
José Luis Cortés: son días muy tristes los de este abril
Un manto amenaza con apagar lo que ha sido la banda sonora de un país. Si durante los años 90 del pasado siglo, todo un corpus de composiciones en función del baile nos hizo la vida más llevadera, y en medio de la oscuridad la academia eclosionó en la calle y viceversa, la continuidad se vistió de ruptura, y son y rumba jugaron a confundirse como nunca antes, hoy el destino parece jugar una de sus cartas macabras y apuesta por un cierre de ciclo. Es difícil no ser pesimista. José Luis Cortés se ha sumado a esa procesión de músicos nuestros que por las leyes de la biología y el azar han partido intempestivamente, en otro periodo no menos duro y controvertido.
Si todos los caminos conducen a Roma, toda la música cubana, en algún momento, pasa por NG La Banda, vehículo por excelencia de la genialidad que ahora nos abandona. Quizás no haya existido en Cuba una agrupación de carácter tan nodal como el todos estrellas que absorbió José Luis en su mejor momento. Prácticamente desde su aparición, NG impuso un formato orquestal para muchas agrupaciones que le siguieron; complejizó hasta el paroxismo los mambos, en un alarde de talento rayano en la extravagancia, pero filtrado, por osmosis a todas las agrupaciones subsiguientes y contemporáneas; puso al barrio en sus textos con una crudeza no apta para los pacatos de ocasión, entre un sinnúmero de aportes técnicos y precisión milimétrica en los arreglos —a la usanza del Irakere más soberbio— que llegaron a constituirse en referente inalcanzable (¿hasta hoy?). Todo esto basado en una concepción planificada y consciente de su director.
NG La Banda, en su momento cumbre llegó a ser la libertad por antonomasia, el lugar idóneo para que el talento se desbocara sin normas ni restricciones. No podría ser de otra manera una agrupación que juntara en la base a piezas como Feliciano Arango, Peruchin o Calixto Oviedo. José Luis hizo más libres a sus músicos, permitiéndoles una asombrosa autonomía creativa que se tradujo en más libertad para él mismo, razón por la cual el crecimiento en sus composiciones, en los primeros siete años de NG (1988-1995), puede decirse que fue el más acelerado en su carrera. El festejo y el desborde de Échale limón, posiblemente la pieza más representativa y sinfónica de la timba cubana, marcan no solo el clímax de José Luis y NG, sino la cima de todo el movimiento que se corona en esa década de los 90.
Por tal motivo, la mayoría de los músicos cubanos concuerdan en atribuirle la paternidad del movimiento, como también coinciden en colocarlo en el lugar cimero de la flauta cubana, junto a Richard Egües, Antonio Arcaño y Orlando Valle Maraca. Las incontables interpretaciones que dejó registradas así lo atestiguan y ya se proyectaban como una fuente de estudios.
Decía Kelvis Ochoa que “El Tosco” era como una estrella de rock’n roll, y lleva razón. Acaparador natural de todo tipo de atenciones, entre seguidores y detractores, talento desbordado, escénico por naturaleza, José Luis Cortés, en su forma peculiar de proyectar su rebeldía, plantó su batalla contra la censura más sórdida a NG La Banda en los medios de comunicación cubanos, como también le llevó otros esfuerzos la reivindicación de un repertorio aún hoy rechazado por ciertos círculos, tan empoderados como apocados. Porque su estrellato siempre estuvo acompañado de polémicas y contradicciones, hasta sus últimos días, como denotan las acusaciones por violencia que recibiera por parte de la cantante Dianelys Alfonso, conocida como “La Diosa”.
Algunas agendas de discusión pública, también controversiales y de fuertes complejidades, como tan lícitas, necesarias e imposibles de soslayar al sol de hoy, emergen en este instante. Mientras el consenso se teje, sea cual fuere su balance, hoy o mañana, la música cubana pierde por todos lados. Son días muy tristes los de este abril.
Excelente, Valdivia.