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Reportajes Carlos Alfonso. Foto: Cortesía del artista. Carlos Alfonso. Foto: Cortesía del artista.

Carlos Alfonso: un neutrón libre de la música cubana

Carlos es un hombre de palabra fácil. Sentado en el portal de su casa en Playa, dialoga con sencillez y humor. Confiesa que tiene mala memoria, pero habla de su vida con locuacidad, como si estuviera interpretando una canción. Carlos se expresa casi siempre en plural, percibe que todo lo que ha logrado en su vida es gracias al apoyo de sus amigos y su creativa familia.

Aunque permanezca sentado, Carlos siempre tiene algo que hacer: un nuevo proyecto musical, la cartelera musical de la Fábrica de Arte Cubano, los ensayos de Síntesis. Incluso el café que me ofrece, lo hace con la satisfacción de sentirse útil. Mientras, las constantes llamadas a su teléfono son el testimonio de que sus responsabilidades, lejos de ser una carga, son pasiones a las que se entrega completo, como en los cánticos a las deidades que pueblan sus discos.

Durante los primeros compases de la conversación, me percato de su indeleble arete plateado en la oreja izquierda. Es uno de los detalles que más recuerdo de cuando, siendo niño, lo veía en televisión, cantando en un lenguaje incomprensible. Aquellos versos en yoruba poseían un atractivo misterioso, como el estilo musical de Síntesis.

Carlos, igual que Celia Cruz, nació en el barrio habanero de Santo Suárez. De pequeño, en un garaje al lado de su casa, cantaba rancheras mexicanas: …“y todo lo que apareciera. En mi casa se escuchaba música clásica, ópera. Era una extraña mezcla de personas pobres con cultura”.

Pero su obsesión por la música estaba más allá de las rancheras y lo escuchado en su hogar. Carlos se enamoró del violín a los 10 años. 

En sus libretas de la escuela dibujaba violines y estaba decidido a inclinar su rostro en el pequeño instrumento y sacar compases con el movimiento incesante del arco sobre las cuerdas. Sin embargo, la realidad pugnaba en contra de sus sueños. “Me costó mucho trabajo porque había que pagar las clases de violín. En ese entonces comencé a trabajar como ayudante de albañil. Pagaban un peso diario y lo iba ahorrando”.

El tiempo transcurría y el dinero no era suficiente para comprar el instrumento. “Cuando tras dos semanas de clases vi que no tenía violín, desistí. Después comenzaron a llegar becas de todo tipo”.

Con los programas de becas artísticas establecidos en Cuba durante los años 60, pudo aproximarse más a la música y aprender nociones básicas sobre ella. Pero eso no le aseguraba continuidad alguna para dedicarse de lleno a lo que ambicionaba. Aunque entonces escuchar música era ya también un vicio pertinaz. 

Mientras pasaba un pequeño curso, se acercó a la música coral y percibió que Euterpe tenía otros rostros melódicos. “En el teatro de la escuela secundaria Manuel Ascunce ensayaba un coro y yo iba porque me encantaba escuchar las segundas voces”.

Carlos terminó la beca y sintió que estaba en una especie de encrucijada. A pesar de su resolución de convertirse en músico, no percibía ninguna oportunidad clara para él. Sus padres, aunque nunca se opusieron, tampoco le dieron esperanzas ante lo que parecía ser un capricho momentáneo.

“Entonces decidí ir yo mismo a hacer la prueba de aptitud en la Escuela Nacional de Música. Quería estudiar algún instrumento. Miraron mis manos y determinaron que no tenía aptitudes para el violín. Entonces me enseñaron una tabla con otros instrumentos que me parecían horribles, como el trombón. Ahora me gusta el trombón”, admite sonriendo. 

Si bien todo apuntaba a que no sería músico —no fue admitido en la Escuela Nacional de Música (ENA); y para aliviar la economía hogareña tuvo que becarse y estudiar técnico medio en Electricidad—, no se alejó de las escalas y los compases. 

“Conocí a muchos amigos a los que les gustaba la música y creamos el grupo Los neutrones, con guitarra y batería. Incluso llegamos a cantar en el teatro de la escuela”.

Tras su graduación, Carlos comenzó a trabajar en el puerto pesquero de La Habana, con jornadas laborales de 12 horas. Sin embargo, lejos de hastiarse por sus responsabilidades como electricista, empleó el poco tiempo disponible en ensayar con el grupo que había formado al concluir la escuela y en cuya nómina militaban José María Vitier y Pedro Luis Ferrer. En aquella agrupación montaban covers rockeros de la época, siendo Good Vibrations, de los míticos The Beach Boys, una de las piezas protagonistas de los interminables ensayos. El estilo instrumental vocal de la banda californiana era su modo preferido de hacer música.

Pero la vida cotidiana enseguida golpeó aquel proyecto inicial: José María Vitier debía cumplir con sus turnos de clases en el Conservatorio Amadeo Roldán; mientras que otros conflictos propiciaron la desintegración del grupo, “ nosotros creíamos que éramos los Beatles”, cuenta. 

Carlos abandonó su trabajo en el puerto. Nuevamente los amigos lo convencieron de emprender otro viaje hacia la música. “Había llegado el momento definitivo para nosotros. Decidí quedarme sin trabajo y volver junto a los locos que me acompañaban”.

Esta vez, en una nueva convocatoria pudo entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA) junto con Pedro Luis Ferrer, en Dirección coral. Sus aspiraciones parecían ir por el buen camino, cuando el talento ajeno sería responsable de otra bifurcación: 

“Pedro Luis tenía problemas de claustrofobia y pasaba mucho tiempo en el hospitalito de la escuela. Sin embargo, en tres meses logró completar el programa de tres años y terminó. Entonces fue a convencerme de que saliera de la escuela para continuar con el proyecto del grupo, que prácticamente era una religión para nosotros”, cuenta Carlos, quien para este momento de su historia debió, nuevamente, elegir: o mantenerse en la escuela y estudiar música o reintegrarse en un grupo donde cuando tocaban, todo lo demás carecía de importancia. 

Al final se decidió por Los Nova. El camino para establecerse en un panorama donde nadie parecía interesarse con seriedad en ellos, igual que la canción de los Beatles, también fue largo y sinuoso. “Manteníamos los ensayos y nos prometían audiciones que nunca llegaban. Para profesionalizarnos pasamos mucho trabajo, pues no había oportunidades para nosotros en La Habana a pesar de presentarnos informalmente en muchos lugares”. 

Darse por vencidos no era una opción y los jóvenes miraron hacia el este en búsqueda del espacio negado. “En el año 70 hicimos una visita a Matanzas y nos encontramos con una orquesta buenísima de música moderna. Timor, su director, y los miembros de la orquesta nos hicieron una audición. Éramos un grupo con buen potencial. Además, ya teníamos canciones propias”.

Los Nova regresaron a La Habana con la promesa de comenzar a tocar en Matanzas y las esperanzas renovadas para hacerlo con el mismo ímpetu de sus ensayos infinitos. No obstante, al regresar a la ciudad de los puentes, frente a la sede de Cultura, un policía con un rifle al hombro fue la bienvenida. Los jóvenes explicaron al oficial el motivo de su llegada y la respuesta del militar fue parca: “Aquí todo el mundo está para la caña”.

El país completo estaba movilizado para alcanzar las ansiadas 10 millones de toneladas de azúcar que, a la postre, no se completarían.

“Nos sentimos perdidos. Pero igual preguntamos dónde estaba la orquesta de Timor picando caña y fuimos para allá. A esa hora los responsables de Cultura que estaban frente al corte no querían admitirnos en la brigada de macheteros”.

Lo que si no esperaban es que existía un requerimiento para integrar el grupo de cultura que se adentraba a un cañaveral: ser profesionales de la música. Sin embargo, la insistencia en permanecer como parte de la brigada fue tan vehemente, que aquellos jóvenes —decididos a ser músicos fueron admitidos. 

“Entonces el director de la orquesta nos prometió que nos daría trabajo al término de la zafra. Nosotros estábamos contentísimos. Teníamos mucho tiempo. Terminábamos el corte a las cinco o seis de la tarde y nos poníamos a ensayar”.

Carlos Alfonso en el Festival de Varadero de 1988. Foto: Cortesía de Carlos Alfonso.

Carlos Alfonso en el Festival de Varadero de 1988. Foto: Cortesía de Carlos Alfonso.

La zafra concluyó y lo prometido se hizo realidad. Destino: Varadero.

En los hoteles del conocido polo turístico comenzaron una vida que nunca imaginaron, no solo por el lujo o el confort de los sitios donde se presentaban, sino por la maravilla de la abundancia gastronómica que los asombraba. “Nosotros veíamos como un gran logro tomarnos un batido de trigo con un bocadito”, recuerda Carlos con humor. 

“Estábamos muy bien, a veces dormíamos en las mismas habitaciones del hotel donde teníamos presentaciones. Hasta que, inesperadamente, Pedro Luis llegó con una guitarra”. 

En la voz de Pedro Luis escucharon Romance de la niña mala y Ay del amor. La respuesta fue el asombro: “Lo que nos cantaba Pedro Luis era lo más grande del mundo. Nos dimos cuenta de que debíamos lograr algo más y comenzamos entonces a incumplir con nuestro trabajo en Matanzas y Varadero para estar más en La Habana”. 

De vuelta a la capital, Carlos formó otra agrupación: Tema 4, esta vez junto a Ele Valdés, Silvia Acea y Eliseo Pino. Dieron varios conciertos, sin horarios definidos —actuaban cuando los llamaban—, y finalmente fueron contratados en el Centro de Desarrollo de la Música en El Vedado, donde trabajaban casi a diario. 

“No sé qué hasta qué punto sería bueno o malo. Lo cierto es que estábamos totalmente en movimiento. No creo que algo así vuelva a suceder, hacer 20 actuaciones al mes. Venía un carro, nos recogía para cantar e íbamos hacia donde fuera”, dice. 

Más tarde, los Tema 4 emprendieron un viaje hacia Trinidad, por encargo de la Universidad “Marta Abreu” de Santa Clara , junto al reconocido escritor y etnólogo Samuel Feijóo, para recolectar cantos trinitarios y arreglarlos para otros formatos. Allí permanecieron un mes y, si bien pensaban que la investigación sería una suerte de salvoconducto para la prolongada ausencia a las actividades en Matanzas, la realidad fue otra. 

Al regreso a la Atenas de Cuba, el recibimiento estuvo lejos de ser una presentación artística. “En el Teatro Sauto, martillo y cincel en mano, nos pusieron como penitencia a  derribar un pedazo de pared y abrir una puerta”. Los golpes eran casi inefectivos ante la dureza de aquella pared de piedra levantada en el siglo XIX. Un mes después, el vano finalmente fue abierto e instalada la puerta. Pero la sanción no terminó ahí: “Nos mandaron para una carpintería. Ele estaba ya embarazada y aproveché ese tiempo para hacer la cuna de X y los percheros para su ropita”.

Carlos sentía que su tiempo en Matanzas estaba cumplido. El panorama en La Habana era diferente para quienes emprendían caminos musicales. Espacios para nuevos proyectos comenzaban a abrirse gracias al Movimiento de la Nueva Trova.

“Fueron varios años de trabajo, hasta que un día decidimos hacer otro tipo de música”. 

Con la ayuda de Eduardo Ramos y Jorge Reyes, en un pequeño estudio de grabación en el Centro de Desarrollo de la Música y en sesiones de experimentación musical, Síntesis perfilaba sus inicios. 

“El ingeniero de sonido era fundamental en esas grabaciones”, agrega Carlos sobre aquellos momentos en que registraban la música en cintas magnetofónicas con extremo cuidado para obtener un sonido limpio, proceso que dependía de la agudeza del ingeniero encargado del funcionamiento armónico de los viejos equipos de grabación en el estudio.

“En un Festival de la Nueva Trova en Varadero decidimos por unanimidad crear un grupo donde todos perdiéramos el nombre: Amaury Pérez, José María Vitier, Mike Porcel y los miembros de Tema 4 estuvimos de acuerdo en esa decisión”. 

Nacía Síntesis con una idea de anonimato personal: solo la música tendría nombre. El grupo experimentaba con nuevas maneras de crear. En primera instancia, unieron la música con el teatro. Actores de primera línea como José Antonio Rodríguez y Carlos Ruiz de la Tejera fueron sus asesores en el aspecto escénico. 

Primer Line up de Síntesis: José María Vitier, Frank Padilla, Ele Valdes, Carlos Alfonso, Silvia Acea, Eliseo Pino, Enrique (Kike) Lafuente, Fernando Calveiro, Mike Porcel. Foto: Cortesía de Carlos Alfonso.

Primer line up de Síntesis: José María Vitier, Frank Padilla, Ele Valdés, Carlos Alfonso, Silvia Acea, Eliseo Pino, Enrique (Kike) Lafuente, Fernando Calveiro, Mike Porcel. Foto: Cortesía de Carlos Alfonso.

“Nos parábamos con una actitud diferente en el escenario. Queríamos expresarnos de otra manera y utilizamos el rock sinfónico unido con la poesía”.

Al concurso con motivo del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de 1978 en La Habana, Carlos envió dos canciones, compuestas por Mike Porcel y José María Vitier, que formaban parte del tracklist de lo que sería el primer disco de Síntesis: En busca de nueva flor. La sorpresa fue grande cuando las composiciones obtuvieron el primer y segundo lugar. “No las hicimos para el festival, pero las enviamos y por lo visto se acercaban al espíritu del evento”.

Con el álbum a término, solo faltaba el concierto inaugural donde debutarían, finalmente, como Síntesis. La Plaza de la Catedral fue ese escenario, el 14 de diciembre de 1978. Y, si bien el sonido no fue el mejor —según recuerda Carlos—, la experiencia no tuvo comparación. Tocar en un espacio repleto de público marcó un antes y un después en la biografía de la banda, y del propio Carlos. A partir de entonces, cada año, Síntesis repetiría concierto en aquel lugar para celebrar sus aniversarios.

Sin embargo, lo humano no es ajeno a nada, mucho más en un colectivo. Luego del primer disco los problemas y las separaciones afloraron: Vitier tenía sus planes en solitario, Mike Porcel dejó la dirección musical del grupo y Carlos tuvo que asumir esa responsabilidad.

En este momento de la conversación el también cantante y bajista de Síntesis hace una pausa. Su voz asume un tono reflexivo ante lo que para él significan los desencuentros: “En este grupo han entrado y salido muchas personas, y siempre hemos terminado como amigos para el resto de la vida”. Su concepción personal sobre la música es similar al amor: una relación incondicional por encima de cualquier desavenencia. “A la salida de ellos, tuvimos que buscar sustitutos. Entonces nos llegó una gira por los países socialistas: Rusia, Hungría, Bulgaria y Polonia. Sobre esa primera salida pudiera hacer un libro”, bromea acerca de la primera experiencia del grupo fuera de Cuba entre enero y febrero de 1979.

“Nos fue muy bien. Sobre todo en Hungría, con un arreglo de sonido espectacular. Teníamos de antecedentes bandas como Scorpions y Black Sabbath”. No obstante, en Polonia, la recepción fue tibia. Los antecedió un famoso jazzista del momento y el público pensaba que aquellos cubanos llevados a Europa en los meses más fríos conformaban también un grupo de jazz. “Nosotros en aquella época éramos anti jazz”, comenta, rememorando la actuación en Varsovia. 

Nuevamente Carlos hace una pausa para recordar esos años y el camino musical que recorrían. Lo que inició en su vida como un aparente capricho, se había transformado en un grupo que marcaría la escena artística cubana con uno de los estilos, modos de concebir la música y resaltar los orígenes a partir de las esencias rítmicas, más auténticos de cuantos ha habido en Cuba.

“El grupo ha tenido varias formaciones e instrumentistas de lujo como el baterista Raúl Pineda, quien actualmente trabaja en Los Ángeles, José María Vitier, Mike Porcel, Esteban Puebla, William Martínez. Lucía Huergo se lleva un porcentaje muy importante en Síntesis, por sus aportes musicales”. 

Pero llegó el año 1987 y Carlos decidió tomar un rumbo definitivo con Síntesis: comenzó a componer las canciones para el disco Ancestros

“Tomé la guitarra y de pronto salió Asoyin, pero me era muy difícil cantarlo. No encontraba la manera de hacerlo correctamente y personas más entendidas me decían que no lo hacía bien”. 

El rock y la música africana pugnaban dentro de Carlos por estar presente en sus composiciones. Así que insistió y grabó la canción, aunque pensó que, para ese momento, quienes sostenían las tradiciones afrocubanas desde lo artístico y académico emprenderían contra él las más duras críticas. Sin embargo, aquel ritmo innovador ganaría rápidamente admiradores. No solo entre el público de Síntesis, también en la comunidad religiosa donde Carlos encontró apoyo. Incluso en ceremonias rituales, Síntesis ha sustituido a los usuales toques de tambor y cánticos para homenajear a los dioses del panteón yoruba. 

“Ahora hay un anuncio sobre el 60 aniversario del Ballet Folclórico Nacional con nuestra música. Además de que otras compañías la usan para montar sus coreografías”. Carlos considera algo más que un elogio el uso de la música de Síntesis en conmemoraciones de este tipo, sobre todo cuando es una compañía profesional quien la utiliza. Esa es, para él, la confirmación de que no estaba equivocado cuando —sin tener conocimiento alguno del idioma yoruba— comenzó un riguroso aprendizaje de las particularidades de un lenguaje de fuerte tradición oral, que identifica a culturas y naciones como Nigeria, Benín o Togo.

Las clases con el reconocido músico y folclorista matancero Lázaro Ros serían indispensables para descubrir los entresijos de la lengua ritual. Lo fundamental fue aprender la entonación que debía poner en las canciones y el énfasis en ciertas palabras. 

Carlos Alfonso en 1988. Foto: Fidel Alberto Korda.

Carlos Alfonso en 1988. Foto: Fidel Alberto Korda.

“Luego haríamos estudios sobre el folclor, tomaríamos clases de baile, para poner rigor en el trabajo que hacíamos”. 

Carlos admite que el sello particular que distingue a Síntesis, con su mezcla de música afrocubana con rock and roll, partió de varias fuentes. Recuerda los años que vivió en Mantilla y presenciaba los toques de tambor, sin que ello tuviera relación alguna con comportamientos hostiles de sus pobladores, quienes también aquí personificaban el rostro negado de las grandes urbes. 

“Me di cuenta lo divorciado que yo estaba de esa cultura, que también era mía”. 

Su percepción original sobre la música afrocubana había sido más bien desinteresada al percibirla como una expresión de barrios pobres, marginales. Tuvieron que transcurrir varios años para que Carlos por fin comprendiera la riqueza intrínseca de los sonidos que cruzaron el mar bajo pieles negras envueltas en grilletes y azotes de la más terrible e ignominiosa de las instituciones: la esclavitud.

Así, desde el punto de vista creativo, la música de Síntesis ha acompañado en paralelo a los ritmos afrocubanos: “Ambas confluyen como un río”. Pero hay un dato curioso: contrario de lo que pueda esperarse, Carlos no es una persona religiosa practicante. Lo que también ha provocado situaciones repletas de humor: “Algunas personas que nos visitan nos han llegado a preguntar dónde es que guardamos los santos”. 

Por eso, cuando Carlos quiere componer una canción sobre alguna deidad específica, recurre siempre a las mejores fuentes en busca de asesoría. Esa seriedad con la que emprende su labor es la que ha permitido el éxito de su trabajo. Desde la sonoridad, cree fervientemente en las conexiones entre el rock and roll y sus característicos riffs con la música africana que escucha con frecuencia desde hace dos años, permitiéndose comparar el sincretismo cultural que se produce en Cuba con el religioso.

“Puedes definir con facilidad que la música africana es más dulce, mientras que la afrocubana es más agresiva respecto al ritmo”, sentencia acerca de los componentes que definen y perfilan a Síntesis. 

Otro de los retos asumidos por Carlos es el uso de la armonía en sus coros. La tradición rítmica de los esclavos traídos a Cuba se apoyaba en la percusión, mientras que aquellos que llegaron a los Estados Unidos manifestaban su sensibilidad a través del canto. Así, él se planteó una conjunción entre ambas. 

“No hacer blues propiamente, pero sí utilizar la armonía de los negros norteamericanos, no solo porque me gusta, también siento que enriquece lo que hacemos”.

Desde su fundación, Síntesis ha sido una escuela no solo para Carlos, quien creó un tipo de música inusual —en su momento— al incorporar y mezclar instrumentos y lamentos rítmicos de origen africano con el rock and roll. También lo ha sido para quienes han integrado el line up de la banda; la experiencia ha sido definitoria en muchos sentidos, gracias entre otras cosas, al conocimiento y la pedagogía de Carlos.

El guitarrista y compositor Ernesto Blanco fue uno de los jóvenes músicos que militó en la agrupación. Desde ese lugar, percibe de un modo diferente las esencias de la guitarra eléctrica para componer.

“Mis bandas preferidas de rock cubano son Síntesis y Zeus. Carlos Alfonso, por su parte, es una de las leyendas vivas de la música cubana. Lo conozco hace muchos años. De una forma u otra mi hermano David y yo fuimos cercanos a la familia Alfonso por nuestra amistad con X, y nuestra relación se consolidó con el tiempo. Entré en Síntesis como músico invitado durante una gira de varios meses por Asia y Europa. En un principio solamente integraría el grupo el tiempo que durara el tour, pero después seguimos trabajando durante dos años más y participé en el concierto que se filmó en la Plaza de la Catedral de La Habana, para celebrar los 41 años del grupo. Fue un privilegio estar en ese escenario junto a miembros fundadores y otros invitados. Recuerdo estar en la sala de ensayo junto a Pablo Menéndez, José María Vitier, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez. Para un músico de mi generación eso es algo importantísimo. 

“Con Carlos he disfrutado mucho los talleres que ha realizado. No me gusta llamarlos ensayos pues los veía como eso: talleres. Tocar con él era para mí una clase magistral donde aprendía muchísimas cosas. En términos musicales, la mayoría de los figurados de guitarra de las canciones de Síntesis no son exactamente figurados, sino más bien patrones rítmicos de los tambores batá y células rítmicas que vienen de África. Gracias a Carlos, que es una enciclopedia viva, consolidé mis conocimientos sobre los ritmos del rock. Él siempre ha estado organizando eventos como los homenajes a Michael Jackson y a John Lennon. Él ha sido pionero en eso. Reconforta mucho estar cerca suyo, lo sientes como un padre. En la gira disfrutaba mucho esas mañanas donde tomábamos café juntos y conversábamos sobre muchas cosas. Es muy amable, pero también muy exigente con su trabajo, da gusto tocar con él. Esas cualidades son vitales a la hora de subirse en un escenario. Después de trabajar con Síntesis bajo la guía de Carlos, me siento mejor guitarrista y músico. Es como graduarte de una universidad”.

Carlos Alfonso. Foto: Titina.

Carlos Alfonso. Foto: Titina.

***

Pero antes de fundar Síntesis, otro reto se le presentaría a Carlos en el camino. Eran los años de Toma 4 y la demanda de trabajo aumentaba, cuando convertirse en padre resonó como el mayor desafío. 

“Comenzaron las giras importantes y recuerdo que a X tuvimos que dejarlo en casa de sus abuelos”. 

Cuando X Alfonso, su hijo, tenía apenas tres meses de nacido, tuvieron que viajar a la Sierra Maestra, enviados por el movimiento de la Nueva Trova. Subieron montañas, marcharon cerca de 62 kilómetros… “Cosas que ahora no podría hacer”, confiesa sobre una experiencia que cataloga de increíble por la atención recibida y la nobleza de aquellas personas que casi le ponían los alimentos en la boca. Atentos a cualquier necesidad de los músicos que los visitaban.

Sin embargo a pesar el éxito que despuntaba, la necesidad de un hogar se hacía imperante para Carlos y Ele. “Los tres vivíamos en un cuarto de dos por dos que nos había regalado Pablo Menéndez, en un barrio de los que ahora llaman vulnerables”. 

A pesar del reducido espacio, la familia era feliz. La música llenaba su entorno y el pequeño niño mostraba un talento innato: “Con menos de tres años X, sobre mi pecho, cantaba Los molinos de tu mente, de Michel Legrand. Los músicos saben que esa canción posee cambios armónicos muy difíciles de apreciar y él la cantaba con una facilidad increíble”.

En un casete lamentablemente perdido, Carlos registró aquellos momentos en los que, guitarra en mano y junto a X, improvisaba blues sobre cualquier tema cotidiano: el durofrío, la escuela… El padre observaba el virtuosismo en ciernes del pequeño, hasta que decidió llevarlo a estudiar piano. Comenzaría entonces una relación más allá de lo familiar, pues el talento de X salvaría a Carlos más de una vez. 

“Estando el muchacho en la ENA tuve que llamarlo por una urgencia. X siempre estaba en nuestros ensayos, pero nunca había tocado con la banda. Antes de una presentación, Lucía Huergo se enfermó. Ya teníamos un compromiso, así que lo llamé. Me preguntó que qué iba a tocar y le respondí: ʽNo sé, ¡pero tú vas a tocar!’. E hizo el concierto”.

Luego de esa presentación apresurada donde X tuvo su “bautizo musical” con Síntesis, padre e hijo comenzarían a trabajar de conjunto no solo en las presentaciones del grupo, sino también en la composición de bandas sonoras para cine.

“Sergio Giral me llamó para hacer la música de su película María Antonia y junto a X comencé a componer en el estudio. Recuerdo que una de las escenas era un incendio y no sabía qué matiz darle a ese momento. Entonces X compuso una pieza que era todo lo contrario al caos del incendio: calma total, muy en contraste”.

Esa colaboración mereció el primer Premio Coral de Música original que entregó el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana en 1989. Carlos, desde entonces, iniciaría una relación con el séptimo arte que le permitió ampliar el sentido de la creación y enriquecer las imágenes en pantalla con la música de Síntesis. Así, floreció la amistad con el cineasta Humberto Solás, sobre todo a partir de la inclusión del tema Opatereo en un documental sobre La Habana del Período Especial. Desde entonces, el director de Lucía elegiría con frecuencia el misticismo sonoro compuesto por la familia Alfonso para sus películas. 

También de esa relación con el cine, X Alfonso bebió de su padre, quien —confiesa— a veces siente una tierna confusión hacia su hijo: “Lo abrazo y no distingo si lo hago porque es mi hijo o por la admiración que le tengo como músico”.

Pero no solo en X quedarían impregnadas la musicalidad y las ganas de crear de Carlos. Eme Alfonso sería la “niña sorpresa”; compositora y cantante ella misma, ha seguido los pasos de sus padres y hermano, amplificándolos desde la gestión cultural con proyectos como el festival Havana World Music.

“Nuestra familia siempre fue de construir cosas. Hay personas que nos entienden y otras que no; hasta nos cuestionan el porqué de lo que hacemos. Simplemente es una satisfacción personal, como los son haber logrado que se hiciera y colocara la estatua de Lennon en el parque de 17 y 6 que ahora lleva su nombre, o que surgiera el Submarino Amarillo, por ejemplo”.

En la aventura musical que es su vida, Carlos no puede evitar mencionar a su esposa Ele Valdés: “Nos conocimos en casa de Beatriz Márquez. En esa época yo vivía en Mantilla. No recuerdo exactamente si fui a llevarle algo a Beatriz sobre música o a saludarla; sí que Ele estaba ahí, ensayando la música de Bach a voces, y yo me encanté. Fue una luz”, dice y permanece en silencio unos segundos, como imaginando la melodía barroca que lo impulsó a enamorar a aquella muchacha que lo había deslumbrado. Desde entonces, comenzó a frecuentar los mismos sitios de Ele, mostrando un interés obvio y solo recibió, en principio, cierta indiferencia. 

“Hasta que un día le pedí que me ayudara a buscar dos muchachas para hacer un cuarteto, pues había sabido que ella y Silvia Acea con un mexicano y una francesa, integraban un grupo que se presentaba en el Molino Rojo”, confiesa. 

La verdadera intención de Carlos era que Ele ingresara al grupo para tener alguna justificación para hablarle. “Ella me dijo: te voy ayudar, pero sin hablar de incluirse. Otro día fui a la casa de Luis Carbonell y estaban cantando una fuga de Bach. Eliseo Pino y yo nos miramos y decidimos que si queríamos tenerlas de integrantes, debíamos estudiar solfeo. En Matanzas conseguimos un libro sobre teoría de solfeo y nos mechamos. Pero, a la vez, sacamos un cálculo: dos extranjeros en Cuba en cualquier momento decidirán irse y esas dos muchachas, ¿a dónde irán?: a mi grupo. Y así fue. Comenzamos a ensayar en casa de Jesús del Valle (Tatica) y les enseñé dos arreglos que estaba haciendo de El gallo pelón. Ahí mismo surgió el cuarteto Tema 4. Sin embargo, había veces que Ele me decía, molesta: ʽ¿Por qué tú me miras?’”. 

Carlos sonríe al recordar esos tiempos en los que su amor por Ele no era correspondido. Luego cuenta que fue en Trinidad donde comenzó la mayor composición musical orquestada por ambos, hace ya 50 años, y que no ha parado de “sonar” a través de sus hijos y nietos. 

“Ele ha significado todo para mí. Me considero un ladrón de méritos, pues ella es quien logra que las cosas se hagan realidad”, dice mientras admite que su idealismo y sus fantasías tienen en ella la concreción de lo soñado. Carlos se imagina como un Tom Hanks en una terminal aérea, atrapado y sin país al cual regresar, si no fuera porque tiene una patria llamada Ele Valdés, que siempre lo reclama para salvarlo. “Esa es mi Ele. Hemos pasado muy buenos momentos juntos, y lo malo… no ha sido tanto”.

Ele Valdés y Carlos Alfonso. Foto: Titina.

Ele Valdés y Carlos Alfonso. Foto: Titina.

X Alfonso, fruto de esa relación, considera que su obra es una continuación de lo iniciado por sus padres. Ser parte de una familia donde lo musical y lo afectivo nacen de un mismo sitio, le ha permitido sostener diferentes emprendimientos en su carrera. El creador de Inside habla del privilegio de crecer junto a un padre como Carlos: 

“Mientras yo estudiaba piano clásico, él se sentaba a mi lado y abría una caja de fósforos. Por cada vez que pasaba una pieza, colocaba un fósforo del otro lado del piano. O sea, cuando terminaba la caja, podía tocar la obra con los ojos cerrados. También mi padre jugaba mucho conmigo. Era otro niño más jugando con carritos. Luego, cuando salieron los Atari, nos daba la madrugada jugando ping pong, pelota, fútbol. Después salieron los Sega y hacíamos competencias de carros, lucha, entre otras. En fin, un chama más. Realmente no me quejo de nada. Fue una infancia y una adolescencia feliz”.

Luego, se refiere a lo profesional: 

“Mi papá no actuó como un director, me enseñó a ser uno más. A ser parte de algo, de un proceso creativo, de una familia musical como ha sido Síntesis; no solo a mí , sino a todos los que han pasado por el grupo. Aunque es muy estricto en el trabajo, nunca usó el término de director para con nosotros, los músicos de la banda. Eso ha sido una lección en mi vida. Hoy la implemento en la Fábrica, me siento parte de un equipo o, mejor dicho, de una familia, que pone todo su empeño y cariño en el mismo proyecto.

“Me viene a la mente la imagen de mi padre con una carpeta bajo el brazo tratando de programar en FAC a grupos y proyectos de mucha calidad musical. Es una máquina de ideas y sueños. Siempre está creando o inventando eventos para sumar talentos jóvenes y llevarlos al escenario”. 

Carlos, por su parte, siente que tiene vocación de gestor. La Fábrica es, para él, una de las mejores obras que han realizado en conjunto. Mantiene su creatividad fresca y la búsqueda de nuevas propuestas para nutrir la cartelera del mayor pulmón cultural de la ciudad, sin que sus 72 años sean un impedimento. Una de sus principales responsabilidades es la programación musical, y desde esa función, siente que obtener el respeto de los músicos es un deber como anfitriones. De ahí que las decisiones en relación con las propuestas las colegie con su familia. Al igual que en Síntesis, disfruta del trabajo en equipo.

Desde ese espacio, pensando en la equidad y la inclusión, sueña: “Deseo hacer una base musical de rock de cuatro músicos, para montar 12 temas e invitar mujeres a que participen como guitarristas eléctricas. Hacer otro evento de bateristas junior, menores de 18 años…”, dice mientras se asume como una persona “muy feliz”. Luego agrega que su tránsito por la vida es como el de un neutrón libre, donde la música ha sido en todo momento energía, fuerza de voluntad, medicina y salvación.

Sender Escobar Sender Escobar Ingeniero Industrial y escritor. Conversador por naturaleza. Más publicaciones

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