
Liuba María y el canto suyo
La ciudad de Querétaro, capital del estado homónimo en la República Mexicana, volvió a ser epicentro de la canción de autor en castellano con el ahora renovado Festival TrovAbierta y un programa de fin de semana que incluyó talentos locales e internacionales. Devino, además, una inmejorable ocasión para volver a acercarme a la obra en vivo de nuestra Liuba María Hevia, alguien que sostiene contra viento y marea una sólida, coherente, indispensable y, sin embargo, no siempre justipreciada carrera de más de tres décadas.
Conservo imborrable la impresión que me causó la primera vez que la escuché. Fue en el espacio televisivo A Cappella, hace muchos, muchos años. No recuerdo qué cantó, pero al siguiente día comenté con su realizador Guille Vilar, que me había parecido una especie de Judy Collins en español. Diferían tal vez en estilos, coloraturas y proyecciones, pero la cristalina pureza de su timbre me producía una sensación emotiva muy cercana. Cuando más tarde me tocó también ser parte de los medios, la programé en la radio todo lo que pude y seguí su obra, a veces no tan de cerca como me habría gustado, pero sin desviarme demasiado.
El anuncio de que andaría en Querétaro el sábado 19 de noviembre, como parte del Festival, fue el pretexto perfecto para viajar a esa ciudad, tras casi tres años en que pandemia y complicaciones me impidieron andar por sus calles. Secundada por el ubicuo e imprescindible Arnulfo J. Guerra, Liuba se mostró profesional, agradecida y segura, con la seducción desnuda de su voz y su guitarra. En su estilo siguen habitando pasiones y referencias que transitan por la trova histórica y la nueva, las tonadas campesinas y las habaneras urbanas, el tango, el bolero, y (¡no faltaba más!) la canción para niños.
En este último rubro tiene clásicos que animaron la banda sonora de la niñez de, al menos, un par de generaciones de cubanos. El hecho de que a mi hijo de 10 años se le iluminaran los ojos esa noche al escuchar Estela granito de canela fue la constatación de este hecho innegable. Liuba entronca con la mejor tradición de Teresita Fernández, en una línea de la que también bebe Rita del Prado: la combinación de piezas para infantes y adultos en sus repertorios. Al lado de las contagiosas Vinagrito, Canción del casi lo digo and The little train and the ant han colocado temas como No puede haber soledad, Canción vieja para tus manos and Si me falta tu sonrisa. Tan necesarias unas como las otras. No establecen fronteras entre ambas producciones. La misma lírica depurada y el sentir abarcador fluyen por sus melodías y versos.
En apenas una hora, y mientras el cielo se cerraba con una inusual amenaza de lluvia, Liuba regaló alrededor de una veintena de temas. Muchos los conocía de discos y conciertos; otros me sonaron a agradable novedad. Con los hilos de la Luna, Besos de café, Mi vieja Habana, El canto mío, juntaron recuerdos y sueños bajo el paraguas de un solo suspiro. Una manera de hacer, en lo poético y lo musical, que resume el sello indeleble y hermoso de una creadora que se me antoja incansable y vital.
Para quienes hemos consumido la trova cubana de manera más o menos habitual, muchas veces no resulta fácil hacer el salto a otros modos nacionales de trovar. Creo que hay diferencias sustanciales entre los estilos de los cultores en la Isla, y los de otros países, al margen del natural trasvase de influencias que puedan propiciar el tiempo, los medios de difusión, los contactos de todo tipo y la circulación de grabaciones. Eso sí: el valor de cada uno supongo que está ligado al nivel de compromiso, aceptación, conocimiento y vínculo que se tenga con ellos. Por supuesto que he hallado trovadores de diferentes nacionalidades cuyos trabajos me parecen interesantes, muy buenos; incluso medulares. Sin embargo, y con poquísimas excepciones, de algún modo siempre termino recalando en las riberas de los nuestros. Quizás sea solo una cuestión de afinidades y manías personales, pero es lo que hay.
Tras anunciar la despedida, y justo cuando su guitarra atacó el último acorde, rompió a llover. Fue como si la noche hubiera esperado hasta ese instante para abrir las compuertas de las nubes. Como si, ansiosa por escucharla, ella —al igual que nosotros— aguardara para deleitarse con Liuba y el canto suyo.