
Héctor Téllez Jr., con talento no basta
Me encanta toparme con la música de Héctor Téllez Jr. Escucharlo es confirmar que el rock cubano es mucho más que voces atronadoras, guitarras en distorsión y baterías retumbantes. Desde la primera vez que lo escuché y lo vi, sentí una empatía natural con su actitud, con su desenfado, con esa mezcla de niño malo y retraído que se sube al escenario y se pone a cantar lo que siente como lo siente. Quienes hayan ido al concierto que ofreció recientemente en el teatro del Museo de Bellas Artes sabrán de lo que hablo. Lo lamentable es que lo que debieran ser sus cartas de presentación –sus excelentes condiciones vocales y un dominio notable de la guitarra– terminan convirtiéndolo en un rehén de su propio talento.
El sábado 3 de noviembre, decenas de personas desafiamos la tormenta que asolaba la tarde habanera y presenciamos durante más de una hora del que tal vez sea el concierto más importante que hasta la fecha ha dado el cantante. Escoltado por Harold Merino en los teclados y Luis Dumont en la batería –y la aparición especial en dos canciones del pianista Yoyi Lagarza en los teclados–, Téllez hizo un repaso por temas propios y apropiados, con esa característica mezcla suya de heavy sesentero y blues, posiblemente asimilado de sus admirados Led Zeppelin; rearmando, como es habitual en él, los arreglos de las canciones que toca.
A pesar de los varios pasajes disfrutables del concierto, también se hizo notar que necesita unas riendas para su música. Héctor es un hábil guitarrista, no caben dudas, pero demasiadas veces cae en la trampa de perderse en soliloquios interminables. Lo vimos cuando interpretó Samurai, un tema que interpreta de manera hermosa, pero el que inexplicablemente decidió cantar a capella completo antes de arrancar a tocarlo con el resto de la banda. Pasajes similares, de introspectivos momentos en los que se sumergía en una personal conversación con su guitarra, fueron moneda corriente en el concierto. Y él no es Jeff Beck ni Joe Satriani. Vamos, ni siquiera es Elmer Ferrer. Esos guitarreos puede que le arranquen aplausos a parte de la audiencia, pero después de los primeros minutos (y después de las primeras veces) dejan al resto de la banda –y al público, de paso– en un estado de letargo tremendo. Ser solista es una cosa, olvidarse que hay una banda de apoyo, que redondea y complementa tu desempeño, es otra. Precisamente, no fueron pocas las ocasiones en las que la presencia de Dumont –preciso, capaz y redondo a la batería– le sacó las castañas del fuego.
Héctor Téllez Jr. está en los comienzos de lo que puede ser una exitosa carrera; tiene todas las papeletas para ello. Pero el concierto de Bellas Artes nos demuestra que está necesitado de una urgente guía musical, de un productor capaz de entender su visión y llevarlo a puerto seguro. Antes de que se acomode en el espejismo del éxito y naufrague en el aburrimiento sin saberlo.