
De mi generación y un fenómeno: Misifuz
Generación o movimiento cultural, cósmico, espiritual. Llámese como se quiera para unificar aquello que sucede cuando varios discursos y similares intenciones confluyen y se encauzan, para descifrar el modo de impactar una realidad, para transformarla. No es cuestión de edades, sino de proyecciones comunes. Movimiento que en Cuba emerge subrepticio, no como ríos ni mares con olas de alabanzas, sino como ese remanente que deja la lluvia en el asfalto, esa humedad de charcos brillantes y olorosos, ese suelo mojado inadvertido o tan molesto para los que esperan pisar con seguridad y desatender su presente.
La joven escena cultural cubana tiene un discurso coherente y sólido, con intenciones claras de superación, autodeterminación, independencia, originalidad, pero sobre todo, de resistencia —nuestra tatuada marca país—. Misifuz lo ha demostrado; su director general y musical, flautista, arreglista y recién estrenado en un flow raper-performático, el compositor Claudio González, lo sabe hace un tiempo. Esta resistencia no solo está caracterizada por la búsqueda incesante de lugares donde presentarse. Lo intentan en bares, azoteas y estudios que pretenden generar una vida cultural y lo logran, solo fugazmente (cierran, falta un papel, tocó quien no debía, para todo hay límites, incontables trabas, si pongo música grabada y muchas mesas y luces quizás gane menos pero no pasaré más trabajo, que sube el dólar, que baja el dólar, que me roban, que tampoco me gusta tanto esa música rara). No se trata únicamente de que una vez que se presentan ya han gastado mucho más de lo que recaudarán, lo superan porque su cuerpo necesita tocar y existe cierto compromiso con el discurso. Es una resistencia atravesada por la dificultad para consolidar la obra en una realidad que no les brinda recursos espirituales a sus creadores; la imposibilidad de consolidar un discurso en un país en fuga constante y que actualmente sufre uno de los mayores éxodos de su historia.

Gato habla con Misifuz (cómic)
Irán Hernández-Castillo30.09.2020El primer concierto de Misifuz en el Barrio Chino (dónde mejor podían presentarse estos felinos nacidos en el año 1998, año del tigre) lo recuerdo como el más lleno, completo y con más energía de aquel tiempo. Movieron al público a un lugar nuevo, física y musicalmente. Los conciertos de jazz, anunciaban, comenzarían a ser otra cosa. Pero pronto vinieron la pandemia, el Ministerio de Cultura, el 11J, y las visas de varios de sus integrantes. Claudio González no solo necesitó repensar su lugar en Cuba, como casi todos y todavía, cada mañana; sino que también necesitó encontrar nuevos músicos, nuevo rapero y nuevo público que resonara con su obra. Si mala es la descomposición de la banda, peor es que se deshile el tejido que es un público comprometido, ese que estaba en su primer concierto y del que, seguramente, ya quedamos pocos. ¿Para quién se preparan los conciertos? ¿Con quién pretende comunicar un creador si no es con quienes completan su figura, son interlocutores, y quienes, con sus acciones, intereses y activismos, escriben el discurso político, social y cultural de una ciudad, un país, una época?
Mi generación, mis amigos y yo tenemos algo que decir, algo que decirnos. Y Misifuz, en las oportunidades que ha tenido, lo ha demostrado. También el pasado 27 de mayo, en la Nave 4 de la Fábrica de Arte Cubano. Decir que fue allí no es un dato superficial porque hubo que exigir el lugar, reclamar la necesidad y la validez del discurso de la banda en un escenario que hiciera valer todo el esfuerzo y el presupuesto que supone sostener un proyecto y preparar un espectáculo pensado para el festival Havana World Music que iba a tener lugar en el Centro Cultural José Antonio Echeverría.

Misifuz en Fábrica de Arte Cubano. Foto: Cortesía de Fábrica de Arte Cubano / Pablo Larralde.
Junto a Claudio González, Misifuz son: Lester Domínguez Blen (batería), Lázaro Torriente Hernández (trompeta), Oswald Cisneros Virella (saxofón), José Benítez Macías (productor musical, DrumPad), Ernesto Gómez Herrera (guitarra eléctrica), Roberto Mario Álvarez Serra (bajo eléctrico), Tobías Alfonso (sintetizadores), Milton McDonald (rapero, vocalista). Son, además, varios de los músicos que más pelean porque cada fin de semana La Habana tenga algo de luz y espacios donde evadir la destrucción. Ya comenzó a sentirse la onda expansiva de lo que explotó en la noche de FAC: el “Fenómeno Misifuz”. Este se puede entender como la irreverencia que busca en los márgenes y en la otredad para descentrar, desjerarquizar desde la música y esa pluralidad armónica, disfrutable, profunda y renovadora que es la asimilación del jazz, hip hop, rock, trap, rap en el “afrovanguardismo” de una banda consciente, hace años, de que venía para “vengar esta ciudad”. Es un fenómeno donde resiliencia y ruptura convergen en el punto de transformación, musical y del contexto. Es expresión del impulso reivindicador de derechos políticos, de género, de raza, para el desarrollo y la realización individual, y como grupo que está construyendo la sociedad presente con la esperanza de un futuro sostenible. Misifuz se muestra, antes que todo esto, porque nuestra realidad en Cuba así funciona, como un muro de resistencia, detrás del cual se escucha una flauta que improvisa y juega a ser la libertad.
Mis amigos y yo tenemos mucho que decirnos. Lo va demostrando Misifuz y un público que se siente vivo y agradece a la banda por la cofradía. Tenemos mucho más que profundizar en ese discurso, si fuera posible. Pero eso solo se logra con el tiempo; con la retroalimentación constante; saltando ese muro al que estamos condenados y subiéndole el volumen a la flauta emancipadora; con el florecimiento de una vida cultural que no esté siempre naciendo, sin historia y sin horizontes claros de futuro, como gotas brillando en el asfalto, siempre a punto de evaporarse, para llover lejos.