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Articles Foto: Junior Hernández Castro. Foto: Junior Hernández Castro.

Metal cubano: la escena que se nos va

La cancelación del concierto de metal que debió ocurrir el sábado 21 de enero en el Maxim Rock y la repetida inactividad de la sala en los últimos meses son señales preocupantes del descalabro de ese espacio como insignia del género en Cuba y de una crisis en la escena que no se limita a la capital.

Fundada en 2007, la Agencia Cubana de Rock representó un oasis para los geeks de la época, que, tras el cierre abrupto del Patio de María (2003), parecían haber hallado su lugar en el antiguo cine de Bruzón y Ayestarán. Pero a 15 años de aquel hecho, el alcance  limitado a La Habana, la falta de autonomía, la escasa o nula rentabilidad económica, los problemas tecnológicos y de abastecimiento, un catálogo desactualizado, la promoción insuficiente y el burocratismo, han contribuido a una pérdida de convocatoria y de legitimidad, acentuando la brecha cada vez más palpable entre audiencias e instituciones culturales oficiales.

Resulta interesante, sin embargo, el hecho de que en los peores momentos de la crisis económica y el flujo migratorio, la producción de rock y metal cubano esté experimentando un renacimiento en términos cuantitativos. También, que ese despertar ocurra ante la indiferencia de empresas y entidades afines, en unos casos, y un rechazo más o menos explícito, en otros; quizás como muestra de que esta música no nació para estar atada a corsés institucionales o acatar normas ajenas a su esencia. 

Foto: Junior Hernández Castro.

Foto: Junior Hernández Castro.

La nueva camada de bandas —entre las que podríamos mencionar a Orphan Autopsy, Engorgement, Hrafsnmerki, Purulent Fluid, Lugus y Black Bullet— y algunas otras veteranas, han encontrado mayor cobijo en espacios independientes o autogestionados, con menor capacidad (Jazz Café en Miramar o Bar Doble A, por ejemplo); y, si bien algunas de ellas continúan presentándose en el Maxim Rock, las señales de esa plaza no son nada positivas. Una de las razones, quizás, por las que esto sucede es debido al número reducido de bandas profesionales en la Agencia y el propio mecanismo que tiene establecido el Ministerio de Cultura (Mincult) para que una banda alcance ese estatus. Ahora mismo, con el fin de la carrera de Switch y TrendKill, la salida del país de Tendencia*, Treatment Choice y Kamankola, las reformas en Saloma y Combat Noise, y la concentración de Congregation y From the Abyss en sus respectivas peñas, casi nadie puede (o quiere) tocar.

Al ser las bandas profesionales las únicas autorizadas a encabezar un cartel y cobrar por ello, y al verse reducida la oferta a un puñado de grupos —no siempre con una propuesta o estética atractiva— el sentido común indica que estos no deberían presentarse con tanta regularidad, pues generaría una espiral reiterativa, que acentuaría la (ya mermada) afluencia de público interesado. 

Lo opuesto, sin embargo, parece suceder con la música electrónica, el rap o los eventos que fusionan el metal moderno con la cultura otaku, estos últimos, encabezados por Darkness Fall: son rentables a la institución y seguidos por muchos jóvenes, aunque generan rechazo entre los frikis más ortodoxos, para quienes dichos actos desvirtúan la esencia del espacio.

Algo similar ocurrió durante 2022 en el centro cultural Submarino Amarillo, cuando varios asistentes exigieron la cancelación de actividades ajenas al rock. Más atrás en el tiempo, específicamente en 2013, los músicos de la propia Agencia mantuvieron una confrontación con la entonces directora, Blanca Recodé, por el uso del espacio para otros géneros musicales en detrimento de las bandas metaleras. En ambos episodios, la defensa de artistas y público prevaleció, pero a largo plazo, si se trata de locales que deben facturar y no siempre lo hacen con su público meta, que busquen otras vías no creo que resulte ilegítimo, pues las luces, el sonido, los insumos y demás gastos, no se pagan solos. Y, aunque duela reconocerlo, son esos eventos los que muchas veces mantienen más o menos con vida las noches dedicadas al metal.

Una posible salida para la Agencia, en aras de mejorar su imagen pública y ganar diversidad, podría ser la incorporación al catálogo de algunos grupos aficionados; pero entre requisitos de tiempo en activo, presupuestos exiguos, autorizos del Mincult, audiciones que pueden tardar, papeles que van y vienen, inestabilidad en los miembros de las bandas y retrasos en el pago, la situación se complica y el interés disminuye.

Mientras tanto, el decrecimiento del público parece ser tendencia en la capital, a la vez que buena parte de las provincias viven entre espacios cada vez más escasos y eventos que se cancelan por recortes de presupuesto o desinterés. No solo se ausentan quienes han emigrado de Cuba o han dejado de consumir esa música, sino aquellos que se mantienen al margen por apatía, prejuicios, desconocimiento, problemas de economía y transporte, o porque, en términos de estética y calidad, lo que aquí se produce no siempre resulta atractivo o comparable con los referentes internacionales.

Foto: Junior Hernández Castro.

Foto: Junior Hernández Castro.

Hace unos días, un amigo músico me decía con tristeza que la escena cubana “no muere, se va”. Otro, un librero que sí vive en Cuba, comentaba que si bien algunos se van, muchos siguen aquí, y los vacíos que unos grupos dejan serán ocupados por otros. Ambos tienen su punto.

No será esta la primera ocasión en que el metal cubano sufra los estragos de la crisis económica o la migración (de hecho, los ha enfrentado casi de forma permanente). Pero esta vez, quizás como nunca antes, predomina el pesimismo. Si los embates de los 90 demostraron la fortaleza del género y el apoyo incondicional de un público en actitud militante, el escenario actual muestra una nueva oleada de bandas que intenta subsistir en un país con carencias y un mundo donde el rock y el metal han perdido terreno.

A la misma vez, tengo la impresión de que cada vez son más los jóvenes que asumen al género como producto cultural, pero no asimilan la ideología o la forma de vida de la misma manera que los frikis de hace dos décadas. Para ellos, los que vivieron el despertar del metal en Cuba, ser metalero se trataba más de una cuestión de actitud que de talento: hacer lo que se pudiera con lo que se tuviera, así sonara crudo. Pero esa postura, lógica en un contexto de precariedad y en momentos en que sonar “sucio” y “underground” eran casi sinónimos, no parece atraer del todo a las nuevas generaciones. El mundo ha cambiado, las bandas han cambiado con él y los intereses de hace 30 años no coinciden necesariamente con los de hoy.

El rock cubano en general y el metal, en particular, han demostrado su resiliencia durante décadas, y creo que aún en la zozobra, siempre habrá alguien dispuesto a crear un grupo y otros tantos dispuestos a apoyarlo. Desearía, sin embargo, que resistir al extremo deje de ser la regla y podamos crear un futuro de aspiraciones, y no de desesperanzas. Porque incluso cuando la mayor parte de cultores del género ni siquiera aspiran a vivir de sus creaciones, el amor por el arte o la voluntad de hacer no siempre alcanzan, cuando abundan la escasez, los tragos amargos y las mentes cerradas.

Que quien quiera tocar, pueda; que quien quiera cobrar, lo haga; que quien quiera hacer un sello, emprenda; que quien quiera asociarse, también. Que si hay empresas, aporten. Que si hay agencias, tengan autonomía. Que no haya que esperar por todo y los prejuicios no frenen los cambios. Ojalá, en el futuro cercano, las trabas sean menos y las puertas sean más; que el público apoye, las bandas mejoren y nos abramos al mundo; que el trabajo sea conjunto y exista oportunidad. A ver si la escena que hoy se va, se nos queda, o al menos, se nos vaya menos…


* Aunque Tendencia pertenecía oficialmente a la Empresa Miguelito Cuní, de Pinar del Río, se presentaba con regularidad en el Maxim Rock.

Junior Hernández Castro Junior Hernández Castro Friki y periodista. Lector y dormilón. Ama el sonido de las teclas, pero le pesa escribir por encargo. More posts

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  1. Leuvys López says:

    Excelente artículo,…. ojalá la mentalidad oficial de los q toman mediciones cambié algún día, y con algo más q suerte nos digan «es interés de la radio cubana promover el rock y el metal nacional», por poner solo un ejemplo de las cosas que podrían lograr q nuestra escena cubana se quede, o al menos se nos vaya menos.

    A Todo Tren Radio (personal project)

  2. King Diamond says:

    El metal perdió su fuerza al entrar a una agencia, porque es una música que nació para ser libre y rebelde. No tengo muchas esperanzas visto lo visto

  3. King Diamond says:

    De todas maneras buen artículo, hay mucho mas que hablar pero están bien resumido los problemas

  4. El Friki Periodista says:

    Gracias, Leuvys. En lo personal, no creo que eso suceda en su máxima expresión por varios factores: en primer lugar, porque aun formando parte de la cultura cubana, el rock y el metal son manifestaciones minoritarias en comparación con otras más arraigadas a la tradición; luego, en el caso del metal, muchas veces se abordan temáticas tabú (misantropía, suicidio, violencia, sexo, gore) que no son compatibles con las concepciones de moral y buenas costumbres que los medios tradicionales defienden. Por último, creo que aunque haya una negación explícita hacia esos medios tradicionales, hay muchas bandas del circuito underground que no tienen interés en tener espacios en en medios generalistas o vinculados con el Estado o una determinada institución. Y allí justamente es donde entra a funcionar el engranaje de los medios de promoción independientes y autogestionados: los promotores, fanzines, podcasts, blogs, etc. Tú tienes tu programa de radio, pero es una excepción a la norma. ¡Imagínate el lío que se armara si un director de programa revisa las letras de Sex by Manipulation, Desgarramiento o cualquier banda de black metal! Hail Satan! Qué va, jajaja. Habría que tener varios filtros y eso desvirtuaría un poco el objetivo del show. Todo esto, sin contar los estándares de la radio: un tema con mala producción, y sabemos que no siempre es buena, es fatal. Abrazo y gracias por comentar!

  5. Senén Alonso Alum says:

    Ojalá y el problema fuera referido, solamente, a la relación entre música e institucionalidad. El asunto es más gordo y es el que todo el mundo conoce, el mismo de siempre: un estado arcaico, ineficiente y aldejadísimo de los estándares (económicos, laborales, tecnológicos y un largo etcétera) de la sociedad moderna.
    Muy bueno el texto, lo disfruté.

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