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Entrevistas Daymé Arocena. Foto: Pablo Dewin. Daymé Arocena. Foto: Pablo Dewin.

Daymé Arocena: “La vida es muy corta para estar siempre en el mismo sitio”

Es incómodo entrevistar a alguien pantalla mediante. Si, además, la cámara de su laptop apunta directamente a una entrada de sol, hay un contraluz pesadísimo que te impide ver bien la cara, los gestos, las expresiones, las risas. Así y todo, mi conversación con la cantante, compositora, productora, videasta y activista afrocubana Daymé Arocena se extiende por casi dos horas. Su sinceridad, elocuencia y gracia personal hacen que me olvide de ese pedazo de sol puertoriqueño que, atravesando el éter, se me mete en los ojos. 

Siempre me gustó Canadá, desde la primera vez que estuve en 2013; después fui varias veces. Tiene un desarrollo muy bonito en muchos aspectos sociales, en general está muy alante. Me gusta que sus principales ciudades son totalmente cosmopolitas, en ellas puedes ver el mundo; vas a fiestas y es raro que haya alguna nacionalidad que se repita, hay gente de un montón de nacionalidades compartiendo en un mismo espacio y la mayoría son oriundos de allí, hijos de generaciones de inmigrantes; y todos se mezclan sin problemas.  Son respetuosos, gente muy educada, en general. Muchas veces pensé que si emigraba, ese sería un buen destino, un país con todas las condiciones para vivir, hacer familia, tener hijos… He visitado muchos países y sentí que Canadá era el país correcto para asentar base ahora. La vida es muy corta para estar siempre en el mismo sitio. 

Pero, claro, emigrar no es fácil ni en las mejores circunstancias. Es una decisión muy responsable y adulta porque conlleva una serie de procesos sicológicos, de reinserción en una cultura ajena. Tienes que adaptarte no solamente a otra cultura sino a una serie de rutinas y comportamientos que para los cubanos son completamente nuevos, como manejar tarjetas de crédito. Por otro lado, yo no era consciente de lo mucho que me hacía falta el sol, la sonrisa de la gente. En Toronto los vecinos no se relacionan contigo, no se hacen amigos fácilmente; y no por nada, sino que no es su cultura. Yo en este caso no estoy sola, estoy con Pablo, mi esposo, pero al que le toca solo, vive un proceso traumático; nunca más vuelve a ser la misma persona. Hay una etapa en que no te sientes del lugar del que te fuiste ni del sitio donde estás. Es como estar en un espacio random… No, emigrar no es un paseo, no es viajar de turismo o ir de gira. Es duro. 

Cuando tomé la decisión de instalarme en Canadá hacía poco tiempo que había salido mi álbum Sonocardiograma (Brownswood Recordings, 2019), que es un disco muy relevante para mí por varias razones, una de ellas el importante rol que asumieron en él los músicos de mi banda. Es un disco que quiero mucho pero que lo siento como un niño que nació enfermo… Apenas habíamos comenzado a defenderlo, cuando todo se paralizó por la pandemia. Ha sido muy difícil pausar esa relación musical que tenía con ellos, esas ganas de cantar y hacer música juntos por los escenarios del mundo, pero la vida decide a veces por una. 

Lejos de casa, a solas en Toronto con mi esposo, comenzaron a aparecer modos nuevos de comunicarme con la gente, más allá del canto: la conducción de un programa radial para Worldwide FM del Reino Unido, la realización de audiovisuales con Pablo… y ahí surgió la idea de ALAFIAfilms, una plataforma audiovisual que celebra nuestras raíces africanas a través del videoarte como modo de expresión. De hecho, acabo de participar en la Cumbre Internacional Afrodescendencia y lo hice no como cantante sino como integrante del crew de Alafia Films. La creatividad adopta múltiples caminos e igual que no voy a dejar de cantar jamás, no voy a renunciar a explorar todos los que pueda. 

Por otra parte, por mi propio acercamiento a la música y aunque me gusta mucho conectar con el público y hacerlo feliz, no entiendo esta profesión como una carrera de velocidad. Como conversaba hace poco con unos amigos, tú puede que hagas el hit del verano, la gente lo bailó… y lo olvidó. Pero si vas a los números, la música que más da es la música vieja. La gente vira para atrás. Si quieres, haces música para hoy, pero si quieres, puedes hacer música que el mismo grupo de gente la siga escuchando por años y años, y se la pasen a sus hijos, y sus hijos a los nietos; va a haber gente consumiendo esa música por los años de los años… Por eso tienes que saber si quieres hacer música para el verano o música que perdure. Ese concepto maratónico es bellísimo, te va a dar para estar y te va a guardar un espacio en el corazón de la gente que tenga ganas de bailar… a mí me encanta bailar. Pero la juventud es solamente un pedazo de la vida, la gente va asentándose y va bajando la energía y entonces ya no están pa’l mismo bailoteo. A lo mejor un día que tienes ganas de bailar un ratico y escuchar algo que te haga gozar, pones salsa o timba pa’ bailar o pa’ limpiar la casa, pero no todos los días pones ese tipo de música; fíjate que no es una cuestión de música buena o mala. No todos los días tienes ganas de ponerte música pa’ fiestar, pero a lo mejor todos los días manejando, o trabajando, tienes ganas de escuchar una música más pausada o más tranquila que te gusta también. Te haces un playlist donde es más común tener a Concha Buika, o a Silvia Pérez Cruz que algo de la Fania, por ejemplo, que está buenísimo, pero no estás pa’ eso todos los días.

Además, estamos en la época de la autoproducción, del Do It Yourself y no me veo con una carrera meteórica llena de las angustias que produce la fama… Quiero fluir con las cosas que la vida me va proponiendo, relajadamente, aunque no cese de trabajar. Mira, una de las cosas hermosas que me pasaron es lo de Berklee College. La conexión con Berklee vino a través de Paquito D’Rivera, con quien coincidí en un encuentro online que organizó el Lincoln Center. Ahí estuvimos debatiendo muchos temas sobre la música, la cultura y la sociedad y a Paquito le llamó la atención mi proyección, porque dice que en su época la cantante era cantante y ya; que generalmente había alguien hasta para escogerle el repertorio, o sea que su trabajo era literalmente cantar. Entonces él me decía, “oye, de verdad que las generaciones están cambiando, verdad que las muchachitas ya no solo son cantantes, sino compositoras, arreglistas y opinan sobre todo” y yo le decía “te sorprendería mucho ver cuantas muchachitas de mi generación y un poco más jóvenes, componen, escriben, arreglan, producen y no son dependientes de nadie. Puede que tengan colaboradores, un grupo de gente que las apoye, pero no es que dependan de nadie para hacer su música”. Y él me dijo “tú tienes que conectar con Oscar Stagnaro”. Él es quien lleva el programa de música latina en Berklee, fue bajista de Paquito por muchos años y son buenos amigos. Y cuando Paquito le habla a Oscar de mí, aquel le dice “tú no sabes cuántos muchachos se presentan aquí cantando música de Daymé”. 

Yo no tenía ni idea, yo había visto un par de videos de gente presentándose en Berklee cantando canciones mías, pero no sabía que era una cosa recurrente. Y lo que sucede es que para el programa Signature Artist se eligen artistas que, como el propio Paquito, tienen determinada influencia en los estudiantes de la escuela. Dentro del grueso, que son los norteamericanos, siempre intentan que haya un grupo de latinoamericanos, porque Berklee tiene una cantera fuerte de estudiantes latinos y la comunidad latina en Estados Unidos es la más grande e importante; por lo que ellos intentan que, cada año, al menos dos o tres de los Signature Artist sean latinos. Entonces Oscar dice “esa decisión no es solo mía, tengo que conciliar con los jefes del college y de ahí se determina quiénes son los de este año, pero yo voy a hacer la propuesta’’. Lo normal es que sean gente mayor, con una trayectoria de muchos años; por ejemplo, cubanos han sido Chucho, Paquito, Cachao, Arturo, Gloria Estefan… y de Iberoamérica otros nombresotes como Alejandro Sanz o Juan Luis Guerra. Cuando me propusieron pensé que era un poco difícil, porque yo no estoy ahí, aún. Y de pronto un día me llegó el correo con el documento oficial diciendo “A Berklee College of Music le gustaría…”. Yo abrí grande los ojos… y empecé a llorar. 

Foto: Cortesía de Daymé Arocena.

Foto: Cortesía de Daymé Arocena.

Es que, tú sabes… de adolescente, cuando una empieza a meterse en el mundillo del jazz, el sueño es estudiar algún día en Berklee que, en cuanto a música contemporánea y jazz, es la vanguardia. Y yo me acuerdo que a mí me decían “estudiar en Berklee para un cubano es casi imposible’’; recuerdo que cuando Dayramir González comenzó allí, salió por la TV nacional en todos lados, era como waaoooo. Yo soñaba con estudiar algún día en esa escuela, lo que nunca pensé fue estar del otro lado (del de los profesores) y menos antes de los 30 años; eso por mi mente nunca pasó. Me acuerdo que estuve un tiempo sin contárselo a nadie, yo pensaba “esto puede que se desmorone y que sea una cosa que todavía se esté conversando, que no sea real”. Y luego, llegar a la escuela y ver el recibimiento de los estudiantes, con esa energía tan linda y unas ganas tremendas de comerse al mundo… se siente una cosa muy especial. Yo me creía una estudiante más, y creo que esa fue la conexión más bonita que hicimos en Berklee; recuerdo que llevaba mi mochila para la escuela a los ensayos y luego salía con los muchachos para la calle y de alguna forma estaba viviendo una cosa que era ser estudiante/maestra, donde yo no estaba asimilando bien que era Signature Artist, que normalmente son personas mayores muy serias.

Luego, la dinámica de trabajo es que los muchachos se someten a una selección de fin de programa, que consiste en que ellos están tocando y estudiando tu música como parte de lo que están dando académicamente en el semestre, tanto en las clases de armonía como de canto, de ejecución instrumental…Y se hace un proceso de selección. Recuerdo que los cantantes estaban estudiando Para el amor: ¡Cantar! y sus pruebas fueron con esa canción. Yo me pregunté por qué habían hecho eso, porque la prueba es a capela y esa es una canción que parece fácil, pero armónicamente es muy difícil y si no tienes un piano que te sostenga, es candela. Después los muchachos me contaban que no habían tenido los resultados que esperaban porque se examinaron con esa canción y recuerdo que me llegó entonces un correo de los profes diciendo: “Nos hemos dado cuenta de que Para el amor: ¡Cantar! es más difícil que armar un cubo mágico en la oscuridad”.

Bueno, pues se eligen de este modo quiénes son los que van a formar la orquesta de fin de semestre, y ahí es donde el Signature Artist va a la escuela y pasa 10 días ensayando con ellos y tocan contigo y eso es lo que ellos se llevan en el corazón; se gradúan con esas credenciales de haber compartido escena con algunos de sus ídolos musicales. Se intenta elegir dos bajistas, en vez de uno, para que uno toque unas canciones y otro, otras. La orquesta es de 40 estudiantes entre cuerdas, metales, percusiones, coros; se eligen varias personas de piano. A mí me llenó de felicidad que, de los tres pianistas, dos eran cubanos (hay actualmente 10 cubanos en la escuela). Una de ellas es Camila Cortina, que fue profesora mía de Teoría y de Análisis Musical en el conservatorio Amadeo Roldán y tiene premio JoJazz de composición, y para mí siempre fue la súper Camila. De pronto fue muy lindo verla ahí dirigiendo una de las canciones. 

Y entonces el concierto es el gran día, el fin del semestre, ellos están súper excitados. Se divide en dos partes; la primera es un recuento musical del país del que es el Signature Artist, y ahí tocaron música desde la que interpretaba La Sonora Matancera con Celia Cruz, hasta música más joven, incluso La Sandunguita de Isaac Delgado. La segunda parte fue con mi música. Lo loco es que mi concierto se canceló el día antes, el fin de semestre era en noviembre y el concierto estaba fechado para principios de diciembre. El día antes se canceló, en la prueba de audio, por un rebrote de COVID-19. Yo nunca vi tanta gente llorar al mismo tiempo; esos muchachos estaban mal. A mí me hicieron llorar ellos. Yo sabía que el concierto se iba a hacer porque ese es el fin del programa y que se iba a refechar, pero ellos se prepararon durante muchos meses para eso, y tenían tantas ganas que, cuando se pospuso, la reacción fue increíble. Ahí me di cuenta de las ganas tan grandes con las que se gradúan esos muchachos, muchos están con planes de beca y son gente que tiene que esforzarse mucho para que se mantengan dándole las ayudas. Me gustó mucho que haya un grupo de muchachos cubanos dando la cara allí y tocando durísimo. A los cubanos les tienen terror porque tocan mucho y vienen con un nivel musical altísimo. Cuando finalmente se hizo el concierto en febrero, estaba tan nerviosa que probablemente fue el día que peor canté en mi vida. Para colmo coincidió con mi cumpleaños, lo hicieron de forma tal que coincidiera con mi cumpleaños, me llevaron un pedazo de torta al escenario, y me freakié… después me temblaba la voz y no me podía concentrar. Incluso me dieron un reconocimiento de la Casa de los Comunes del Estado de Massachusetts y, en medio de eso, yo con ese nervio, tuve que cantar… Estoy que cuando salga— no lo quiero ni ver… 

El otro día escuché que los seres humanos olvidamos la verdadera esencia de la música, que es la conexión con el espíritu, con lo intangible, con lo invisible, con lo que no tiene explicación alguna; como que la música en su esencia, en sus primeros tiempos, era para explicar lo inexplicable y para elevarse de una forma que no consigues con hablar simplemente. Yo creo que vine al mundo con esa misión y nunca he luchado en contra de ella, yo siento que la música me viene de esa forma profundamente espiritual, al punto de soñar las canciones. Y lo único que intento es ser consecuente y honesta con eso y no inventarme nada, porque al final siento que todo está claro. No digo que de pronto quien se mueve así o tiene un artistaje determinado esté mal, ni mucho menos, pero yo me he encontrado gente en la vida, artistas que creo que viven esa filosofía también. Recuerdo la primera vez que vi a Silvia Pérez Cruz, yo la veía cantando sentada en una silla con su guitarra y yo decía, “es que hay una honestidad,  tan simple que es aplastante’’, y mucha gente no sabrá ni cómo explicarlo, pero es que es ella, no le hace falta más. De alguna forma yo intento ser consecuente con eso. 

Creo que los conciertos que más me han hecho vibrar han sido los que he hecho en Cuba. Cuba es un sitio donde si una se para a cantar tiene que pararse a cantar bien, a tocar bien, la gente tiene una sensibilidad musical muy alta y también tiene la cuchilla en la mano para juzgar sin miedo a los músicos, tanto los colegas como el público en general, al punto de que te vuelves súper crítico y autocrítico también. Cada vez que yo iba a tocar en Cuba, a hacer un concierto, era cuando más nerviosa me ponía, pero bueno, creo que siempre la gente conectó y la gente sintió esa elevación. También en Cuba estamos desprovistos de industria musical y, de pronto, si una artista internacionalmente tiene una visibilidad o un nombre que está sonando, a veces una misma se predispone y piensa que la gente lo que va a esperar o lo que quiere ver es como una fanfarria… y a mí me asustaba mucho eso, me asustaba pararme en el escenario en Cuba y que la gente dijera: Ay, pero si es una prietecita ahí, normal. ¿Sabes?  Es como cuando la gente tiene una expectativa, que creen que se van a encontrar una diva y de pronto no saben lidiar con una persona que, ya esté desnuda o vestida, va a ofrecer lo mismo, de la misma manera. Eso me daba un poco de temor, pero al final siempre salió todo lindísimo. 

No recuerdo conciertos terribles, pero sí haber sentido un pánico profundo en Jazz al Parque, en Colombia, porque es un evento brillante, pero yo no podía respirar por la altura de Bogotá. Entonces yo temblaba de miedo y decía “esto va a ser un desastre”. Es un concierto que se iba a poner en la televisión nacional en vivo; tienen unas pantallas gigantes que están proyectando para ese público gigantesco que está delante de ti… Y yo no podía ni bailar, no me podía mover… Pero el público colombiano es tan lindo y tan abrazador y te envía una energía taaan fuerte, que yo no sé ni cómo terminé el concierto. Y es que cuando ya estoy a pie de escenario, pido la bendición y el acompañamiento de mis ancestros; es lo que siempre hago para mis adentros, es una forma de serenarme y entrarle… como que no voy sola, tengo un ejército de gente conmigo que me están acompañando. 

Que, por cierto, deben ser ellos los que comenzaron a pedirme un disco para bailar, a partir del encierro por la COVID-19. De pronto me he dado cuenta de que quiero bailar y quiero que la gente baile conmigo, que me hace falta desconectar, gozar y soltar todo esto. Durante todos esos meses de encierro casi no escuché jazz, tenía ganas de escuchar a Beyonce, de escuchar música súper pop, relajante, me ponía a bailar sola a veces, a veces con Pablo, pero a él no le gusta mucho bailar. Y me inspiraba, me iba para el parque que estaba al frente de la casa y ponía en la bocinita a Isaac Delgado, a Osain del Monte y me ponía a bailar, sola. Necesitaba drenar esa energía y pensé que mi próximo disco tiene que tener todo eso, un color pop y un color de afrobeat, un color de reggae. 

Daymé Arocena. Foto:

Daymé Arocena. Foto: Pablo Dewin.

Eso es lo que me están pidiendo los ancestros. También está la distancia de mis músicos que ha sido difícil… y digo mis músicos no porque sean míos, sino porque son las personas con las que conviví mucho tiempo, había pasado más tiempo con ellos que con mi esposo y mis padres en los últimos años. Entonces estoy lejos de ellos y me preguntaba, ¿quién puede ayudarme a producir algo así como lo que estoy pensando? Un disco que sea este sol que yo quiero, que tenga este olor caribeño, latino y que tenga un abanico musical amplio … Yo estaba en esa encrucijada y Yoyi Lagarza, con quien había estado trabajando a distancia en la conceptualización de los temas, con el resto de los muchachos, fue quien me dijo: “yo creo que la persona es Eduardo Cabra”, porque tiene ese espectro, esa apertura musical. 

Pero yo sentía que Visitante era un ser inalcanzable, sentía que le iba a escribir a una persona que no me iba a responder jamás, creía que iba a tirar una semilla en el asfalto y no iba a salir nada. Y decidimos escribirle a Sebastián Otero, que es amigo común que está colaborando en el estudio con Eduardo y está muy cercano a él en estos momentos. Decidimos mandarle un mensajito y Sebastián me dice “Pero muchacha, claro, escríbele, si a él le encanta tu música, te conoce perfectamente bien” y yo “Ay, no sé… vamos a hacer una cosa, tú dile que yo tengo ganas de escribirle, a ver qué bolá, porque me da mucha pena, mucha vergüenza”. Yo me sentía intimidada por esa trayectoria musical de Eduardo y porque da esa sensación de ser poco comunicativo, ensimismado. Y me acuerdo que en la primera conversación que al fin tuvimos, hablamos dos horas, pero así… a chorros y nos entendimos perfectamente. Y me dije: “este es el productor del disco, yo lo sé, es de las personas con la que podemos hangear”. No sentó una imposición para nada. Teniendo en cuenta que yo soy super bossy con mi música, que la conceptualizo mucho, que me abro con el corazón a que todos colaboren pero tengo claro qué es lo que quiero, a medida que hemos ido avanzando ha sido muy fluido, siempre desde la colaboración, siempre desde el entendimiento. Llegué a Puerto Rico a hacer un primer un experimento, a ver cómo nos llevábamos en el estudio, a ver cómo se daban las cosas, y creo que mejor elección no pude hacer. 

Nunca vi a una persona trabajar tan bien, nunca había trabajado con alguien que tiene ese nivel de producción musical, que tiene ese nivel de conocimiento, no solo de música, sino de tecnología, de hacer que suene lo que parece que no suena. Y te quedas como “wow, esta persona me va a enseñar muchísimo”. Y no es que yo esté como una niña pequeña que no habla ni opina, al contrario. Él me pide constantemente que yo diga por dónde son las cosas y por dónde me siento cómoda, pero al mismo tiempo me gusta echarme un poco pa’ atrás y dejarlo a él que fluya, porque voy aprendiendo mucho de su forma de producir. Ahora ya tengo un espacio con Pablo en Puerto Rico, pero pasé mucho tiempo en su casa y me iba todos los días para el estudio, aunque él no estuviera trabajando en algo mío, para verlo producir a otras personas, ver cómo interactúa con ellas. Y aprender de eso, porque en Cuba no existe una escuela de producción musical. 

En junio voy a lanzar un single, una samba divina que se llama Dançar e Voar, que la trabajé con otro productor estrella, Alexander Kassin, de Brasil. El productor musical es la persona que entiende perfectamente la industria y si no existe esa industria musical, ese campo se queda medio vacío. A Eduardo Cabra ya le he visto producir música jíbara puertorriqueña, música dominicana, música urbana, reguetón, y yo me he sentado a chequearlo, a ver cómo es su metamorfosis, y verle decir “esto se mueve por aquí, esto por acá, a esto le voy a dar este color” y así… Para mí ese mes y pico que estuve en su casa fue life changing, y ahora en abril entramos a grabar el disco de a lleno, full time, y de madre… Estoy así, como afilándome los colmillos de felicidad, de saber que voy a continuar con esa escuelita muy personal… él haciendo su trabajo y yo estudiando, cogiéndole las mañas y aprendiendo todo. 

foto de avatar Darsi Fernández Hyperlink con figura humana. Tiene mala memoria solo para lo que le conviene. Sueña con jubilarse a leer. Más publicaciones

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  1. Alexey Izquierdo del Toro dice:

    Excelente artista, me gusta su trabajo, gracias por la entrevista y acercanos a la persona y a su historia, exitos Dayme

  2. Juan de Marcos dice:

    Que muchacha tan sensible e inteligente! Y que excelente artista! Estoy seguro de que logrará lo que quiere, la trascendencia. Hace poco tiempo me entere de que era la chiquitica que jugaba en el pasillo donde vivía mi hermano Guillermo Uriarte. Y ahora es una gran artista. La vida, como dice el guaguanco del Tío Tom, es vaivén de hamaca.

  3. Claudia Troya dice:

    😁😁😁😁pura luz

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