
La historia está llena de Cecilias
Creo que uno de los nombres más pisoteados de la música cubana es el de Cecilia Arizti. Hace unos días pensé mucho en ella, en medio de una discusión, y en algunas formas del olvido que son, de alguna manera, formas de la muerte.
En toda la bibliografía que he leído sobre Cecilia (sobre todo del siglo XIX) he notado, en sentido general, una condescendencia horrenda e injusta. “Buena para ser mujer”, “la hija de Arizti”. Siempre mutilándole la virtud, achacándosela a herencias familiares o a “dotes de hombre”.
El mismo general Manuel Sanguily dijo, en 1893, que Arizti componía “obras varoniles”, imagino que refiriéndose a su ímpetu interpretativo y a la ferocidad de algunas de sus composiciones. Y una puede decir: “Bueno, en el siglo XIX esto era un elogio, era impensable que el ímpetu y la ferocidad estuviesen ligados a lo femenino”. No. No lo era. La mutilación de una virtud no es un elogio ni en el siglo XIX ni en ninguno.
Cecilia —aunque introvertida— era una mujer pasional, con un tremendo amor por la música y con un sentido del patriotismo admirable. Una mujer de ideales fuertemente independentistas. Pero de eso no se habla tampoco.
De la misma manera en la que Clara Wieck es Clara Schumann, “la mujer de Schumann”, Cecilia Arizti es “la hija del compositor”, como si su trascendencia dependiera de una figura masculina para ser. Esto me resulta muy inquietante. Cecilia no necesita otra validación que la que ofrece su propia obra. Su obra la valida como artista, no importa que haya sido su padre quien la guió por esos caminos. Una cosa es la influencia y otra es ser un subproducto musical de alguien.
La primera vez que tuve ese sentimiento fue precisamente con Clara Schumann. Sus obras son admirables, intensas, tristísimas, y le tocó vivir a la sombra de un apellido. Para nadie es Clara Wieck. Lo que más se escucha sobre ella es su relación con Schumann y su presunto romance con Brahms, y alguna que otra pieza regada dentro una obra preciosa que a casi nadie le importa, aun teniendo una calidad musical enorme y una pasión sobrehumana.

Cubanas al piano
Magazine AM:PM26.01.2022Volviendo a Cecilia: Una niña que a los 11 años estaba componiendo piezas para piano, una niña que compuso un Ave María a los ocho, una mujer cubana ¿tocando? en el Carnegie Hall de Nueva York, una mujer con una técnica impecable, una pedagoga como pocas: ¿por qué no está en un lugarcito más visible de nuestra musicografía?
Me atrevo a decir que el Trío para piano, violín y violoncello de Cecilia Arizti es una de las mejores obras musicales compuestas en el siglo XIX en Cuba. Pasión, rigor técnico. Todo. Pero tampoco parece importarle a nadie.
“Las mujeres también hacen música clásica”. Vaya… Pues sí. Pero no de ahora. Eso ha sido siempre.
Todo está muy bien con Lecuona y con García Caturla y con Leo Brouwer. Pero no es justa la historia de la música de cámara en Cuba si se le pasa por arriba al nombre de Cecilia Arizti como si hubiese sido irrelevante. No lo fue. Mil veces no. Y una interpretación cada 10 años en una basílica no es suficiente.
La historia está llena de muchas Cecilias. No solo en el arte, sino también en la ciencia, en el deporte, y en tantos y tantos lugares… Esto se ha dicho mil veces, pero lo repito porque no veo el nombre de Cecilia pronunciado con dignidad.
No quiero que se visibilice por el hecho de ser mujer (si hubiese sido una mala compositora, no estuviera diciendo todo esto). Quiero que se visibilice porque fue importante, porque su labor pedagógica fue admirable. Porque fue un ser virtuoso. Claro, el hecho de ser mujer influye en esa dejadez con la que se pronuncia su nombre. Y me molesta.
Y después vienen a decirme que la música clásica ha estado escrita por hombres. La música clásica ha sido muchas veces un sistema de castas donde la mujer ha estado en lo más bajo, un dalit al piano, una cosa mirada como un mono de feria, celebrada con condescendencia.
No. No ha estado escrita solamente por hombres.
Revisen en las sombras y verán cuántas Cecilias hay.