
Dayramir González a todo trance
“Un concierto basado solamente en el piano demanda más atención y energía” —me comentaba a la salida del Café Berlín, como quien se siente liberado de una carga, mientras esperaba al resto de los músicos. “Tocando con un trío o un cuarteto todo se reparte entre piano, bajo, drums; las improvisaciones, el timbre, la atención del público o el manejo de las emociones, se hacen más llevaderos, y hasta puedes relajarte por momentos. De esta forma todo es más difícil”.
Una pareja de jóvenes guantanameros nos interrumpe para mostrarle su gratitud por el concierto. Dayramir los recibe con la misma deferencia que ha tenido conmigo. Al instante terminamos conversando los cuatro en el contén de la acera —un hábito ancestral entre cubanos— mientras resuena de fondo el ruido de la Gran Vía, atenuado por un más ordenado murmullo de la masa turística que suele atravesar a diario la Plaza de Santo Domingo.

Fotos: Hal Masonberg
Demetrio Muñiz ha optado por un bajo perfil como espectador, dentro y fuera de la sala. Solo he llegado a distinguirlo a la salida del concierto, apartado de los pequeños grupos que se han formado alrededor de la puerta. Parece aguardar también por el resto de los músicos y otros amigos. Todo huele a tertulia posconcierto. Faltan por salir David Álvarez y Siscu Cruces, este último acompañado todo el tiempo de algunos personajes locales de la industria musical. A Jorge Glen y a Alana Sinkey no logro verles de este lado del portón antes de marcharme. Solo un rato después, conocería que el encuentro iba a transcurrir en casa del artista visual cubano Carlos Garaicoa, también asentado en Madrid.
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Hacía unos cuatro años que el pianista no se presentaba en esta ciudad. No es tanto tiempo para la expectativa que se percibía en la sala desde un inicio. Pero ha habido una pandemia de por medio que refuerza las ganas de volverse a mostrar, con más ambición, en una ciudad de la que ningún artista cubano de alcance internacional puede darse el lujo de prescindir; una muy familiar, que nos acoge con más cariño que muchas urbes latinoamericanas.
Quizás sea por eso que la ansiedad se sentía antes de pulsar la primera tecla, en el público y en el escenario. A poco de haber cedido los aplausos de bienvenida, tras el saludo, Dayramir hablaba de las similitudes entre La Habana, Nueva York y Madrid para los músicos cubanos. Una vez más el “tema Cuba” y la distancia. Pero esa vez yo lo sentí diferente, algo confuso, difícil de explicar. Entre protocolos artísticos y convenciones todo parecería más de lo mismo, hasta que sonó la Guantanamera.
A estas alturas, confieso que no logro evitar la sensación de desgaste que me produce el sobreuso, nacional y mundial, de un puñado de nuestras composiciones más populares. Pero me hallo en Madrid, solo, en un club soterrado, pequeño y oscuro, entre un público extraño, empujado a esa experiencia de sentirse distante del lugar a donde regresarás en cuatro días y cercano a aquellos que son tuyos, que siempre has tenido lejos y dejarás pronto.
“Yo soy un hombre sincero, de donde crece la palma…”, hay líneas melódicas que tienen más poder que cualquier idea. No importa que hayas escuchado el discurso toda la vida, tampoco la melodía, aquí o allá. Nada tiene más poder que la música para plantar a Cuba en cualquier parte y jugar a sacarla de ese ostracismo insular que históricamente nos condena. Sobre todo cuando es la misma música de siempre, cantada y contada de formas tan diferentes que la hacen nueva y siempre exultante.
Así logró caminar, en contra de mi escepticismo inicial, una Guantanamera muy sentimental, con el respeto que un buen compositor suele tener con las composiciones ajenas, manejando con tino los tiempos y las emociones. Mientras iba siendo víctima de mis propios acortamientos y distancias, algo me hizo regresar a la sala, porque aun sin haber entrado ningún artista invitado, comenzó a advertirse, poco a poco, la presencia de la gran protagonista de la tarde: la mano izquierda de Dayramir.

Fotos: Hal Masonberg
Poco me bastó para convencerme de que aquello ya era otra cosa, los aplausos posteriores evidenciaron que el sentimiento era compartido. La esencia de esa mano, aunque solo fue un amago inicial, anunciaba otra forma de narrar que sería constante a través de todo el concierto. Hay una Cuba más profunda en esa mano izquierda, de un criollismo sinfónico, concertista, más colorido, que se siente privilegiado en este tiempo de tanto legado musical y por ello suele forzar a su contraparte derecha a citarlo, como los poetas citan los versos ajenos que envidian. Pongamos que el espectador no conoce nada del artista. Pongamos que esta antesala ha sido una apropiada carta de presentación que se irá desdoblando en repetidas pero bien escogidas ocasiones durante todo el concierto.
Para permanecer en la misma cuerda, tras esta introducción, nada resultaba mejor que Lecuona. Tampoco es difícil darse cuenta de que, más allá de las reinterpretaciones y los virtuosismos, a Madrid hay que seducirlo con las mejores cartas posibles. “Si me miras, si me besas, damisela…”. Es muy grato recordar, justo desde esta ciudad, la altura de la romanza y la zarzuela cubana de la mano de uno de sus más grandes compositores. No hay virtuosismo sin engalanamiento y donaire. Por eso no hay facilismo en la “trampa”. Se trata de un ejercicio atinado de buen gusto, en su selección y, tras esta, en su interpretación muy personal.
Alana Sinkey es una excelente cantante, conocida sobre todo en el ámbito ibérico por su participación en los grupos Cosmosoul y Patax. Apenas Dayramir concluye su interpretación de Cómo fue, Alana cautiva con su entrada en escena. Y con solo entonar las primeras notas uno se da cuenta de que su órgano vocal vino diseñado para el universo del soul, del R&B, del jazz. Su acento portugués de Guinea Bissau adereza aún más la interpretación de Vete de mí. Es la primera invitada de Dayramir y su voz —naturalmente airada— logra la intimidad que se plantea esta parte de la presentación. Fue uno de los adicionales que más agradecí.

Fotos: Hal Masonberg
Pero el momento álgido llegaría con Capullito de alelí y Jorge Glen, cuatrista venezolano que pareciera haber nacido en Centro Habana o Matanzas, a juzgar por la rumba que él solo lograba montar con su pequeño instrumento. Pasados ciertos límites, como decía recientemente Dafnis Prieto en sus redes: la rumba no es solo cuestión de clave y de ritmo, sino de actitud. Jorge logra, por momentos, simular con su cuatro toda la base percutiva de un son con rumba, o viceversa —al día de hoy vienen siendo casi lo mismo. Cáscara, clave, marcha. Son solo dos manos, pero sobran los dedos y, entre melodías y toques en el cajón del cuatro, conseguiría un reto de pregunta y respuesta con Dayramir, que deviene el instante de mayor complicidad con el público. Puro jam con solo dos instrumentos.
David Álvarez no tuvo tiempo de ensayar con Dayramir. El cantante está viviendo en España pero viene de lejos, Galicia lo ha acogido y parece sentirse ya en un entorno familiar. Aunque el riesgo es grande, porque se trata de caminar por el precipicio filoso de Longina, ambos supieron cómo resolver, con las mínimas opciones que tenían a la mano, lo que la falta de tiempo no les permitió lograr. Y para que todo transcurriera con la mayor fluidez, nada mejor que traer, acto seguido, una guaracha, la mejor especialidad del de Juego de manos, guitarra en mano.
No hay barrera idiomática en Madrid, por lo que la eficacia de la guaracha es algo de lo que tampoco se puede prescindir. Dayramir lo sabe, por escuela y por lo vivido en sus años de temprana juventud. Roque Martínez, saxofonista cubano, es otro de los invitados que se incorporó al tema, combinando el virtuosismo y la cautela en las dosis precisas para que la “descarga” nunca se tragara a la composición, al tiempo que también citaba a los clásicos cubanos con pertinencia y soltura, como mismo suele hacerlo Dayramir. Alana y Jorge también se sumaron. Y entre nota y nota, yo no dejaba de pensar en qué medida nuestro “choteo” ha cambiado o permanece incólume desde los tiempos de Jorge Mañach. “Que si Chopán se escribe Chopín, entonces Chappottín se dice Chappottán”, un montuno que resume, en un aparente sinsentido, el rostro dual de la resignación y la supervivencia del cubano de ayer y de hoy.

Fotos: Hal Masonberg
Apenas sin percibirlo, las interpretaciones se extendieron más de lo previsto, a juzgar por las señas que recibía Dayramir tras bambalinas. Situaciones en 12/8, de su disco The grand concourse (Machat Records, 2018) fue la selección para el cierre, un tema que confiesa haber compuesto cuando apenas tenía dieciséis años y que, a juzgar por su interpretación en aquella tarde madrileña, resume el “trance” de esa tensión tan fértil que existe entre música, nación, espacio y universalidad del arte.
De regreso hacia mi destino temporal en esos días, yo no tenía ni más preguntas ni más respuestas que antes. Pero me fui con la extrañeza de recibir las de siempre en un lenguaje y un tono distintos, como a quien le toca encarnar por primera vez a un personaje que le resulta tremendamente familiar.