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Trío Matamoros, el son por Colombia¹

La primera gira internacional del Trío Matamoros (Miguel Matamoros, Rafael Cueto y Siro Rodríguez) los llevó a tierras mexicanas donde, con el paso de los años, dejaron una influencia rastreable, sobre todo en la península de Yucatán, que los recibió para repetir el éxito cubano. Ya iban camino de ser leyenda.

La base de los triunfos del trío, fundado el 8 de mayo de 1925, era sencilla: a una excelente interpretación artística unían la picaresca de la temática y la simplicidad de las letras que podían llegar a públicos masivos. Hay que agregar el hecho de que contaron con el respaldo en la difusión de la poderosísima casa disquera RCA Víctor, que halló en los santiagueros una mina de oro, y les dio la bienvenida como primeras estrellas del tercer mundo afrocaribeño.

Sin haber llegado a los dos años de existencia, el Trío Matamoros ya era famoso en todo el Caribe. Sus primeras grabaciones, realizadas en Camden, Nueva Jersey, entre el 28 y el 31 de mayo de 1928, aparecían entre las más vendidas, y sus presentaciones agotaban localidades desde el anuncio.

Pero no dejaban de ser los santiagueros que renunciaron a la conducción de vehículos, el herraje de cabalgaduras y la anotación ordenada de memoriales. Volvieron a los estudios de grabación por segunda vez a finales de 1928 y a mediados de 1929, en Cuba. En 1930 estuvieron de vuelta en Nueva York donde, además de grabar, intervinieron en la película Mosaicos internacionales, en la que interpretaron Promise and Mom, they are from the hill.

Su popularidad en el Caribe los llevó a República Dominicana en agosto de 1930 donde, a los pocos días de iniciar sus presentaciones, soportaron el huracán San Zenón, que los obligó a interrumpir las actuaciones. Las dificultades de comunicación con Cuba hicieron que muchos creyeran que Miguel, Cueto y Siro habían perecido al lado de miles de dominicanos que fueron víctimas de la naturaleza. Matamoros, a su regreso a la Isla y para responder a los pronósticos de los hechiceros locales, compuso el bolero son The Trio and the Cyclone.

 

Espiritistas inciertos

que muchos hay por allá,

porfiaban con terquedad

que los del trío habían muerto.

Every time I remember the cyclone

my heart is sick.

The story ends here

de tan tremendo ciclón.

Los muertos van a la gloria

and the living to dance the son.

 

Tras el huracán viajaron a Haití y, sin la documentación necesaria, intentaron llegar a Venezuela, en cuyas costas y a bordo de un barco debieron esperar algo más de un mes. Emisoras, teatros, cines, clubes nocturnos y fiestas privadas se sucedieron durante aquellos años, una vez que regresaron a Cuba. De ahí fueron a Puerto Rico donde tenían asegurado el éxito.

En septiembre de 1932, a bordo del vapor Reina del Pacífico iniciaron el viaje a Europa. Teatros de Barcelona, Santander, Galicia y La Coruña, entre otros, los recibieron en sus escenarios, así como los más renombrados teatros de la capital republicana de la época. De España siguieron a la capital francesa, París, donde se presentaron durante dos meses. La siguiente escala fue la Lisboa de las nostalgias hondas de Pessoa y, nuevamente, el norte de España que los vio actuar por última vez en Santiago de Compostela. Los juglares se trajeron cuantos aplausos, francos y pesetas estuvieron a su alcance.

El chofer, el herrero y el escribano se convirtieron en ídolos de mestizos, indios, negros y blancos que amanecían al milagro de la radio en nuestra América Latina. A sólo tres años de su primera grabación ya eran reconocidos en el mundo afrocaribeño, en las zonas andinas y se habían dado el lujo de ir con su música a la Europa de la entreguerra.

Luego de la exitosa gira europea, el Trío Matamoros regresó a Cuba, en cuyas principales ciudades se presentaban en forma permanente, con igual éxito y acogida hasta que, a finales de 1933, volvieron a abordar un transporte marítimo que los trajo a Centro y Sudamérica.

En forma muy curiosa centraron su visita a Panamá y Venezuela, en localidades de población mayoritariamente negra. Colón, en el istmo, y Puerto Cabello, en Venezuela, fueron las ciudades de mayor atracción.

De Puerto Cabello a Caracas sólo los separaron algunos poblados. En la capital bolivariana actuaron en el Teatro Ayacucho, y en el teatro Victoria en el pueblo del mismo nombre; recorrieron Valencia y Barquisimeto, entre otras. Luego pasaron por las islas de Aruba y Curazao. De nuevo en Venezuela se presentaron en Maracaibo, Lagunillas, Cabimas y San Cristóbal y de allí pasaron la frontera con Colombia durante los últimos días de 1933. En la fronteriza ciudad de Cúcuta el Trío Matamoros se presentó en el teatro Guzmán Berti.

Desde Cúcuta y en una ruta que comprendió a Pamplona, Málaga y una estadía en la fría Tunja, los integrantes del Trío Matamoros fueron recorriendo lo que había de poblado en Colombia.

Mientras recorrían la meseta cundiboyacense, los periódicos de Bogotá anunciaban la presencia del sensacional Trío Matamoros en el teatro Faenza², en un programa doble que incluía la presentación de la comedia de los estudios 20th Century Fox, Marido y mujer. Las presentaciones en la capital tuvieron un éxito notabilísimo. El debut fue el 5 de enero de ese año y, pocos días después, en compañía de Carlos Julio Ramírez, Jorge Añez y la Orquesta Suramericana, hicieron una noche especial en una variedad de intercambio musical colombo-cubano.

Invitados por el cantante nacional, los tres cubanos que, a esas alturas del viaje, ya tenían el diploma de jinetes de mula, conocieron la catedral de sal en Zipaquirá, el Salto de Tequendama y, entre la bohemia capitalina, sus libreros y sus escritores, sus letrados y sus familias de rancio abolengo, descubrieron las obras de José María Vargas Vila, el panfletario mayor. Cueto, entrevistado muchos años después por el investigador César Pagano, diría que sus primeras y fundamentales lecciones de materialismo las aprendió, antes que con Carlos Marx, con los textos de Vargas Vila.

Algo de los principales ritmos andinos colombianos conocieron y ese 1934, en New York, llevaron a los estudios el bambuco El trapiche, con música de Emilio Murillo Chapul y letra de Ismael Enrique Arciniegas, una canción que recordaba a los paisas los buenos viejos tiempos de una Antioquia que jamás existió:

Bajando de la montaña

se oye de tarde un cantar

Bajando de la montaña

se oye de tarde un cantar.

Boquita dulce de caña,

¿quién te pudiera besar?

Boquita dulce de caña,

¿quién te pudiera besar?

¿Quién te pudiera besar?

El trapiche está moliendo,

el humo se ve subir,

las penas que estoy sintiendo,

quién las pudiera decir?

(Murillo & Arciniegas, 1928)

 

Y si bien Colombia empezaba a vivir tiempos difíciles, eran más duros los que vivía Cuba en pleno auge de la tiranía machadista que fue, dicen los historiadores, una de los peores de todos los tiempos. Esa era la explicación más razonable para entender por qué estos músicos extraordinarios llegaron, sin prisa y a lomo de mula, a Colombia.

Al final de su temporada en Bogotá, el 16 de enero de 1934, los tres santiagueros tomaron el camino que de la capital conduce a la localidad de Girardot. Pasaron a Ibagué, siguieron a Armenia, estuvieron luego en Cali, Tuluá los recibió e incluso llegaron a Buga y Palmira.

Siguiendo el camino de las arrierías llegaron a Pereira, subieron a la católica Manizales y de allí, buscando la cuenca del río Cauca, bajaron a La Pintada, en ese entonces jurisdicción de Valparaíso. Escasa, por no decir nula, es la memoria que guardaron esas localidades alrededor de la presencia en sus teatros de los ídolos de la época.

“La cultura de un pueblo se mide por el número de sus lectores”, decía cotidianamente a su público El Colombiano todavía principal matutino de la segunda ciudad colombiana cuando Medellín tenía más potreros y pasto para el ganado que problemas y sólo tres días antes de la llegada del Trío Matamoros.

A partir del jueves 22 de febrero y durante cinco días consecutivos se presentarían los embajadores de la música cubana, los intérpretes del alma tropical, tres voces y tres guitarras, el Trío Matamoros, en el Circo España. A su llegada, la víspera de su presentación y para anunciar su presencia en la ciudad, publicaron el siguiente mensaje:

“Saludo de los embajadores de la música cubana a Colombia. Peregrinos del divino arte autóctono, quisiéramos tener el continuo acento del Tequendama para saludar a Colombia, cuyo ritmo inspirador de su música es el más original de América. A Colombia, cuya democracia es orgullo de las naciones civilizadas, a la cuna de la gloria del libertador Bolívar; a la tierra de Santander, el organizador de las victorias; a la patria de Ricaurte, el que supo inmolarse ante el altar de la fraternidad, a la nación de Córdoba, libertador y vengador a paso de vencedores y de Mosquera, cuyo esfuerzo e iniciativa por la libertad de Cuba están grabados en los corazones de sus hijos. Trío Matamoros"

Como se ve, bastante común el lugar que quisieron ocupar los cubanos, ya molidos de miles de kilómetros que, aún  hoy, siguen siendo demasiados en las  precarias vías para el alma y el cuerpo de cualquier viajero.

El jueves 22 de febrero el trío hizo su debut en Medellín. El escenario fue el desaparecido Circo Teatro España, un local que había sido inaugurado en junio de 1927 como plaza de toros pero que se dedicaba especialmente a la proyección de largometrajes. Estaba ubicado sobre la actual calle de Maracaibo, crucero con Girardot, en las inmediaciones de lo que se conoce como el Parque del Periodista.

Apenas 17 meses después del tránsito del Trío Matamoros, el Circo España se convirtió otra vez en uno de los escenarios más importantes de la música latina. Venía el cantante de tangos mejor acicalado de la historia: Carlos Gardel, quien se presentó tres veces ante el público enfervorizado los días 11, 12 y 13 de junio de 1935. La historia, no por sabida se calla, terminó con la muerte de El Zorzal Criollo en la pista del aeródromo de Las Playas, hoy aeropuerto Olaya Herrera, en un accidente aéreo en tierra, mil veces contado pero jamás aclarado.

Sirve, sin embargo, para ilustrar el hecho de que Medellín en 1935 no tenía siquiera comunicación carreteable con la capital de la República pero sí contaba con un terminal aéreo que apenas podía ser usado por una élite, industrial y próspera, y por las estrellas que ese mundo podía traer a la ciudad, uno de los cuales fue El Morocho de Abasto.

El Circo España es hoy un recuerdo lejano, visible apenas en unos cuantos archivos fotográficos o en las reseñas escritas que sobreviven al tiempo. La noche de la presentación de los cubanos estuvo seguida de una breve temporada en la que alternaban sus canciones con la proyección de los filmes estadounidenses y cuyos asientos tenían dos categorías, los más caros, donde los  espectadores podían ver y leer al derecho las cintas, y los más baratos, donde el filme se veía y se leía al revés. El esfuerzo de los últimos no debía ser mayor por cuanto los índices de analfabetismo eran tan altos que la función, más que entenderse, se intuía.

De Medellín, como cualquier viajero de la época, salieron en tren, con presentaciones en pequeños poblados de la vía férrea, entre ellos Cisneros, hacia Puerto Berrío por donde siguieron, al lomo del río Grande de la Magdalena, hacia Barrancabermeja, Cartagena y Barranquilla. En la costa caribe colombiana el trío se sintió como en casa.

Ya octogenario, Cueto recordaba las asistencias masivas al teatro Variedades, de Cartagena (hoy teatro Cartagena, en el Paseo de los Mártires) donde se presentaron, y una visita fugaz al entonces recién inaugurado acueducto local, para la época uno de los más modernos de América Latina.

Desde 1929 los registros de importaciones de discos 78 r.p.m. en Barranquilla indican que Mom, they are from the hill and He who sows his corn ya sonaban en los gramófonos. En Medellín y en esa década, Félix de Bedout y David Arango, representantes de las compañías RCA Víctor y Columbia, respectivamente, abrieron sus almacenes para vender gramófonos, vitrolas y discos de música norteamericana fox trots, ragtimes and one steps, mexicana, española, argentina, cubana y colombiana de Carlos Vieco, Camacho y Cano, la Lira Antioqueña, Gonzalo Vidal y muchos otros. Al almacén de los Bedout llegaron los primeros discos del Trío Matamoros.

Por eso cuando los soneros cubanos debutaron en Barranquilla, el 15 de marzo, en el Teatro Colombia, alternando con la película Genio loco (1931), con John Barrymore (uno de los primeros filmes sonoros en llegar al país), el público coreaba sus canciones. 

Recordaba el periodista y presentador Marco T. Barros Ariza que durante las actuaciones del Trío Matamoros pidió silencio al público, para que se pudieran escuchar las guitarras, ya que la amplificación era muy rudimentaria. Además, contó que en la presentación del domingo 18 de marzo ocurrió un conato de incendio en el teatro que ocasionó un pánico colectivo y  terminó con un menor fallecido y treinta personas heridas.

El 26 de marzo, luego de dos semanas y unas 12 presentaciones, hicieron su último show en Colombia en La Voz de Barranquilla, y el día 28, Miguel y Siro, a bordo de un barco, abandonaron estos solares. Rafael Cueto permaneció unos días más de visita en casa de unos familiares suyos, viajeros también por estas tierras.

Nunca más volvieron, pero de Colombia el grupo se llevó la literatura del panfletario José María Vargas Vila y un compendio de canciones del folclor nacional que, en pocos años, sería parte integrante de su cancionero. Lo más importante es que nos dieron a conocer a los colombianos de dónde son los cantantes con sus trovas fascinantes y muy galantes…

 

¹ Por Sergio Santana A. y Octavio Gómez V. (tomado del libro “Medellín tiene su salsa” Colección Bicentenario de Antioquia – Fondo Editorial EIA, 2014)

²  El Faenza, localizado en el barrio Las Nieves, es el teatro de proyección de películas más antiguo de la capital, fundado en abril de 1924. En el teatro igualmente se presentaban óperas, operetas y diferentes agrupaciones musicales. Declarado monumento Nacional en 1975, aun así terminó en un cinema con películas de baja categoría y pornográficas. En años recientes fue adquirida por la Universidad Central y restaurada con todo su art nouveau.

³  El Colombiano, 1934

 

Libros consultados

– Díaz Ayala, Cristóbal. Enciclopedia Discográfica de la Música Cubana 1925 – 1960. Disponible en el sitio web: http://gislab.fiu.edu/smc/bibliografia.html.

– Hernández, Zenovio. Miguel Matamoros, un desafío al tiempo. Roque Libros. Las Vegas, USA. 2022.

– Rodríguez, Ezequiel. Trío Matamoros. Treinta y cinco años de música popular cubana. Editorial Arte y Cultura. La Habana. 1985.

– Archivos del periódico El Colombiano

Sergio Santana Archbold Civil engineer and music researcher born in San Andrés-Isla and resident in Medellín. Author of the books What is salsa? Looking for the melody (1992), Yo Rubén Blades, confessions of a neighborhood rapporteur (1997), Héctor Lavoe, the voice of the neighborhood (2003, 2018) and The unforgettable Tito Rodríguez (2003, 2015), among others. He is also the author of the books Medellín has his salsa (2015) in co-authorship with Octavio Gómez, and de Mi salsa has sandunga (2014). Co-author and coordinator of the books Lucho Bermúdez, cumbias, porros y Viajes (2012) and Benny Moré sin frontiers (2013). Producer of Santo Bassilón Editions. More posts

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