
El concierto del Sol
Estás ante el atardecer. Pasa la brisa y no la oyes. Las nubes casi no se mueven, el instante parece detenido, como el sol. Estás, y no estás…qué distracción, tantos pensamientos sonando, cambiando, y el sol como siempre, cayendo. Quizás la luna te sople la espalda. Quizás el tiempo te haya olvidado. En tu cabeza, sólidas corrientes envuelven tus sentidos; te has separado de ti, porque, sin saberlo, estás asistiendo al gran concierto del sol.
Un día como hoy, en que has sentido que debes detenerte, todos se han vestido y tomado sus lugares, como si estuvieran previamente listos. En tu desmayo ya ni piensas dónde estás, ni en qué fase está la luna. Ya estás lejos, en la altura, recorriendo el mundo que ha empezado a afinar, mientras el director, pintando una nube de rosado, ha movido un rayo hacia el mundo.
Las lombrices, tan profundas, accionan las puntas de las raíces. Vibran las ramas con ese pulsar que ha recorrido el tronco, las hojas activan al viento. ¿Qué han dicho? Las vainas de un músico de tronco blanco suenan todas a la vez, mientras en otro lugar se quema y cruje un árbol seco. Un majá se arrastra y un pájaro ha dicho a los otros pájaros: canten, se arrastra un majá. Y el músico con ese ritmo de árbol, y la flor de una güira, y los pájaros en lo alto, contestan entre el viento perdido.
Aquí y ahora, las yerbas temen quizás al fuego. Aprovecha el majá entre los hongos de la vaquería. Pero una nube se entromete, se enfrían el lugar y la música. El río… te has escondido bajo un almendro enfermo, que no canta, y ves que sobre el río se refleja otro universo. Una piedra se refleja en el agua. Ahí te quedas, sintiendo el silencio de una charca estancada. Una chicharra sola suena y desata la ola de chillidos de otras chicharras que se mueven hacia la derecha. Tu ser se recompone en el sonido suave, fluye en su vibrar, se cura. Y es tan suave todo que se deshace, mientras el momento mágico llega. Lejos, tu piel se prepara, la tierra se viene erizando desde cien kilómetros, desde la loma, el arriero pasa y las tiñosas presas en círculo. La puerta se abre con un sonido de mil ranas y cae, sutil, una llovizna de tres segundos, como un trazo que rompe el polvo sobre el río. ¿Dónde estás? Te has perdido.
Esta no es la brisa. Es una corriente que habla, como una bruja sumergida. Te arrastra por un bosque de sombras difuminadas. La bruja, con la vocal u, sube y baja el tono, sin ritmo, como un didgeridoo cambiando el timbre, apretándolo y suavizándolo, dramático o sacro, no te permite respirar. En un desespero, vuelves a salir de ti, huyendo, ya no tienes ni tu alma, has regresado. El atardecer brillante sobre las hojas blancas, vibran finas como niñas del ballet. Una garza que no te puede ver, una lagartija desde el inmenso tronco de un mango. Tan lejos de ti, no puedes recordar el huevo de luz que dejaste en la oscura corriente, menos el cuerpo atolondrado ante el sol. Ahora eres solo el universo, sin voluntad, el universo entero, un instante, un espacio.
Eres tan poco, que tiemblas con la vibración de las miles de hormigas que se mueven en ese hueco. Eres tanto, que los astros te toman de guía para fluir. Eres una kalapa que nació, corrió y murió. Un infinito aquí, eterno ahora. Eres todo el concierto: dentro de ti, un pequeño sonido se pierde con el último rayo de sol.