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Entrevistas Pepe Gavilondo. Foto: Larisa López / Fábrica de Arte Cubano.

Pepe Gavilondo: “Le están quitando a la gente la curiosidad”

Si preguntas a algún cubano al azar quién es Pepe Gavilondo tal vez, con mucha suerte, puede que lo reconozca como el actual tecladista de la banda Síntesis. Si la persona encuestada es de La Habana, tal vez le suene de habérselo cruzado algún fin de semana en los pasillos de la Fábrica de Arte Cubano. Pero con seguridad casi nadie lo reconocería en su verdadero ser; el hombre que detrás de esas máscaras vive para la música contemporánea, un terreno desconocido para la mayoría de los cubanos. Gavilondo ha tenido la rara ocurrencia de dedicarse a hacer música clásica contemporánea —perdón por la calificación, si no le encuentran sentido, piensen que yo tampoco—, una música que incluso en países con un público más receptivo no pasa de ser una extraña ocurrencia para minorías. Pero debemos agradecer que haya personas como Pepe, anónimos superhéroes empeñados en actualizar los códigos de la música clásica que parece vivir un largo sueño de más de un siglo. Sus obras nunca llenarán estadios, pero sus experimentaciones contribuyen a labrar un camino por el que transitarán las músicas por venir, como mismo el rock y la timba le deben a Bach, Chopin y Wagner.

De niño, José Víctor Gavilondo Peón (La Habana, 1989) no era como los demás. Mientras el resto jugaba a las cosas habituales—bolas, escondidos, inventar alguna excusa para embarrarse, lo usual— Pepe construía castillos con sus dinosaurios: una torre de velocirraptores, la base del arco de un puente con cuellos largos, las almenas con pterodáctilos. Tomaba un elemento, de por sí extraño, y lo ponía en función de algo para lo que definitivamente no fue diseñado. Pepe no tiene claro de si ya había algo sembrado en esa voluntad. Pero ahí se esconde una buena imagen de su poética como artista.

En cualquier caso, el arte nunca le fue ajeno, con unos abuelos amantes de la pintura, una madre profesora del Ballet Nacional de Cuba, un padre científico obsesionado con la fotografía y un hermano diseñador.

“No era una familia de artistas completamente”, me dice en una soleada mañana de comienzos de año, “pero sí había un ambiente artístico por todos lados, y científico también. Siempre fueron dos cosas que tuvimos muy unidas: de un lado lo artístico y subjetivo; y del otro, el lado racional también”.

Después vino lo usual, unos comienzos en estudios de piano en la escuela Manuel Saumell tras los que no rindió demasiado y reprobó el pase de nivel. Algo, sin embargo, lo impulsó a hacer las pruebas por asignaturas teóricas. No es que le emocionara precisamente, pero era la única manera que tenía de continuar sus estudios de nivel medio en la escuela Amadeo Roldán. “Yo siempre fui buen estudiante y todo”, dice, “pero [las asignaturas teóricas] no me llenaban el corazón”. Allí, sin que tenga demasiado claro cómo, comenzó el interés por la composición y la improvisación. Debe haber ayudado que, por esas fechas, trabó relación con Juan Piñera, quien lo aceptó en sus talleres. Una cosa llevó a la otra y un día de 2014 se encontró graduado de Composición por la Universidad de las Artes (ISA).

Pero, me repite, eso es solo una parte, la académica, tal vez la menos importante.

“Con lo estético aquí hay como dos mundos donde la gente te dice que, si no eres de este, eres del otro. Y si no eres de un mundo donde tu familia te inculcó la música popular, el folclor, el cliché; entonces eres del otro. Dentro de ese paradigma yo sería el otro. Para nada hubo un rechazo a los aspectos populares, folclóricos, cubanos clásicos; pero no fue el ambiente donde me desarrollé.

“Aquí —se refiere a su hogar— no se escuchaba mucha música cubana, si no música clásica y rock and roll, y eso de cualquier manera sí tuvo un impacto en mí. Yo nunca tuve aptitudes innatas —eso que tú ves de gente con talento, que lo llevan en la sangre— para lo que es la música cubana. Yo he tenido que tratar de reinsertarme en mi propio contexto y tomar lo que puedo. Pero definitivamente no es mi canal. Me encanta, lo aprecio, lo llevo en mí, pero no de esa manera que se ve en otros músicos.

“Cuando comencé a componer, lo mío era música de concierto. Debussy, Vivaldi, Stravinski eran mis influencias, incluso ahora sigo teniendo de esas vertientes del siglo XX, aunque ya hago muchas más cosas con la música. Pero ese fue como mi background básicamente.

“En el ISA también pasó una cosa y es que me empecé a vincular con trovadores. Trabajé con Heidi Igualada y después con Ariel Díaz y Liliana Héctor; eso como arreglista y también como director musical me mostró el otro lado de la música popular, y entonces comencé a insertarme en ese mundo”.

El 2014 no solo fue el año en que Pepe Gavilondo se graduó de composición, también fue el año en que su vida colisionó con una de las bandas más importantes de la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica —y del rock todo, me atrevería a decir.

De izquierda a derecha: Denis Peralta, Pepe Gavilondo y Carlos Alfonso. Concierto de Síntesis en Fábrica de Arte Cubano. Foto: Larisa López / Fábrica de Arte Cubano.

“En el 2014 apareció Síntesis. Pienso que tuve la tremenda suerte de haber sido la única persona que andaba por ahí cuando ellos necesitaban un tecladista. Sobre mí siempre ha pesado mucho el legado de Síntesis”.

Y no es para menos. Ocupar un puesto por el que han pasado nombres de la talla de José María Vitier, Lucía Huergo y Esteban Puebla, debe ser tan emocionante como turbador.

“Yo no lo podía creer”, dice Pepe, yo todavía no lo creo. Digo que soy el tipo más suertudo del mundo, porque vuelvo y repito, ese no era mi mundo, ese tipo de música yo no la hacía ni la escuchaba ni la estudiaba, no era mi cultura. Yo escuchaba Síntesis en un concierto y me encantaba, pero hasta ahí. Y de pronto me veo en ese mundo, donde no solo tienes el legado sino la obligación de vivir para ese legado, de estar a la altura. Y a través de los años yo me he dado cuenta que no soy —ni quiero ser, no es el objetivo— ni Mike Pourcell, ni Esteban Puebla, ni [Ernán] López-Nussa, ni Vitier, ni Lucía Huergo, ni nadie que ha pasado por los teclados o los aspectos creativos de Síntesis.

“A Esteban, por ejemplo, que es la figura que estuvo más años allí y es toda una leyenda; yo no le llegaría ni siendo el tecladista que no soy, ni teniendo el conocimiento o la cultura que debería tener, según mi paradigma para estar en Síntesis. Yo me he dado cuenta de que las cosas que puedo aportar a Síntesis son otras: intensidad, compromiso, y otro tipo de creatividad que pongo en el teclado, según mis habilidades y limitaciones. De nuevo, soy súper afortunado de aprender de Carlos y de Ele, que no son solo grandes músicos sino también grandes personas. Asere, yo aprendo de ellos todos los días como seres humanos, y por supuesto como artista, y me hacen un tincito mejor”.

¿Y por qué te interesó la música contemporánea y la composición? Ya me habías dicho que por una cuestión de sensibilidad no te encontrabas en un grupo de timba, ni siquiera de jazz. Particularmente este tipo de vertiente de la música, ¿qué fue lo que encontraste ahí?

“A mí hay muchas músicas que me encantan, pero hay músicas que me hablan (de verdad, me hablan). Es curioso, por el tiempo que yo empecé a componer, a interesarme por estas músicas, también comencé a hacer fotografía, influenciado por mi papá. Empezaba la fotografía digital aquí en Cuba; estamos hablando de los años 2003, 2004. Yo logré encontrar en esos años primarios, muy crudos, una simbiosis entre el color, la abstracción y el mundo musical que yo plasmaba en mis composiciones.

“No puedo explicarte por qué me gustaba más Debussy que Chopin,  o más lo que sea. No puedo explicarlo, no encuentro las palabras. Simplemente mi cerebro respondió a esas músicas. Eran las músicas que yo escuchaba en la escuela y encontré que yo sí podía comunicar a través del piano, que era mi instrumento, esos lenguajes mejor que el jazz o la música popular. No sé.

“Cuando uno empieza a componer y dice voy a ser compositor de música de concierto, y no tiene esas influencias claras de música cubana, tienes que ir los Caballos de Atila, déjame ver lo que hicieron, tienes que ir a Debussy, a Bartók, a todos esos maestros del siglo XX, que sobre todo eran los que me interesaban y que rompieron los esquemas.

“Hoy, por ejemplo, en el ámbito de la música de concierto, yo sigo influenciado por esa vertiente, lo que ya he descubierto otras músicas y ahora sí, por ejemplo, ya tengo influencia de Síntesis, incluso en la música de concierto. También tengo influencia del minimalismo, por ejemplo, que fue otra cosa que descubrí y me empezó a interesar más en el período del ISA o posterior. Y lo que es música experimental, o sea, lo que es más contemporáneo, interdisciplinario, lo más avant garde que se pueda hacer, fue gracias a que empezamos el proyecto del Ensemble Interactivo de La Habana (EIH).

Concierto del Ensemble Interactivo de La Habana en la Fábrica de Arte Cubano. Foto: Larisa López / Fábrica de Arte Cubano.

“Esa música que yo hago en el Ensemble a mí no me nace solo. Es una cosa muy cómica. No me gusta componer esa música solo, o no siento la necesidad. Tal vez porque tengo el EIH que es más satisfactorio, es un feeling en ese sentido. La música que yo compongo solo es otro tipo de música mucho más conservadora, más arraigada a esas influencias del siglo XX”.

Cuando Pepe Gavilondo habla del Ensemble Interactivo de La Habana algo se prende en sus pupilas. Así fue como supe de su trabajo, en una calle de la Habana Vieja durante una temporada del evento Ciudad en Movimiento, en la que de repente me crucé con unos músicos con instrumentos de culturas indígenas que danzaban e improvisaban en una suerte de performance aparentemente infinito e inconexo.

La idea del Ensemble se comenzó a cocinar en el 2009, luego de que Gavilondo participara  en el Festival de La Habana de Música Contemporánea con un taller que se llamó Trece facetas, a cargo del compositor, pianista y artista sonoro catalán Josep María Balanyà.

“Era un proyecto de improvisaciones conducidas, dirigidas”, explica Pepe. “Básicamente nos enseñó una serie de gestos que él hacía y esos gestos significaban una cosa. A partir de estos gestos él nos sugería qué improvisar y nosotros improvisábamos sobre eso. Esa era más o menos la cosa. Hicimos un taller de una semana, y luego un concierto.

“En el 2014 volvió, yo me encargué de que volviera, y ahí sí pude unir a los músicos, preparar el Ensemble, e hicimos de nuevo ese taller y un concierto en la Basílica [Menor del Convento de San Francisco de Asís]. En ese momento específico de noviembre de 2014 varios dijimos: ‘Caballero, tenemos que volver a hacerlo porque este tipo de arte musical no se hace en Cuba, se perdió; a los estudiantes de Composición no les interesa mucho , no te la enseñan, no te la inculcan’. Hubo un sentimiento conjunto de que ese trabajo hacía mucha falta. Así empezó el proyecto del Ensemble.

“Empezamos muy crudos, haciendo improvisaciones reales, sin ninguna preparación, sin nada. Mezclábamos todo tipo de música con actuaciones, con payasería, con teatro. Todo lo que a nosotros nos diera la gana de hacer lo hacíamos. Poco a poco fuimos cambiando: vino gente, se fue gente; fuimos escuchando música y aprendiendo de nuestros errores. Después de cuatro años yo diría que me veo en este mundo sin hacer muchas cosas que hago ahora y que amo, pero no puedo imaginar mi mundo sin el Ensemble porque no es solo la música que hago como individuo, es el saber que todo eso se ha creado colectivamente.

“Trabajar con el Ensemble y con otros proyectos me ha hecho un compositor menos solitario. Me he dado cuenta que mi ego solo existe cuando me estoy nutriendo de otras personas. Cada vez compongo menos solo (sobre todo porque cada vez tengo menos tiempo). Antes yo me sentaba y en una semana componía una pieza sinfónica. Yo no tengo tiempo de eso ahora.  En cambio, encuentro la mayor satisfacción haciendo cosas en los grupos: Síntesis; el Ensemble; tocar con trovadores; mis trabajos con Acosta Danza, con los bailarines y los coreógrafos. Yo cada vez detesto más estar solo componiendo. Y todo empezó con el Ensemble.

Ahora que mencionas Acosta Danza, hay una vocación muy fuerte en ti de traspasar las fronteras tradicionales de las disciplinas artísticas; ¿por qué ese interés, en un mundo que a veces se hiper especializa? ¿Cómo te sientes al estar en tantos mundos distintos?

“Fíjate que son mundos distintos, pero son mundos específicos. Yo no trabajo tanto para teatro porque no me llena tanto, no significa tanto para mí como la danza y el cine —que es mi otra pasión, pero no la he podido explorar.

“La música es mi vida, no es mi vocación. Mis vocaciones son la danza y el cine. Yo de chiquitico estaba todo el tiempo en el Ballet Nacional de Cuba con mi mamá, y cuando tú creces en ese tipo de ambiente, para ti la danza significa algo, aunque no seas bailarín. Cuando empecé a componer no me veía en el mundo de la danza porque no estaba en un ambiente en el que pudiera explotar esa vertiente. Me gustaba, pero era una cosa externa; yo tenía otros intereses como compositor.“En el 2010 me fui a México y conocí a una coreógrafa mexicana que trabajaba en ese momento para la Compañía Nacional de Danza, su nombre es Yazmín Barragán y a su esposo Jasmany Hernández, que es un bailarín cubano. Ella estaba empezando su carrera como coreógrafa. Un día nos encontramos y ella me invitó a trabajar, a que compusiera algo. Empecé a ir todos los días a la sede de la Compañía Nacional de México y  compuse un ballet de 40 minutos, una monstruosidad de cinco movimientos que ahora mismo no logro recordar ni cómo se toca. Ese fue mi primer intento de hacer música para danza”.

Luego de eso han venido colaboraciones con el Mexico City Ballet, Yosmell Calderón, Marien Valdés, y sobre todo un intenso y fructífero trabajo para Acosta Danza, que incluye coreografías para Raúl Reinoso, Beatriz García, María Rovira, Marianela Boán.

“Me he dado cuenta de que me gusta y me divierto haciendo música para danza”, dice Pepe. “Puedo hacer cosas que los coreógrafos, sobre todo los de danza contemporánea, no están acostumbrados aquí a tener como música, pero yo se los propongo y a ellos les gusta. Es todo muy cómodo. Todos ganamos”.

Ensemble Interactivo de La Habana. Foto: Larisa López / Fábrica de Arte Cubano.

No has escogido el camino fácil, y has decidido enfocarte en una música que de por sí no tiene grandes audiencias. Ahora, ¿qué tan difícil es hacer música clásica o contemporánea, no popular, en un país como Cuba, uno de los bastiones de la música popular a nivel mundial?

“Ahora mismo Cuba está pasando por una crisis musical, artística, cultural. No quiere decir que todo lo que se hace es malo, para nada. Lo que pasa es que lo malo prima —y digo malo no porque sea una música que no me gusta, sino porque yo creo que los valores culturales y humanos que promueve esa música son negativos, y no están ayudando a este pueblo a progresar mental y culturalmente.

“Dentro de esa crisis, la música clásica y la contemporánea están teniendo, para mí, el mayor golpe. Y no es porque yo venga de ese mundo; sé que las músicas alternativas siguen siendo alternativas por una razón. Hacer música clásica y música contemporánea en este país es un desafío y tienes que hacerlo con mucho amor porque si quieres hacerte rico o quieres vivir de eso no vas a poder, para nada. Es muy duro.

“Te voy a decir por qué es muy duro: la mayoría de los rockeros y los raperos no han estudiado eso, y los que han estudiado, no han estudiado desde los seis años. Los músicos clásicos en cambio están estudiando desde esa edad. Desde que tú eres niño estás convirtiéndote en quien vas a ser algún día. Esos dilemas que tienen los universitarios de “Ay, no sé qué voy a hacer con mi vida, yo cogí esta carrera, pero no sé qué…” No, no, no. Si tú eres músico te puedes ir, puede que no te guste y te quieras ir. Pero si tú empezaste a los seis y tienes 29 eso significa que llevas 22, 23 años haciendo algo como tu vida. Por eso te digo la música no es mi profesión ni mi vocación, es mi vida.

“Entonces, cuando tú te gradúas del ISA o de Amadeo [Roldán], que ya eres un profesional, que has estudiado esa música y que quieres hacerla porque te encanta, porque es lo que amas, sales al mundo y te encuentras con la grave realidad de que no hay espacios, no hay mercado, no hay público, no hay dinero. Esto pasa en el mundo entero, no estoy ahora haciendo énfasis en Cuba; pero aquí el fenómeno se agrava más porque es una paradoja que te den ¡tanta! educación gratis, tanta preparación, y después no puedas hacer nada con eso. Estoy generalizando burdamente, lo sé, pero, ¿sabes, cuántas orquestas sinfónicas hay? La Orquesta Sinfónica en La Habana, la Orquesta Sinfónica de Holguín y la Orquesta del ISA. Espacios súper cerrados. Entonces tienes que ir a las orquestas de cámara y las orquestas de cámara también están súper formadas. Grabar un disco sigue siendo un sueño, no digamos vivir de eso.

“Entonces hay limitantes, barreras con las cuales el músico clásico tiene que salir adelante. Y todo se acentúa con la falta de cultura y gusto del pueblo, de manera general, por esa música. Entonces, si tú haces esa música y al pueblo no le interesa escucharla en la radio ni en la televisión,  te vas a ver obligado, tal vez, a hacer otras cosas. Algo que no tiene que ver contigo, pero lo tienes que hacer porque hay que comer, hay que vivir.

Pero no es algo que funcione como medio de vida.

“¡Exacto! ¿Qué tienes que hacer? Trabajar en Fábrica [de Arte Cubano], trabajar en Síntesis. Yo tengo tremenda suerte porque estoy en los mejores lugares donde alguien pudiera estar, pero hay gente que no, que no tiene esa suerte. Es duro, es duro de verdad”.

En su ensayo El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, el escritor italiano Alessandro Baricco sostiene varias críticas a la música clásica en la actualidad; a la que responsabiliza de atrincherarse en sí misma, de aceptar el papel de canon y haber perdido el rumbo. Como parte de su escena ¿qué sientes tú al respecto de semejante afirmación?

“Definitivamente coincido con ese aspecto. No es que ahora estemos hablando de la música clásica como un fenómeno de ángel pobrecito, inocente, que está sufriendo todo. No. Creo que es un problema de formación. Si a ti te dicen cuando eres niño: ′La música clásica es para dar en las salas de concierto, y se tiene que hacer así, no sé qué…′, y no te abren la mente y no te dicen que estás haciendo arte, no música… Todas las estructuras y los paradigmas que tú recibes a lo largo de tu formación te dicen lo mismo, te dicen nada más que esto pertenece aquí y se tiene que hacer así. Entonces de cierta manera creces pensando que eso es así. Yo me di cuenta a través del Ensemble que, si haces que la gente vea lo que no sabe que existe, a la gente le va a entrar curiosidad, aunque no le guste. Ese es el objetivo. Yo he tocado en la calle con el Ensemble y la gente se para a verlo. Puede pensar lo que sea, pero se para a verlo porque esa gente nunca ha visto una cosa así.

“La gente es súper curiosa. El cubano ve algo nuevo y se interesa. El problema es que al cubano lo tienen viciado con las mismas cosas. Le están quitando a la gente la curiosidad, le están quitando las ganas de ver si hay algo distinto o mejor, que tal vez te va a gustar o no. A eso me refiero cuando hablo de crisis cultural. No es el reguetón. El reguetón tiene que existir. Es un problema de la mentalidad de sociedad. Los objetivos de las personas no incluyen esa curiosidad.

“¿Qué está ayudando? Fábrica de Arte está ayudando, definitivamente. Porque Fábrica tiene lo mejor del arte contemporáneo cubano. Sea música clásica, sea pintura, sea lo que sea. Cuando tú vas a Fábrica de Arte y te vas a tomar un trago, pasas a la nave 3 y no sabes qué hay ahí, ves un cuarteto de cuerdas y dices: ‘¡Wow!, yo puedo tomarme un mojito y ver un cuarteto de cuerdas’. Y el cuarteto de cuerdas dice: ‘¡Ño! Yo puedo tocar en una cafetería’. Fíjate que es un doble proceso. Entonces, definitivamente los músicos clásicos se atrincheran. O no se atrincheran, sino que ese mundo de ellos lo dejan por incorregible.

Hablemos de tu música. Yo no tenía fichado el disco Voces del subconsciente, lo escuché cuando salió en las nominaciones del Cubadisco 2018 y volví a él porque fue mencionado en par de ocasiones en la encuesta que hicimos en la revista para sacar los mejores discos cubanos del 2018. ¿Cómo fue el proceso de construcción de ese disco? ¿Te sientes satisfecho con el resultado?

“Yo estoy súper realizado, no satisfecho. O sea, yo quiero hacer un millón como ese . Pero definitivamente el poder escuchar tu música grabada por la mejor orquesta sinfónica de este país te llega. Yo gané la beca de Creación Musical Conmutaciones que otorga la AHS, en el 2014. Me pasé un año y medio haciendo el proyecto. En mayo del 2016 hice un concierto, Sueños, en Bellas Artes con la música de cámara que había presentado. En ese momento me llama Carmen Souto y me dice: ‘Mira, Colibrí está interesado en grabar esto’. De acuerdo a los parámetros de la beca, también se puede grabar otra música tuya, música sinfónica. Cuando yo vi eso ‘¡¿Espérate, Sinfónica?!’, me puse para la cosa y terminé Perla y ¿Cómo ensamblar un Volkswagen? Entonces, dije ‘Vamos a hacer que el disco tenga todo mi viaje, desde el piano, la flauta y el cello —que son los otros dos instrumentos que amo—, hasta la música sinfónica, de cámara, y el Ensemble, que es una cosa muy importante. Ahora, desde mi perspectiva me hubiese gustado grabar Voces del Subconsciente de otra manera.

A mí me gusta el tema, me gusta mucho. No estoy en plan: “Sé grabó como se pudo en vivo, durante el concierto”, pero fue complicado. Y ahora sé que quedaría muchísimo mejor porque eso fue con una versión del Ensemble en el 2016 y estamos en el 2019. Ahora mi Ensemble de verdad es “El” Ensemble. Yo no quiero a más nadie en mi Ensemble, porque sé que los que estamos vamos a crear las cosas colectivamente. Pero bueno, el Ensemble era en ese momento importante y dije ‘no hay nada que se llame Voces del subconsciente —que era el nombre del disco— por qué no le ponemos a esta pieza’, y así la creamos colectivamente. Te digo, grabarlo fue todo un reto. Yo creo que me convertí parcialmente en hipertenso gracias al proceso de producción de ese disco. No fue nada fácil tocar y producir, y no fue nada fácil andar en un camión aguantando un vibráfono y una marímbula parados, por toda la Habana Vieja. Por suerte un año después salió el master, y al año siguiente el disco quedó terminado por Colibrí. Ahora tengo la suerte de tener un ejemplar, porque aparentemente estoy en una cola muy larga…

Sí, los caminos del disco impreso en Cuba son muy complicados…

“Pero bueno, lo tengo ahí en SoundCloud, en Facebook. Lo quiero poner en YouTube también, a mí no me interesa cobrar derecho de autor con esto. Claro que hay que cobrar y ganar dinero, pero hay cosas que uno hace de corazón y lo que quiero es que la gente lo escuche. Hasta ahora lo más grande que he hecho yo, lo que hace que la gente diga “Pepe, compositor de música de concierto”, es ese disco. Pero sigo queriendo hacer otras cosas: tengo dos piezas sinfónicas en las que estoy trabajando ahora porque no hay tiempo, y cuando hay tiempo no hay inspiración. Por suerte tengo el apoyo de Pepito Méndez, de la Orquesta [Sinfónica del ISA], por supuesto, Daiana García y la Orquesta de Cámara de La Habana, de la Camerata Romeu. Aquí todos los ensembles están ansiosos por tener música de jóvenes. Eso es muy importante. El problema es que la tocan frente a las mismas personas siempre”.

Entre los tantos proyectos que bullen en la cabeza de Gavilondo, la grabación de un disco con el Ensemble Interactivo de La Habana es su sueño más acariciado. “Ahora mismo estamos contentos porque nos dieron una beca de la AHS, El reino de este mundo, a un proyecto que se llama Caracol nocturno, que es con poesía de Lezama, y vamos a grabarlo. Son tres momentos, como tres movimientos, con fragmentos de poemas antológicos de Lezama. Ayer fui con el productor y el ingeniero de sonido a la casa de Lezama porque lo vamos a grabar ahí [el material fue grabado y se encuentra en los momentos finales de la edición].

¿Lo van a grabar ahí?

“Sí, en la casa de Lezama a principios de marzo”.

¡Suerte con el acondicionamiento allí! Debe ser todo un reto, pero a veces uno siente que tiene el feeling y da igual.

“Lo queremos hacer ahí. Primero, porque no se ha hecho eso antes. Aquí Lezama es para los que leen Lezama y para más nadie. Yo conocí a Lezama gracias a esto. Sí, sabía quién era Lezama, y Paradiso, y no sé qué. Pero yo amo a Lezama ahora porque gracias a su poesía, a su palabra, se pudo hacer esto. Estoy súper contento de que lo vamos a lograr.

“Pero como ese video a mí me encantaría hacer un millón. Nosotros mismos los hacemos porque si nos ponemos a esperar que aparezcan tres mil CUC, que es lo que pide todo el mundo para hacerte un video michi-michi aquí, o que aparezca una institución o alguien, es por gusto. Vuelvo y repito, si tienes los medios, la disponibilidad,  el tiempo y el talento y no haces las cosas, es culpa tuya, no es culpa de alguien más.

“Es verdad que ahora mismo en esta entrevista me he quejado; uno se queja, pero tiene que hacer. Creo que quejarse es bueno si de verdad haces algo al respecto y nosotros hacemos algo al respecto: hacemos videos… con tremendo trabajo y sin las mejores condiciones, para que estén ahí, para que esas cosas se graben, para alguien dentro de 150 años diga ‘Cojones, esto se hacía. ¡Mira a esta gente!’. No es por sentirse bien uno mismo, sino porque creo que le hace falta al país, como le hacen falta otros proyectos de música y de arte. Primero, que no sean tan pretenciosos—tú decías eso de la música atrincherada. Creo que hay un tipo de arte que dice ‘Yo soy así y al que no le guste que se joda’. Creo que uno tiene también que adaptarse un poco. La música experimental que se hace en Europa no se puede hacer igual aquí porque eso funciona en Europa donde la gente tiene otra realidad, otras mentalidades, otro clima. Yo creo que se tiene que hacer de aquí, que sea de aquí. Algo que nosotros hemos intentado hacer, en el Ensemble sobre todo. Poco a poco ahí lo vamos logrando, poco a poco”.

En el 2018 fuiste seleccionado para participar en la edición de ese año del proyecto OneBeat. ¿Cómo fue la experiencia? Me imagino que debe haber sido muy motivador que la temática de ese año era la grabación del disco que se lanzó al espacio con el Voyage en el 1977.

“Yo había aplicado en el año 2013 y 2014, pero no me habían aceptado —¡por suerte! Cuando yo recibí esa carta del Departamento de Estado de Estados Unidos diciéndome ‘Felicidades’ yo no podía creerlo.

“Para que te hagas una idea, yo mañana me voy a tatuar el logo de OneBeat [se lo tatuó, efectivamente, en su brazo izquierdo]. Mi experiencia con OneBeat trascendió la música; fue totalmente inspiradora en todos los sentidos: creativo, interpretativo, cultural. Pero la experiencia fue ante todo humana. Yo compartí mi vida de verdad —cosa que yo nunca había hecho— con otros 23 seres humanos de todo el planeta. Porque aquí uno no puede hacerlo porque viene un extranjero y ya. Pero que tú duermas al lado de una persona de Ucrania, de Mongolia, de Indonesia; que compartas sus realidades. Te das cuenta de que verdaderamente todos somos iguales.

“Musicalmente me sentí todo el tiempo inadaptado, porque ahí todo el mundo era un genio. Al principio no sabía cuál era mi lugar, luego me di cuenta que mi lugar era escuchando lo que tocaban y decían esas personas. Conocí la cultura musical de todos esos países, la manera de hacer música, la manera de pensar la música. Hubo muchos encontronazos culturales porque mi manera de ver el ritmo y el tempo no es la misma manera de ver el ritmo y el tempo de una persona que viene de Malasia, por ejemplo. Pero allí se hizo, se compuso poco a poco, música colectivamente.

“Nosotros nos sentábamos todos los días a cenar y almorzar en las mesas, y conversábamos. ¿Cómo una persona de Egipto, una de Hungría, una de Brasil, una de Cuba y una de Indonesia se ríen del mismo chiste cubano? ¿O del mismo chiste egipcio? O dicen ‘Ah, ¿pero tú comes esto también?’ Un día la de Ucrania dijo que iba a preparar un platillo tradicional. ¿Sabes lo que era? ¡Ensalada fría! La versión de ellos de ensalada fría: pasta suave, con mayonesa, cebolla, manzana y jamón. Yo decía ‘¡No lo puedo creer! ¿Ustedes comen esto?’ Yo le enseñaba fotos de La Habana y ella decía ‘Es idéntico a Kiev’. Y ella me enseñaba fotos de allá y yo le decía ‘Eso se parece a Alamar’. ¡Y así los dos, asere! ¡Es de pinga, de pinga! Cuando tienes la oportunidad de ver que en el mundo todos somos parte de una misma cosa.

“Creo que regresé mejor músico colectivo, porque me volví humilde frente a todas esas personas, a pesar de mi ego, a pesar de que decía ‘esto no es así, esto tiene que ser de otra manera’, porque hablaba desde mi realidad. Volví un poco más humilde, y volví con 22 hermanos y hermanas que ahora mismo extraño muchísimo. Esas personas se desnudaron completamente —¡hasta literalmente!—; desnudamos nuestras almas, nuestras músicas, nuestras vidas. Es una experiencia que voy a guardar en mi corazón toda la vida.

“Aquí en Cuba hacen falta más cosas así. Hace falta que venga un tipo que hace changüí y se junte con un tipo que hace rap, se junte con un tipo que hace clásico, se junte con jazzistas y haga música. Y eso mismo con bailarines, con gente de teatro, poetas, con personas de la calle, porque ahí la música se le tocó a gente común de la calle, se hicieron talleres en escuelas secundarias, donde los niños tienen sus realidades y va un músico de Malasia, otro de Ucrania y otro de Mongolia a hacerles música, a mostrarles lo hermoso de este mundo. Porque lo hermoso de este mundo es lo distinto que es todo, pero lo distinto igual.

foto de avatar Rafa G. Escalona Padre de una revista de música. Procrastinador profesional. Su meta es ser DJ de una emisora en la madrugada. Príncipe del aleatorio. Más publicaciones

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