
Ese repertorio llamado Teatro El Público
La voz de Marta Strada, ese mito de la bohemia habanera de los 60, cerraba cada función de la Trilogía de Teatro Norteamericano que, entre el verano de 1990 y enero de 1991, se convirtió en el fenómeno escénico más comentado de la temporada. El director que debutaba con esas tres puestas en escena era Carlos Díaz, discípulo de Roberto Blanco. Y se había atrevido a resucitar no solo títulos de Tennessee Williams (Zoológico de cristal y Un tranvía llamado deseo) y Robert Anderson (Té y simpatía), sino a la propia Marta Strada. La sala Covarrubias se llenó de carteles y paneles de Consuelo Castañeda, de actores y actrices que se desnudaban sin recato, despojándose del deslumbrante vestuario diseñado por Vladimir Cuenca… y de música. La banda sonora correspondía a Juan Piñera, quien mezcló con acento posmoderno y hasta almodovariano sonoridades muy distintas, en tributo al Hollywood dorado, pero también al pop de los 60, al bolero de los 50, a la nostalgia que entra por los oídos y se convierte en otro personaje de esos espectáculos, cargados de una ironía que era, a la misma vez, tributo y reinvención. Ahí estaba el núcleo de Teatro El Público, que dos años más tarde nacería oficialmente. Y que, desde aquel primer instante, dicho sea de modo literal, se hacía ver y hasta escuchar como algo extraordinario en el panorama teatral de la Isla. Marta Strada llegó hasta la sala Covarrubias para oírse a sí misma cantando Tómbola, en una visita que desde aquella noche es ya parte del mito de la compañía que estaba a punto de nacer.
La música ha sido siempre un elemento crucial en las mejores puestas de Teatro El Público. Director sagaz, Carlos Díaz se ha rodeado de colaboradores que añadan a su empeño texturas, códigos, signos que enriquezcan la propia trama de cada montaje. En una primera etapa del grupo, Juan Piñera fue el responsable de crear distanciamientos o vías unitivas entre los fragmentos de música y los diálogos de cada obra. En una época en que Piñera parecía ser ubicuo, se responsabilizó con las bandas sonoras de numerosos espectáculos y en los de Teatro El Público marcó todo un periodo a través de Las criadas, de Jean Genet; La niñita querida (pieza de su tío, Virgilio Piñera a quien incorporó, a manera de cameo, en escena) y El Público, de Federico García Lorca, que se estrenó al fin en Cuba en 1994 y tuvo luego otras dos versiones en 1995 y 1998. Gracias a su extraordinaria cultura musical, Juan Piñera echaba mano a la canción popular, a la ópera, a partituras cinematográficas y a verdaderas rarezas de archivo para combinar, desde su trabajo, otras posibles lecturas de aquellas puestas provocadoras y barrocas.

El Público. Foto: Lessy Montes de Oca.
Cuando se estrenó Calígula, en 1996, Ulises Hernández fue responsable de la banda sonora. Era la primera vez que colaboraba con Carlos Díaz, pero no con Teatro El Público, pues había creado la música de Morir de noche, estrenada por Mario Muñoz con este colectivo. En Calígula, a partir del texto de Camus, consiguió un notable impacto con el uso de coros (Ars Longa, dirigido por Teresa Paz), y orquesta. La malignidad del emperador tenía su fanfarria y su golpe teatral acentuado por la música en uno de los mayores éxitos de la compañía. Hernández también se uniría a Teatro El Público para los estrenos de Escuadra hacia la muerte, El rey Lear y Las brujas de Salem.
El rejuego posmoderno con la música, su aparición como un lenguaje narrativo dentro de la puesta, como un acto de subrayado o contraposición a lo que se veía, regresó con María Antonieta o la maldita circunstancia del agua por todas partes, uno de los experimentos más desafiantes que Carlos ha asumido y que también tuvo dos versiones. En la primera, la María Antonieta “negra” (identifico a una u otra por el color de los telones de su aforo), se combinaron los aportes coreográficos de Xenia Cruz y Sandra Ramy a actores-bailarines, para imaginar un cuadro de familia cubana, con sus obsesiones y delirios recurrentes. La voz de Elena Burke —que asistió al estreno en el Trianón, sede de El Público— era una guía que, gracias a las sugerencias de Sigfredo Ariel, añadió temas de Mongo Santamaría o la Orquesta Aragón, con apariciones de las voces gloriosas de Carlos Embale y Merceditas Valdés.

Puesta en escena de Noche de reyes. Foto: Yuris Nórido.
En la segunda versión, la María Antonieta “blanca”, se mantuvieron claves de la primera y, aunque se sumó la presencia de Virgilio Piñera gracias a un actor que lo interpretó —en una suerte de biografía del gran dramaturgo cubano alzada a partir de sus textos, cartas, etcétera—, no por ello Elena Burke dejó de invitarnos a un último café, ni Andy García renunció a repetir su anhelo de volver a Bejucal junto a los acordes de Cachao. El mismísimo Piñera, interpretado por Waldo Franco, se sentaba en un banco de la noche habanera para entonar, junto a unos compinches, nada más y nada menos que Amigas, ese himno de la comunidad cubana LGBTIQ, creado por Alberto Vera como homenaje a las integrantes más famosas del cuarteto Las D´Aida.
La lista de compositores y responsables de las bandas sonoras de Teatro El Público es, en sí misma, un espejo de la diversidad y capacidad que tiene el grupo para asimilar los referentes más diversos. Juan Piñera retornó al grupo para crear la excelente partitura de La Gaviota, estrenada a inicios de los 2000. Piano y violín le bastaron para sostener la atmósfera del texto chejoviano, demostrando su indudable calidad como compositor. La soprano Bárbara Llanes, bejucaleña como el propio Carlos Díaz, no solo brindaría su voz a otros compositores vinculados a la compañía, sino que ella misma crearía piezas para obras como Josefina La Viajera y Fedra.

Carlos Díaz junto a Juan Piñera y Bárbara Llanes. Foto: Norge Espinosa.
Como asesor teatral del grupo, en varias ocasiones he cedido al director las grabaciones que se han incorporado a varios montajes, según sus necesidades. Canciones de Pablo Milanés interpretadas por la Burke, que no llegaron a incluirse en ningún disco y dormían en los archivos para ¡Ay, mi amor!; temas de Mina y Marta Strada para Las amargas lágrimas de Petra von Kant; o de Raffaella Carrá para Gotas de agua sobre piedras calientes, también de Fassbinder. El arco sonoro que arropa a los intérpretes de Teatro El Público es tan amplio como la voracidad misma de la compañía, a la que han vuelto una y otra vez esos creadores aquí ya citados y que sigue asumiendo a otros muchos nombres, como el de David Guerra o el de Adrián Torres, o DJoy de Cuba.
De La Natilla de Habana Abierta como cierre festivo y arrasador de La Celestina, a las reinterpretaciones de La vie en rose para La loca de Chaillot. De los acentos épicos de El rey Lear al rejuego juglaresco de El Decamerón. Desde Barbarito Diez entonando Marta hasta Esther Borja evocada en la garganta de Osvaldo Doimeadiós mediante Devuélveme el corazón en Santa Cecilia. Desde Madonna y su I´m Going Bananas en la Trilogía, a Björk en Arte, de Yasmina Reza. De las campanas de Ulises Hernández para la música de Ícaros hasta el homenaje a Farah María en Harry Potter, se acabó la magia. De Sara González a Maggie Carlés, que alzaba su Ave María en pleno acto de choteo para celebrar los quince años de la niñita querida. De Verdi a Añoranza por la conga, con la que cerraba La puta respetuosa. De Maria Callas a en Días como hoy, o Miriam Ramos como un eco de la lejana Cuba en Ana en el trópico. O el acento cabaretero y procaz de La Machetera de Antigonón, un contingente épico. O Liza Minnelli con su New York, New York al Me voy pa´ La Habana, de Ricardito y Los Latinos. Así, la lista es infinita y se extiende más allá del escenario del Trianón y su pasarela, cuando Ulises Hernández convence a Carlos Díaz y a su equipo para abordar La clemencia de Tito, ópera de Mozart, presentada con éxito en La Habana y en el Kennedy Center de Washington DC.
La memoria de Teatro El Público está llena de imágenes. Pero también de música, como esbozan estas líneas que podrían ser aún más amplias y detalladas. Porque de esa forma se crea un puente de complicidad, esa clave primordial del trabajo de esta compañía, hacia el espectador. Son casi treinta años de estas provocaciones. De esta manera de ver. Y de oír a Teatro a El Público, para bien de la escena cubana. Esa, que salió a parar el tráfico de la calle Línea tras la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Teatro a Carlos Díaz, siguiendo los impulsos de los tambores de las Charangas de Bejucal.