Magazine AM:PM
Publicidad
Desmontando la noche La Bombilla Verde. Ilustración: Mayo Bous.

La Casa de la Bombilla Verde

Ha transcurrido casi media hora desde que Gillen García debió servir un batido a una de las mesas. No es que los roles en La Casa de la Bombilla Verde estén muy delimitados que digamos, pero usualmente a estas horas Gillen García está en la cocina, velando celosamente sus tortillas de patata y sus pollos al curry. Hoy el bar está repleto y al centro, formando un círculo desigual de instrumentos, el Ensemble Interactivo de La Habana improvisa sobre una melodía creada minutos antes por sus músicos. Hoy el bartender hace las veces de camarero y Gillen se divide entre los fogones, la barra y administrar su bar. Desde el portal, mientras aspira de su Hollywood rojo, Gillen escucha.

Al centro, una chica —Charlotte, se llama y viene de Nueva York— vocaliza acostada en el suelo. Otras dos han buscado su lugar para incorporar violín y flauta a la descarga. El tema ha estado sonando por más de veinte minutos y a Gillen le preocupa un poco aquel batido. En algún momento pensó en unirse con el sonido de la batidora, pero finalmente no se decidió. El Hollywood rojo se quema casi sobre los dedos de Gillen que aspira una última vez antes de tirarlo y entra por un pasillo lateral que termina en la cocina.

Al principio, en el pequeño jardín, el nombre del lugar daba la bienvenida en letras blanquísimas. Ahora ya no. Ahora te recibe un foco muy tenue que a veces ni siquiera irradia suficiente luz. Ahora quien llega a La Casa de la Bombilla Verde lo hace de memoria, porque conoce sus noches o se las ha recomendado alguien cercano. Aunque está apenas una cuadra más arriba de la calle Línea, deben ser pocos los “yo solo pasaba por aquí y entré para ver qué es este lugar”. Y no es que la música que emana del pequeño bar —casi siempre en las noches de jueves a domingo— no tenga la capacidad de atraer a los curiosos, pero en esta parte del Vedado la calle 11 es poco transitada y la canción de autor no tiene tantos adeptos como solía. La programación habitual del espacio la conforman artistas que defienden sus temas a golpe de guitarra, poco más. Aunque de vez en cuando se armen descargas de jazz o música contemporánea. Esto ocurre, a lo sumo, tres o cuatro veces por semana. El resto de los días La Casa de la Bombilla Verde es un sitio tranquilo donde tomar una cerveza o enamorarse con un playlist de fondo.

Quiero creer que hoy será más o menos así. Que no tendré que escuchar el concierto desde el portal y que llegar a la barra para pedir una cerveza no será prácticamente imposible. Pero me equivoco. A pesar de que es martes y esta presentación se orquestó hace apenas unas horas, es Yusa, que no se presenta en Cuba hace mucho —yo no la veo hace casi diez años, tantas cosas han ocurrido desde entonces— y, para la hora que mi cervical me deje llegar, todo estará reservado. A veces sucede así: se arma un concierto o una descarga sin tiempo para postear en las redes sociales. El boca a boca hace lo suyo, y de repente Gillen García y Patricia Ballote tienen que preocuparse por atender a más público del que su licencia les permite, o deben lidiar con los vecinos y la policía por el ruido a deshora.

El pequeño “escenario” ha sido dispuesto al otro lado del bar, donde solían estar las mesas que siempre he reservado. La guitarra y el tres de Yusa descansan bajo unos pequeños focos cuya misión es realmente iluminar las obras que cuelgan de la pared. A un lado, la marímbula de Oscar Sánchez y, al otro, un cajón sobre el cual se sentarán, llegado el momento, Robertico Carcassés y Oliver Valdés.

Yusa no ha llegado, pero todxs lxs demás estamos ya aquí. Unas amigas me ofrecen una silla justo frente al micrófono y pienso en los temas que quisiera escuchar esta noche, en los temas que seguramente me harán llorar, en los que le pediré cuando llegue el momento de armar el set list entre todxs.

(Cuando pensemos que este concierto no puede sorprendernos más —porque ya Kelvis Ochoa ha cantado a dúo con Yusa y nos han roto ambos el corazón— Julito Padrón y Alejandro Delgado entrarán soplando sus trompetas desde el portal.)

El espacio es muy joven. Este verano cumplió solo tres años, pero por aquí ha desfilado una buena parte de la canción de autor que suena ahora mismo en Cuba. Incluso la que suena solo ocasionalmente, porque sus autores han estado fuera por muchos años y, cuando deciden regresar un poquito, hacen tierra en La Bombilla. Pocas noches como aquella en la que, quince años después, Levis Aliaga volvía a entonar en Cuba su Ana, por encima de un coro desigual y nostálgico que, rato después, seguía cantando bajito convenciendo al mar… Otros viajan por carretera y son igual de esperados: Roly Berrío, Leonardo García, Ariel Barreiros. La trova ha hecho de La Bombilla, qué suerte, su casa.

No han llegado a descubrirle la canción de autor a esta ciudad, aunque quizás sí a mucha gente. Cuántas peñas de trova existen en La Habana, no sabría decir, pero muchas. El mérito de La Bombilla, si fuéramos lo suficientemente cautelosos para mencionar solo uno, es haber creado un espacio íntimo y selectivo que no se limita a un género, sino que abre sus micrófonos a proyectos tan innovadores dentro de la música contemporánea cubana como el Ensemble Interactivo de La Habana (además de tríos de cuerda, spoken word, performances musicales…), y donde la programación es directamente proporcional al gusto de sus gestores. Buen gusto, está de más apuntar. Y luego podría mencionar la apertura de sus micrófonos a jovencísimas guitarras en las que Gillen y Patricia depositan algo de fe. A veces mucha. Pero también forma parte del trato que se hace con la música.

La Casa de la Bombilla Verde. Ilustración: Mayo Bous.

He pasado de mi silla a la barra, buscando una mejor postura para mi cervical. Huyendo de las canciones que Yusa deja caer en los pocos espacios vacíos frente a ella. Hace meses que Gillen no permite sentarse en el suelo, pero esta noche ha podido hacer poco al respecto. No sé si, a estas alturas, aún le preocupen los vecinos. No sé si es consciente de que esta ha sido una de las mejores noches que hemos vivido en su Casa. Recostada al palé que adorna el lateral del bar se lo dejo saber: este es el mejor concierto que has programado, y nos reímos de lo lindo, porque ambos sabemos que quizás no pase mucho tiempo antes de que uno de los dos se acerque al otro con la misma frase en los labios.

Y mientras tanto pasa el tiempo/ igual que ayer./ Soy testigo de mis recuerdos/ y al final quedará el intento/ y el rocío hará un lugar/ de nuevo en mi jardín./ Si me he perdido y te apareces/ nube que escondes mi luna tantas veces/ dime a dónde vas ahora./ Quede la añoranza/ para mañana. 

Nombre: La Casa de la Bombilla Verde.
Dirección: Calle 11 entre 6 y 8, Vedado.
Horario: De martes a domingo, 5:00 p.m. a 1:00 a.m.
Precio de entrada: Libre.
Precio de la cerveza: 2.25 CUC.
Capacidad: 50 personas.
Modos de uso de la música y géneros: Música grabada y en vivo. Trova, fusión, jazz, otras.
Modelo de propiedad: Privada.
Diana Ferreiro Periodista y editora casi todo el tiempo. Adicta a la tinta y al color rojo. Escribe menos de lo que quisiera y escucha más música triste de la que debería. "Café, cerveza y perreo" como mantra. Más publicaciones

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. ¡haz uno!

También te sugerimos