
One Piece of Shit
Desde hace un tiempo, todos los días, en mis grupos de WhatsApp comparten ese tipo de videitos. La primera vez que choqué con uno no me dio risa, lo admito. Pero después vino otro, y otro, y otro… y entonces lo vi claro.
Ocurre lo que yo llamo la regla del 13: “Mientras más me lo repites, más gracia me da”. ¿Suena inverosímil, verdad?
Se supone que en la comedia uno de los principales factores es la sorpresa. Si ya sé la factura que va a tener un chiste, ¿por qué me sigo riendo? Porque tienen el mismo principio de una parodia, y las parodias funcionan. Pones la misma música con diferente letra, y tienes algo conocido mezclado con algo desconocido. A su vez el meme es, en esencia, eso: una idea repetida hasta el cansancio. De ahí nació la historia, del boca a boca, solo que ahora tenemos teléfonos inteligentes y no es necesario un rapsoda griego que cuente nada. Tomas un mensaje de voz de WhatsApp cualquiera, lo montas encima de un vídeo de un anime random, y ahí tienes la magia.
El primero que escuché tuvo como protagonista la historia de “Bola ’e carne”, un relato homoerótico sobre cárceles, narrado en un audio al estilo del realismo sucio más áspero. Primero se hizo viral el audio en los circuitos de los grupos de WhatsApp y luego vino el montaje con el anime, sellando el pacto.
Creo que ya sé cómo funciona: que el video con el anime se realice es sinónimo de que el audio se viralizó. El contenido que prima es el del diálogo directo sobre algún tema —sexual, de amor o sobre gustos en sentido general—; lo que uno hablaría durante la adolescencia en el círculo de amigos más íntimo. Se saca de contexto y articula un nuevo lenguaje al mezclarse con lo que nos llega del mundo asiático, sobre todo del fenómeno otaku, que inexplicablemente para mí, tanto cala en esta isla del Caribe. ¿Funciona? Sí, sin dudas, pero ¿qué es?
No pocos ya se refieren a esta época como la “transmodernidad”, etiqueta que no domino del todo, pero que vale la pena y da qué pensar. Cuando se pretende leer un fenómeno inclasificable, puede que en lo transmoderno esté el asunto.
Lo aesthetic parte de la idea de dirigir la mirada hacia un lugar donde un artista o alguien en teoría capaz de reconocer la belleza convencional, no debería mirar: “observar el dedo, en lugar del avión”. La clave en este “nuevo tipo de contenido” está en sumar lo aesthetic al concepto del shitposting, que no es más que, a propósito y literalmente, “postear mierda”, de forma irónica y sin ningún criterio. Vaya, por joder.
Ver esta publicación en Instagram
Con esto, ya casi está armado el tinglado, solo falta un ingrediente: el lo-fi. Un sonido crudo, de baja fidelidad, salido directamente de una fuente como el micrófono de tu propio teléfono en una aplicación de mensajería. Un sonido que es funcional para comunicar, pero no para deleitarse como cuando oyes un álbum de estudio depurado. El lo-fi, más que un género, es una estética; su poder reside, específicamente en la imperfección. En el género urbano son incontables los ejemplos de la utilización del lo-fi, desde los años ‘70 hasta la actualidad con la música trap. Aunque ya desde antes, las grabaciones de garage rock en los ‘60 y luego el punk se consideraban lo-fi por su inmediatez y rusticidad. El lo-fi es también aesthetic, en cierta medida.
Los audios de WhatsApp con videomontajes de animes son hijos de estos dos fenómenos. Una cosa importante es que no tienen un autor conocido. En efecto, alguien los creó, pero no le interesa ser reconocido como su autor. Pero, ¿es algo nuevo ese tipo de videos? No precisamente. A inicios de los 2000 comenzó a tener auge un movimiento en Internet llamado YTP (YouTube Poops). El mismo consistía en hacer mashups con fines humorísticos, absurdos, satíricos o surrealistas de cualquier tipo de videos, sobre todo de videojuegos, clips de música de mal gusto y… chan chan chan… animes. ¡Toma ya! Uno de los youtubers más representativos de ese movimiento es el español Loulogio, a quien conocemos por videos como el del Ninja Ocre y el Ninja Púrpura o el Rambo Turco. Él agrega a los videos, además de los mashups, doblajes con su voz, adoptando el rol de narrador omnisciente.
El profesor asociado de Antropología cultural en la Universidad Estatal de Kansas, Michael Wesch, definió los YouTube Poops como “remixes absurdos que imitan y se burlan de los estándares técnicos y estéticos más bajos de la cultura remix para comentar sobre la cultura remix”. Genial, muy lindo, muy informativo. De hecho, eso explica mucho.
En Cuba, antes de El Paquete e Internet, existieron Los Pichy Boys, radicados en Miami y pioneros locales en ese tipo de expresión humorística. Pero los videos que me encuentro todos los días en mis grupos no son exactamente YTP… No provienen, como el meme, de la cultura popular directamente. Sus creadores no persiguen el éxito como el que tuvieron, y tienen, Los Pichy Boys o Loulogio. Usan los mismos principios de las parodias, pero no son parodias en su totalidad. ¿Qué son por fin, entonces? Lenguaje urbano cubanísimo, jerga callejera prosaica, palabras y expresiones que solo se entienden si vives en Cuba, danzando con fenómenos culturales que nos quedan a miles de millas, mangas, doramas…
Solo podemos valorarlo como una forma constante con un contenido inconstante, irreverente y soez, cuyo despropósito es el encasillamiento. Es una experiencia sonora y visual contemporánea; otra muestra de cómo, sin apenas darnos cuenta, somos parte de la conversación global.
No pude soportar ver «One Piece» y » Shit» en el mismo título…jjaaja