
El Olimpo de los Orishas / Afrosideral & Kumar Sublevao-Beat
De niña, mi abuela me llevaba a la catequesis, a las misas de domingo en la mañana y procesiones de la diócesis convencida de esa teoría absurda que es el blanqueamiento social. Por esas paradojas de la vida mi bisabuela —su madre—, tenía diosecillos de madera, de ojos bien abiertos, de jícaras con miel y ron, de quilos y frutas que ellos comían con la boca cerrada. A ese animismo pagano, mi abuela le llamaba “el ancestro”, con miedo y vergüenza. En esos dos polos se movieron mis ideas infantes sobre la magia, lo espiritual y el mundo otro.
Ojalá yo hubiera entendido en aquel momento que la raza es un proceso. Nacer negro, fenotípicamente hablando, es la primera y menor de sus circunstancias. Lo demás es una vida en construcción, es un llenar e incumplir estereotipos, es mediar entre el legado y el olvido, el pasado y el presente. Negro no se nace, se hace.
Colapsos conceptuales aparte y acusaciones académicas que revisaré luego, puedo decir que pocos artistas negros (negros de piel, negros de pelo, negros de arte y de vida) toman un camino sincero con respecto a su racialidad, su negritud. Ese, me atrevo a decir, es el caso de ese artista que se ha adjuntado un título por etapa creativa: Kumar Sublevao-Beat-Afrosideral. Desterrar la vergüenza del ancestro sin dejar de llevarse por el orgullo hacia él, esa es su misión.
Ciertamente, hay quien podría acercarse a su más reciente producción fonográfica, El Olimpo de los Orishas por el motivo religioso que lo mueve, y quien lo haga corre el peligro de la obviedad. Kumar sitúa a las deidades yorubas en el Olimpo, ese culmen teologal de la cultura occidental que se nos ha impuesto. Alguna vocecita encumbrada dirá que es un juego de intertextos, que es transculturación, que Kumar quiere darle a sus deidades el mismo lugar y preponderancia del que antológicamente han gozado los dioses griegos, blancos, de ricos elementos y poderes. Una idea acertada, diría yo, por evidente. Ese es, en realidad, solo el inicio.
El Olimpo de los Orishas, así lo prueba. Kumar ha llegado a este momento de su carrera artística maduro, sin convertirse en una redundancia caricaturesca del rapero underground que fue y, a la vez, sin alejarse de él. La estética es otra, la intención también, pero la esencia es la misma. Entre tanto autoplagio y copia desteñida entre los artistas de su generación, me complace entender que Kumar creció.
Lo prueba la complejidad de su propuesta. A primera escucha o por recomendación anticipada, El Olimpo de los Orishas parece uno más dentro de ese gran saco que es el cliché, otra remezcla de lo afrocubano para ganar terreno con sus misterios, para vender exotismo y aprovecharse del desconocimiento de muchos. Sin embargo, la música de Afrosideral viene por capas sabiamente superpuestas: los saxofones y el xilófono en Líbrame de Arayé, la guitarra eléctrica en Changó en el Olimpo y la acústica en Filho do Mar. En el centro de todos está su voz dura, áspera pero sincera. Como un poco de sal en almíbar es la inclusión de Sexto Sentido en Eshu Odara.
Filho do Mar es quizás una de sus joyas. Esta pieza va dedicada a la reina de los mares, la que todo lo puede, la reina del mundo y patrona de La Habana: Yemayá. La pieza además propone la trascendencia de la cultura afrodescendiente, afrocaribeña y afrolatina. Que su letra sea en portugués es solo una de las formas de explicar cómo la negritud es una experiencia que trasciende límites espaciales para abarcar todos los puntos donde se esparció la diáspora africana. En Ode Ni Ire se hace acompañar del DJ Nickodemus, quien se une al afrocuban groove, del que Kumar es líder.
La extensión de los tracks no solo revela la afición de Kumar, como autor, por la loop machine y la superposición de sonoridades, sino también como productor agregando detalles, giros y ganchos cada cierta frecuencia en los temas y que previenen el aburrimiento del escucha. De hecho, el artista no deja nada a lo azaroso: todo lo dispone. Ninguna de estas pistas deja la sensación de que algo falta y, curiosamente, tampoco nada sobra. Eso sí, concebidos bajo las determinantes del house, todos cumplen con su estructura intro-hook-climax-outro, con sus reiteraciones mandatorias. En este sentido Kumar no sorprende, pero tampoco decepciona.
Llegados a este punto no es desventurado afirmar que Kumar es afrofuturista. A su favor cuenta la sinestesia acústica que incluye en casi todas las piezas, un elemento que nos recuerda que a este Olimpo no se sube por caminos abiertos, sino que se entra rompiendo monte. Allí están los gorjeos de las aves, los crujidos y goteos, el monte y su espesura. Afrofuturista también es su intención, la de tomar los elementos del pasado y colocarlos en un futuro posible. Es subvertir la narrativa victimaria y marginalizadora del pasado negro trayéndolo al presente, mirando a su futuro, Kumar les habla a sus orishas en lengua de ayer, con cantos de hoy. Este elemento no es nuevo, pero él lo incorpora su estilo y lo hace con virtudes dignas de elogio: evita estereotipos fáciles como la sensualidad de la mujer negra condensada en sus deidades, o la potencia física del hombre negro en su Changó y Oggún. Su discurso rescata de la desmemoria lo que un orisha es: una deidad acompañante, sabia, imperfecta pero moral. Su estética muestra la africanía no como un lastre o un atractivo exótico, sino como una herencia gustosa, legado y patrimonio.