
Pedro Luis Ferrer en Bellas Artes: «Lo que amo se merece mi existir»
con Miguel Ángel Castiñeira
En la acera, el gorrión era todo reposo. Permanecía tumbado a la izquierda de la entrada del Museo Nacional de Bellas Artes mientras, del otro lado, se organizaba la cola para comprar las entradas del concierto. Pero cuando el agente de seguridad de la institución anunciaba ―tras pasar a las primeras 10 personas― que ya todas las capacidades estaban agotadas, el ave se movía frenéticamente al ritmo de los gusanos que devoraban su pecho.
El martes a la 7:15 de la noche Pedro Luis Ferrer abriría su presentación con Cadena de pájaros, una canción que en realidad comenzó a cantar desde el sábado a las nueve de la mañana.
La ansiedad por escucharlo en vivo y las pocas capacidades de la sala, hizo que la gente marcara desde las primeras horas de la madrugada. Para las siete de la mañana, se agrupaban más de 30 personas entre ancianos con problemas auditivos, jóvenes, niños, pintores, trovadores, y algún revendedor. Por eso, dos horas después nadie podía aceptar que se vendieran solo 30 entradas… y hasta la próxima caricatura.
Las autoridades de Cultura ponían el mismo disco rayado que 12 meses antes habían intentado amplificar para el concierto de Pablo Milanés en el Teatro Nacional. Tocaba entonces la misma respuesta por parte de la ciudadanía. “Cuando me quede un fósforo/ me cuidaré del viento, no puedo fallar”, fue el primer verso de su tío Raúl que citó Pedro Luis Ferrer ante la sala abarrotada, unos días más tarde. Eso era lo que nos quedaba el sábado: un fósforo para iluminar toda la galaxia de arbitrariedades y atropellos que se nos volvía a imponer. Enfrentamos al guardia de seguridad, al jefe de los guardias de seguridad, y decidimos plantarnos en la puerta hasta que el director del centro llegara a dar una explicación. Cuando amenazaban con botarnos de la entrada, comenzó un aguacero y, entonces, yo recordé que el trovador de Yaguajay dice “que un día el diluvio nos calmará la sed”. Y al menos la sed de su música empezó a amainar.

Pedro Luis Ferrer en concierto, teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 22 de agosto de 2023. Foto: Misuko YGM.
Aunque primero la decisión fue cerrar la puerta y dejar que nos empapáramos afuera del museo, el sentido común alcanzó a alguien y dejaron que pasáramos, con la condición de quedarnos tranquilos hasta que el director nos atendiera. Abordamos a la taquillera para saber qué cantidad exacta de papeletas se habían vendido y respondió con sumo nerviosismo que ella no estaba autorizada para brindar esa información.
Contaría Pedro Luis que su familia le enseñó que la vida se compone de dos esencias: el arte y la chapucería; pero ni siquiera todas las grandes obras expuestas o guardadas en el museo podían encubrir la chapucería que estábamos viviendo. Dos horas y media estuvo bajando las escaleras el director, Jorge Fernández, quizás esperando que bajaran también las tensiones, pero afuera el agua arreciaba y nuestros deseos de no fallar también. Jorge Fernández explicó que le habían sugerido al músico pasar el concierto para el patio, pero este se había negado por el formato que traía: guitarra, tres y clave, solo su hija Lena como acompañante, para interpretar canciones trovadorescas. Pedro Luis querrá las guarachas para otra ocasión, las quiere pronto, quiere venir con más frecuencia a Cuba. El sitio escogido ahora es un “ambiente más preservativo” para descargar con “Ay, que bonita es ella”, y el ritmo del nengón oriental.
Fernández continuó su política de pacificación refiriendo que habían decidido vender 95 entradas a la población pues el Instituto Cubano de la Música había pedido 120 cupos, y el resto lo había solicitado Pedro Luis Ferrer para sus amigos, como si Pedro Luis no fuera amigo de todas las personas que reclamábamos verlo. O la visión del señor director es muy estrecha o la mía es muy amplia, pero, aunque Ferrer no me conozca, el diálogo y lo vivo de su obra y de su persona en mí, me hace andar con él en cualquier parte, aunque me encuentre en Bejucal y él en Tampa o Madrid. Había ido a dos conciertos suyos, el primero en El Sauce, en el 2016, y el segundo en el Teatro Mella un año después.
Al primero quise ir con mi abuelo materno, la persona que me lo descubrió. Él lo había visto una sola vez en vivo, cuando en el año 71 pasaba el servicio militar y el entonces muy joven trovador llegó con su guitarra a tocar algunas canciones; pero mi abuelo por la noche prefiere el cuarto y el televisor. Al segundo pensé ir con Esteban, mi profesor de física del preuniversitario, la persona que me mostró a Ferrer en toda su magnitud. Esteban vio en vivo a Pedro Luis cuando dio un concierto en Bejucal en 1983, pero Esteban, en las tardes y en las noches, prefiere alegrarse el alma, no precisamente con canciones.

Pedro Luis y Lena Ferrer en concierto, teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 22 de agosto de 2023. Foto: Misuko YGM.
A este tercer concierto quise ir con la primera persona a la que le descubrí a Pedro Luis, pero el gordo ha llegado a La Habana con seis meses de retraso. Y cuando su hija Lena cantó la Nana para un suspiro, temblé a pesar del calor que la hacía sudar a ella sin descanso. Entonces invité a las escritoras Aisnara Perera y María Meriño. La primera había organizado la última presentación de Pedro Luis en nuestro pueblo en pleno Período Especial, y el pago al trovador fue en dulces; pero conseguir cuatro entradas en esa cerrazón era más difícil que tocar la guitarra con la maestría del artista.
En su obra están todos los amores, las fraternidades, las contradicciones y la jocosidad de la vida. Tan arropadora como su cuerpo y tan llana como su sonrisa.
Yo pensaba todo eso cuando Fernández repetía “losamigos”, mientras erraba en matemáticas de bodega. Entonces, después de ser interpelado debido a las 30 entradas vendidas, decidió consultar con sus subalternos: reculó y dejó la cifra de 95 a 60 entradas al público pues a los trabajadores del teatro le tocaban 30. La orden fue volver a armar la cola ahí dentro y vender 30 más, una por persona. Con la fila hecha, el director sacó los cuatro tickets que le tocaban por su cargo, y las repartió, casi tirándolas, a las personas que se encontraban en medio, lo que provocó un desorden momentáneo. Me recordó al espectáculo de Trump lanzando papel sanitario a las víctimas del huracán María en Puerto Rico.
Terminadas las 30 (mi padrastro y yo alcanzamos, y gracias a una tercera que me llegará por carambola finalmente convencí a mi abuelo de ir), aún quedaban plantados sin conseguir asientos.
Tras llamadas telefónicas y más demora, el Instituto Cubano de la Música —siempre según Fernández— de manera altruista donaba 14 entradas al pueblo trabajador. En suma, se vendieron 74 por taquilla de un teatro con 248 capacidades. Como Pablo y su equipo el pasado 2022, Pedro Luis tomaría acciones al respecto: otra presentación este miércoles sin invitaciones, “como siempre debió ser”, cerraba su publicación en Facebook.

Lena Ferrer en concierto de Pedro Luis Ferrer, teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 22 de agosto de 2023. Foto: Misuko YGM.
A excepción de la vieja guitarra de Pablo Quintana, Pedro Luis andará de prestado en el escenario del teatro: el equipo de audio es de Rafael Lay, el tres de Olivia González, el sudor es de Lena. Pero la mariposa es suya, siempre. Pudiéramos hablar de un sabio campechano, de un filósofo de arpegios de guitarra, de un guapo dialéctico, costumbrista de la espuma y la arena, nieto díscolo de Paco, campeón de la guaracha melancólica y de la trova jocosa, de un disidente con fundamento revolucionario, o de un cantor con humor omnisciente.
Pero basta decir que es el hombre que escribió “sé que en el mundo hay dolor, pero no es dolor el mundo”, y toda la resistencia por escuchar esos versos en voz de su hija valieron la batalla. También Lena ha interpretado Fantasmita, de lo más recóndito y estremecedor del repertorio de los Ferrer. De una canción a otra puedes pasar de la risa al llanto, o ―si vienes solo― a querer tomarle la mano a la persona que tengas al lado. No importa que no la conozcas, cuando resuena Qué misterio hay en ti, Pedro Luis le canta a todo tu ser.
El público se emociona tanto, que empiezan de todas partes a gritar: “Espuma y Arena, La vaquita Pijirigua, Fundamento”. Un clásico en las presentaciones del trovador: ese llamado a que cante desde sus temas más conocidos a los más ocultos. Como el anciano que en el concierto de El Sauce le pedía “El esqueleto” (se refería a Quítale el plato) toda la noche y que rezo que a estas alturas no lo sea él mismo. Pedro Luis devora los instrumentos como los géneros musicales; todo su apetito parece el de un niño insaciable. Así se empina la miel de abeja en pleno escenario, en un pomo pequeñísimo entre sus brazos enormes. Así se empina cada frase de Abuelo Paco o Pelito de mi bigote, así goza la picaresca que ha creado. La saborea mientras parece evocar a ese otro poeta enorme que es Raúl Rivero: “la gente que yo quiero no envejece”. Su familia no envejece en los conciertos, sigue su madre respondiéndole que ella es Fidelista, «si Fidel dejó de serlo es su problema»; sigue su padre siendo más comunista que él, siguen las ocurrencias de su amigo Lorenzo García, chofer y tanguero del barrio de Santos Suarez, que nunca supo por qué vetaron a Pedro Luis de la TV: “total, para la mierda que ponen”; sigue el escritor Jesús Díaz llorando mientras el trovador entona Si no me voy de Cuba, y sigue junto a El Guayabero en los años 80, haciéndole el coro a Marieta. Así cerrará Pedro Luis, la noche, con el tres en la mano y las ocurrencias de Faustino Oramas en la boca.

Pedro Luis Ferrer en concierto, teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 22 de agosto de 2023. Foto: Misuko YGM.
Antes dirá que jamás hizo canciones contrarrevolucionarias, que él solo quería que Fidel se enterara de lo que pasaba ya que nada sabía. Jura que Cubano ciento por ciento no es una ironía, sino un ideal, el ideal que quiere para Cuba, porque el país no puede ser nada más como un grupo de gente quiera que sea. Pide alegría para el pueblo, que en esta hora es lo más simple y lo más hondo.
Mientras su hija Lena necesita que alguien del publico le preste un abanico, Pedro Luis hasta el final, da la impresión de que ni suda. Hasta que se disculpa porque no le salen a la primera algunos acordes de Romance de la Niña Mala debido a sus manos empapadas. A esa hora estamos empapados de él. Ferrer es la humedad. A esa hora, vuelve a ser un niño, que, por dos horas, nos ha liberado, pájaros presos, de la jaula.
Fabio, me parece estar otra vez sentado en el F15, reviviendo el pedacito de felicidad, de vida, de tristeza, de cubanía y de valentía que nos regaló Ferrer anoche. Una crónica ideal para el que no tuvo el privilegio de volar con Lena y el gran Pedro.