
Ciudad Metal: un festival “on repeat”
Hay mucho mito y romanticismo alrededor del festival Ciudad Metal. El clima conspira para que Santa Clara se convierta en una gran pecera, húmeda y fría, durante los días que tiene lugar el evento, devenido tradición local. Desde su segunda edición en 1999, el festival de rock de la Asociación Hermanos Saíz de Villa Clara, considerado el más importante de su tipo en el país, se celebra cada año ininterrumpidamente, convocando a músicos, promotores y devotos del rock nacional.
Algunos vienen por la música, otros por el reencuentro con viejos amigos. Entre el heterogéneo público destaca la imaginería punk y metalera; una amalgama de crestas multicolores, piercings, botas militares, tatuajes y t-shirts rockeros. No faltan en el ambiente las “pometas” de alcohol, ni el humo de cigarro, ni los habituales “slams” (denominación pilonga para los mosh), ni la ocasional bronca. También están aquellos que, apelando a la nostalgia, se quejan del estado actual del festival cuando, en realidad y a pesar de los intentos de sus organizadores por insuflarle nueva vida, cada Ciudad Metal parece una repetición del anterior.
Complementado con presentaciones y eventos colaterales en El Mejunje, la edición XXV del festival tuvo al centro recreativo El Bosque como escenario principal para los conciertos de la noche (platos fuertes del evento), a diferencia de años anteriores donde, en la mayoría de casos, la plazoleta del mercado Sandino cumplía esa función. La selección de El Bosque responde al interés de la AHS por hacer autosustentable el evento, según declara César Irigollen Milián, vicepresidente de la asociación en Villa Clara. A pesar de la gratuidad de otras ediciones, 20 pesos para acceder al local tampoco arquean las cejas de nadie.

XXV edición del festival Ciudad Metal. Foto: Gabriel Herrera López.
Sin embargo, las buenas intenciones no bastan y, aunque escoger un nuevo lugar pudo haber resultado una decisión “refrescante”, la realidad fue otra. Durante el último día, con agrupaciones de renombre como Switch, el patio de El Bosque apenas albergó a más de 300 asistentes, cifra inferior a su capacidad total. Y aunque el espacio contó con ofertas gastronómicas, en el bar solo vendían agua mineral y strikes de ron (¿Decano?) a 15 pesos, que no demoraron en agotarse.
Desde el punto de vista de la infraestructura, las presentaciones estuvieron marcadas por la precariedad. A los constantes problemas de audio y los retrasos por lluvia, se sumó un nulo tratamiento luminotécnico. El empleo de focos directos sobre los músicos daba demasiada sobriedad a los shows y, aunque el escenario cuenta con posibilidades para ello, tampoco se optó por el uso de proyecciones u otros recursos escenográficos.
Aun cuando la experiencia de bandas como Blinder, Scythe, Switch o Bouquet enriqueció el cartel, el evento tuvo la agradecida representación de agrupaciones jóvenes como By Titan’s Decree, Sueñan los Androides, Fire Rain, Ufory o Rising Ravens. No obstante, la propia concepción del festival atentó contra la inclusión de más artistas noveles.
Si bien la misión original —según declaran los organizadores del evento— es la promoción de exponentes nacionales del rock, con todos sus subgéneros y haciendo énfasis en los jóvenes creadores, aquellos que integran el cartel cada año tributan generalmente al metal y, en menor medida, a géneros como el punk o el rock alternativo. Así, el Ciudad Metal sufre en mi opinión, de una crisis de identidad. En la práctica, engloba al universo del rock, pero con un tratamiento especial hacia un estilo en específico, perpetuando el erróneo cliché de “rock igual a metal”.
Si este festival se enfoca en los géneros más extremos, debería replantearse como un evento exclusivo para ello y así evitar dar posiciones no preferenciales a agrupaciones que, en cualquier otro contexto, merecerían ser cabezas de cartel. La condición de ser un evento dedicado a todo el espectro rockero solamente sobre el papel, su tendencia a la reiteración de artistas y las propias limitaciones para la alimentación, transporte y hospedaje de las bandas, provocan la desconexión del evento con algunas de las propuestas más interesantes de la escena nacional: Orphan Autopsy, Tape, Land Whales, Eskortey, Katarziz, Shogun, Lawton Zombies, Thorn Tide.

Rising Ravens en el Ciudad Metal. Foto: Gabriel Herrera López.
La notable indiferencia del público ante algunos de los grupos invitados apunta hacia el pobre trabajo de divulgación que ejercen los artistas sobre sus propias obras. La regla es encontrarse en cada festival con bandas sin material grabado al que remitirse, o con artistas que no lanzan nuevas producciones desde hace varios años. Y volvemos a cuestionar los criterios a los que responde la selección de bandas a integrar el line up o si el comité organizador tiene en cuenta, acaso, las preferencias del público.
Este evento merece una actualización en sus formas de gestión y, para ello, podría aprender de las experiencias de otros festivales de música como el habanero Cuerdas de Acero o el coterráneo Longina. La venta de merchandising, la retroalimentación del público a través de redes sociales o una reconsideración de sus requerimientos técnicos, podrían influir positiva y drásticamente en la calidad del Ciudad Metal.
Tras dos ediciones online, la “vuelta a la normalidad” de esta edición XXV muestra la improbable salud de la escena metalera y rockera cubana. A pesar de estas no pocas insuficiencias, el festival reaparece cada año, conservando su particular aura y la complicidad de un público que lo defiende incansablemente. Aun así, su capacidad de persistir en el tiempo lo ancla, conformidad mediante, a una mítica versión de lo que fue.
Recuerdo cuando esperaba junto a mis amigos que llegara este festival y nos pasábamos varios días en Santa Clara… buenísimos recuerdos de aquellas ediciones.