos” y “bohemios”. Están aquellos que lo ocupan como forma de vida y otros que lo celebran por su propuesta ideológica. Para un punk cubano, este define su identidad; para alguien como Chezca Zana, es un ingrediente más, un capricho estético del que disponer. Y en este último enfoque radica la actual y verdadera naturaleza del movimiento.
Los Sex Pistols, más que un grupo, eran una estrategia de marketing para popularizar una tienda de ropa; Patti Smith es una poeta que encontró en el género el camino más rápido para hacer música; y The Clash fueron menos políticos y conscientes de lo que se creían. Por otro lado, y en detrimento de quienes defienden una cuestionable integridad, ninguno de los pioneros compartía demasiados rasgos sonoros: Ramones era una versión acelerada y “sin maquillaje” del rockabilly, The Clash coqueteaba con el reggae y otros ritmos foráneos, y Television entraba y salía, al mismo tiempo, por la puerta del punk. Entre los ejemplos más fehacientes y risibles para demostrar que las clasificaciones nunca han sido particularmente fáciles, está GG Allin (más famoso por defecar en el escenario que por su discografía) al afirmar que ni Ramones, ni Sex Pistols eran verdaderas bandas de punk.
Entonces, ¿qué es el punk? El meme definitivo. Una etiqueta para clasificar una heterogénea hornada de artistas que cumplió su función en un momento histórico determinado y que hoy perpetuamos, a pesar de su ambigüedad. Es, a la manera actual del arte, un significante abierto a múltiples significados, incluso contradictorios. Un territorio de nadie pero que todos reclaman incansablemente.
O, como diría Gorki Ávila: “el punk es una explosión”.
Conclusiones: ¿A quién le importa?
Arquear la ceja ante El repa es el nuevo punk es la enésima demostración de un comportamiento tribal, así como de la naturaleza gregaria inherente al ser humano. Que el reparto, férreamente instituido en la cultura de masas cubana, invada el espacio del punk, es la peor pesadilla de separatistas musicales. La insoportable manía de establecer fronteras entre expresiones artísticas deriva del mismo elitismo (aka racismo, clasismo) presente en una rancia intelectualidad empeñada en desacreditar la música de los márgenes.
Propuestas como la de Chezca Zana no solo encarnan la naturalidad con la que el reparto se ha adherido a nuestro imaginario popular, sino que expanden las convenciones de un estilo del que ya presenciamos las primeras señales de estancamiento. Aunque muy difícilmente pueda compartir podio con aquellos artistas a los que venera, su trabajo conspira a favor del derrumbe de barreras mentales. Podría atreverse a más: independizar sus letras de los clichés reparteros, evitar replicar el sexismo y la misoginia, o acabar de romper el dial de lo bizarro; pero hasta ahora, sus primeros pasos evidencian a un productor y músico en proceso de maduración, con un discurso coherente y amplio dominio de sus recursos.
Por otra parte, ni el reparto, ni el punk, necesitan que se les otorguen cualidades ajenas. Son subculturas lo suficientemente vastas para coexistir y retroalimentarse, con muchísimos adeptos e imaginería propias. Citando a Tony Soprano: “Hay suficiente basura para todos”. Si el repa es el nuevo punk, queda como una pregunta al aire. Una cuestión para matar el aburrimiento, exhibir comportamientos cavernícolas en el ágora de las redes sociales, o como excusa para rellenar una reflexión de seis páginas. No obstante, el valor real del debate radica (me atrevo a conjeturar) en cómo nos hace replantearnos nuestra cultura y profundizar en los patrones que unen y distancian corrientes con orígenes distintos. Al final, ¿a quién le importa realmente si el reparto es, o no es, el nuevo punk? Hay mucho más placer en hacerse pajas mentales y rumiar respuestas equivocadas.
*Chiste entre amigos que hemos usado para reconocer cómo la geografía y los factores socioeconómicos median las formas de afrontar el punk.