
Boleros de Oro
El bolero cubano, como forma musical, nace en los años 80 del siglo XIX, en Santiago de Cuba, derivado de las expresiones cancioneriles procedentes de España. Los trovadores, armados de guitarras y con sus voces líricas, fueron acriollando ritmos y rasgueos, con el llamado cinquillo de patrón métrico. Se considera el bolero Tristezas, de Pepe Sánchez (1883), como el más antiguo ejemplar del género, aunque por ese tiempo entonaban sus boleros trovadores como Juan de Dios Echevarría, Eulalio Limonta, y otros.
La trova viaja por todo el país y llega a la provincia pinareña, donde nace María Teresa Vera, que, en 1935, en La Habana, compone su canción-habanera Veinte años, con letra de Enma Núñez.[1] La interpretación que aparece en esta Antología fue grabada, en 1956, por María Teresa y Lorenzo Hierrezuelo, que mantuvieron un inolvidable dúo por 27 años. Resalta la bella voz y el sentido melódico de la hija predilecta de Guanajay y el excelente segundo de Hierrezuelo.
Eusebio Delfin renovó, indudablemente, la canción cubana. Cosa que se patentiza en su bolero Aquella boca, que aparece en una grabación de Barbarito Diez, con un segundo extraordinario de Carlos Querol, una de las más grandes segundas voces de Cuba. El acompañamiento está a cargo de la orquesta de Antonio Ma. Romeu, que también respalda a Barbarito en Ojos malvados, de Cristina Saladrigas, autora de breve obra; Las perlas de tu boca, bolero compuesto por Eliseo Grenet, con letra de Armando Bronca, quizás la obra más importante de este creador; y Una rosa de Francia, compuesta en 1924 por Rodrigo Prats, con texto de Gabriel Gravier, una joya del cancionero cubano.
Manuel Corona es, junto a Sindo Garay, una de las dos figuras más destacadas de la trova. Sus canciones y boleros son antológicos, tanto por sus letras, de alta poesía, como por sus melodías, de riqueza insólita. En este disco se insertan dos de sus más conocidas obras, Aurora, interpretada por el dúo de las Hermanas Martí, y Longina, también en la insuperable interpretación de Cuca y Berta Martí.
De Sindo se ofrece su bolero Retorna, creado en 1926, con su cinquillo de estirpe sonera, y su rica y elaborada estructura armónica, en una versión de Dominica Verges, de voz bien timbrada, con segundo ejecutado por Adriano Rodriguez, y las guitarras de Cotán Sánchez y de Ismael Sánchez. Otro dúo magistral brinda Alfredo y Bienvenido León, hijo y padre, en Pensamiento, de Rafael Teofilito Gómez, canción surgida en el marco de los coros de clave de Sancti Spíritus. Y se reitera el dúo antológico de María Teresa Vera y Lorenzo Hierrezuelo en La rosa roja, del autor habanero Oscar Hernández, y en Boda negra, la tremebunda canción de Alberto Villalón, con versos del cura colombiano Carlos Borges, que aún hoy estremece al público receptor. Las guitarras de Roberto González y Orestes Gutiérrez acompañan a Ramón Veloz en la nostálgica canción En falso, de Graciano Gómez, con poema de Gustavo Sánchez Galarraga.
Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, fue el primer bolero-son, género mixto, que hoy llamaríamos de fusión, donde se escucha una primera parte de bolero, con su cinquillo característico y un montuno en la parte final, con lo cual nace una nueva estructura formal. Aquí figura, por supuesto, en la interpretación del Trío Matamoros, integrado por Siro (Rodríguez). Cueto (Rafael) y Miguel (Matamoros). De Matamoros se inserta también, el precioso bolero Reclamo místico, en una versión insuperable de Pablo Milanés, con segundo del albino Luis Peña, y el acompañamiento guitarrístico de Cotán Sánchez y Luis Peña, el hombre de sonido más dulce en la guitarra que ha conocido la canción criolla. La cuerda pulsada es también el soporte sobre el que se planta la voz de Miriam Ramos, que por magia tecnológica se hace segundo a sí misma, interpretando Sublime ilusión, del compositor santiaguero Salvador Adams, con una base puesta por la guitarra y el de Francisco Amat. Un regalo para los oídos. Como lo es la versión clásica de Ausencia, de Jaime Prats, que hace Esther Borja a dos voces, con los pianos de Luis Carbonell y Numidia Vaillant. O el bolero Mujer perjura, del trovador espirituano Miguel Companioni, compuesta en 1918, que nos llega en las voces del dúo Cabrisas (Jesús)-Farah (Irene), donde se observa la característica de que el primo lo hace Jesús y el segundo Irene, a la manera que trabajaron luego Clara y Mario. Jesús, sobrino del poeta matancero Hilarión Cabrisas; Irene, descendiente de una familia de músicos de Caibarién, se hace acompañar por el piano de Julio Gutiérrez y el órgano de Aldolfo Guzmán.
Hay dos boleros que son llevados a ritmo de bolero-cha, en otro ejemplo de fusión. La cleptómana, del trovador matancero Manuel Luna, con versos de su coterráneo Agustín Acosta, en el estilo soneado y la voz añeja de Abelardo Barroso, con la orquesta Sensación, y Te odio, de Félix B. Caignet, también en la voz de Abelardo Barroso, con el respaldo del conjunto Gloria Matancera. Completa el disco, una moderna versión de Si llego a besarte, grabada en 1996, por Manolo del Valle, con la Orquesta América.
Este primer volumen de la Antología del bolero cubano nos propone un recorrido por la obra, forma y contenido de los iniciadores del género, que, con sus voces, guitarras, y a veces piano, fueron fijando el modo que ha hecho trascender esta música, esencialmente romántica, no solo a lo largo del paisaje de la Isla, sino a través de todo el continente americano.
Vol. II
Alrededor de 1940 comienza a destacarse una generación de creadores que aportan nuevas maneras a la canción y al bolero. Como precursor y personalidad señera hay que mencionar a Ernesto Lecuona, que no solo produjo sus maravillosas danzas para piano, o su suite hispánica, o su música de impronta folclórica, sino canciones y boleros antológicos. Aquella tarde, compuesta en 1925, se deja escuchar en la voz de su mejor intérprete, Esther Borja, con el piano de Nelson Camacho, y Como arrullo de palmas, de 1932, en contraposición, se ofrece en la versión inesperada, personalísima de Benny Moré, con el respaldo de su Banda Gigante. En esta línea de bolero lírico se inscribe Ya que te vas, de su hermana Margarita Lecuona, que brindamos en la voz agradable, bien timbrada, de Fernando Albuerne, acompañado por la Orquesta de Félix Guerrero.
Hay un tipo de bolero, interesante, que surge a fines de los 30, que es el bolero soneado, es decir, que tiene la lírica cancioneril en parte melódica, pero un fondo rítmico sonero. Es el caso de Muy junto al corazón, de Rafael Ortiz, que canta Pepe Olmo con la Orquesta Aragón; Convergencia, de Bienvenido Julián Gutiérrez y Marcelino Guerra, que nos dice Miguelito Cuní, nada menos, con el septeto de Niño Rivera; y A mi manera, que cantan a dúo Félix Valoy e Ignacio Guanche, con el conjunto de Adalberto Álvarez.
Pariente cercano del bolero soneado de septetos y conjuntos es el bolero que hacen los vocalistas populares con las orquestas tipo charanga, es decir, con un sonido danzonero. Aquí hay que ubicar piezas como Flores negras, de Sergio D´Karlo, raro creador que, aparte de su labor musical, hizo muchos filmes como actor y bailarín en Hollywood. Es muy posible que la mejor intérprete de este bolero sea Paulina Álvarez, que realizó varias grabaciones, incluida esta con el acompañamiento de la orquesta de Rafael Somavilla. Y Dulce desengaño, de Amado Beltrán, de la que hace notable versión Tito Gómez, con la Orquesta de Enrique Jorrín. Y Flor de ausencia, de Julio Brito, que decidimos incluir en la versión vocal de Pablo Milanés, con la voz segunda de Adriano Rodríguez, y la guitarra de Octavio Cotán Sánchez, por su originalidad y calidad. Y la paradigmática Alma de mujer (Te quise con el alma de niño…) del injustamente olvidado Armando Valdespí, en versión de la Emperatriz cienfueguera, Paulina Alvarez, en una grabación poco conocida con el conjunto de Senén Suárez.
El bolero de los compositores-pianistas es muy representativo de este momento. Es el caso del universal Nosotros, compuesto por el creador pinareño Pedro Junco, en 1938, y que goza de una lograda versión, muy difundida, de la Orquesta Aragón, con las voces de Pepe Olmo, Rafael Bacallao, y Rafael Lay. Y de Toda una vida, de Osvaldo Farrés, que viene en la voz y estilo de Omara Portuondo, acompañada por la Orquesta Todos Estrellas. Por eso no debes, de Margarita Lecuona, se inscribe en este bolero pianístico de los 40, cosa evidente en la interpretación vocal-instrumental que regala Orlando Vallejo con la orquesta y arreglo de Bebo Valdes. Y Como mi vida gris, de Graciela Párraga, con texto de Luis de Soto, en las voces de Clara y Mario, con el respaldo de la Orquesta Egrem. Y Vuélveme a querer, de Mario Álvarez, por Esther Montalván, excelente cantante y pianista, acompañada por la Orquesta Todos Estrellas.
Aquellos ojos verdes, del compositor matancero Nilo Menéndez, de 1929, inició un camino para el bolero cubano, al terminar con la hegemonía del cinquillo, y aportar la presencia de la canción-show norteamericana, y un acompañamiento pianístico distinto. El dúo Cabrisas-Farah nos da su versión, junto a los pianos de Julio Gutiérrez y Adolfo Guzmán. Un continuador destacado de esta línea es el irrepetible Ignacio Villa Bola de Nieve, que hizo canciones excelentes, dentro de su breve catálogo, como Si me pudieras querer, que demuestra su ductilidad y modernidad al ser interpretada, como bolero bailable, por Lino Borges, con el Conjunto Cubasón, dirigido por Jorge Varona.
El bolero de los 40 tiene su impronta victrolera, cosa evidente en la grabación de Blanca Rosa Gil, del bolero Quiero hablar contigo, de Carlos Puebla, con la orquesta de Joaquín Mendível. Este bolero de Puebla, y dicho sea de paso lo mejor de la música del manzanillero son sus boleros, puede desdoblarse en una interpretación trovadoresca, prístina, y en un bolerón con nocturnidad, como en este ejemplo sonoro. Aunque contemporáneo, el bolero Hasta mañana, vida mía (1948) de Rosendo Ruiz, posee otra conformación estilística. Puede hacerse rítmico, como habitualmente tocan los tríos de voces y guitarras, pero también soporta una interpretación filinera, ya que es una obra ubicada, como su creador, dentro del movimiento del filin.
El universal Quiéreme mucho, criolla-bolero escrito en 1923 por Gonzalo Roig, aparece en este volumen por la modernidad de su interpretación y orquestación. Los versos de Golluri-Rodríguez, y la preciosa melodía, cobran contemporaneidad en la voz de Omara Portuondo, y la orquesta de Gonzalo Romeu. Formidable cierre para este concierto.
Vol. III
Quizás la etapa más rica del bolero cubano transcurre entre 1945 y 1955, una década de oro. Es la hora en que culmina la unión de la cancionística tradicional, lírica, con la buena influencia de la canción norteamericana y mexicana, y se dibuja el filin. Un precursor de toda esta historia es René Touzet, especialmente con su bolero No te importe saber, que oímos en la voz y maestría de Omara Portuondo, con la orquesta dirigida por Aldolfo Guzmán. De Adolfo Guzmán es precisamente otra obra de esta línea, No puedo ser feliz, también cantada por Omara, pero con el acompañamiento de la orquesta de Julio Gutiérrez. Otro precursor es Orlando de la Rosa, que nos legó canciones magistrales, como Nuestras vidas, que nos inclinamos a poner en una versión distinta a las acostumbradas, sui generis, personalísima, de Celeste Mendoza, con la Orquesta de Generoso Tojo Jiménez. Y Julio Gutiérrez, excelente músico, pianista, director, orquestador, de quien se incluye su canción Inolvidable (“En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse”…), cantada a su manera por Rolando Laserie, en un estilo guaguancoseado, guapo, con la orquesta y arreglo de Bebo Valdés. Y también de Laserie es la versión agresiva de Mentiras tuyas, de otro pianista-compositor, Mario Fernández Porta, pero esta vez con la orquesta y arreglo de Ernesto Duarte.
Otros pianistas-compositores de los 40 aparecen aquí con sus obras más trascendentales. Isolina Carrillo, con Dos Gardenias, escrita en 1947, y grabada inicialmente por el boricua Daniel Santos, y que, aunque ha tenido innumerables versiones, la autora prefiere esta de Fernando Álvarez, con la Orquesta Egrem, dirigida por Rolando Baró, Candito Ruiz, con su bolero Vete, en interpretación también rara de Gina León, con el Conjunto de Adalberto Álvarez, Juan Bruno Tarraza, con Alma Libre, inmortalizada en las voces de Alfredo Sadel y Benny Moré, pero que hemos querido recoger en esta lograda versión de Amelita Frades, con la Orquesta de Bebo Valdés. Y Fernando Mulens, de quien entregamos su bolero antológico Que te pedí, con letra de Gabriel de la Fuente. La intérprete escogida es doña Elena Burke, es decir, la intérprete ideal, el arreglo es de Enriqueta Almanza, quien también dirige la Orquesta Todos Estrellas.
El bolero conjuntero, el bolero bailable, que vivió por años en las victrolas de toda Cuba, está representado por Plazos traicioneros, de Luis Marquetti, compuesto en 1953, en su rincón alquizareño, y que gozó de una inaugural grabación de Celio González. Ahora lo brindamos en la voz bolerística de Manolo del Valle, respaldado por la Orquesta Egrem, dirigida por Tony Taño. Y no puede faltar ese clásico que se titula Cosas del alma, del pianista Pepe Delgado, en versión entrañable de Raúl Planas, con el conjunto Kubavana, dirigido por Carlos Barbería. Como tampoco Vendaval sin rumbo, del artemiseño José Dolores Quiñones, en la voz de Celio González, acompañado por la decana Sonora Matancera. Ni Comprensión, de Cristóbal Dobal, cantado por su vocalista insoslayable, el ídolo de Regla, Roberto Faz, con su conjunto.
Si de boleros victroleros se trata, resulta inevitable Total, de Ricardo García Perdomo, uno de los ejemplares del género que con mayor número de grabaciones tiene en el mundo. Nico Membiela, en 1960, logró enorme popularidad con esta pieza acompañado por la orquesta de Joaquín Mendível. Igual que La última noche, de Bobby Collazo, escrita en México, en 1947, y estrenada por Pedro Vargas. El soporte rítmico de la pieza es el mambo lento, por lo que clasifica como uno de los primeros bolero-mambos. La versión que insertamos es de Olga River una de las vocalistas que abrió una nueva forma de decir a mediados de los 40, con la orquesta de Julio Gutiérrez.
Otro bolero es el de los conjuntos soneros, y de los compositores adscriptos a la línea del son-guaguancó, afro, negro, y de los cantantes dominantes de esa esfera. Esto sí se llama querer, del guantanamero Lily Martínez Griñan, interpretado por Miguelito Cuní, con el conjunto del Niño Rivera, es un buen ejemplo, como lo es La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez, pura filosofía popular, profunda, en la voz de Merceditas Valdés, con la Orquesta Todos Estrellas, dirigida por Guillermo Barreto.
Por estos años finales del 40, comienza a manifestarse la línea del filin, un tipo de canción con sus características propias, hecha por un grupo de creadores que se acompañan, generalmente, con la guitarra. Desde el punto de vista formal, melódico, armónico, constituye una renovación de la cancionística. Las obras se interpretan a placer, es decir, sin una sujeción métrica, y el cantor, más que cantar, en sentido ortodoxo, dice, expresa, con filin, con sentimiento. Dentro de estas canciones figuran, a su manera, Mil congojas, de Juan Pablo Miranda, en la voz de doña Elena Burke, acompañada por la orquesta de Rafael Somavilla y En nosotros, de Tania Castellanos, que ofrecemos en la versión vocal de Pacho Alonso, con Los Pachucos.
Cierra este tercer volumen con una joya, Alma con alma, del holguinero Juanito Márquez, interpretada por su mejor cantante, Tito Gómez, y la Orquesta Riverside. El estreno de este bolero tuvo lugar en 1956, y fue entregado a Pedro Vila, director de la orquesta, por Márquez, en Holguín. Al ensayar la pieza, en La Habana, Vila y los músicos de la mejor jazz band de Cuba, quedaron asombrados por su modernidad: el arreglo tenía un adelanto creativo de varios años.
Vol. IV
En este volumen entramos al ámbito del filin, con algunas pequeñas intromisiones de boleros-boleros. Casi todas las piezas surgieron en la década del 50. Hay que privilegiar canciones como Contigo en la distancia, de César Portillo de la Luz, compuesta en 1946, donde se fijan los elementos definidores del modo filin, y que en este disco interpreta el autor acompañándose a la guitarra; Tú mi delirio, también de Portillo de la Luz, compuesta en 1954, que nos llega con Ela Calvo respaldada por la Orquesta Aragón; La gloria eres tú, de José Antonio Méndez, cantada por Elena Burke, con el trío Los Hidalgos; y Si me comprendieras, de Méndez, interpretada por el autor junto al grupo de Frank Emilio.
El movimiento de los muchachos del filin se fue nutriendo con Luis Yáñez y Rolando Gómez, autores de Oh vida, que aparece en este CD interpretada por Miriam Ramos, con el grupo Algo Nuevo, dirigido por Juan Pablo Torres; Ñico Rojas, magnífico compositor de piezas para guitarra, autor de bellas canciones como Mi ayer, que deja escuchar Argelia Fragoso, acompañada por la Orquesta Aragón; Jorge Mazón autor de Tú, Mi rosa azul, de texto, melodía y armonía insuperables, aquí en versión de Pablo Milanés, con las guitarras de Martín Rojas y Eduardo Ramos; Pedro Vega, autor de Hoy como ayer, con su reminiscencia de blues, en la antológica interpretación de Benny Moré y su Banda Gigante; y Piloto (Giraldo) y Vera (Alberto), que enriquecieron el catálogo filinero con Añorado encuentro, magníficamente interpretado por Elena Burke, acompañada por la Orquesta Todos Estrellas, dirigida por Enriqueta Almanza.
Una segunda hornada de cultivadores de la honda filinesca llegó durante finales de los 50 con Frank Domínguez, y sus canciones descaradamente buenas, como Imágenes que escuchamos en la voz y estilo de Pacho Alonso, con la orquesta de Bebo Valdés y Tú me acostumbraste, interpretada por el autor, con respaldo de la Orquesta Egrem, dirigida por Rey Montesinos. Y llegó con Marta Valdés, y sus sorprendentes canciones, entre las que sobresale Tú no sospechas, que adquiere un matiz entrañable en su voz, acompañándose de la guitarra.
Algunos boleros, aunque situados en la atmósfera estilística del filin, son otra cosa, al punto que se alinean en la música bailable, deudores de la sonoridad orquestal. Es el caso de Cómo fue, de Ernesto Duarte, del que hizo una interpretación inolvidable Benny Moré, con la orquesta del propio Duarte: Que pena me da, de Juan Arrondo, que también fue acuñado por Benny pero nosotros la ofrecemos en otra lograda versión de Clara (Morales) y Mario (Rodríguez), con la Orquesta Egrem; Qué te hace pensar (“Alma mía que te hace pensar”…), de Ricardo Pérez, igualmente en la voz del bárbaro Benny Moré, con su Banda Gigante; y Amor fugaz, del propio Bartolomé Moré, en una muy personal versión de Miriam Ramos, con el grupo Algo Nuevo dirigido por Juan Pablo Torres.
En el balcón aquel, de Leopoldo Ulloa, es un bolero romántico que está indudablemente dentro del mundo victrolero. En este disco se inserta la voz de José Tejedor, respaldado por el Conjunto Musicuba, dirigido por el pianista Pepito López.
Si te contara, del violinista Félix Reina es otro bolero-cha, que se inserta dentro de la música para escuchar pero que también puede bailarse, por supuesto. Es uno de esos números que están ubicados en el olimpo cancionero. La interpretación de Elena Burke, acompañada por una gran orquesta bajo la dirección del maestro Enrique Jorrín, resalta aún más los valores intrínsecos de la pieza.
Quizás una de las canciones que culminan y cierran la impronta del filin sea Tú mi desengaño, de Pablo Milanés, compuesta en 1962. Es una obra puente de transición entre el filin clásico y la nueva canción. La interpretación vocal del propio Pablo, con las guitarras de Marón Rojas y Eduardo Ramos, rubrica esta afirmación y la antología finaliza con una obra de Amaury Pérez, Quédate este bolero, a mitad de camino entre el bolero romántico y la balada, desembocando en la estética de la Nueva Trova. El propio autor es su mejor intérprete, cosa que se evidencia en esta versión con el acompañamiento de la Orquesta Egrem dirigida por Hilario Durán.
Estas grabaciones, perdidas —y recobradas— en el stock sonoro de La Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales de Cuba, demuestran que el bolero es un género inmortal, enraizado en el ser y el sentimiento, en la sensibilidad y la memoria de diversas generaciones. Ahora regresa, devuelto al oído de los melómanos de Cuba, Latinoamérica y el mundo. Sus letras, sus melodías, sus armonías, seguirán sonando en voces de siempre, como un concierto que no acaba.
[1] Hemos respetado el texto original, pero en las entidades de derecho de autor aparece Guillermina Aramburu como la autora de la letra de Veinte años (N. de la. E).
Producción y selección musical: Jorge Rodríguez
Masterización: Jerzy Bele
Archivo: Nancy Hernández
Diseño Gráfico: Ricardo Monnar