
Gozar la rumba a Timbalaye
La rumba es un vendaval que se lleva todo. Con ella desaparecen los desasosiegos y el temor, y al escucharla pocos podemos evitar que se desnude el animal sonoro que se refugia en lo más profundo de nuestro ser.
El grupo cubano Timbalaye, bautizado por el pueblo como “la explosión de la rumba”, reencarna en nuestra contemporaneidad la calentura de este ritmo que, a golpe de tambor, movió desde el siglo XVIII los cuerpos de nuestros ancestros africanos. En su nuevo fonograma Timbalaye soy yo, la agrupación emprende un viaje a la semilla, al principio de todo, al patio del solar, a la calle cubana.
Apego a las tradiciones, alturas sonoras, complejo enlazado de los timbres y la necesaria renovación de las letras y los códigos instrumentales, a tono con el argot popular contemporáneo, son elementos innegables que pautan el trabajo actual de Timbalaye y promueven su segundo disco.
La producción general es de Frank Oropesa, director del Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, y lleva la firma de la Casa disquera cubana EGREM. La línea que sigue este disco se hermana a la anterior producción del grupo, Se partió el bate (2017), ganadora del Premio Cubadisco.
El fonograma regala en mixología perfecta los tres estilos principales del género: columbia, yambú y guaguancó. Se trata de quince temas que dan rienda suelta a la espontaneidad de los bailadores y hacen que se le vayan los pies. Así lo deja bien claro Timbalaye en Openning, la canción que abre el disco: “Brindarte una timba que reviente y promete ser espectacular”.
El sello de Timbalaye es indiscutible. Mientras que en la rumba el ritmo lo marca habitualmente la clave, esta agrupación transita sobre un espectro instrumental más amplio, apoyándose en el empleo de voces primas y una grave para la armonización.
Un elemento matriz que brinda organicidad al estilo del disco reside en la manera de estructurar las canciones en introducción, cuerpo, estribillo y coda. Si te dejas llevar por la sonoridad de cada número, no te resultará difícil darte cuenta de las variaciones de intensidad del trabajo percutivo. Ahí tenemos el ejemplo del tema Date por enterado, una rumba urbana de corazón con sudor de la calle cubana, donde los coros tienen un papel protagónico.
Timbalaye nos permite en delicado equilibrio domesticar el presente mientras se mira hacia el pasado. Eso sentí con Nuevos pregones, una canción que no puede faltar si el propósito es arrollar con la gracia natural que nos legó el privilegio de haber nacido en esta Isla. Como bien dicen ellos: “Si te aprietas los botones te pones a guarachar”.
¿Lo que más vale y brilla en este álbum? A título personal la canción Esta es mi rumba, donde el grupo privilegia, con el virtuosismo de su golpe de tambor y la espectacularidad de los coros, la esencia de este ritmo. En este tema aseguran cantarle al género con la melodía de sus corazones, a la raíz hincada en el folclor y sin perder de vista lo contemporáneo.
Aunque la mayoría de los temas son originales de este grupo, en el disco podemos encontrar una adaptación muy bien trabajada de la canción Cuando acaba el placer de Alexander Pires, que Timbalaye logra llevar al código de la rumba de manera decorosa.
A pesar de la riqueza polifónica de este fonograma, cabe señalar que en la canción Guapo y fajo se percibe cierto desbalance entre los coros que, por ser tan recargados, opacan el ritmo de la clave y hacen del quinto un integrante casi ausente entre los floreos.
Sin embargo, el resultado es un disco de excelente factura musical. Mucho se ha superado la agrupación desde que la fundara su director musical Nelson López Carrillo. Por aquel entonces, eran unos muchachos del barrio de Juanelo, del municipio capitalino de San Miguel del Padrón, unidos por el interés común de sacudir tambores, sin saber que se convertirían muy pronto en un referente de este ritmo madre, hoy Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
No importa que las calles no sean las mismas, no importa que nosotros no seamos los mismos. La rumba siempre tendrá la capacidad de meterse por los oídos. Bailar y bailar con el cuerpo caliente y cansado. Créelo, te lo dice alguien que pensó que sus caderas no estaban hechas para moverse con este ritmo desbocado, alguien que pensó que una rumba de ocho minutos (La más rica tradición) le iba a parecer a mis oídos demasiado larga, y terminó siendo para mis pies demasiada corta. Para mi sorpresa, terminé sacudiendo los hombros y poniendo las últimas letras, todo mientras escuchaba Timbalaye.